Reggio’s Weblog

El escritor que murió de hambre, de Gregorio Morán en La Vanguardia

Posted in Cultura, Literatura, Sociedad by reggio on 28 febrero, 2009

SABATINAS INTEMPESTIVAS

La literatura española no es muy variada en muertes. Hay algunos suicidas; pocos, si tenemos en cuenta que es un oficio cuya singularidad asume cierto desquiciamiento. Algunos creen que eso revela la huella de la genialidad, pero no es cierto. Se han suicidado más escritores sin talento que geniales. Todo escritor, por esencia, es un tipo raro, porque si fuera normal se dedicaría a profesiones más sanas, seguras y acrisoladas. Muchos murieron en la cama, de viejos, y cuanto más idiotas estaban, más los celebraron. Luego figuran y desde hace mucho los académicos de la Real, que son gente que vive de la pluma -tomando esta en un sentido muy laxo- pero que por suerte para la literatura no viven de ella, aunque lo hagan parecer.

No recuerdo de ningún académico de la Lengua Española que se haya suicidado; primero porque son gente más consolidada que los bonos del Tesoro, y por si fuera poco, nada propensa al mal de amores, por razones de edad y patrimonio. Fueron famosas las inclinaciones hacia el lupanar y la timba de algunos de ellos, pero eso no mata a nadie. Hay algunos escritores, y grandes, que cayeron por excesos con el alcohol y las malas compañías sexuales, pero fueron muertes lentas, casi mansas y aceptadas. De miseria y abandono, muchos. Pero de hambre, lo que se dice de hambre, yo sólo conozco a Alejandro Sawa.

Las singularidades de nuestra historia, con el conservadurismo en dominante hegemonía -palabra finísima con la que aquellos que procedemos de la izquierda radical, espurios herederos de Gramsci, solemos designar al aplastante dogmatismo de la Iglesia católica española durante siglos-, ha consentido que en los libros de enseñanza de la literatura del siglo XX figurase el padre Coloma, modesto jesuita al que sus colegas de compañía volvieron tarumba, autor de auténticas bazofias de prosa alambicada, cursi y retorcida, como Pequeñeces y Jeromín, ilegibles hoy salvo para sadomasoquistas, y sin embargo no aparecen plumas que aún pueden leerse con placer y benevolencia. Por ejemplo, Alejandro Sawa, que no fue un gran escritor pero que sí consiguió páginas periodísticas notables, media docena de novelas valientes -alguna de ellas con pretensiones- y la adaptación teatral de una novela de Alphonse Daudet que obtuvo gran éxito, Los reyes en el destierro.

Hay escritores que sin ser grandes por su obra son sin embargo figuras de primer orden en el paisaje literario de un país. Alejandro Sawa es para la literatura española eso, una personalidad que exige ser estudiada, porque con él y su entorno está gran parte de la mejor literatura que se hará en España en el filo entre el XIX y el XX. Sevillano, seminarista en Málaga, aspirante a lo que fuera en Madrid, Sawa -curioso apellido, que nos remite al gran escritor de Trieste, Umberto Saba, y a un vago aire grecoturco de Salónica-Esmirna- va a recoger en su biografía elementos insólitos para nuestra apocada cultura finisecular.

Lo primero es que viaja, y no sólo a Soria, a Palencia o a Barcelona -donde estará en varias ocasiones-, sino a Londres, a Roma, a Spa. Importante Spa, porque esta decadente población belga que dará nombre a toda esa modernez que ahora toma su prestigio, era lugar de atracción, no especialmente por sus baños y jaleas, sino por su ruleta. ¡Oh, el casino de Spa! Alejandro Sawa, que apenas tendría un duro en toda su vida, se jugará los de todos los incautos matrimonios ricos que osaran creer sus brillantes exposiciones sobre el método infalible para hacer saltar la banca. Como Leopoldo Alas, Clarín, como tantos otros de su época, Dostoyevski sin ir más lejos, Sawa está mordido por la fiebre del juego.

Pero la ciudad por excelencia de su vida ha de ser París. La capital del mundo en el momento crepuscular de la bohemia; a punto de hacer una literatura de señores, y convertir a los autores en unos señores de la literatura. Lo que va a marcar de un modo indeleble la vida de Sawa va a ser la amistad, y hasta la camaradería y la complicidad, con uno de los grandes, Paul Verlaine. No es poca cosa verle todos los días en el café, hablar con él, compartir opiniones y borracheras, etílicas y de lo que fuera, porque ninguno hizo ascos a nada. Y quien dice Verlaine, debe añadir aquel mundo de la bohemia, que de alguna manera termina en él, por más que se prolongue en las grandes tertulias parisinas que tanta importancia habrán de tener en todos los campos de la creación artística hasta la primera gran guerra.

Pasar del duro y brillante París al frío de pana madrileño debió de ser duro, y más viniendo casado y con una hija. Pero al principio funcionó, y Sawa se convirtió en un habitual de los diarios y publicaciones capitalinas, con cierta notoriedad, resaltada por su aspecto imponente, hermoso y seductor; cachimba en boca, melena suelta y dos perros en traílla. Pero, entre que nuestro hombre se fue radicalizando y que siguió con las costumbres parisinas, su espacio se achicó. En un estudio a propósito de Sawa, Iris M. Zavala, que le reeditaría sin ningún éxito en 1977, escribió que «la nueva bohemia finisecular es un ´proletariado artístico´ de aguerridos combatientes», y es tan cierto como que sus condiciones de subsistencia estaban en la linde entre pobreza y absoluta miseria.

Desde 1905, la ceguera progresiva, que al año siguiente será total, convertirá a Sawa en un personaje patético, subsistiendo a base de sablazos y trabajos de negro literario, como los seis artículos que hará para Rubén Darío, que aparecerán en La Nación de Buenos Aires, y que este tendrá la desvergüenza de no pagarle. Su mujer, la borgoñona Jeanne Poirier -Santa Juana, para los amigos-, conseguirá algún dinero ejerciendo de comadrona, mientras Alejandro parece empeñado en hacer realidad la consigna que su amigo Valle-Inclán escribió en La lámpara maravillosa y que se había convertido en lema: «Poetas, degollad vuestros cisnes y en sus entrañas escrutad el destino». El de Sawa se exhibía más negro que la pez. Su último intento se redujo a tratar de publicar un libro, el resumen de su mejor obra periodística, que titularía Iluminaciones en la sombra y que no conseguiría editor. Empeñará todo lo que le queda para editarlo por su cuenta, pero necesitaba mil pesetas y él sólo consigue seiscientas. Le pedirá a Rubén Darío, recién nombrado ministro plenipotenciario en Madrid y que no le hará ni caso, esas cuatrocientas que le restan para la gloria. Será necesario que se muera y le metan entre tablas cajoneras -con tan mala fortuna, que uno de los clavos le rozará la sien y al muerto le correrá un reguero de sangre junto al rostro, impregnando la escena de un tono aún más tétrico- para que pueda llegar a la posteridad con la dignidad tronada de un proletario de la bohemia.

Valle-Inclán, que asistirá a esta última escena, con la viuda y la niña, se quedará tan impresionado que exigirá a Rubén el apoyo, y un prólogo, para la edición póstuma de las Iluminaciones en la sombra.Un libro sentido y retórico con páginas muy bellas, que acaba de reeditar, en magnífica edición, Nórdica Libros, con una introducción poco feliz de Trapiello. Pero la gloria de Alex Sawa -como le conocían los suyos- será dar vida al personaje más hermoso y sentido y valiente de las Luces de bohemia de Valle-Inclán: el inmortal Max Estrella.

Falleció el 3 de marzo, miércoles, de hace cien años. La primera biografía de Sawa digna de tal nombre apareció hace cuatro meses en Sevilla, gracias a la profesora Amelina Correa, editada por la Fundación Lara.

