Reggio’s Weblog

Las palabras de Pöttering, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Política by reggio on 28 enero, 2009

Quizás este chico, Oriol Junqueras, el flamante candidato de ERC al Parlamento Europeo, consigue que las elecciones europeas interesen al gato, ni que sea por la vía cómica. De momento ha empezado con sentido del humor y ha asegurado que la misión de los catalanes es «intentar que Europa entienda que España no nos deja ser europeos», y ha dicho no sé qué de una palanca, de que Catalunya luchó con los húngaros y de que hemos conquistado océanos. Es decir, lejos de hablar de cómo afecta Europa a los intereses catalanes, en plena crisis económica, Oriol ha sacado la bandera épica, la ha plantado en el aburrido territorio político y nos ha resucitado al imperio austro-húngaro. Bien, es una forma de empezar. Visto, además, que el debate que montó la Fundació Pere Tarrés con el presidente del Europarlamento, el democristiano Hans-Gert Pöttering, también derrapó por las sinuosas curvas de la reivindicación lingüística, y que fueron personas de la talla de un Jordi Pujol, una María Badia, o Alfons López Tena quienes condujeron la reflexión por esos derroteros, cabe intuir por dónde irán estas elecciones. Cuanto menos poder político tenemos los catalanes, más nos da por sacar a los almogávares de paseo. Mientras en Madrid se pelean -con Mortadelo y Filemón incluidos- por el dominio de una caja de ahorros, aquí invitamos a un alemán de la Baja Sajonia para leerle la cartilla sobre nuestros problemas lingüísticos. Que si los catalanes no podemos hablar catalán en el Parlamento Europeo. Que si somos no sé cuántos millones. Que si hemos inventado el pan con tomate. La respuesta de Hans-Gert Pöttering nos ha dejado tan planchados que tendría que ser de lectura obligatoria en los cursos de verano de los partidos políticos. Ha dicho el bueno de Hans: «Hemos dado a los catalanes la posibilidad de escribir en el Parlamento Europeo, en los comités o a los diputados en su lengua catalana, y tienen una respuesta en esta propia lengua. Y si estoy bien informado, esto no es posible en el Parlamento español. Por tanto, mi consejo es que, primero, hagan un paso para conseguir poder hablar catalán en el Parlamento español, y después veremos qué podemos hacer en la Unión Europea». Es de tal Perogrullo la respuesta, que una no puede evitar sentir vergüenza patria. ¿Tan mal estamos, que ya no nos queda otra opción que hacer el ridículo? Por supuesto, no sólo estoy a favor de poder usar nuestro idioma en todos los estamentos oficiales, sino que creo que hurtar ese derecho es una estafa a la democracia. No hay ni un solo argumento solvente, más allá de la prepotencia del poder, que justifique la peregrina y lesiva prohibición de hablar en catalán en nuestros Parlamentos. Si ello ocurre no es por falta de derechos, sino porque no hemos sido capaces de hacerlos respetar. Y es aquí donde Hans-Gert Pöttering tiene más razón que un santo. ¿Cómo puede Catalunya montar un cirio en Bruselas cuando no ha hecho los deberes en Madrid? Resulta evidente que el Parlamento Europeo no es una agrupación de minyons escoltes, ni un congreso de ONG, sino la representación parlamentaria de un conjunto de estados. Los asuntos internos de esos estados, independencias y confederaciones incluidas, tienen que resolverse en su interior. Si el estado en cuestión no considera necesario respetar seriamente sus propios idiomas, ¿por qué tendría que hacerlo Europa? Cuando dicha reivindicación la hacen, además, importantes líderes de los partidos que han tenido o tienen poder en el Estado español, la cosa deviene esperpéntica. Veamos. ¿Cómo puede Jordi Pujol quejarse de que el Parlamento Europeo no respete el catalán, si él no consiguió lo propio con los diferentes gobiernos españoles que apoyó? Quiero recordar que el tema no estuvo nunca en la agenda, nunca se negoció y nunca se consideró importante. En la misma tesitura, ¿cómo puede quejarse la europarlamentaria socialista María Badía, si su propio partido ha impedido ese derecho en el Parlamento español siempre que ha gobernado? En realidad, lo está prohibiendo ahora mismo. Y finalmente, ¿cómo puede lamentarse el republicano Bernat Joan, si ERC ha dado apoyo a Zapatero, lo da al PSC en Catalunya, y nunca ha planteado este tema en ninguna negociación política? Es decir, ni en Barcelona, ni en Madrid, el catalán no ha importado a nadie, no ha estado en las carpetas rojas de ninguna negociación y no ha significado ninguna encarnizada lucha política. Si hace más de treinta años que tenemos democracia, y no podemos usar nuestro idioma en el Congreso de los Diputados, ¿sólo es por culpa de la perfidia española? ¿O porque, en realidad, nos ha importado un pito? De ello me quejo. Me quejo de ese gusto por la épica que nos ataca a los catalanes cuando tenemos alguna elección en ciernes, convencidos de que el ruido esencial siempre da votos. Por el camino, usamos el idioma como un trapo sucio que lava nuestras propias miserias, y una vez usado, lo tiramos al cubo del olvido. Ahora queremos convencer a Europa, quizás porque Europa no se inmuta con cuatro pancartas. Está lejos, queda bien y además no tiene consecuencias. Es lo de siempre en Catalunya: que nos encanta hacer ruido en el desierto.

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Siempre nos quedará el Barça, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Derechos, Política by reggio on 31 diciembre, 2008

Siempre nos quedará el Barça…, si uno es del Barça y este mantiene una fructífera buena racha como la actual. Porque si encima es de cualquier otro equipo de los que habitan en las muchas almas del alma catalana, y las cosas no van bien, al sufrido ciudadano no le queda ni un bocado de pelota que echarse al estómago. Y lo digo obviando conscientemente a la selección nacional, que, como sugiere Sergi Pàmies, no nos conduce precisamente al orgasmo colectivo. ¿Y si jugáramos al futbolín? Al menos, la forzada exhibición de coros y danzas quedaría algo disimulada, y dejaríamos de dar esa patética imagen de esforzado folklorismo. Por supuesto estoy a favor de una selección nacional catalana, y creo que negar ese derecho por la vía de la fuerza del Estado es una vergüenza de la democracia. De hecho, no tiene nada de democrático. Pero las cosas están en vía muerta política, y en esta tesitura sería mejor no intentar exhibir grandilocuentemente nuestra inequívoca debilidad, porque lo que se consigue no es una reivindicación a escala planetaria, sino un ridículo planetario. Aunque nada es nuevo bajo el sol de una identidad catalana muy dada a este tipo de exhibiciones de fireta, cuando no es capaz de ganar su pulso en los despachos del poder.

Decía que siempre nos quedará el Barça…, de momento. Porque, fuera del Barça, el año que acaba nos ha dejado el optimismo en los huesos, una fatiga endémica y la sensación de que hemos ido perdiendo el norte. Acaba el 2008, y con él un largo proceso político que ha resultado ser tan devastador para la credibilidad de nuestras instituciones, como agotador para nuestra bíblica paciencia. Y ello a pesar de que, probablemente, el año conseguirá culminar con un acuerdo in extremis sobre financiación, exhibido urbi et orbi, cual cadáver exquisito. Pero incluso aceptando esa hipótesis -que parece muy posible, en el momento de escribir estas líneas-, el acuerdo nos habrá dejado agotados, con las vergüenzas al aire y con la extendida convicción de que cualquier avance político representa un brutal desgaste de nuestras energías colectivas.

