Reggio’s Weblog

Crisis (8): Minar la confianza, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia

Posted in Economía, Política by reggio on 17 febrero, 2009

Es curioso: los medios y los expertos están haciendo cuajar la idea de que la actual recesión ha sido causada por los excesos del sector privado y olvidan completamente los excesos del sector público. Está claro que el origen del problema es la burbuja inmobiliaria. Pero ¿qué causó esa burbuja? Respuesta: el mantenimiento de tipos de interés artificialmente bajos por parte de las autoridades monetarias… públicas. Es decir, los tipos bajos llevan a demasiada gente a pedir hipotecas, cosa que provoca aumentos extravagantes de los precios de los inmuebles.

El sector financiero, se nos dice, construyó activos basados en hipotecas errando clamorosamente en la apreciación de lo que sería la tasa de morosidad. Pero ¿por qué cometió ese error? Por muchas razones. Una de ellas es que, cuando los precios suben la proporción de morosos se reduce (porque las familias tienen más incentivos a no perder una casa que se aprecia). Eso lleva a las entidades financieras y empresas de rating a creer erróneamente que la probabilidad de morosidad estructural se ha reducido. Es decir, si la burbuja inmobiliaria (creada, insisto, por las autoridades públicas) no hubiera existido, la alegría con la que se compraron los activos basados en hipotecas no se habría producido.

Se dice que demasiados bancos privados prestaron demasiado dinero a demasiadas familias con pocos recursos (familias subprime). ¿Por qué lo hicieron? Respuesta: entre otras cosas, porque dos instituciones semipúblicas (Freddie Mac y Fannie Mae) garantizaban esas hipotecas. ¿Por qué? Porque el gobierno las obligó a ello con el objetivo de que esas familias también formaran parte del sueño americano de tener una vivienda de propiedad.

Se explica que el sector financiero se dedicó a crear activos complicados que no entendía y a pedir prestado para invertir (apalancarse). ¿Por qué? Pues en parte, por culpa de la política de tipos artificialmente bajos que indujo a todo el mundo (¡incluso los bancos!) a pedir prestado para invertir.

Los errores de política pública contribuyeron, pues, de manera significativa a originar la crisis actual. Pero la cosa no acaba aquí: también están contribuyendo a agravarla y a convertir lo que habría sido una pequeña recesión en un episodio potencialmente catastrófico. Durante los primeros meses de crisis en EE. UU. (entre diciembre del 2007 y septiembre del 2008), el consumo, la inversión inmobiliaria y las exportaciones netas se mantuvieron. Lo único que cayó en picado era la construcción. Concretamente, hasta septiembre del 2008, la reducción del PIB había sido de unos 313.000 millones de dólares, un poco menos que la caída de la construcción. Es decir, lo único que demostraba estar realmente en crisis era ese sector.

Las cosas cambiaron radicalmente en septiembre del 2008. Después de salvar a Bear Sterns, Freddie Mac, Fannie Mae y Goldman Sachs, el fin de semana del 13-14 de septiembre, el gobierno decidió no ayudar a Lehman Brothers y, después, se salvó a AIG. Nadie entendió por qué se salvaba a unos bancos y no a otros, pero esa política errática dejaba claro que el gobierno no tenía claro cómo afrontar la situación. La confianza cayó y las bolsas de todo el mundo se hundieron. El gobierno reaccionó aprobando, a toda prisa, un programa de 0,7 billones para comprar los activos tóxicos de los bancos: la semana que siguió a la aprobación del llamado TARP (Troubled Assets Relief Program), la bolsa sufrió la peor caída semanal de la historia. Ante el asombro de todos, la reacción del gobierno fue la de decir: «Como a la bolsa no le ha gustado el TARP, no compraremos activos tóxicos, sino que recapitalizaremos directamente a los bancos». Y claro, al constatar que el gobierno utilizaba a la bolsa para ver si sus propias acciones tenían sentido, todo el mundo se dio cuenta de que andaba bastante perdido. Eso acabó de demostrar que estábamos en manos de una pandilla de incompetentes, justo en el momento que cuajaba la idea de que el ángel salvador único era… ¡el gobierno!

Es importante que si los estados deciden erigirse en salvavidas de la economía, nos convenzan primero de que están capacitados para ello. Porque, en economía, cuando el líder no inspira confianza, las familias dejan de consumir, las empresas dejan de invertir y las crisis se agravan.