Ella cuenta que el día del entierro, la buena de Jeanne Poirier le cortó un mechón que se regaló a sí misma, porque cumplía 38 años. Fue un entierro de tercera, en un coche de tercera -con dos caballos- y una sepultura temporal -de tercera- en el cementerio civil de la Almudena. Costó 70 pesetas. Diez más que la colaboración que tenía en El Liberal, la única que le quedaba y que acababan de retirarle

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¿Quién es marroquí?, de Abdellah Taia en El País

Posted in Cultura, Derechos, Internacional, Libertades, Política by reggio on 21 febrero, 2009

Tras incluirlos en el programa de su próxima edición, el prestigioso Festival de Cartagena acaba de excluir a Nadia Yasín, hija del jeque Yasín, líder del movimiento islamista Al Adl wal Ihsan, y a Ali Lmrabet, periodista exiliado en España. Ninguno de los dos participará, pues, en los debates sobre Marruecos y su producción literaria e intelectual que tendrán lugar en tal ocasión. Como respuesta a tan inaceptable e incomprensible censura, Lola López Mondéjar, organizadora de los debates, ha dimitido del festival. Si escribo este texto es para apoyar su decisión y para anunciar mi retirada del Festival de Cartagena.

Lo menos que puedo decir es que estoy furioso. Y perplejo. Nunca hubiera creído posible semejante censura en un país democrático. Claro que 2009 es oficialmente el año de Marruecos en España. Pero de ahí a que un gran festival como el de Cartagena ceda a las presiones… ¿Y de quién, exactamente? ¿De las autoridades marroquíes? ¿De la Embajada de Marruecos en Madrid? ¿Y por qué?

En su defensa, el director del festival declaró la semana pasada en EL PAÍS que yo, Abdellah Taia, de 35 años, escritor y primer marroquí en asumir públicamente su homosexualidad, participaría según lo previsto y hablaría libremente de todo, incluyendo mi sexualidad.

¿Qué quiere decir todo esto? ¿Que el homosexual marroquí es bienvenido en España, pero no una mujer perteneciente a un movimiento islamista ni un periodista que ha tenido grandes problemas con las autoridades marroquíes? No puedo aceptarlo. No puedo dejar que me manejen así. No quiero que me concedan la palabra en detrimento de otros marroquíes. Si hablé de mi homosexualidad en Marruecos fue por una necesidad interior (y no necesité autorización ni bendición alguna). Fue, antes que nada, un combate por el acceso a la individualidad, y no solamente por mí.

Lo que echamos terriblemente de menos en Marruecos y nos impide avanzar, liberarnos, son, entre otras cosas, los debates contradictorios. Me refiero a los reales, no a esos debates para la galería que pretenden dar una falsa imagen de progreso y modernidad. Desgraciadamente, pese al excelente trabajo de algunos medios de comunicación (Tel Quel, Le Journal Hebdo, determinadas emisoras de radio, etcétera), este tipo de debate, cuando lo hay, no llega a todos los marroquíes. Y la decisión del Festival de Cartagena no va a contribuir a cambiar las cosas. Por otra parte, se trata de una decisión extraña. Nadia Yasín y Ali Lmrabet se expresan regularmente en los diarios marroquíes. ¿Por qué apartarlos ahora? Misterio. ¿Son menos marroquíes que yo? ¿Menos fashion, tal vez? ¿Más «peligrosos»?

En Marruecos no es fácil tomar la palabra. Sé de lo que hablo. Crecí en Salé, frente a Rabat, la capital, en una familia pobre y en la sumisión y el aislamiento totales. Era como si Marruecos tampoco me perteneciese a mí. Como si la sociedad marroquí no existiese. Nunca me enseñaron a hablar. Me dijeron que me callase: en eso consistía la buena educación. Día tras día, año tras año, me repetían que las paredes tienen oídos. Que nosotros somos los pobres. Eternamente. Me transmitieron una visión demasiado simplista de la religión. El verdadero credo era el miedo. Miedo para toda la vida. Miedo para no salir nunca de la miseria ni de la ignorancia. Ese miedo que paraliza, mata y te prepara para la autodestrucción o el extremismo.

En Marruecos hablar es un lujo. Aquellos que pueden, tienen la responsabilidad de hacerlo por los demás, la responsabilidad de denunciar, de abrir el debate. Sorprender, provocar… Sólo así se puede cambiar el mundo y obtener derechos; ser dueño de uno mismo por fin.

En Marruecos oía a menudo cómo anatemizaban a éste o aquél por una supuesta traición al país y a sus ideales. Solía oír este tipo de frases: «No es marroquí. Nunca lo fue y nunca lo será». Hoy se oyen también, y cada vez más, frases como ésta: «No es musulmán, no es un buen musulmán». ¿Un impío, entonces? Desgraciadamente, ciertos intelectuales y artistas profieren también estas peligrosas negaciones que desvían la atención de los verdaderos problemas y no ayudan al marroquí a levantarse para gritar, para existir.

En mayo de 2007 oí esos mismos juicios escandalosos referidos a dos hermanos que cometieron un doble atentado suicida en Casablanca. Tras vagar durante casi dos días por las calles, saltaron por los aires no muy lejos del consulado norteamericano. No mataron a nadie. Sólo a sí mismos. En el colmo de la desesperanza en la que vive desde hace demasiado tiempo la juventud marroquí. Fue un grito desde el corazón, desde las tripas. Un llamamiento a la sociedad marroquí. No fue escuchado. Seguramente estimamos que no era culpa ni responsabilidad nuestra. Normal: esos dos hermanos «no eran marroquíes». ¿Verdad?

¿Quién lo es entonces?

Abdellah Taia es escritor marroquí.

Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

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Todo sobre Eva y Mankiewicz, de Gregorio Morán en La Vanguardia

Posted in Cultura, Sociedad by reggio on 14 febrero, 2009

SABATINAS INTEMPESTIVAS

Ya sé que es una batalla perdida, pero el cine hay que verlo en los cines. Una de tantas paradojas que vivimos con la mayor tranquilidad es el cierre de las salas de proyección, lo que vulgarmente siempre llamamos cines. Hay ciudades que se enorgullecen de tener museos, carísimos museos que la gente piensa que deben pagar otros, y no ellos, y faraónicos palacios para la música y demás saraos postineros. Sin embargo, no les llama la atención, hasta el grito, que no tengan ni un maldito cine donde disfrutar, como no sea yéndose a esas perreras de lujo para consumidores aburridos que acechan en las afueras de las ciudades. Aun consciente de la derrota, cuando supe que la Filmoteca de Catalunya programa para los próximos días varios visionados de Eva al desnudo sentí la obligación de hacer mi modesto homenaje a Joseph L. Mankiewicz, uno de esos directores imprescindibles. De los que se puede decir que forman una cinematografía. Ocurre en excepcionales ocasiones también con la literatura, que basta leer meticulosamente a un gran escritor para decir con autoridad que uno ya sabe de qué va eso. Pero en el cine es más infrecuente. A la falta de cines cabe sumar la plaga de los masturbadores fílmicos, los del placer solitario.

Hay gente que ha descubierto el cine al tiempo que empezó a acumular DVD de películas famosas; algo tan singular como si la pasión teatral le llevara a coleccionar textos y desdeñar las representaciones. Hagan la prueba; pongan el DVD de Eva al desnudo en su casa, con las pausas que les peten para tomarse una copa, para orinar, e incluso fumarse un veguero, durante las 2 horas y 13 minutos de proyección. O vayan a verla en la horrenda sala de la Filmoteca de Catalunya. Si no notan la diferencia, sigan coleccionando CD en la confianza que les gusta el cine del modo similar a la filatelia. ¿Se echan al coleto dos veces al año Rocco y sus hermanos?¿Pasan todas las Navidades las cuatro horas de la Cleopatra de Mankiewicz? Son cinéfilos de latas de conservas, de esos que dicen tengo un catálogo con trescientos títulos. Una biblioteca bien surtida consiente echarle una ojeada al capítulo X de la segunda parte del Quijote, o a los monólogos de Setembrini en La montaña mágica, puestos en plan pedante. ¿Pero con el DVD doméstico, cómo visionar el octavo plano de la secuencia 42? Si quieren tener latas de conservas, que las tengan, es coleccionismo, dignísimo, pero coleccionismo: cualquier relación con la cinefilia es casual.