Como si viviéramos instalados en un diabólico día de la marmota a la catalana, una y otra vez nos reciben con sonrisas, negociamos reiteradamente lo obvio, y con las mismas sonrisas, nos cortan el césped de raíz. Habitamos en un bucle de reivindicaciones, acuerdos y desacuerdos, que retornan siempre al origen, después de marearnos como patos. Es aquello de perdre un llençol en cada bugada, o de perder el ajuar entero. Y al final conseguimos algo, quizás incluso algo bueno, pero por el camino hemos dejado tanta piel, que quedamos inevitablemente heridos.

A diferencia de cualquier otra autonomía, que no necesita morir en cada batalla para ampliar cotas de soberanía, a Catalunya se le exige liderar los procesos propios y ajenos, luchar por ellos con la sombra alargada de la sospecha infiel, sufrir todo tipo de envites y, al final, conseguir auténticas miserias, solemnemente exhibidas como si fueran grandezas. Es tan agotador que, sin duda, resulta letal para los intereses colectivos.

El 2008 se va con esa fatiga endémica instalada en el subconsciente nacional. Si algo hemos aprendido, es que no importan los acuerdos de todo un Parlament, ni el referendo de un pueblo a favor de una reforma legal, ni la aprobación de las dos cámaras representativas de un Estado, ni la sintonía de los líderes de un mismo partido a ambos lados del puente aéreo. Por no importar, ni tan sólo importan las promesas del presidente del Gobierno, porque a la hora de verdad, con todo aprobado, todo tiene que volver a ser revisado. Primero nuevamente por los políticos. Después por el verdadero poder del Estado, los funcionarios de alto rango. Y finalmente por los jueces. Y así, hasta el infinito. Lo que ha ocurrido en este 2008 con el acuerdo sobre financiación nos da la radiografía precisa de nuestra brutal debilidad y, sobre todo, la precisa constatación de lo poco importante que resulta cumplir con la promesa dada a los catalanes. Porque, fuera de Catalunya, no encontramos ni un solo aliado. Incluso cuando hemos ganado la razón parlamentaria, difícilmente se nos da la razón política. Si, al final, conseguimos un acuerdo presentable -aunque sea bajo maquillaje, lifting de última hora e infiltración botóxica-, habremos quedado tan hartos de dejarnos la piel en el intento, que sólo tendremos ganas de dormir la siesta. Quizás esa es la estrategia: vencernos por agotamiento. Y aún nos queda el Constitucional, pequeño regalo que nos reserva el 2009, por si nos habíamos quedado demasiado relajados…

Todo ello ¿es culpa exclusivamente ajena? Todo lo contrario, llevamos años trabajando para que nos pierdan el respeto, con una sociedad civil desarticulada, unos líderes políticos que juegan en segunda regional y unos poderes fácticos que nunca han jugado fuerte por los intereses catalanes. Realmente, ¿tenemos capacidad para hacernos respetar? Y, peor aún, ¿importa a alguien si no se cumplen nuestros acuerdos? Visto lo visto, será que no. Y será que no porque Catalunya ni asusta, ni se planta. Ha dejado de ser un problema. Ahora sólo es una molestia.

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El dulce encanto de la hipocresía, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Historia, Política by reggio on 3 diciembre, 2008

Intento no ir ni a los homenajes, ni a los funerales de los amigos. En el caso de los funerales, me llevo mal con la muerte, y su dimensión social me incomoda profundamente. Un colega me dijo que sólo había que ir al funeral de los enemigos, «y mirar en la caja, para asegurarse de que el tipo estaba dentro». «Pero al funeral de los amigos, ¡nunca!», gritó cual poseso. Haciendo caso a la segunda parte de su consejo (los enemigos nunca me han inquietado demasiado), lo cierto es que sólo voy a un funeral si mi ausencia motiva alguna incomprensión. El dolor es algo íntimo y soporto mal su exhibición pública, aunque a veces resulte inevitable.

Desde mi perspectiva, llorar hacia dentro es una forma profunda de amar. Por supuesto, los homenajes son de otra naturaleza, pero también me resultan antipáticos. Tienen algo de fúnebre finiquito, como si, subrayando la categoría biográfica del homenajeado, se diera por liquidado. No sé. Seguro que exagero, pero cuando quiero de verdad a la persona, tiendo a verla como eterna, incapaz de hacerme la mala jugada de dejarme un día. Además, los homenajes están tan sobrecargados de aduladores, pelotas de salón, tipos que pasan por allí, los que van por el canapé, los aburridos de turno y los que asisten porque toca asistir, que me resulta especialmente bochornoso el pasamanos de turno. No he ido a un solo homenaje en el que no me haya preguntado «¿qué hace este personaje aquí?», sabiendo lo que todos sabemos de todos. No olvidemos que el zoológico catalán es pequeño y todos los monos nos tenemos un amplio conocimiento mutuo. De hecho, si alguien estudiara los rituales de la hipocresía social, no debería perderse uno solo de nuestros homenajes.

Al que le hicieron a Maragall, con la excusa de su libro, tampoco fui. En este caso, aparte de mi aversión epitelial por este tipo de eventos, tenía problemas logísticos. Probablemente, de poder, habría ido, no en vano siento por Pasqual una estima profunda y un más profundo respeto. Pero el azar me complicó la agenda, y me quedé como espectadora externa de un acto que los presentes calificaron de cálido. Seguro que lo fue, a juzgar por la densa emotividad que transmite el universo maragalliano y que su hija Cristina resumió con bellas palabras. Maragall es uno de los políticos menos político que he conocido, y su espontaneidad algo salvaje define, también, la enorme carga humana que contiene. Sin embargo, ante los resúmenes del acto, y observados algunos rutilantes nombres que llenaron las primeras filas, no pude evitar mi perpleja sorpresa. ¿Qué está ocurriendo? Ahora que Pasqual ha recuperado la estima popular, gracias a la grandeza de su comportamiento ante el reto más difícil de su vida, ¿toca volver a ser amigo suyo? Y, más aún, los que han hecho lo imposible por desprestigiar su figura política, hasta el punto de susurrar todo tipo de maldades a los oídos mediáticos, ¿se apuntan a su entronización como líder ciudadano? Porque si las piedras hablaran, algunos que estaban en el acto aplaudiendo, repartiendo sonrisas y marcando paquete, quedarían retratados como pimientos. Nunca podré entender ese ritual de la hipocresía social que lleva a alguien a participar de un homenaje a favor de quien, previamente, ha dejado como un trapo sucio. Llevo suficientes años en el mundillo como para haber acumulado una peligrosa memoria que, el domingo, se removía alucinada. Es curioso observar que la misma gente que huía de Maragall como si fuera un apestado cuando acabó su accidentado mandato presidencial es la que ahora lo celebra en su resurrección como líder. Por supuesto, Pasqual tiene, además, un nutrido grupo de amigos que le han seguido más allá de sus éxitos o fracasos. Pero como ocurre siempre con el poder -y la popularidad es un poder muy magmático-, los que antes eran sus más enconados críticos ahora se arriman a su sombra para recibir un poco de bendición. En esta tesitura, la declaración mutua de amor que se hicieron el PSC y Maragall no deja de ser estridente. Tampoco me gustó lo encorsetado del acto, en el homenaje a un iconoclasta que siempre había huido de lo previsible. Pero esa crítica queda en lo estético. En lo ético queda algo más profundo: la banalización. Maragall mantiene una cabeza bien estructurada, un agudo sentido crítico y un baúl lleno de cosas por decir. Creo que fue un gran alcalde, ha sido un presidente fallido y es un gran líder político. Pero sobre todo continúa siendo una mirada incisiva y lúcida. Sin embargo, lejos de respetar esa mirada y de valorarla políticamente, se reduce al mínimo su capacidad intelectual y se sobrecarga su valía humana, en un proceso de vampirización emotiva que no busca ensalzar al hombre, sino, probablemente, empequeñecer al político. El Maragall que lucha contra el alzheimer es bueno para todos. El Maragall que piensa políticamente es incómodo para la mayoría. Por eso se ensalza uno en sustitución del otro. Y por eso mismo, los que valoramos su doble grandeza, nos sentimos estafados. No es que lo del domingo fuera malo, que no. Pero resultó ser como el psiquiátrico: ni estaban todos los que son, ni eran todos los que estaban. Y encima sonreían…