Lo peor de todo es que, la confianza ciega que muchos tenían en Barack Obama se está disipando rápidamente: después de aprobar un plan de gastos plagado de esotéricos programas inútiles, Obama ha dedicado otro billón de dólares a una nueva versión de TARP, a pesar del ostentoso fracaso de la primera versión del plan. Es más, el día que su secretario del Tesoro, Tim Geithner, lo anunció, no explicó ni quién comprará esos activos, ni cómo se decidirá su precio, ni qué bancos serán ayudados, ni qué pasará con los activos comprados… Es decir: no explicó nada de nada. Su inseguridad y su miedo no contribuyeron a establecer la necesaria confianza en que el nuevo liderazgo sabe cómo reconducir la situación.

¡Ah! ¡Casi me olvidaba!: mientras tanto, el sector privado -¡ese maldito sector privado que tanto daño hace a la sociedad!- ha seguido haciendo sus deberes: según un estudio del profesor Casey Mulligan, la productividad del sector no financiero norteamericano sigue subiendo (a diferencia de lo que pasó durante la gran depresión). Es decir: gracias al sector privado, la economía norteamericana saldrá disparada de la crisis el día que la incompetencia del gobierno deje de minar nuestra confianza.

XAVIER SALA I MARTIN. Columbia University y Fundació Umbele.

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Crisis (7): gasto inútil, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia

Posted in Economía by reggio on 11 febrero, 2009

Si gastáramos un millón de dólares por cada día transcurrido desde que nació Jesucristo hasta hoy, no dilapidaríamos tanto dinero como el presidente Obama gastará con su reciente plan de estímulo económico. Y es que una especie de virus neokeynesiano que lleva a los dirigentes a la locura del dispendio ilimitado parece haber invadido el planeta Tierra. Es como si el único libro de economía jamás escrito fuera la Teoría general de Keynes, de 1936, que propone el aumento del gasto público para salir de la crisis.

Decía Keynes que «en el largo plazo, todos estamos muertos»… Y tenía razón: ¡Keynes está muerto! El problema para sus discípulos es que antes de morir (pero después de publicar la Teoría general)también escribió otras cosas como: «El aumento de la obra pública puede ser la medicina correcta cuando hay una deficiencia crónica en la demanda, pero no se puede organizar de manera suficientemente rápida como para ser el instrumento más útil para evitar los ciclos económicos» (Keynes, Collective writings, vol. XXVII, p. 122, 1942). Es decir, después de pensarlo, ni el propio Keynes creía en la utilidad del gasto público para sacar a la economía de una recesión. La razón es la que apuntábamos en estas páginas el 17/ XII/ 2008: para ser útil, el gasto público debe ser sometido a complicados procesos de decisión y adjudicación que requieren tiempo. Eso significa que, si se quiere que sea útil, no va a llegar a tiempo. Y si se quiere que saque a la economía de la crisis, va a ser inútil. (Nota: la cosa es todavía más grotesca en el caso español, dado que el Gobierno tiene la manía de no pagar sus deudas hasta ¡18 meses después de ejecutada la obra!).

«¡Pues que sea inútil!», dirían los keynesianos, «al fin y al cabo ¡eso es lo que sacó al mundo de la gran depresión de los años 30!». Bien…, la salida de la gran depresión está sujeta a un debate que no vamos a solucionar aquí. Pero hay otros episodios históricos que pondrían en duda la eficacia del gasto público. Uno de ellos es una crisis enormemente parecida a la actual: Japón 1990. Tras una gigantesca burbuja inmobiliaria, el sistema bancario japonés se colapsó, el préstamo desapareció y el país entró en una profunda crisis económica. ¿Cómo reaccionó el Gobierno japonés? Respuesta: se endeudó hasta el cuello y gastó lo que no estaba escrito: se hicieron obras públicas por valor de 4.7 billones de euros (la economía japonesa entonces era de unos 4 billones de euros anuales) y la deuda pública subió hasta 7 billones (un 180% del PIB). Se pavimentó el país entero unas cuantas veces, se construyeron puentes, museos, zoos, palacios de deportes e incluso pirámides de cristal.

¿Contribuyó todo este derroche a que Japón saliera del agujero? No lo sé. Lo que sí sé es que han pasado 18 años… y la economía japonesa todavía no ha salido del agujero. Algunos economistas dicen que sin el gasto público, la crisis japonesa hubiera sido mucho más profunda. Quizá sí…, aunque otros dicen que fue el aumento desmesurado del gasto el que hizo que cundiera el pánico entre los ciudadanos, cosa que los llevó a reducir el consumo y a agravar la situación. ¿Quién tiene razón? Seguramente nadie: yo más bien me inclino a pensar que todo ese dispendio no fue ni bueno ni malo, sino más bien… inútil.