No creo que haya película más elocuente que Eva al desnudo para tratar de las diferencias entre cine y teatro, entre lo viejo y lo nuevo, entre la ambición y la representación, entre el talento y la perversidad; incluso entre la sensibilidad femenina y la vanidad masculina en torno al arte. La historia de una actriz, Eva Harrington, de irresistible ambición y demoniaco talento. El título original fue el de Todo sobre Eva (All about Eve), pero ya se sabe que una de las aportaciones de las distribuidoras españolas fue la de echarle imaginación, y lo del desnudo de Eva les debió de parecer una tentación. A los italianos les dio por la dialéctica y la titularon Eva contra Eva.Quien aún no la haya visto tiene una laguna cinematográfica inmensa que puede sortear en la Filmoteca de Catalunya. Y todo gracias a esa benigna pesadez de los aniversarios que tanto nos ayudan a no pasarnos el día mirándonos los ombligos. Esta misma semana hubiera cumplido cien años Joseph L. Mankiewicz, de quien se podía decir con el sarcasmo y la brillantez de sus diálogos que fue uno de esos animales raros y contradictorios -el cerdo, por ejemplo, tan amado por los cristianos como detestado por los musulmanes- de los que se aprovecha todo. Odiaba la mediocridad y la estupidez, lo que tiene gran valor tratándose de un periodista que tardó bastante en dejar la profesión y dedicarse al cine; gremio donde, a esas dos plagas profesionales, debía sumarse algo específico del mundo cinematográfico: la ambición obsesiva por la gloria, el éxito y la fama.

No hay faceta de Mankiewicz que no haya sido tratada y desarrollada hasta en sus matices más ínfimos. Conoció, dirigió y ayudó a triunfar a todas las grandes leyendas del cine, Marlon Brando, Rex Harrison, Katharine Hepburn, Gregory Peck, Henry Fonda, Liz Taylor, Montgomery Clift, Frank Sinatra, Humphrey Bogart, Ava Gardner… Hasta la novata Marilyn Monroe, que hará en esta Eva al desnudo que les invito a volver a ver uno de los papeles de simple con ambiciones que tanto juego le darían en la vida. Adaptó a Shakespeare y sobre todo a escritores mediocres que se convirtieron, por su mano de guionista, en paladines del talento cinematográfico. Fue todo un carácter durante los vergonzosos años del maccarthismo y la caza de brujas, cuando se enfrentó al patriota Cecil B. de Mille. Tenía una cultura sólida y sabía escribir, dos particularidades que en el mundo del cine, muy fragmentado por razones de industria, no suelen coincidir. Los guiones de Mankiewicz -como los de su hermano mayor, que había escrito el de Ciudadano Kane para Orson Welles- están tan bien construidos que parecen dirigirse al teatro, y las películas tan bien engarzadas, secuencia a secuencia, que alcanzan el virtuosismo; Cleopatra,sin ir más lejos.

Ya sé que está todo dicho sobre Eva al desnudo, incluso hay un libro del crítico norteamericano Sam Staggs consagrado al filme y traducido al castellano. Por si fuera poco, acaba de publicarse en T& B Editores una detallada biofilmografía, obra del barcelonés Christian Aguilera, dedicada a Mankiewicz, elocuente y minuciosa, cuyo único reproche sería el del subtítulo: «Un renacentista en Hollywood». Un tópico que me remite a aquel sarcástico comentario del Mankiewicz ya viejo: «Comparados a los productores de hoy, Zanuck y demás eran unos Medici». Sin duda un personaje insólito por su talento en la gran fábrica de mentiras que fue el Hollywood de su época, algunas tan geniales que merecieron convertirse en verdad, como fue su caso o el de Orson Welles.

Y no es banal que traiga a colación a Welles hablando del director de Eva al desnudo, porque hay entre ambos una familiaridad intelectual, creativa. No sólo la que otorga la genialidad, sino el modo en que se trata el poder, la gloria, la amistad y ese motor vital que constituye una ambición insaciable, unida al talento, como explicará en una secuencia digna de incorporarse a los parlamentos de Shakespeare un George Sanders emérito en su grandeza de canalla.

Merece la pena revisitar Eva aunque sólo sea por ver la interpretación de dos secundarios que llenan la pantalla cada vez que aparecen -George Sanders, en su papel de crítico teatral golfo, y Thelma Ritter en el de ayudante «sindicada y para todo» de la estrella Davis-.Y qué decir de la espléndida fealdad de Bette Davis iluminada por dos ojos deslumbrantes. De los seis Oscar que concedieron a Eva, el único que se llevó un actor fue para George Sanders, un hombre tan inteligente que fue capaz de vivir con la mujer más despampanante y estúpida del cine norteamericano, Zsa Zsa Gabor, y no sólo no murió en el intento, sino que se lo tomó con tanta calma que aún pasó mucho tiempo antes de envenenarse en un hotel de Castelldefels.

Joseph L. Mankiewicz no se suicidó como Sanders, al que admiraba por su sorprendente cultura y su gozo de vivir mientras la vida mereció la pena. Ni se mató con alcoholes de 45 grados como hizo su segunda mujer y su adorado hermano mayor, Herman, al que debía mucho de lo que era. Joseph L. Mankiewicz escogió su manera de retirarse. Después de hacer un filme perfecto con dos actores perfectos -Laurence Olivier y Michael Caine- que se llamó La huella, se metió en Bedford, cerca de Nueva York, dejando una de esas sentencias suyas que parecen perfectamente escritas para que alguien las incorpore a una gran película: «A veces me pregunto si soy uno de los más prestigiosos pilares del cine, como dicen algunos, o una de sus putas más relevantes». En Bedford pasó los últimos veinte años de su vida; algún viaje, ninguna entrevista. Dejó escrito en Eva al desnudo el que hubiera podido ser su epitafio: «Todo se puede fingir». Incluso la muerte, añadimos nosotros. Joseph L Mankiewicz sigue vivo.

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El prerrománico como aviso, de Luis Arias Argüelles-Meres en La Nueva España