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¿Quién hablará de la pobreza?, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Derechos, Economía, Política by reggio on 19 noviembre, 2008

Me ocurre con los economistas lo que le ocurría al personaje de Vladimir Nabokov, el enigmático Van de Ada o el ardor,cuando se encontraba delante de un científico. Ante la ciencia, es decir, ante el conocimiento surgido de la demostración empírica, el intelectual notaba el vacío de la especulación intelectual, como si fuera un simple malabarista en la cuerda floja de las ideas. La ciencia es inapelable, hasta que otra teoría demostrada refuta la anterior. La especulación intelectual, en cambio, es dialéctica, y aunque goza de la impunidad de no necesitar demostración, también sufre el miedo a ser pura entelequia mental. Si el magnífico Van de Nabokov expresaba, pues, su envidia ante el científico, yo me atrevo humildemente a expresar la mía ante los economistas, esos narradores de la dura prosa del dinero, capaces de elevar teorías al aire, como si fueran burbujas de jabón, y parecer ciencia exacta. Probablemente la economía es la menos científica y la más literaria de las ciencias, pero goza de un prestigio casi religioso, como si lo suyo fuera pura matemática y no lo que realmente es: un ejercicio inteligente de adivinación esotérica.

No importa que no intuyan los cataclismos bursátiles, ni la explosión de las burbujas inmobiliarias, ni el hundimiento del dinero basura.

Tampoco importa que sus organizaciones no prevean ni solucionen dichos cataclismos. Por muchas piruetas que hagan a metros de altura siempre caen de pie. Al fin y al cabo, si nadie entiende qué le pasa realmente a la economía, los que dicen saberlo -aunque lo sepan poco- se convierten en una envidiada casta.

Y ha sido esa notable casta la que ha hecho tocar las campanas: ha acabado un ciclo histórico; llega la refundación del capitalismo; estamos a las puertas de un nuevo paradigma. Como no tengo otro remedio que creerlo, saco mis gafas de observar, me acomodo en el humilde rinconcito de mi reflexión, e hilvano algunas preguntas que me hierven en el tintero.

¿Esa reunión de Washington representa el salvavidas que nos salvará de nuestro anunciado naufragio? Dicen los corresponsales que Washington ha significado el final de la era neocon,enterrando también su aguda alergia a cualquier intervención de lo político, en lo económico. Vuelve el Estado a tener su papel en el mundo del dinero, y con él, retornan las vocaciones reguladoras. Ese es el espíritu que ha bendecido la reunión de Washington, y los agoreros se felicitan por el éxito, y nos auguran tiempos mejores. Sin embargo, algunas cosas no me cuadran, y por ello retorno a mis inquietas preguntas.

Por ejemplo, Washington ha entronizado a las tres nuevas potencias del mundo, convertidas ya en realidades inapelables: China, India y Brasil. Ayer hablaba del caso indio, en la sección de Internacional. Bien, si esos tres países son el nuevo paradigma de la fortaleza económica, y los tres basan su economía en el desprecio más flagrante a los derechos laborales, sociales y medioambientales, ¿ese es el horizonte hacia el cual andamos? ¿La salvación del capitalismo necesita adelgazar los derechos laborales duramente conquistados? ¿El modelo europeo del Estado de bienestar es un modelo en remisión? Además, no olvidemos que las tres grandes nuevas economías del planeta se fundamentan en sociedades con masas ingentes de población sumida en la pobreza extrema, y convertidas en mano de obra semiesclava. ¿Eso es lo que necesita la economía, para garantizar su progreso? Por supuesto, me dirán que Europa es distinta. Pero lo cierto es que el Sudeste Asiático está copando los mercados, que necesitamos de ellos para subsistir y que difícilmente podremos mantener nuestro bienestar social, si queremos garantizar nuestro ritmo de crecimiento.

Debe ser por ello que en la cumbre de Washington se ha hablado muchísimo de libertad, pero sólo vinculada al mercado. Ni se ha hablado de derechos políticos, ni laborales, ni sociales, ni civiles. Muy al contrario, algunos de nuestros salvavidas económicos están situados en dictaduras brutales. Me llama poderosamente la atención, además, que la palabra pobreza tampoco haya formado parte de la agenda de los notables reunidos en la cumbre, y ello a pesar de que Lula da Silva, el presidente de Brasil, llegó al poder enarbolando esa bandera. Pero ya se ha olvidado. Y, sin embargo, la pobreza extrema de millones de seres conforma el naufragio más sangrante de la economía mundial.

En este sentido, puede que los reunidos en Washington se hayan erigido como los garantes de la salvación, pero ¿de cuál? ¿Del libre mercado regulado por leyes democráticas, que garantizan un cierto reparto del bienestar? ¿O del beneficio del capital, sea cual sea la forma de garantizarlo? Porque hay una diferencia notable entre ser una economía poderosa, con 800 millones de personas que nacen y mueren en la calle, arrastrándose en la miseria, o ser una economía estable, que garantiza una vida digna a sus ciudadanos. ¿Ser India, o ser Europa? ¿Ser Arabia Saudí, o ser España? No es lo mismo. Y por ello cabe hacerse otra pregunta literaria, con permiso de Raymond Carver: «¿De qué hablamos cuando decimos que hablamos de capitalismo?».

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Estados Unidos como espejo, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Internacional, Política by reggio on 5 noviembre, 2008

Hoy habrá acabado todo. Y no me refiero sólo a las especulaciones, o a las esperanzas de unos u otros, sino también a la expectación mundial por unas elecciones que, siendo locales, resultan de un inequívoco interés planetario. Sea Barack Obama el 44. º presidente de Estados Unidos, confirmando todas las previsiones -y la mayoría de las ilusiones-, o sea McCain -haciendo buena la tendencia a la sorpresa que tienen estos comicios-, lo cierto es que hoy cerramos carpeta informativa, vuelven los corresponsales y descansan los analistas y probablemente el sufrido ciudadano agradece que finalice la yanquimanía de las últimas semanas.

Lo cierto es que ha sido una etapa apasionante de la política internacional, y que los privilegiados que han vivido in situ la noche electoral norteamericana habrán tocado con los dedos la historia. Si conocen alguno, no se acerquen mucho, porque les caerán encima sus entusiastas e inacabables batallitas, convencidos de haber hecho un máster acelerado de Estados Unidos en dos telediarios. Y es que Estados Unidos tiene este efecto vudú en muchos periodistas, que pasan de odiar a este notable país, con la misma celeridad que lo adoran, cuando se está allí cuatro días. Acabado, pues, el magno acontecimiento, y despejadas las incógnitas más inmediatas, queda por analizar qué han aportado estas elecciones al resto de los mortales. Es decir, a los que hablamos mucho de estas elecciones, pero no las votamos. ¿Podemos importar alguna idea? Julia Otero hacía esta pregunta en su Gabinete del lunes,en Onda Cero. ¿Qué hemos aprendido, después de semanas de seguimientos, debates, análisis, previsiones y todo tipo de interpretaciones? ¿Qué hemos aprendido, si hemos aprendido algo?