Y es que hay un teorema que dice que un problema económico no se soluciona creando otro «que compense», sino arreglando la raíz del problema. Si fuéramos médicos y viéramos que el corazón (raíz del problema) del paciente no tiene suficiente fuerza para bombear sangre por todo el cuerpo, no cortaríamos las piernas para que no necesitara tanto riego sanguíneo (creación de problema que compensa), sino que intentaríamos reparar el corazón. Lo mismo pasa en economía. El problema actual es que el sistema financiero ha generado deudas gigantescas para crear instrumentos financieros que ahora tienen un valor dudoso y eso impide que la economía real tenga acceso a crédito para invertir y comprar. Eso no se soluciona dejando que el Gobierno genere todavía más deuda y gaste el dinero haciendo ferrocarriles, museos o parques. Se arregla yendo al corazón del sistema financiero, extirpando lo que está podrido y haciendo que la banca recupere la confianza en las empresas y viceversa.

Con eso no quiero decir que no se necesiten ferrocarriles, museos o parques. Lo que digo es que contratar a los parados de la banca para que construyan ferrocarriles no va a arreglar el problema de fondo que es la falta global de crédito.

La pregunta clave es: ¿por qué se aprueban, pues, planes de aumento extravagante del gasto en casi todos los países del mundo? Mi respuesta es bien sencilla: la clase política ha aprovechado el miedo que la crisis ha metido en el cuerpo del contribuyente para hacer su particular carta a los Reyes. Fíjense en que Obama ha querido que su plan fuera aprobado deprisa y corriendo: «Si no se aprueba esta semana -dijo-, va a haber una catástrofe económica». No hay programa en el mundo que no pueda esperar una semana, por más que el nuevo mesías, Barack Obama, diga lo contrario. Eso sí, las prisas han conseguido que se aprobaran cientos de programas sin el necesario escrutinio público y han convertido la crisis en el paraíso de los chupópteros del dinero ajeno. En estos momentos de pánico en los que ha cuajado la idea de que cualquier tipo de gasto inútil sirve para salir de la recesión, los políticos aprovechan y hacen lo que toda la vida han querido hacer: gasto inútil.

XAVIER SALA I MARTÍN, Columbia University y Fundació Umbele.

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Crisis (6): España, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia

Posted in Economía by reggio on 17 enero, 2009

Por mucho que el Gobierno dé las culpas a la situación financiera internacional, la crisis española es made in Spain.Cuando España era un país pobre, basó su crecimiento en productos baratos porque los salarios y, por tanto, los costes de producción eran bajos. A medida que crecía, los salarios subían y la competitividad desaparecía. Al no poder competir vendiendo productos más baratos que los demás, España tenía que innovar. Pero nunca lo hizo. En lugar de ello, intentó perpetuar la situación contratando a inmigrantes pobres, cosa que no hacía más que retardar las reformas: gracias a que los inmigrantes aceptaban salarios miserables, las empresas no tenían incentivos para invertir en tecnología o transformarse hacia actividades de mayor valor añadido.

La burbuja inmobiliaria también contribuyó a que no se hicieran reformas. Por alguna razón se generalizó la idea de que la vivienda era una inversión segura («el ladrillo nunca baja», decían, ¿lo recuerdan?) y todo el país se dedicó a comprar casas. Eso hacía subir el precio, lo cual, además de «confirmar» aquello de que el ladrillo nunca baja, incentivaba a constructores a edificar como locos. Entre un 15% y un 19% del crecimiento español llegó a depender de la construcción (el 4% en EE. UU.). El problema es que ese crecimiento sólo se podía mantener si los precios seguían subiendo, y la histeria colectiva que los hacía subir tenía que llegar algún día a su fin. Y al final, eso fue lo que pasó, el ladrillo dejó de ser una buena inversión, la gente dejó de comprar, las constructoras e inmobiliarias dejaron de contratar y, ahora, una parte importante del PIB va a desaparecer.

¿Qué tiene que ver eso con la falta de innovación? ¡La complacencia! Mientras las cosas iban bien, nadie veía la necesidad de llevar a cabo las dolorosas reformas que habrían fomentado la innovación.

Pero ahora que ha acabado el boom de la construcción, ¿exactamente qué producirá España?

Silencio sepulcral.