Posted in Asturias, Cultura, Memoria by reggio on 12 febrero, 2009

¿Acaso sería plausible pensar que situarse en el Naranco como atalaya para contemplar Oviedo vendría a ser –mutatis mutandis- algo que tiene innegable similitud con el famoso episodio de La Regenta en el que don Fermín de Pas, con la ayuda de su catalejo, avista esa Vetusta a la que considera dominio suyo? ¿No es el Naranco la ubicación ideal y preferida para todo aquel que quiera disfrutar de la observación de Oviedo a vista de pájaro?  ¿Por qué se dará, además, la circunstancia de que ambas cosas, el Prerrománico y la novela clariniana son, sobre todo, las pruebas palpables  más inequívocas de la Asturias que, muy de vez en cuando, tuvo la dicha de incurrir en universalismo? ¡Cuántas miradas confluyentes en Oviedo desde el Naranco! ¡Cuántas búsquedas de ese edificio, de esa calle, de ese rincón, tan omnipresentes en las biografías de quienes quisieron abarcarlos desde esa distancia mágica que el monte vetustense brinda! Y es el hecho que, entre todas las escandaleras a las que venimos asistiendo, un día salta la noticia del abandono tan preocupante que sufre San Miguel de Lillo, con una humedad que supone una amenaza más que inquietante para un monumento que es una de las principales joyas del patrimonio cultural de Asturias. No me corresponde entrar en cuestiones técnicas en torno a lo que procede hacer con urgencia. Pero, desde la indignación, no puedo dejar de preguntarme cómo es posible que hayamos alcanzado tal estado de desidia con respecto a nuestra riqueza artística. ¿No es ya, cuando menos atípico, que, al lado de otro monumento tan importante como San Julián de los Prados haya una autopista y que gran parte de su entorno lo abofetee estéticamente? ¿No es desquiciante que, tras discusiones bizantinas como aquellas trillizas calatraveñas, que, con el dispendio con que se actúa en muchos de los chiringuitos de poder del Gobierno autonómico, un día nos encontremos con el abandono de San Julián de los Prados, y otro, semanas después, con el estado en que se encuentra San Miguel de Lillo? ¿En qué se están gastando los sagrados dineros públicos? ¿En qué se están empleando las energías de los debates en nuestra tierra? Miren, es obvio, demasiado obvio, que aquí las responsabilidades no están igualmente repartidas. Pero, siendo esto así, no basta con el dedo acusador que señale a quienes están al cargo, oficialmente, de ello. Hay que ir mucho más allá, habría que haber ido. Antes de dar la voz de alarma, sería obligación de todos conocer el estado de la cuestión y denunciar antes de que la ruina apodere a nuestros monumentos, y, con ello, a nosotros, en tanto sociedad y pueblo. ¿Qué es lo que está ocurriendo en esta Asturias nuestra, que maltrata al medioambiente, que crea chiringuitos sin cesar, que la oposición política, en la mayor parte de los casos, ni está, ni se le espera, ni sabe, ni contesta? ¿Alguien en la Asturias oficial se ha tomado la molestia de pensar en el verdadero significado del monte Naranco y sus monumentos? ¿Hay algo más imprescindible que eso para ser conservado? Monumentos prerrománicos, testigos de un universalismo que nos consuela cuando vemos tanto localismo, cuando vemos tanto discurso de campanario. Monte Naranco, mucho más que una geografía, mucho más que esa atalaya a la que tantos y tantos nos hemos asomado en multitud de ocasiones. Mucho más que las vivencias acumuladas. La intrahistoria, en el sentido unamuniano, y la historia artística se dan la mano y se citan. Y, sin embargo, la Asturias oficial sólo se ocupa de ello cuando tienen que acudir como bomberos, cuando el aviso de peligro nos conmociona a todos. Hay algo mucho peor que perder el tiempo, y es perder, por inconsciencia y por incompetencia, aquello que con mejor estética da cuenta y atestigua eso a lo que seguimos llamando historia, tan nuestra y tan universal. Todo lo demás son bravuconadas de chigre, mezquindades y villanías, eso sí, hinchadas y aumentadas con un discurso megalómano que entre nosotros recibe el nombre de grandonismo. Retórica de campanario, y, mientras tanto,  el Prerrománico desasistido. ¡Cuán satisfechos han de sentirse algunos!

Quién mató al marqués de Sargadelos, de Gregorio Morán en La Vanguardia

Posted in Asturias, Cultura, Economía, Historia by reggio on 7 febrero, 2009

SABATINAS INTEMPESTIVAS

Uno de esos curiosos enigmas de nuestra historia es la invención de la Ilustración, o para ser más benignos con nuestro pasado, la búsqueda de nobles y letrados que se dedicaron con escaso éxito a iluminar a una población sembrada, abonada y esquilmada por la Iglesia regular y las órdenes religiosas, con la entusiasta colaboración de una buena porción también de nobles y letrados. Dentro del florilegio de figuras no hay región de España que no tenga su ramito de notables cuyos esfuerzos, en general baldíos, constituyen no obstante un fascinante objeto de estudio; muy iluminador sobre nuestras limitaciones siempre y cuando el historiador de las ideas no se incline por esa obsesión de convertir a virtuosas mediocridades en exaltados forjadores de futuros.

En España y muy especialmente en Asturias esto resulta una evidencia al tratar la figura de Jovellanos, en mi opinión uno de los hombres más interesantes del volcánico tiempo que le tocó vivir, pero cuyo interés nos ayuda tanto más en sus limitaciones, en sus frustraciones y en sus fracasos, que en sus ideas, proyectos y análisis. Reconozco que hay pocas cosas más aburridas y deprimentes que haber sufrido durante muchos años el agotador goteo de jovellanistas de derechas, de izquierdas y últimamente de centro. En Asturias los discípulos y albaceas de Jovellanos forman legión en las más curiosas ramas del saber y del no saber, y todo por espurias razones que no es el momento de desvelar, pero que están ligadas al grandonismo del país. De tal modo, que se podría encontrar una línea de pensamiento (por llamarla de alguna manera) que partiendo de Don Pelayo pasa por Jovellanos y muere con Clarín y sus colegas de la autodenominada Atenas del Norte; una especie de chigre, que dirían los sarcásticos locales, donde se ampliaban los estudios universitarios.

He escrito y reiteradamente sobre Jovellanos en este periódico, y creo que he explicado ya lo suficiente mi particular visión de este prohombre, auténtico paradigma de las bondades y las limitaciones de nuestra Ilustración, cuyo rasgo no sé si definitorio pero sí el más significativo es que todos y cada uno de ellos, salvo muy contadas excepciones, eran auténticos meapilas, siervos de la Iglesia y de sus capellanes en una época en la que el progreso en cualquiera de los campos pasaba por la ruptura con ese canon tradicional y retrógrado.

La Ilustración libresca española tiene en mi opinión escaso valor, por más que tenga mucho mérito. Sin embargo hay una figura que no aparece en los estudios de los historiadores que consideramos clásicos de nuestra Ilustración y que a mí me parece probablemente el más interesante de nuestros ilustrados, un tanto tardío ya que nació en 1749 y no llegó a cumplir los sesenta años porque lo mataron a garrotazos, patadas y cuchilladas las buenas y muy religiosas gentes de la villa de Ribadeo en 1809, exactamente el lunes hizo doscientos años.

El linchamiento del marqués de Sargadelos es uno de esos acontecimientos históricos que iluminan, valga la ironía, lo que los italianos denominaron Iluminismo y nosotros Ilustración. Antonio Raimundo Ibáñez, marqués tras muchos vericuetos de Sargadelos, población gallega cercana a la costa cantábrica, es un espécimen que bien hubiera merecido más de una biografía. La única que conozco está escrita por una de esas lumbreras locales, eruditas y reaccionarias, J. A. Casariego, que se enseñoreaban de la teoría y la práctica académicas en el Oviedo de mi adolescencia.

La peculiaridad del futuro marqués de Sargadelos es que nació discreto, en familia de escribano -hoy diríamos, casi notario- y que no estudió en la universidad por falta de medios, aunque de poco le hubiera servido la de Oviedo que le correspondía, puesto que había nacido en Santa Eulalia. Llegó al monasterio de Villanueva de Oscos, regido entonces por la orden de San Bernardo, ya leído en su casa. Hay que conocer la zona asturiana de los Oscos para tener una vaga idea de lo que debía de ser aquello a mediados del siglo XVIII. Baste decir que la patata entra por entonces en la alimentación y que el sistema de vida, o de supervivencia, se mantenía prácticamente inmutable desde la Edad Media. Estudios recientes precisan que el mundo asturiano, y más en una zona como los Oscos, vivía con varios siglos de retraso con la España capitalina.

El mérito de Antonio Raimundo Ibáñez va a ser desplazarse a Ribadeo y dedicarse al comercio primero y a la industria luego. Algo tan insólito como aprovechar sus buenas relaciones con la Corona y en concreto con el arma de Artillería para hacerse proveedor y fabricante. Creó una herrería, una fundición de hierro colado -tenía un alto horno de carbón vegetal- y una fábrica de loza, la más importante de España, que tras su asesinato se fue al demonio y que en tiempos modernos ha sido recuperada. Tenía pensada una industria del vidrio y otra textil, que no logró concluir. Se le consideró el primer importador de lino de Rusia, de hierro de Suecia, de ollas de Burdeos y de bacalao de Terranova.

No hace falta decir que se casó bien, con doña Josefa López Acevedo, y que alcanzó la categoría de inspector general de Artillería, y que construyó su mansión en Ribadeo, pero que la Iglesia y la nobleza local le prepararon el terreno para que fuera acusado de todo. Gozaba de una notable cultura y no menos notable biblioteca. De poco le valió formar parte de la Junta de Defensa contra los invasores napoleónicos, porque hubo de firmar la paz cuando ocuparon la villa, y cuando se fueron, ay, cuando se fueron. La turba animada por los eclesiásticos lo consideró el principal afrancesado y coló la brillante idea de tesoros guardados en su casa. La asaltaron y a él le sacaron y le fueron dando mamporros y cuchilladas hasta que acabaron con su vida, ante su mujer y su hija. Luego vino la leyenda y se inventaron las mil historias del marqués de Sargadelos, pero lo cierto es que le mataron por moderno. ¡A quién se le ocurre montar fábricas en Sargadelos! Lo demoniaco no era la explotación del hombre, sino la llegada del demonio de la industria.