La primera constatación es que el mundo de la política norteamericana ya no puede vivir sin internet. La red se ha convertido en la catapulta más sólida de un candidato outsider cuyas posibilidades, al inicio de campaña, eran muy escasas. Las cifras de la presencia de Barack Obama en internet, en comparación con el resto de los políticos de su país, son tan abrumadoras, que no pueden ser despreciadas. Redes de internautas, foros y blogs han tejido una tupida cadena que ha ayudado al senador, tanto en el terreno económico – con una histórica lluvia de minúsculas pero permanentes ayudas financieras-, como en la multiplicación de simpatías. Obama fue el candidato estrella de internet antes de ser el candidato oficial de su propio partido, y ello, que fue despreciado por la mayoría de analistas, se ha demostrado una fuerza imparable. ¿Cabe pensar que ese papel de la red también será clave en nuestras próximas elecciones? Sin duda no lo será a escala norteamericana, pero tampoco resulta despreciable. De hecho, el caso del partido de Rosa Díez, que obtuvo escaño sin apenas presencia mediática, tiene algo que ver con esta dinámica y potente fuente de comunicación.

Pero una buena implantación internáutica no sirve de nada si el candidato no es, a su vez, un nuevo tipo de político, alejado de la férrea estructura clásica, más cercana al ciudadano que al tupido entramado de intereses que representan los partidos clásicos. La gran lección norteamericana tiene que ver con la imagen de self made man,de esa especie de nuevo Prometeo que roba el fuego de los dioses para devolverlo a los mortales. Por ello Obama tuvo mucho cuidado en criticar a la «clase política de Washington» – a pesar de ser un producto de esa misma clase-, y por ello mismo McCain intentó la candidatura de una «mujer de provincias», también hecha a sí misma. Aunque, en este caso, el experimento salió desastroso.

En España, en cambio, por mucha Second Life que se monten los candidatos más modernos, o por mucha web abigarrada que presenten los más clásicos, lo cierto es que la política está atrapada en la asfixiante estructura de partidos, que no permite ninguna heterodoxia a los candidatos, ni ninguna alegría a los votantes. No sólo no tenemos listas abiertas, ni ningún tipo de representación directa, sino que los propios candidatos nacen de una vida interna partidista que se parece a la libertad tanto como una stripper se parece a una monja. En EE. UU. llegan los candidatos más brillantes, más libres, los que han sido capaces de seducir a más personas, aunar más apoyos, y aquellos que presentan una cartera propia de propuestas. En España llegan los más pelotas, los que menos problemas han creado al sacro partido, los más serviles y, sin ninguna duda, los que menos perfil propio presentan. Antes comisarios políticos que ideólogos. Antes militantes que líderes.

Si sumamos que en EE. UU. no hay pactos pornográficos para impedir la libertad periodística en los debates, completamos la diferencia entre unas elecciones apasionantes, con líderes de verdad, y unas elecciones edulcoradas, con líderes prefabricados y faltos de toda personalidad. Y ello sin hablar de financiación, que en Estados Unidos es transparente, y en España es opaca. ¿Lecciones, pues? Tantas como asignaturas pendientes nos quedan. No sólo no tenemos un Obama. No tenemos las condiciones para crear una ilusión colectiva como la que él engendra.

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¿Justicia o ‘garzonada’?, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Derechos, Historia, Justicia, Política by reggio on 22 octubre, 2008

Empezaré por los argumentos estomacales, los más sencillos de plantear, no en vano no arraigan en la reflexión serena, sino que habitan en las tierras movedizas de las vísceras. Allí, toda emoción tiene quien la llore, toda rabia tiene quien la chille, y toda idea tiene quien la silencie. Desde esa perspectiva, la decisión del juez Baltasar Garzón representa un bálsamo para las entrañas, no en vano libera a los demonios que llevábamos dentro desde hacía décadas. ¿Quién, a pesar de los pactos de la transición, de la voluntad de mirar hacia delante, de las renuncias que la libertad exigió, quién no desearía un ratito de justicia severa, con los grandes franquistas sentados en el banquillo, pagando por sus crueles culpas? En los sueños de la ira, los culpables de las ejecuciones de miles de personas se las ven finalmente con la justicia, despojados de toda impunidad. Fueron miles de asesinados, desaparecidos, tirados en las cunetas del odio, condenados a morir por haber sido vencidos. Solo en el Camp de la Bota, el historiador Joan Corbalán ha contado 1.717 ejecutados, cuyos cuerpos eran sepultados en cualquier fosa común. En mi familia, el nombre de Carles Rahola, que tuvo el trágico «honor» de haber sido uno de los primeros en recibir el «enterado» de Franco confirmando su condena a muerte -ejecutada el 15 de marzo del 39-, su nombre, decía, se pronunciaba a media voz. Recuerdo que el relato de su asesinato conformó uno de mis primeros sentimientos de rabia, compromiso y sentido de justicia. De alguna forma, me educó sentimentalmente. Sin embargo, había tantos Carles Rahola en el seno de miles de familias vencidas, calladas, replegadas en su dolor y en su miedo, que recordar lo propio sólo tiene el valor de lo conocido. La maldad del franquismo se mostró en su forma más descarnada y cruenta en esos primeros años de asesinatos sin otro fin que la vendetta,la venganza y el odio.

Matar impunemente al vencido era la forma de instaurar el miedo en el comedor de casa, convertido cualquier ser anónimo en objetivo posible de la fatídica denuncia. Fue un régimen malvado y asesino y, como tal, no tengo ninguna duda de que es culpable del delito de crimen contra la humanidad. Por tanto, bienvenido Garzón y su gusto por protagonizar la versión española del Justiciero.

Bienvenido…, o no. Y es aquí donde mi artículo se vuelve difícil y, quizás, delicado. Con la convicción, pues, de que la transición política se basó en la impunidad de los culpables y en el olvido de las víctimas, y con la convicción añadida de que ello implicó una banalización de la dictadura, no estoy convencida de que Baltasar Garzón esté haciendo lo correcto. Primero, porque su iniciativa es el final del espíritu de la transición política y, como tal, implica que un hombre solo, desde su silla de juez, protagonice lo que no ha querido protagonizar una sociedad entera. Es decir, si los partidos políticos, sus seguidores y votantes, los parlamentos y el global social no han querido juzgar a la dictadura, ¿debe hacerlo un juez que se otorga ese privilegio? Y no valoro, en este caso, si la transición fue buena o mala, pero fue, y ese es el espíritu bajo el cual conformamos la sociedad actual. Si hay que revisar la naturaleza intrínseca de la transición política -que se fundamentó en un acuerdo de impunidad de los culpables de la dictadura-, ¿tiene que hacerse porque un juez quiere ganar el Nobel? ¿O porque se considera un Llanero Solitario de la justicia, incluso por encima de la propia sociedad donde la imparte? Tengo mis serias dudas de que el proceso al franquismo sea cosa de un hombre sólo, situado por encima de las contingencias de su propia sociedad. Además, según aseguran la mayoría de los expertos, el proceso iniciado presenta incoherencias legales muy considerables, y al durísimo auto del fiscal me remito. Si, como ha ocurrido en otras ocasiones, la instrucción de Garzón no es todo lo correcta deseable, podríamos estar ante una gran burbuja de expectativas, que se pincharía con la primera aguja legal no prevista. Lo digo porque Garzón está jugando con material muy sensible, desde la memoria de las víctimas hasta los sentimientos de los familiares, pasando por un proceso a todo un régimen cuyo capítulo histórico habíamos decidido cerrar. Si falla, no sólo añadirá un error más a otros de su biografía. Sobre todo fallará ante la esperanza de mucha gente. Y la decepción de un proceso fallido de esta naturaleza es indiscutiblemente trágica. Concluyo con la convicción, como aseveró Joan Culla, de que el juicio a la historia lo tienen que hacer los historiadores. Sin embargo, también creo que las culpas penales de los que mataron a seres humanos, con la impunidad de la fuerza de un régimen dictatorial, no tendrían que quedar impunes. Sin embargo, así lo decidimos, y así fundamentamos, para bien o para mal, el sistema de libertades actual. ¿Nos equivocamos? Probablemente. Pero la enmienda a ese error tendría que haber venido del ámbito parlamentario y social, y no de la vocación justiciera de un Llanero Solitario. Una vocación que, encima, puede  quedar en nada.

