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Expansión de EEUU, no agresión rusa, de Seumas Milne en El Mundo

Posted in Internacional, Política by reggio on 15 agosto, 2008

GUERRA EN EL CAUCASO: EL ANÁLISIS

Las consecuencias de seis días de derramamiento de sangre en el Cáucaso han desencadenado toda una efusión de la hipocresía más nauseabunda de los políticos occidentales y de sus medios de comunicación. Como meros bustos parlantes, han tronado contra el imperialismo ruso; el vicepresidente de los EEUU, Dick Cheney, del que con lealtad se ha hecho eco el primer ministro británico, Gordon Brown, ha declarado que «la agresión rusa no puede quedar sin respuesta».

George Bush ha denunciado a Rusia por «haber invadido un estado vecino soberano» y por amenazar a «un Gobierno democrático»; semejante acto, ha insistido, «resulta inaceptable en el siglo XXI». ¿No serán éstos por casualidad los jefes máximos de los mismos gobiernos que en el año 2003 invadieron y ocuparon (con la colaboración de Georgia) el Estado soberano de Irak escudándose en un falso pretexto y con un coste de centenares de miles de vidas? ¿No son tampoco los dos gobiernos que impidieron un alto el fuego en el verano del 2006, mientras Israel pulverizaba el Líbano?

Después de toda la excitación que ha despertado la agresión rusa, a cualquiera le va a resultar difícil recordar que fue Georgia la que desencadenó la guerra con un ataque contra Osetia del Sur para «restaurar el orden constitucional»; en otras palabras, para tomar posesión de una zona que nunca ha controlado desde el hundimiento de la URSS. Tampoco ha habido, entre el escándalo que se ha montado por los bombardeos rusos, apenas nada más que unas brevísimas referencias a las atrocidades cometidas por las fuerzas georgianas contra ciudadanos en la capital de Osetia del Sur, Tsjinvali. Durante la semana pasada, más de 100 civiles han resultado muertos en la capital a manos de las tropas georgianas, junto con soldados rusos que trabajaban allí al amparo de un acuerdo de paz firmado en los 90. «He visto a un soldado georgiano lanzar una granada al interior de un sótano lleno a rebosar de mujeres y niños», manifestó el martes a los periodistas un habitante de Tsjinvali.

Puede que Georgia, como dice el ministro británico para Europa, Jim Murphy, sea «una pequeña democracia perfecta», pero tanto el actual presidente, Mijail Saakashvili, como su predecesor llegaron al poder gracias a sendos golpes de Estado con el respaldo de Occidente. Saakashvili recibió posteriormente el refrendo oficial para continuar en el cargo al obtener un 96% de los votos, antes de poner en práctica lo que el International Crisis Group ha descrito recientemente como un Gobierno «cada vez más autoritario», que el pasado mes de noviembre reprimió violentamente a los disidentes de la oposición y a los medios independientes de comunicación. Parece que «democrático» significa pro occidental.

El conflicto en torno a Osetia del Sur, que lleva mucho tiempo sin resolverse, así como el de Abjasia, la otra región de Georgia en disputa, es consecuencia inevitable de la desmembración de la URSS. Como en el caso de Yugoslavia, unas minorías que se sentían satisfechas con ir tirando en cualquiera de los lados de unas fronteras internas experimentan unos sentimientos diferentes en cuanto se encuentran en un lado de las fronteras internacionales de un Estado que no les gusta.

Estos problemas siempre serían muy difíciles de solucionar. Ahora bien, si se añaden la promoción que EEUU hace de Georgia como la posición más avanzada de Occidente contra Rusia en el Cáucaso; su empeño en meter a Georgia en la OTAN; el trazado de un oleoducto por su territorio, clave para el transporte del crudo del mar Caspio, con el objetivo de debilitar el control de Rusia sobre los suministros, y el reconocimiento, patrocinado por los EEUU, de la independencia de Kosovo, cuyo status había ligado explícitamente Rusia al de Osetia del Sur y Abjasia, el conflicto no era más que cuestión de tiempo.

Desde el hundimiento de la URSS, la CIA no ha dejado de mangonear en Georgia y este país se ha convertido bajo el Gobierno Bush en un satélite de EEUU. Las fuerzas armadas de Georgia reciben armas e instrucción militar de EEUU e Israel. Georgia tiene destacado en Irak el tercer contingente militar más numeroso, y de ahí la necesidad de que EEUU transportaran por vía aérea durante el fin de semana a 800 militares georgianos de vuelta a su país para combatir contra los rusos.

Los vínculos de Saakashvili con los neoconservadores de Washington son especialmente estrechos: el despacho de influencias encabezado por Randy Scheunemann, el principal asesor del candidato republicano a la presidencia, John McCain, ha obtenido unos ingresos cercanos a los 600.000 euros en pagos del gobierno georgiano desde el año 2004.

Sin embargo, bajo el enfrentamiento de la semana pasada late la determinación explícita y más ambiciosa del Gobierno Bush de reforzar la hegemonía global de los EEUU y de impedir toda la oposición en la zona de una Rusia en pleno renacimiento, un objetivo ya anunciado por Cheney cuando era el secretario de Defensa con Bush padre.

En la pasada década, la expansión de la OTAN hacia el Este ha llevado la alianza militar hasta las fronteras de Rusia. Han proliferado bases militares estadounidenses por toda la zona. Al mismo tiempo EEUU ha contribuido a instalar gobiernos clientelares contrarios a Rusia a base de una serie de revoluciones de colores y pretende colocar un sistema de defensa que claramente apunta a Rusia.

A todas luces, ésta no es una historia de agresión rusa sino de expansión imperialista de EEUU. A nadie le sorprenderá el hecho de que una Rusia más poderosa haya aprovechado el follón de Osetia del Sur para comprobar hasta dónde llegan esas ansias expansionistas. Lo que resulta más complicado de averiguar es por qué Saakashvili lanzó el ataque y si contó de algún modo con el aliento de Washington.

Si ha sido así, le ha salido el tiro por la culata. Por otra parte, a pesar de los esfuerzos que ayer hizo Bush por ponerse gallito, la guerra ha puesto de manifiesto los límites del poder de EEUU en esa parte del mundo. Mientras se respete la independencia de Georgia propiamente dicha, que estará mejor protegida si opta por la neutralidad, la cosa no tendría por qué terminar mal. La dominación unipolar del mundo ha restringido el espacio de la auténtica autodeterminación y hay que dar por bueno el retorno de alguna forma de contrapeso. Pero todo proceso de ajuste acarrea enormes peligros. Si Georgia hubiera sido miembro de la OTAN, el conflicto de esta semana habría corrido el riesgo de propagarse hasta niveles tremendos.

Eso habría sido aún más evidente en el caso de Ucrania, que ayer ya dio un aviso cuando su presidente pro occidental amenazó con restringir los movimientos de los barcos rusos que entran y salen de su base de Sebastopol. Como vuelva a plantearse un conflicto entre grandes potencias, lo más probable es que Osetia del Sur no haya sido nada más que un aperitivo de lo que está por venir.

Seumas Milne es columnista de The Guardian.

© Mundinteractivos, S.A.

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