Aquel empresario que no había salido de la nobleza ni de la clerecía empezó comerciando con lo que había -aceite, vino, aguardiente, hierro y lino-, se lanzó a la industria y sufrió por ello un auténtico calvario desde 1798, cuando se levantan contra él todas las fuerzas vivas y moribundas de la zona. El paso de una sociedad agraria a una industrial puso en pie de guerra a nobles y prelados. Llegaba el mal y ese mal era mucho más peligroso aún que la letra impresa y la cultura, porque este era irreversible.

El linchamiento del marqués de Sargadelos el 2 de febrero de 1809 es como un símbolo de la utilización del patriotismo para pagar las cuentas de la modernidad; matándole a él se eliminaban muchos males, entre otros, la civilización, la cultura y la libertad. Pero había más, y es que casos como el de Sargadelos ilustran sobre el complejo carácter que tuvo esa guerra contra los franceses, en la que el elemento dominante era el mantenimiento de la tradición que acabaría apagando y castigando a las fuerzas que luchaban por la libertad y el progreso (¿se puede aún seguir escribiendo esto sin que los posmodernos se descojonen?). Los sectores populares que encabezados por nobles y curas de aldea se alzaron patrióticamente contra los franceses y los afrancesados serían los mismos que traerían al rey felón -Fernando VII- y que gritarían «¡vivan las caenas!», por allí, y «lejos de nosotros la funesta manía de pensar», por acá.

Quizá por eso siempre he creído que la defensa incombustible de Jovellanos, el no reconocimiento de sus agobiantes limitaciones como pensador, como escritor y como político, nos sitúan en ese acoquinado posibilismo que termina siempre tan adaptado a las circunstancias que es inseparable del conservadurismo. En la arrogancia de Ibáñez, el de las fábricas de Sargadelos, hay elementos para debatir. Por eso lo lincharon; no por rico, sino por moderno. Porque los señores siguieron siendo exactamente los mismos después de incitar al linchamiento. Incluso me consta que, pasados muchos años, han sido sus más conspicuos festejadores.

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La verdad, en paro, de Manuel Hidalgo en El Mundo

Posted in Cultura by reggio on 7 febrero, 2009

LA BALSA DE LA MEDUSA

Cuando el periódico quiere y se pone, a alternativo no le gana nadie. El provisional sustractor de un Goya obtuvo por su hazaña la portada del diario, mucho más que lo obtenido por la propia gala de los premios. El secuestrador del trofeo tenía una intención necesaria e inédita: denunciar el sectarismo, el nepotismo y la subvenciones del cine español. Hechos probados, causa justa.

Los que roban a los ricos y a los bancos -con guante blanco- siempre han contado con las aclamaciones del pueblo. Hay robos simpáticos. Tú mismo puedes llegar a identificarlos siempre que no seas la víctima del robo.

«La propiedad es un robo», ya lo dijo Proudhon, aquel socialista utópico cuyas enseñanzas deberían incorporarse a las propuestas editoriales de los periódicos liberales. La víctima del hurto transitorio, el cineasta Albert Solé, ha logrado menos espacio informativo que el descuidero. Bah, tenía menos que decir, bobadas típicas de los artistas vanidosos y paniaguados: que si le había dado un subidón el premio, que si quería enseñárselo a su hija Nada serio, comparado con la denuncia firme y la libertad de expresión -dice el tío- del crítico en paro después de su noche de copas, tras la que, una vez recuperado, continuó su imprescindible y valerosa cruzada manteniendo un encuentro digital en traje de faena. O sea, embozado.

La propiedad cultural es otro robo. Eso no lo dijo Proudhon, porque vivió en otros tiempos. Hoy lo vería clarísimo, como lo ven los piratas que se bajan películas y discos de la Red. Alternativo, sí, pero coherente, el periódico dedicó espacio a las poderosas razones que tienen los piratas para dejar sin trabajo a quienes producen las obras cuyos derechos roban. Rectifico: prefiero decir «obvian», no vaya a ser que, vista la respetabilidad que están cogiendo, me lleven a los tribunales y palme. La pringada presidenta de la Academia les dedicó una hostil línea de su discurso, y era también necesario que -no gozando del privilegio de la televisión pública- los piratas pudieran explicarse y contraatacar con más detalle.

Y ahora viene lo bueno. Los piratas aclaran que ellos -no se vayan a creer- no tienen interés por el cine español, esa mierda.¡Lo que faltaba para el duro! Te arrean un mamporro en la cabeza, te hacen una brecha y, cuando pones la denuncia, el agresor se burla de ti ante el juez: pero si tú no tienes media bofetada, capullo, si yo sólo le arreo a Supermán.

Los usuarios de internet, cuando se ponen el antifaz de piratas, no es probable que aborden Camino en masa. Ni Ciudadano Kane, para qué nos vamos a engañar. Lo suyo está entre Dos colgaos muy fumaos y Piratas del Caribe 17 (El prólogo) -todo queda entre profesionales del ramo-, o sea, el tipo de películas para niños y adolescentes que desplaza al cine español -y a casi todos- de los 10 primeros puestos de la lista de películas más taquilleras.

Los Goyas no se dan «a los mismos». Ese 93% de lectores que opina tal cosa no sabe. En 23 ediciones se han premiado películas de 17 directores distintos. La verdad sí que está en paro.

© Mundinteractivos, S.A.

Tiempo de bufones, de Moncho Alpuente en El País de Madrid

Posted in Cultura, Política, Religión by reggio on 4 febrero, 2009

En la esquina del teatro Alfil de la calle del Pez cuelga todavía la muestra del penúltimo espectáculo de Leo Bassi, La Revelación, un montaje darwinista sobre la evolución y la religión que instigó la rebelión airada y criminal de un grupo de iluminados que trataron de hacer una pira del teatro para que ardieran en ella, el autor, actor, y su público. Bassi se adelantaba al centenario de Darwin y reflexionaba, ácido y lúdico, sobre la historia de una religión que bajo el lema fraternal del «Amaos los unos a los otros» desató odios eternos y guerras inmisericordes. Por supuesto, los fanáticos incendiarios no habían visto la obra, gravemente peligrosa, como rezaban las calificaciones morales de los films en épocas no tan pretéritas, para sus presuntas convicciones religiosas.

En este mes de enero, cruel e inhóspito, crítico y terrible, amenizado por la danza de los espías en las alcantarillas sobre las que gobierna y desgobierna Esperanza Aguirre, Leo Bassi ha vuelto por donde solía con un nuevo espectáculo en el que pasa revista a las utopías perdidas y los sueños rotos del siglo XX, cambalache problemático y febril que cantara Discépolo, una centuria en la que el internacionalismo y la solidaridad entre los pueblos nacieron para sucumbir bajo el peso de los nacionalismos y los totalitarismos azuzados por los estados y bendecidos por las religiones. Sobre los sueños rotos y las pesadillas que ocuparon su lugar, Leo, el gran bufón, apátrida y cosmopolita, levanta a diario el tinglado de su farsa filosófica y clownesca en la que no deja títere con cabeza, porque los títeres no tienen cabeza y solo responden ante el que mueve los hilos de la enrevesada trama. Bassi inicia su diatriba sentado junto a un cochecito en el que se supone que reposa el bebé furioso de la FAES, a punto de transformarse en el joven receptor de las epístolas que José María Aznar le endilgase en un libro tan olvidable como prescindible, pura monserga neocon que hoy suena más anacrónica que nunca y sobre la que Leo ironiza y reflexiona en voz alta, clara y rotunda.