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La foto, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Política by reggio on 8 octubre, 2008

Extraña sensación de inquietud. O, quizás, una honda sensación de desamparo. En cualquier caso, la foto de estos cinco magníficos, montados en su atalaya, posando para el todo Catalunya, como si fueran los nobles ancestros del rey actual, no me ha producido ningún sosiego. Muy al contrario, este tipo de actos grandilocuentes, sin ninguna urgencia coyuntural que los ampare, me parecen tan faltos de contenido, como sobrecargados de vacua estética. ¿A qué viene reunir a todos los presidentes de la Generalitat y del Parlament, para secundar la imagen del presidente actual? ¿Estamos a las puertas de que la Brunete entre por Barcelona? ¿Nos va la vida en algo? ¿Quieren derogar nuestros derechos? ¿Se ha muerto algún catalán universal? Y sumando todos los interrogantes, ¿qué necesidad tenemos de una foto tan petulante? Ciertamente, podemos imaginar momentos de la vida social donde tenga cabida esa suma de pesos históricos, tanto para enfatizar algún sentimiento colectivo, como para enfrentar alguna urgencia histórica. Pero la actual sesión fotográfica que nos han brindado los ex presidentes, con Montilla a la cabeza, no responde a ningún funeral nacional, ni es el aperitivo de unas Olimpiadas, ni estamos en riesgo democrático, ergo, ¿cuál es su sentido? ¿Debilidad? ¿Impotencia? ¿Vanidad? ¿O un nuevo gesto gratuito, de los muchos que tenemos los catalanes, cuando somos incapaces de resolver nuestros problemas políticos? Sin duda, me dirán que solo se trata de un acto simbólico, pura retórica del viejo teatro de la política, pero entonces aún me interesa más. Porque es la naturaleza del símbolo, su motivación primera y su posterior significado, lo que me provoca el desasosiego que he confesado.

Veamos el paisaje de la foto. Resulta que hace unos años tuvimos la idea de renegociar el Estatut para mejorar nuestra soberanía. Resulta que ello significó un desgaste colectivo considerable, tanto presupuestario como social y político. Resulta que por ello fuimos a votar y votamos a favor. Resulta que un partido inició una delirante campaña anticatalana, aprovechando el Pisuerga. Resulta que, a pesar de todo, ganamos votaciones en los parlamentos pertinentes. Y resulta que todo ello tenía que significar una mejora substancial en financiación y en poder catalán. Sin embargo, y a pesar de todo el proceso, la situación actual es un fiasco. Los amigos que nos recortaron y finalmente votaron las leyes recortadas en Madrid no cumplen dichas leyes recortadas, reinventan la letra pequeña, renegocian por enésima vez y se ríen en nuestras barbas, como brillantes seguidores de la teoría orteguiana de la «conllevación». ¿Recuerdan el famoso discurso de Ortega y Gasset en 1932, precisamente sobre el Estatut de Catalunya?: «El problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar». Y añade: «Llevamos muchos siglos juntos los unos con los otros, dolidamente, no lo discuto; pero eso, el conllevarnos dolidamente, es nuestro común destino, y quien no es pueril ni frívolo, lejos de fingir una inútil indocilidad ante el destino, lo que prefiere es aceptarlo». Es decir, hay que aguantar a los catalanes como si fueran un grano, conllevando buenamente sus peticiones «particularistas», cual niño mal criado tocando las narices al abuelo. Si me alarma la foto de los presidentes, pues, es porque es el símbolo visual de la verdad orteguiana, es decir, el símbolo de nuestra cíclica derrota. Lejos de tener resuelto el problema con las negociaciones políticas pertinentes, y de estar en el proceso de un calendario pautado, lo que tenemos es una callejón sin salida, cuyo movimiento de buclenos retorna, una y otra vez, al mismo punto de partida. Por eso Montilla se fotografía con Pujol, con Barrera y con el resto de magníficos. Porque necesita dar una imagen de fuerza en un momento de inequívoca debilidad. Pero la debilidad del president es la debilidad de Catalunya, y es ahí donde llora la criatura.Sin embargo, ¿tiene lógica? Y, peor aún, ¿sirve para algo? Serviría que los diputados del PSC se plantaran en la votación presupuestaria. Serviría que unos y otros nos explicaran que Zapatero es otro gran «conllevador» del problema catalán, y que, como tal, nos ha tomado el pelo. Serviría tener interlocutores políticos menos asustadizos y mucho menos serviles. Serviría que los del PP catalán dijeran que lo del Constitucional es una indecencia. Y así, hasta una larga retahíla de posibilidades. Lejos de ello, quemamos el cartucho de las grandes solemnidades, llamamos a los ex para que nos avalen la impotencia del momento, y nos hacemos la foto de familia. Todas nuestras viejas glorias políticas a favor de la financiación de Catalunya, y quedamos bien peinados para la historia. Y en Madrid aún se ríen de nuestro gusto por la fotografía. En fin. No es que pase nada, y hasta es bonito que salgan a pasear y se hagan fotos. Pero, como tantos otros gestos que hacemos los catalanes desde el vacío de nuestra poca influencia, este solo tiene el valor del autobombo. Lo dijo Unamuno. A los catalanes, siempre nos pierde la estética.

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¿De quién son los valores?, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Derechos, Historia, Justicia, Libertades, Política, Religión, Sanidad, Sociedad by reggio on 10 septiembre, 2008

Analizado en superficie, parece simple. La izquierda, que es muy buena, quiere legislar derechos civiles pendientes, y la derecha, que es muy mala, se opone, como es costumbre, amparada en la cruz y el tradicionalismo. Unos aseguran que lo suyo es la ética, y los otros se protegen bajo el paraguas de la moral. Y así, como si fuera una improvisada tómbola de ideas, aparecen en el panorama temas de enorme calado, cuyo debate merecería más profundidad, menos retórica y mucha menos demagogia. Personalmente estoy a favor de mejorar la ley sobre el aborto, que me parece, actualmente, un auténtico desaguisado, cuyos agujeros negros permiten muchas tropelías. Y también estoy convencida de que el derecho a una muerte digna necesita una buena ley que lo ampare. No estoy tan de acuerdo en el momento elegido, ya que me parece más una decisión táctica, para marear la dañada perdiz de la economía, que la asunción de un compromiso político. Abrir la manzana de la eutanasia y del aborto justo cuando la gente acaba de volver del verano y se encuentra con la dura realidad de sus bolsillos no me parece muy decente. Puede que sea una estricta cuestión de prioridades por mi parte, pero lo es: no hay mayor prioridad que atajar la crisis que sufren los ciudadanos. Sin embargo, con lo que estoy radicalmente en contra es con el planteamiento del debate, como si fuera una simple y descarnada elección, fácilmente resoluble en términos de maniqueísmo ideológico. Es decir, los de izquierdas a un lado, los de derechas al otro, y la legión de despistados, como Dios, en todas partes y en ninguna. Y así, mordaza en ristre, todos a tener posición simple en la enorme complejidad de estos debates delicados. Como si fueran departamentos estancos, como si los valores de una sociedad fueran propiedad de uno u otro partido, como si las consignas hubieran ganado, definitivamente, su batalla contra las ideas. Como si la ideología al uso resolviera, cual receta milagrosa, todos los enigmas. ¿Dónde está el catecismo, me pregunto, de la buena Mafalda? Lo siento, pero disiento. Primero, porque ni la izquierda es tan buena, ni la derecha tan mala, ni viceversa, ni los límites ideológicos pueden definir estos temas transversales que calan hondo en los principios de cada cual. Hay votantes del PSOE que no están de acuerdo con el aborto o la eutanasia, y hay votantes fieles del PP que consideran necesaria su legalidad. Tampoco se trata de una cuestión religiosa, sino aún más profunda, vinculada al sistema de valores que cada cual edifica para ir por el mundo. Además, siendo temas complejos, no se pueden merendar con un simple «esto es de izquierdas». O peor aún, los otros están en contra «porque son de derechas». Esta actitud, que niega el debate, frivoliza de tal forma la resolución de los problemas, que anula toda su complejidad. El derecho a debatir la complejidad de los problemas más hondos está en la esencia misma de la libertad, hasta el punto de que una no existe sin la otra. Por ello, cuando veo a Zapatero subido a la poltrona del mitin, zarandeando a los que están en contra del aborto o la eutanasia, como si fueran trogloditas habitaran en el inhóspito territorio del oscurantismo, me siento realmente incómoda. Porque no abre ningún debate sano. Al contrario, anula el derecho a debatir. Incluso, pues, participando de las propuestas que se plantean, no puedo participar de esta especie de aquelarre de aquellos que no están tan alegremente imbuidos de la verdad socialista. Y darle en el cogote a la Iglesia, eso ya es de manual. Cada vez que Zapatero tiene un serio problema de gestión -como es el caso-, pone en la diana a la Iglesia, porque machacar a la Iglesia siempre distrae al personal. Y, además, sale gratis.

¿De quién son los valores que definen una sociedad?, me pregunto en el titular. De todos, y ahí está el quid de la cuestión, que ningún partido puede patrimonializar dichos valores, como si suya fuera la verdad sobre la vida y la muerte. Como si, en realidad, se tratara de verdades absolutas. Realmente, ¿son debates tan ideológicos, tan simples? ¿Entonces, por qué habitan en la transversalidad? Si queremos hacer un serio favor a la salud democrática de nuestras sociedades, y tenemos el sano objetivo de construir una sociedad más justa, no podemos reducir a la miseria de una consigna programática lo que es un profundo debate sobre nuestra identidad social. La eutanasia es un claro ejemplo que no puede resumirse con el banal y maniqueo «progres a favor» y «fachas en contra», propio de un estúpido pingpong dialéctico. Primero, porque el tema es muy complejo, segundo, porque hay motivos en contra que son sensatos, tercero, porque hay motivos a favor que son frívolos, y cuarto, porque las sociedades maduras debaten con madurez sus complejidades, sus retos y sus miedos. De ahí que aún más importante que el aborto o la eutanasia, es la capacidad de debatir profundamente sobre ello. Negar el debate, repartir cartas de naturaleza progresista y enviar a galeras a todos los que no tienen el tema claro es una perversión de la democracia. Porque niega el mayor de sus tesoros: el derecho a la duda.

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Todos por la pasta, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Derechos, Economía, Política by reggio on 3 septiembre, 2008

Aunque me gustó más su inquietante La caja 507, espero que Enrique Urbizu me perdone el uso perverso que hago de su otra famosa película, Todo por la pasta, en el título de este artículo. Ciertamente, aquí no tenemos ni bingo con atraco, ni novia con ambiciones, ni policías con oscuros secretos, y aunque los animales de esta fauna también son pintorescos, no son de la misma especie. Sin embargo, en estos tiempos de incertidumbre económica, con una opinión pública preocupada y, a ratos, asustada, con muchos sectores económicos en precario, y con un descrédito político en caída libre -a la pregunta de ayer de La Vanguardia digital, «¿Cree que los partidos tienen respuestas efectivas ante la crisis económica?», el no superaba el 90%…-, con todo ello, es fácil imaginar que el esotérico rifirrafe sobre financiación que nos ha regalado la clase política, sólo sirva para desconcertar aún más al personal.

El director Josep Antich pedía ayer, en su comentario, un poco de seriedad para tomar medidas económicas eficaces, mientras el paro volvía a disparar las estadísticas. Y precisamente es la seriedad lo que más seriamente ha brillado por su ausencia durante estos últimos meses, tanto en las ideas para intentar paliar la crisis como en el proceso negociador del Estatut.

Sin propuestas claras, con ambigüedades poco calculadas y menos disimuladas, declaraciones altisonantes, algún que otro ataque de protagonismo y un sinfín de señales contradictorias, lo único que ha recibido el ciudadano ha sido mucho ruido, y nada de tranquilidad. Los políticos se han situado a la carrera por la pasta autonómica, pero han sido incapaces de hacer los deberes con la crisis. Y así, en un proceso de bucle diabólico, han vuelto a cocinar la salsa de errores de siempre, bien aliñada con un poco de demagogia, un mucho de populismo, un más de protagonismo y un nada de efectividad. Respecto a la crisis económica, sólo recordar que Zapatero mintió todo lo que pudo durante la campaña electoral, negó la mayor, despistó la menor y acusó a todo quisque de alarmismo irresponsable. Los números, sin embargo, son más tozudos que la propaganda, y ahí están, volviendo locos a los planificadores del buenismo oficial. De momento, y ante las negras perspectivas que dibujan los analistas, el Gobierno continúa sin mostrar ninguna capacidad seria de reacción. Como dice el dicho, el més calent, és a l´aigüera.Y el tiempo, para mal, no se para.

Si hablamos de la financiación autonómica, la bola oscila entre el disparate y el ridículo, y permite consolidar una triste conclusión: nos toman por el pito del sereno. ¿Será que somos el pito del sereno? No hace muchos días, Juanjo López Burniol aseguraba en Els matins de TV3, que el pacto final sobre financiación sería malo, malísimo, pero, como buenos prestidigitadores, nos lo harían pasar por bueno, buenísimo. Es lo que tiene el dominio de la propaganda. Lo cierto es que el Estatut no deroga la Lofca, que la Lofca está vigente y recorta el Estatut por la raíz, que Solbes se atiende a la ley vigente, y que cuando nos envía sus antipáticas pullas, en realidad sólo nos recuerda la profunda debilidad de nuestra posición. Mientras el ejecutivo español hace lo que sabe hacer a la perfección, marear la perdiz catalana, la pobre perdiz descubre, horrorizada, que ni ha conseguido una buena ley, ni tiene capacidad para presionar en la negociación, ni tiene líderes de altura que sepan capear el temporal. Y, encima, algunos de ellos tienen el trasero alquilado en la casa grande socialista. Dicho todo ello con perdón de Antoni Castells, el único hombre que parece tener el tesón y la categoría políticas que serían deseables en esta situación. Pero Castells es el tren de Mataró -ese tan bonito que se inauguró gracias al tesón de Miquel Biada, en 1848-, y el Gobierno español viaja en alta velocidad, haciéndonos, de paso, el pam i pipa.

Decía que si nos toman por el pito del sereno, quizás lo somos. Es el quid antipático de la cuestión: lo somos. Hoy por hoy, la posición de Catalunya en el contexto español es de una debilidad extrema, cuya importancia sólo se cuenta en votos a favor de Zapatero, pero no en capacidad de influencia política o económica. El miedo que da Catalunya a Zapatero es el mismo que daría, a un amante de los zombis, una película de Walt Disney. Nos conocen al dedillo, saben que somos débiles, estamos desunidos, nos encanta que nos cepillen la espalda y, a pesar de nuestra fama de buenos negociantes, estamos encantados de dejarnos engañar. Si algo ha aprendido España, es que Catalunya funciona como los primeros indios de la conquista: aceptan oro por baratijas, y encima le ponen sonrisa. ¿Algún estadista en el panorama político? ¿What´s that?, que diríamos en perfecto catalán. Vean el notorio ejemplo de Joan Saura, que el otro día, a preguntas de Josep Cuní, aseguró que era bueno que Solbes hubiera sido muy malo, porque si las cosas iban mal, se unirían más los partidos catalanes. Cuanto peor, mejor, que diría el clásico, anonadado por tanta categoría política. En fin, claro que irá mal la financiación. ¿Por qué tendría que ir bien con semejantes negociadores?