El reclamo del anterior espectáculo de Bassi que campea en la esquina del Alfil tiene la silueta de un pez con cuatro patas que lleva inscrito en el lomo el nombre de Darwin, un icono de la evolución y un recuerdo de la involución de aquellos meapilas pirómanos cuyo parentesco con los primates, por mucho que lo rebatan, se hace patente en sus expresiones y en sus actos. La Revelación no era precisamente un espectáculo blasfemo, sino todo lo contrario, pero ya se sabe que la reflexión no es el fuerte de las ultramontanas turbas bendecidas que, una vez confesadas y comulgadas, salen a la calle, y atacan al hombre. Tampoco hay nada de blasfemo en ese autobús que plantea la probabilidad de que Dios no exista. Tal y como van las cosas de este mundo, cualquier Dios decente hubiera presentado su dimisión para no hacerse responsable del cotarro. Que un Dios omnipotente y omnisciente pueda consentir o apadrinar la sinrazón globalizada y el caos galopante del planeta es tema que debe preocupar a los teólogos y confundir a los creyentes de buena fe.

A pocos metros del teatro Alfil tiene su morada la presidenta Aguirre, reina autonómica que no hace mucho reclutó para su corte a otro bufón de altura para que regentara los polémicos teatros del Canal antes de privatizarlo. Bufón emérito, hoy desactivado en la nómina burocrática. Albert Boadella, el gran provocador, el insumiso, otrora azote de políticos y reventador de epopeyas nacionalistas, ha querido situarse del otro lado del escenario y comulgar con esta inmensa y nutritiva rueda de molino que le ofreció en su día la polémica presidenta como muestra de liberalidad y para hacerse una coartada a la medida. El puesto de bufón de la corte de Esperanza lo ocupa sin duda Güemes, el de los encantos, atildado y desmelenado consejero de la sanidad pública y de la insania generalizada, mientras Boadella goza de las mieles de una confortable poltrona. Tiene derecho a descansar de sus ajetreos y vagabundeos el ilustre cómico y es muy probable que dirija con sentido común y ajustado al presupuesto el negocio teatral, pero es posible que en su fuero interno eche de menos volver a la palestra en estos días bufonescos, en este escenario de conjuras de sainete, para sacarle jugo hasta la médula, a su estilo, a la desaforada comedia de los despropósitos parapoliciales, a la gran parodia que se representa en los bajos de la Comunidad. Menos mal que nos queda Leo Bassi.

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Añoranza del ‘¡No a la guerra!’, de David Gistau en El Mundo

Posted in Cultura, Política by reggio on 3 febrero, 2009

AL ABORDAJE

Suspense, emociones, conflicto y personajes. Para el zapeador de televisión, ayer era más fácil encontrar cumplidas estas promesas del cine en el partido del Sporting que en la gala de los Goya. Los actores buscaron pasiones vindicativas con las que ejercitarse, tales como la tabarra de la piratería, que no vale un «¡No a la guerra!»: contra un negrito que vende dvd’s en el Metro no puede la conciencia ponerse igual de estupenda que contra Bush. Pero lo cierto es que la relación clientelar con el poder les tiene interrumpida la segregación de bilis y así, tan vacías de contenido político y de abajofirmancia, las reuniones de actores se convierten en una cuchipanda onanista que debería empezar con la inmortal frase de Torrente: «¿Nos hacemos unas pajitas?». Para futuras ediciones, que la gala la presente Aznar, y los actores subirán al atril como saliendo de toriles en vez de amansados por el ingenio menestral de esa Carmen Machi que parece pensada para cantar coplas al tender la ropa y que ya cursó su petición de ingreso al club leyendo el manifiesto por Palestina en la última salida urbana. Y ahí la tienen, incluida en el reparto de la secta que anula con ferocidad a cualquier creador que no se avenga al sometimiento ideológico. Hecha toda una intelectuala y una presentadora fetén a pesar de las carencias y del intento fallido de implantarle una prótesis de lo que los cronistas llaman glamour con cara de decir yogur.

La expectación política es algo que los propios actores crearon cuando se atribuyeron la misión de castigadores morales. Pero como sólo reaccionan contra el PP, y el gobierno de los suyos es intocable, decidieron fingir que no existen los casi cuatro millones de lunes al Sol aunque fuera a costa de pasar por frívolos endogámicos que, sin que proteste la conciencia, pasean modelitos de Dior aun con lo que cae fuera de su minifundio subvencionado, mantenido entre otras cosas por esos pizzos sicilianos a las televisiones y a los contribuyentes que Vasile llamó ayer «impuesto revolucionario». Y lo peor es que el compromiso selectivo ni siquiera obtiene siempre las recompensas que esperaba. Que se lo pregunten al enojadísimo José Luis Cuerda: tanto mover la ceja, tanto llamar «turba de imbéciles» a los votantes del PP, tanto esforzarse por diseñar, con Los girasoles ciegos, la perfecta película de Régimen a la que no le falta un solo tópico maniqueo ni un matiz revisionista, para al final sólo cazar la calderilla de un triste Goya sobre quince posibles. Buen vasallo si tuviera buen señor, pensará de sí mismo este Cuerda de ceja mal pagada.

© Mundinteractivos, S.A.

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Inmigración y cohesión social, de Montserrat Guibernau en La Vanguardia

Posted in Cultura, Derechos, Economía, Laboral, Sociedad by reggio on 29 enero, 2009

La inmigración representa el 15% de la población catalana. De 5 millones de extranjeros en España, 1.097.966 viven en Catalunya. Aunque la inmigración ha contribuido a dinamizar la economía y ha supuesto un fuerte incremento del PIB, cada día es más evidente que plantea serios retos en términos de cohesión social; una cuestión que preocupa profundamente a los países occidentales convertidos en destino de un contingente de inmigrantes de procedencia diversa en busca de mejores condiciones económicas, escapando de la miseria, la guerra o la persecución.

En Francia, Reino Unido, Holanda o EE. UU. han surgido comunidades étnicas cerradas, aisladas de la cultura social y política dominantes. Son comunidades definidas por la pobreza, la exclusión social y el resentimiento que, en algunas ocasiones, ya ha desembocado en violencia; por ejemplo, en las banlieues de París, y en Birmingham, en el Reino Unido.

Cuando en Catalunya nos planteamos cómo mantener la armonía social en una sociedad en transformación es útil examinar algunas políticas desarrolladas en otros países pioneros en la recepción de inmigrantes y la gestión de la diversidad cultural y étnica. Citaré tres modelos distintos: el «contrato laboral limitado», la asimilación y el multiculturalismo.

En los sesenta, Alemania y Austria optaron por contratar inmigrantes por un periodo de tiempo limitado para hacer frente a la escasez de mano de obra tras la Segunda Guerra Mundial. El «trabajador invitado» (Gastarbeiter)era un miembro «temporal» de la sociedad de acogida y su integración no se planteaba. Pero cumplido el contrato, decidieron quedarse y continuaron siendo percibidos como «temporales», creándose una brecha en la cohesión social de estos países, donde comunidades paralelas siguen coexistiendo sin llegar a integrarse. Francia apostó inicialmente por la asimilación, de forma que la aceptación del ideal republicano, la cultura y la lengua francesas garantizaban la bienvenida a los inmigrantes. También EE. UU. optó inicialmente por la asimilación a una cultura dominante definida por el «credo americano» -lengua inglesa, cultura anglosajona y gran influencia de la religión protestante- como mecanismo de integración. La asimilación de italianos, irlandeses o polacos, entre otros, respondió a este proceso.

En los ochenta se extendió el multiculturalismo como modelo ideal para regular la relación inmigrantes-autóctonos. Francia adoptó el droit à la différence. Un proceso similar hubo en EE. UU., donde el multiculturalismo se erigió en ideología dominante. Pero el nuevo milenio ha planteado el retorno a la asimilación, tanto en Francia (droit à la ressemblance) como en EE. UU., al extenderse la idea de que el multiculturalismo dificulta la cohesión social. Descubrir que se puede ser americano sin integrarse a la cultura dominante y sin hablar inglés, como demuestran millones de hispanos, ha iniciado un debate intenso sobre la identidad estadounidense.