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El catalán de Montilla, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Cultura, Derechos, Educación, Política by reggio on 23 julio, 2008

La distancia es un auténtico espejo cóncavo, que distorsiona detalles, tanto como subraya trazos gruesos. A miles de kilómetros, mehe perdido el background de la polémica, el quién empezó, cómo empezó, por dónde derivó. Lo cual me da mucha ventaja, porque sin capacidad para perderme en los árboles, el bosque resulta de una claridad meridiana. En la distancia, pues, las tonterías se muestran en toda su desnudez, incapaces de encontrar un solo vestido para adornar su naturaleza estúpida. Esta extraña, esotérica y estéril polémica sobre el nivel de catalán del president Montilla, vista desde el otro lado del Atlántico, parece un campeonato de niños para saber quién la tiene más larga. Pero como a las tonterías supinas algunos lo llaman hacer política, y como la política deriva hacia la estupidez con más alegría que sentido común, habrá que decir alguna cosa sobre la cuestión, ni que sea para reírnos un poco del nivel de nuestra miseria.

El mito. Montilla no supera el nivel C de catalán. Y ello, para un presidente de la Generalitat, es una vergüenza. Y de este mito se derivan otros que, por ser políticamente incorrectos, sólo son reconocidos a media voz: No es un catalán de verdad, mira que gobernarnos uno que no es pata negra, en el fondo no defiende Catalunya, nunca nos entenderá… Seamos sinceros. ¿Ninguno de nosotros ha oído frases de esta naturaleza en los bajos fondos de las conversaciones cotidianas? ¿No hay, detrás del desprecio al president por su nivel de catalán, un desprecio mucho más severo por su condición identitaria global? ¿Realmente nos creemos que nuestra educada actitud colectiva, por el hecho de que nos gobierne alguien nacido en Andalucía, responde a la convicción de todos? ¿O será más bien que muchos no se atreven a abrir públicamente las zonas oscuras de su propia alma? No nos engañemos. El nivel de catalán no preocupa a nadie, y a la prueba de cómo está globalmente el pobre idioma, me remito. Además, si pasáramos el algodón por el nivel de catalán de muchos alcaldes, diputados y líderes de todos los partidos, incluidos especialmente los convergentes, quedaría tan sucio que mancharía seriamente años de propaganda nacionalista. Lo que preocupa realmente, detrás de una crítica como esta, es que Montilla «no es de los nuestros». Es decir, que no forma parte del nosotros ideal bajo el cual subyacen algunas ideas patrióticoesenciales. De ahí que la polémica, además de interesada, sea malvada.

Si el mito es ese, los hechos se oponen con contundencia. Los hechos dicen que Montilla ha demostrado una voluntad inequívoca de pertenencia, y que si su nivel de idioma es flojo, no lo es más que el de muchos chavas convergentes que hacen el fatxenda por el Parlament. Con la diferencia de que ellos sí son pata negra. Los hechos dicen que Montilla ha sido capaz de defender el catalán, ante algunos exabruptos lerrouxistas, con toda la carga simbólica que tenía su defensa. Y que ha sido en estas situaciones donde le ha surgido una pasión generalmente nada compatible con su carácter. Los hechos dicen que tener un president que defiende Catalunya desde sus orígenes andaluces otorga un plus de verdad democrática a nuestra sociedad, tan sana que generalmente le importa un pepino dónde ha nacido cada uno. Los hechos aseguran que Montilla rompe los esquemas allí donde cabalgan los discursos del españolismo más rancio. Los hechos dicen, también, que fue una mujer, Manuela de Madre, quien, justamente por haber nacido en Andalucía, emocionó a toda Catalunya cuando defendió apasionadamente el Estatut en Madrid. Los hechos aseguran que a la gente no le importa dónde nació el president, o si tiene un buen nivel de catalán, sino cómo gobierna, cuáles son sus prioridades, cuál su compromiso con el país. Los hechos no ponen en duda que Montilla es un hijo de esta tierra de mezclas, capaz de crear una sola identidad desde la voluntad de vivir juntos y entendernos. Y, finalmente, los hechos nos dicen mucho más. Nos dicen que algunos que usan el nombre de Catalunya en todos los discursos y se apropian de él como si fuera el patio trasero tienen empresas donde no se etiqueta en catalán, ni se pide el catalán a nadie, ni preocupa para nada el compromiso nacional que después exigen en la retórica. Los hechos son tan contundentes que hacen sonrojar a las palabras. Pero los mitos tienen fuerza. De ahí que, lejos de criticar lo criticable, si se gobierna bien (que no siempre), si se mantienen consellers que no son eficaces (que así es), si es vergonzoso que el PSC no tenga grupo parlamentario propio (y es vergonzoso), si nos están tomando el pelo con la financiación (y nos lo están tomando), etcétera, lejos, pues, de hacer política de altura, los hay que se apuntan a los mitos porque son rentables.

Los mitos se nutren de los líquidos del estómago, habitan los territorios yermos de ideas, conectan con el prejuicio y el miedo. Y ¿qué hay más estomacal, más mítico, más simple que ahondar en la herida del idioma? Importa poco que, por el camino, se dejen heridas inútiles y tierra quemada. Lo que importa es que tienen eficacia.

Desde la distancia, ¡qué cansancio!

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Partidos, congresos y democracia, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Política by reggio on 16 julio, 2008

En las reglas de la sociedad mediática, los reyes son los políticos díscolos. Los díscolos o los castigados, tanto monta, porque ambos dan brillo a las noticias insulsas que generan los congresos de los partidos. Es tal la sensación de que todo está hecho, cocinado, deglutido y servido para ofrecimiento de las masas, que cuando aparece una audaz Nebrera, o un pertinaz Castells, o cuando los Madí y los Vendrell son sonoramente castigados, el revuelo adquiere dimensiones de fiesta mayor, como si por fin pasara algo, allí donde nunca pasa nada. Incluso, a falta de bocado, hasta nos zampamos con gusto un simple silbido contra algún invitado.

Los resultados a la búlgara, que vienen siendo el sello de distinción de los partidos, desde que existe la democracia, se ven algo salpicados por estas alegrías inesperadas, sobre todo las que protagonizan solitarios Robin Hood. Y es cierto que, visto en perspectiva, algo ha cambiado desde la transición, cuando la dinámica de los partidos era, prácticamente, un calco del más puro estalinismo. Zapatero llegó con unas primarias y el congreso de ERC, a pesar de ser una pelea de gallos, que no un debate serio de proyectos, también ofreció un plus de verdad democrática. Pero, con algunas dignas excepciones, que generalmente quedaron en agua de mayo, los partidos españoles continúan ofreciendo un esquema rotundamente antiguo, que difícilmente tiene cabida, y sobre todo credibilidad, en el dinámico y exigente siglo XXI.

En la era de las autopistas de la comunicación, cuando la mentira de un político es contrastada al segundo por decenas de informaciones que llegan desde la red, cuando los ciudadanos aprenden a asumir su protagonismo y opinan de cualquier manera, en estos tiempos de poco amor al dirigismo, los partidos realmente son cuerpos de otra galaxia. ¿Cuáles son las virtudes del buen militante, aquellas que le garantizarán poder medrar en el futuro? Con el sistema actual, donde no hay líderes sino servidores, donde la libertad de expresión queda suscrita a la categoría de ejercicio bajo sospecha, y donde los que triunfan son los que confunden el servilismo con la lealtad, es difícil imaginar que los mejores llegan arriba. Es cierto que los que llegan tienen virtudes indiscutibles – no en vano han superado una ardua carrera de obstáculos-, pero ¿de qué tipo?

Más allá de la capacidad para el liderazgo, que se les supone, la mayoría tienen que haber sido grandes conspiradores, magníficos siervos y, sin duda, poseedores de resistentes estómagos, no en vano habrán tenido que comerse muchos sapos. A diferencia de otros sistemas democráticos, donde impera el papel del individuo por encima de la maquinaria, en nuestro sistema, la maquinaria devora de tal forma al militante, que sólo sobrevive el que baja la cabeza.

Por supuesto, hay fracturas en este pétreo sistema, y vuelvo al fenómeno en auge del díscolo, capaz de marear y hasta desatar un congreso bien atado. Este fenómeno ¿nace de la propia evolución de los partidos políticos o tiene que ver con la importancia que adquiere un titular en la sociedad actual?

Creo más bien lo segundo, porque si no fuera por el papel mediático que adquiere cualquier militante con carácter, capaz de plantarse ante una estructura rígida, los partidos no le darían ni voz. Sin embargo, a diferencia del siglo XX, cuando el poder recaía, casi exclusivamente, en el aparato del partido y, por ende, en sus comisarios jefes, en el siglo XXI el poder está más repartido, y un comisario político puede verse retratado, silbido en ciernes, en el telediario de las nueve. Además, el rebelde siempre es amado por la prensa, de manera que adquiere un protagonismo y, con él, un poder que un partido político no puede ningunear fácilmente.

Esa es la lección que tendrían que aprender los partidos políticos españoles, que, o evolucionan y democratizan su estructura, o serán devorados por las Juana de Arco que les nazcan en sus entrañas. O que les vengan de fuera… El caso del PP es emblemático: consiguió llevar hasta el hartazgo a Josep Piqué, cuyo liberalismo no pudo tragar el dirigismo implacable de la calle Génova. Pero, huido Piqué, les creció una Nebrera, y así, probablemente, hasta el infinito. Los partidos políticos no podrán mantener mucho tiempo esta estructura del siglo XX, anclada en los principios de la autoridad indiscutida, la fidelidad pétrea y la falta absoluta de libertad. No podrán porque estamos en el siglo XXI.

De momento, sin embargo, mantienen su caduca estructura, con notable persistencia y eficacia. El último congreso, el del PSC, será también el último ejemplo. Está claro que el PSC tendría que tener grupo parlamentario propio, lo quieren los militantes, lo exige la coherencia histórica y lo reclaman líderes carismáticos. Sin embargo, ¿lo tendrá? A falta de milagro, por supuesto que no. Y no lo tendrá porque el PSC es un gran partido, ergo tiene más intereses que nadie por blindarse de posibles excesos libertarios.

No nos engañemos. Todos ellos son partidos democráticos con líderes demócratas. Pero donde menos democracia hay es en el interior de esos mismos partidos democráticos…

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Los nuevos leones de España, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Política by reggio on 9 julio, 2008

Podríamos considerarlo un comodín. Al fin y al cabo, lo catalán siempre ha sido utilizado, a derecha e izquierda, para hacer política. Y no me ahorro la autocrítica: se ha utilizado a ambos lados del puente aéreo, tanto para vertebrar el discurso más rancio del españolismo, como para manejar discursos esenciales de autoconsumo que vendían bien en el mercado de los cortoplacismos.

Lejos de tener la inteligencia de convertir Catalunya en el campo de juego, hemos preferido convertir el país en la pelota que nos tirábamos a la cabeza, y así, de gol en gol, nos hemos marcado todos los goles en propia puerta. Además, no seamos ingenuos. No sólo se ha tratado de ideología. Muy a menudo se ha tratado de coartada para distraer situaciones críticas o directamente líos de partido. Pero si Catalunya ha sido usada en Catalunya, para vender pescado en la pelea política, en las Españas, el uso permanente de «lo catalán» ha sido un recurso que ha dado votos, hasta el punto de que, a menudo, el discurso anticatalán ni tan sólo ha surgido de la ideología, sino de la táctica. Comodín, pues, en el sentido más descarnado y triste del término.

¿Responde al mismo fenómeno de distracción la actual y exacerbada ofensiva contra el catalán que han lanzado desde pretendidas tribunas intelectuales bien asentadas en edificios políticos? Personalmente creo que esta enésima ofensiva, que en realidad recoge el testigo de todas las que llevamos en democracia -y no son pocas-, reúne todos los elementos del fenómeno: concilia ideología con tacticismo, y todo ello suma en un nacionalismo estomacal que ha derivado en un indisimulado postautonomismo, nostálgico del concepto jacobino de España.

Veamos, pues, la radiografía de la campaña de los amigos de Rosa Díez contra el catalán. Como resulta evidente que quienes la perpetran no son gente iletrada, también es evidente que su motivación no tiene nada que ver con la salud del idioma castellano, en auge en todo el mundo y con un prestigio fuera de toda duda. Tampoco tiene que ver con la preocupación por la salud del castellano en Catalunya, ya que el único idioma que está en recesión, en franca dificultad y en peligro es el catalán. Y finalmente, resulta evidente que todo ello lo saben. Por tanto, su motivación es extralingüística y, por supuesto, absolutamente ajena a la defensa de ninguna libertad.

Entre otras cosas, porque si de libertad se tratara, todas estas insignes mentes deberían estar muy preocupadas por la difícil libertad que tienen los catalanohablantes para usar su idioma con normalidad en su propio territorio lingüístico. Y fuera de su territorio, ni hablamos. No. No nos vendan churras, cuando saben que están esquilando merinas. Los gestores del enésimo manifiesto contra el catalán -por cierto, la mayoría, los sospechosos habituales- usan este comodín para darle un zarpazo por la tangente al Partido Popular, ahora que este empieza a vislumbrar los ignotos paisajes del centro político.

No es una casualidad que justo cuando el PP quiere rectificar su discurso más agresivo, incluyendo el central discurso anticatalán, le salgan estos levantando nuevas pasiones, a los viejos y bajos instintos. Al fin y al cabo, Rosa Díez y compañía quieren hacer política, y su bolsa de votos, por mucho que vendan pescadilla socialista, se nutre vorazmente del saco popular. Y si el PP abandona este tortuoso sendero, chamuscado por la masiva derrota en Catalunya -que fue fundamental en su derrota española-, otros están dispuestos a quedarse el botín, quizás más suculento, cuando sólo se necesitan los votos básicos para mover la cola en el Parlamento. No tengo ninguna duda de que estamos ante una ofensiva de naturaleza táctica, con el objetivo de situarse en primera fila del panorama político y usando para ello un banderín de enganche colorista, simple y abiertamente estomacal. Y si algo es estomacal en España es el catalán. Sin escrúpulos, pues, los mercaderes han salido a vender anticatalanismo, para ganar cuatro perras en el mercado de la política. Al fin y al cabo, siempre ha sido así en la historia del anticatalanismo.

Sin embargo, no todo es tacticismo en esta ofensiva, porque la ideología que habita en el substrato no es menor, y necesariamente alimenta las energías para la campaña. Más allá del clásico y rancio nacionalismo español, cuyas voces menos depuradas llegan a la caricatura, este discurso es mucho más moderno y más inteligente. No es nostalgia del pasado, ni facherío clásico, sino un nuevo nacionalismo, anclado en el presente, pero convencido de que la España autonómica fue un magno error.

En realidad estamos ante un postautonomismo, harto de la complejidad de un Estado autonómico, ferviente militante de lo español, y descarnadamente insensible a cualquier pluralidad cultural. Son los nuevos leones de España y la quieren salvar de ella misma. Por eso empiezan por lo catalán. ¿Por dónde, si no? Al fin y al cabo, ¿no es por Catalunya por donde se les rompe su monolítica idea de España? Nuevos leones de una vieja idea que, a lo largo de la historia, sólo nos ha aportado intolerancia, confrontación y odio. Un maldito clásico.

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