El Reino Unido promovió activamente, e incluso financió, el multiculturalismo desde los ochenta. Pero el acceso del nuevo laborismo al poder (1997) supuso una defensa matizada de la tolerancia. La preocupación por la cohesión social saltó a la palestra al descubrirse que los autores de los atentados terroristas de Londres (julio 2005) eran ciudadanos británicos que defendían una forma de fundamentalismo islámico para justificar sus acciones. A partir de ese momento, el Gobierno se dedicó a impulsar la «identidad británica», instaurando exámenes de lengua y cultura británicas para acceder a la ciudadanía y un juramento de lealtad a la monarca.

Ninguno de los tres modelos ofrece una solución óptima pero sí manifiesta la necesidad de establecer el equilibrio entre el respeto a la diferencia y la necesidad de un cierto grado de integración en la sociedad de acogida, de ahí el denominado «retorno del asimilacionismo».

Preservar la cohesión social para mantener un sentimiento de solidaridad y de comunidad exige respeto a la cultura y voluntad de asumir los valores y conocer la lengua de la sociedad de acogida, sin que esto suponga renunciar a la identidad de origen.

Pero si Francia, Alemania, EE. UU. o el Reino Unido -con recursos y capacidad de regular los flujos migratorios y legislar en la materia- están preocupados por la cohesión social de sus sociedades, sus culturas y sus lenguas, ¿cuál es la situación de Catalunya? ¿Cuáles son las posibilidades de mantener la cultura y la lengua catalanas con limitadísimas competencias en inmigración y escasos recursos? Precarias, por eso es imprescindible no sólo la acción y la creatividad de la sociedad civil, sino lograr las competencias políticas y recursos que permitan una gestión de la diversidad; respetuosa con los inmigrantes pero respetuosa con la sociedad receptora, sus valores y su lengua.

MONTSERRAT GUIBERNAU, catedrática de Política, Queen Mary College y ´visiting fellow´ en el Centre for Global Governance, London School of Economics.

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Noticias para descansar, de Ángel Gabilondo en La Vanguardia

Posted in Cultura, Educación, Medios by reggio on 5 enero, 2009

Póngase a temblar. Tengo una noticia que darle. Se han asociado de tal modo a algo temible, que las noticias son en principio inquietantes. Si no son malas, se diría que en realidad no ha pasado nada. Aunque estimo el conocimiento, en ocasiones desconocer algo estimula enormemente el pensamiento. Me sorprende, por ejemplo, cómo algo viene a ser una noticia, del mismo modo que sigue pareciéndome increíble que los buques floten, los aviones vuelen o podamos ver por la televisión. Supongo que es ignorancia. Ya sabemos, en todo caso, que no siempre la cultura o la ciencia le saca a uno de las sorpresas, más bien las sustituye por otras, ami juicio más interesantes. Y en el camino, supongo, espero, creo, se producen mejoras notables. Pero, en general, encuentro algunas dificultades en distinguir, de hecho, entre una noticia y un suceso. Y no porque no haya noticias que no sean propiamente sucesos, sino porque, por lo que se ve, todo suceso es ya, de por sí, noticia. Antes se llamaban «casos» y «el caso» era un suceso o un conjunto de ellos. Salvo lo deportivo, que ya parece de por sí reseñable, lo demás gana su derecho en cuanto venga a ser un suceso. Invasiones, inundaciones, recesiones, atentados son, en el peor de los sentidos, las mejores noticias. Así que la información pasa a ser una crónica de sucesos. Sólo escapa a lo previsto precisamente la prevención del tiempo. Sin embargo, logra su carácter de noticia con más alto rango si se presenta con algún síntoma de amenaza o si describe alguna catástrofe, siquiera incipiente. Ello me hace suponer que en esto de las noticias, y en general en la vida, el juego no es sólo el de la memoria y el olvido, sino el del miedo y la seguridad.

Podría ocurrir que la información estuviera orientada, no tanto a la satisfacción de un derecho, a la creación de un estado de cosas, de una base que propicie la igualdad de oportunidades para la participación, para la adopción de decisiones, a la constitución de un criterio, a la apertura de la mente y de la voluntad, a la generación o ratificación de valores, convicciones y principios, o a la solidaridad que nos saque del limitado horizonte de nuestra actividad, sino que más bien iría dirigida a una suerte de conformación, de resignación e incluso de agradecimiento. Se expresaría en la forma de «no estoy tan mal» y, ante las acciones de seres supuestamente como nosotros, «soy bastante decente y responsable». Está claro que estos procesos de normalización, favorecidos por tales noticias, son algo más que doctrina, son pedagógicos, indican y proponen caminos. En ocasiones para la acción, muchas otras para la parálisis. A veces no sólo narran lo que ocurre, sino que propician su ocurrir. Para ello no hay que falsear lo sucedido. Basta contarlo de tal o cual manera. Eso ya se sabe.

Es interesante, en todo caso, imaginar los mecanismos y procedimientos, los pasos y procesos que conducen a alguien a considerar que algo es una noticia. Supongo que eso se estudia, se aprende, y no es difícil vislumbrar que esta es una de las claves que adornan y constituyen el perfil del buen profesional. Y sin duda los hay. En ello confiamos porque, desde luego, en numerosas ocasiones cuesta entenderlo. Quizá eso nos pasa siempre con el trabajo de los demás. Es significativo, en todo caso, que un hilo de violencia parece sostener aquello que merece el reconocimiento de noticiable. Siempre, en el fondo, algún peligro y, en cierta medida, tan próximo como mantenido a buen recaudo. Por eso, lo razonable es ingerir las noticias, hacerlo mientras uno se alimenta y digerirlas. Se trata de desayunarse, almorzar o cenar con ellas, de recibirlas antes del reposo. Es como si, insensibles, el hambre de los demás incluso abriera nuestro apetito. Lo malo sucedido parece suceder a otros. Es suceso porque es suyo. Nosotros nos enteramos. Ya nos previno Kant del afán de novedades y Hegel de que lo notorio, lo noticioso, lo conocido, no siempre es reconocido. Creer que la clave está en la novedad es tan ridículo como creer que la capacidad de impresionar o, como se dice, de impactar es el criterio de verdad de la información. No es difícil asociar, sin más, la necesidad de producir sensación a cualquier precio con un modo de hacer periodístico. Mucha sensación y poco sentimiento: sensacionalismo. Mucho efecto, poca acción.

Desconozco qué otras noticias pueden brotar, ni cómo se crean o se encuentran, cómo se descubren o confeccionan, pero es evidente que necesitamos historias, hechos y palabras verdaderos, próximos, estimulantes, desafiantes, que nos convoquen a vivir, a luchar, a transformar y a transformarnos. Sin esta curiosidad, la de pensar de otra manera y la de ser otros, la información no es comunicación, sino transmisión de un mensaje. Entonces, después de un diario, de un informativo, de un telediario, lo mejor sería estimar que ya estamos preparados para dormir tranquilos. Agitados, como si se tratara de un ejercicio, sería hora de recuperar la respiración y de reposar. Estaríamos ante algo muy natural, un verdadero postre somnífero. La noticia ya produciría sus efectos. Es hora de descansar, pero no para soñar, sino para que mañana podamos trabajar. Todo es suceso y nada nos sucede. Ni nos afecta.

ÁNGEL GABILONDO, rector de la Universidad Autónoma de Madrid.

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Raimon, de Jordi Borja en El País de Cataluña

Posted in Cultura, Música by reggio on 5 enero, 2009

Raimon ha celebrado en un Palau de la Música al completo y ante un público entusiasta un recital antológico, por la selección de canciones de todas las épocas y por la gran calidad de las mismas. Pronto se cumplirá medio siglo (dos o tres años más) desde que irrumpió en las aguas estancadas de la cultura popular catalana con una canción de bandera: Al vent. Inevitablemente, los aplausos no cesaron hasta que se despidió con ella después de varios bises, de cantar el siempre contundente y necesario Diguem no. No soy crítico musical y no analizaré la prestación de un artista que ha llegado a un grado de madurez tal que como Gardel cada día canta mejor, y afortunadamente Raimon está muy vivo. Reconozco, además, que sus canciones, su forma de decirlas y su actitud cívica me emocionan lo suficiente como para asumir que no puedo ser objetivo. Descubrí Al vent y a su autor en un pequeño disco, en 1962, joven estudiante refugiado en París. Regresé a Barcelona unos años después y le oí en directo cantar el Diguem no. Un día de finales del 69 el recordado Alfonso Comín, recién salido de la cárcel, me hizo escuchar entusiasmado el recién aparecido y maravilloso Veles i vents. Recuerdo una noche mágica de finales de 1975 en el Palacio de Deportes de Montjuïc cuando cantó creo que por primera vez en Barcelona Jo vinc d’un silenci. La sala oscura se iluminó por centenares o miles de fósforos. Raimon rompió el silencio y los puntos de luz de la sala anunciaban el fin de la dictadura.

Pero si ahora me siento motivado a escribir, al margen de mis artículos habituales, no es por nostalgia, es por la terrible actualidad de muchas de sus canciones, las que fueron más aplaudidas, las que hubo un tiempo que a muchos parecieron más coyunturales, propias de momentos de opresión y resistencia. Y, sin embargo, qué actuales nos parecieron las canciones citadas y otras que cantó (La nit, Indesinter, País Basc, T’he conegut sempre igual, etcétera) y no cantó (D’un temps, d’un país, He mirat aquesta terra, 18 de maig a la Villa, Societat de consum) además de algunas bellas composiciones recientes. Canciones interrumpidas con aplausos, que hablaban de trabajo y de dignidad, de libertad y de identidad, de resistencia y de igualdad, de la gente corriente y de combates cotidianos.

Creo que las canciones de Raimon nunca dejaron de ser actuales pero ahora es más fácil decirlo y percibirlo. Es una época que estalla el escándalo de la corrupción, en la que los financieros delincuentes que se lucraron de la degeneración del capitalismo y los gobernantes cómplices o son confirmados en sus puestos de privilegio o se van a sus casas con indemnizaciones supermillonarias. Mientras que el mundo del trabajo paga la factura con desempleo, sueldos bajos congelados, amenazas de semanas de 65 horas, expulsión de trabajadores inmigrantes. La humanidad no ha dado a lo largo de las últimas décadas indicios de progreso moral, pero por lo menos parecía que era razonable esperar un relativo progreso social. Fue un espejismo. Como lo fueron las esperanzas de progreso de la democracia española, recordemos la cobardía gubernamental sobre la memoria democrática, el miedo a reconocer la dignidad de los resistentes y de las víctimas de la dictadura. El supuesto federalismo del Gobierno actual y del partido que lo sustenta se ha disuelto. Han bastado propuestas prefederalizantes de los partidos catalanes para que haya emergido una santa alianza de facto entre los dos partidos estatales que enarbolan parecidas banderas de rancio españolismo.

El debate político que se da en los ámbitos institucionales y en los grandes medios de comunicación, tanto en el resto de España como en Cataluña, se caracteriza (con escasas excepciones) por su profundo conservadurismo. Es incomprensible como desde la izquierda política o social, desde el progresismo cultural, no se hacen planteamientos anticapitalistas, o si lo prefieren, reformadores de un sistema tan injusto como indigno, que estimula la codicia de unos y la exclusión de los otros. No es preciso ser un ideólogo de nada para saber que la garantía de que la democracia no sea simplemente formal requiere que la colectividad por medio de las instituciones democráticas se apropie del suelo, del agua y de la energía, que la sanidad y la escuela públicas sean la regla general, que los medios de comunicación y de transporte estén regulados de tal forma que sean un «derecho universal», que el sistema financiero garantice que estaremos protegidos del fraude de los grupos poderosos y que el crédito llegara a todos los que lo precisen y vengan avalados por su trabajo. En Madrid el famoso talante hoy es la cara tonta del conservadurismo y en Cataluña el discurso autonomista sin proyecto social transformador provoca el rechazo del resto de España sin sumar apoyo popular aquí.

Un amigo me envía como saludo de fin de año el bello poema de Brecht A los por nacer en el que se justifica de no haber sido siempre amable pero asume que vivió tiempos que exigían indignación y rebelión. Raimon es un clásico, en tiempos distintos nos transmite argumentos y estímulos, nos recordó que nunca debemos renunciar a la capacidad de indignarnos, de decir no. ¿Nostalgia? Sí, nostalgia de futuro. Borges escribió: no me importa quién escribe las leyes de un pueblo si yo puedo escribir sus baladas. Las leyes son muy importantes pero las baladas nos dan fuerza para reclamar nuevas leyes, otras políticas.

Jordi Borja es profesor de la Universitat Oberta de Catalunya.

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Viaje a Silos, de Raúl del Pozo en El Mundo

Posted in Cultura, Literatura by reggio on 5 enero, 2009

EL RUIDO DE LA CALLE

Aquiles y yo llamamos. Nos abrió un fraile. La hospitalidad es una de las humildades de los monjes negros. Aquiles quería llevarme al aura del silencio, que rompen los bombarderos israelíes porque las conciencias nunca pueden estar vacías. El Cabeza de Vaca de la ópera quería que yo sintiera el canto monódico, que contara a mis lectores su proyecto de transportar a los monjes a la ONU, con su gregoriano, para el diálogo de las civilizaciones. Ya los llevó al Teatro Real hace años. Los puso en la lista de éxitos. Este bohemio, hijo de maquis, no es Belcebú, sino el inventor los Tres Tenores, soñador irredento.

Llegamos a las oraciones de la sexta. Los benedictinos, en posición orante aunque grácil, no se libran del sadismo de la Biblia: se flagelan, dicen que son gusanos entre el polvo de la muerte, rinden culto al que arroja bombas de racimo. Si el poder absoluto corrompe, ¿qué me dicen de Yaveh? Pero el canto enmudece a los jilgueros. Quizá hicieran más creyentes con el gregoriano que con sermones. «Mi imaginación es un monasterio y yo soy su monje», dijo Keats. A estos monjes les basta al día una libra de pan y una hemina de bon vino, según Berceo. Su melodía, dice Lorca, es una columna de mármol que se pierde en las nubes, lejos de la tragedia del corazón.

Lorca llegó en diligencia a esta misma abadía en el 1918. Dijo que las manos de los novicios no eran las de los monagos de Verlaine. Cuenta que los frailes estaban sucios («hombrotes barbados»). Aunque no se atreve a llamarles, como Voltaire, infames con hábitos pardos, se deja llevar por el ritmo anticlerical. Luego, como todo el 27, se rinde. Se rindió Gerardo ante el enhiesto surtidor de sombra y sueño; Aleixandre, ante la flauta con ternura de corazón de pájaro; Alberti, ante la Vigen de Marzo: «Dos blancas malvas reales/ en tu seno prenderé/ Déjame bajar, que quiero,/ Madre ser tu jardinero».

Comimos con los monjes judías pintas, boquerones y uvas. Esto sí que es el Tíbet, que haría decir a Woody Allen, otra vez, «no creo que haya más allá, pero de todas formas, me llevaré una muda». Estaba entre nosotros el abad Clemente Serna, expresión corporal de los Médici, delicadeza y sabiduría con la teología, su edificio de sueños. Los benedictinos son algo masones desde los monjes operarii, desde que los reyes folladores, llenos de culpa, edificaban monasterios. Este claustro es la hostia, el big bang del Románico, la Biblia cincelada en mazapanes de piedra, la lujuria como oración.

Un fraile de cerca de mi pueblo, inteligentísimo, me lleva por un laberinto de túneles, como en El nombre de la rosa; llegamos hasta la fuente que asombró a Fernán González (año 1041). Aquí, desde entonces, brota el manantial de las aguas perennes; tal vez, cuando deje de manar, se perseguirá el román paladino y España se extinguirá.

© Mundinteractivos, S.A.

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