La monumental borrachera de la construcción ha dejado dos resacas importantes. Por un lado, una deuda inmobiliaria que ronda los 300.000 millones de euros (¡el 27% del PIB!). Eso es un problema serio, porque los ingresos de ese sector en la actualidad son casi nulos. En consecuencia, la banca (¡sí!, esa banca tan segura gracias al gran sistema regulador español) se va a tener que quedar con viviendas, solares, edificios a medio construir y ciudades fantasma en la Costa del Sol. Una parte será revendida…, pero a precios de saldo. Si, siendo optimistas, recupera el 66% en términos reales, el agujero final será de unos 100.000 millones de euros. Casi el 10% del PIB.

Por otro lado, ha quedado un déficit exterior que también ronda el 10% del PIB. Simplificando, el déficit es la diferencia entre la demanda y la oferta agregadas: si la gente quiere comprar (demanda) más de lo que produce (ofrece), la diferencia debe ser comprada en el extranjero. Visto así, el déficit sólo se puede corregir de dos maneras: disminuyendo la demanda o aumentando la oferta. Así de simple. El problema es que reducir la demanda quiere decir que familias, empresas y gobierno gasten un 10% menos. Es decir, una recesión económica del 10% del PIB relativo al potencial. No sabemos si esa caída se producirá durante el 2009 – como Indonesia en 1997 o Argentina en el 2000-o si habrá una caída más lenta pero mucho más larga – como ocurrió en Japón entre 1990 y la actualidad-.Pero de un modo u otro la caída ocurrirá…, a no ser que aumente la oferta. Es decir, que aumenten la productividad y competitividad empresarial.

Lo que nos lleva a las medidas de política económica. Si el Gobierno quiere evitar una catástrofe, debe concentrarse en el fomento de la productividad. No hay alternativa. Para ello debe llevar a cabo tres tipos de acciones. Primero, hay que liberalizar rápidamente la oferta: reducir costes burocráticos, eliminar regulaciones caprichosas o rebajar costes fiscales relacionados con la producción, contratación e inversión.

Segundo, si se quieren tomar medidas de «corte keynesiano» para luchar contra la crisis, seleccionar aquellas que tengan un mayor efecto sobre la productividad. Ejemplos: (1) una política fiscal expansiva a base de reducción de impuestos que hagan a las empresas más competitivas hoy es mejor que un aumento del gasto público que conlleve mayores cargas fiscales futuras; (2) cuando se escoja entre diferentes tipos de infraestructuras, que se elijan las que aporten mayor competitividad e innovación; (3) antes de rescatar o ayudar a un sector, que se pregunte si es un sector de futuro o de pasado o si se instaló en España porque buscaba salarios bajos; (4) en lugar de buscar gasto público adicional, que el Gobierno considere pagar las deudas que tiene con miles de empresas que viven financieramente ahogadas por culpa de su perniciosa y pertinaz morosidad.

Tercero, deben empezar a introducirse aquellas reformas que no van a tener efectos a corto plazo pero que son fundamentales para la competitividad a la larga. Entre ellas, la transformación del sistema educativo para fomentar la creatividad y el espíritu emprendedor de los jóvenes, la transformación del sistema financiero para que sea capaz de financiar proyectos de innovación o la erradicación de los excesos intervencionistas en sectores clave.

La hecatombe económica puede y debe ser evitada. Sólo es cuestión de que el Gobierno abandone el comportamiento errático demostrado en el 2008 y haga las cosas bien. La hora de la verdad ha llegado a España.

XAVIER SALA I MARTÍN, Columbia University, UPF y Fundació Umbele.

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Funcionarios doctrinales, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia

Posted in Educación by reggio on 11 enero, 2009

Cuando Marco Polo llegó a China en 1271, se encontró con una civilización milenaria que había sido capaz de inventar el papel, la porcelana, la imprenta de bloques de madera, la pólvora, el compás, las cometas, la carretilla, los fuegos artificiales o los canales con compuertas. Un mundo maravilloso que parecía estar a años luz de esa lóbrega Europa medieval pero que… a pesar de que Marco Polo no se daba cuenta, estaba cambiando de manera irreversible: con la llegada de los mongoles y la dinastía Yuan, esa China que tantos inventos había producido empezó a dejar de generar ideas y se vio superada por una Europa que, en pocos siglos, fue capaz de hacer las revoluciones científica, industrial y social que dieron lugar al mundo occidental que hoy conocemos.

Por qué la civilización china quedó tan atrasada en tan poco tiempo es uno de los rompecabezas más fascinantes de la historia.

Entre las muchas teorías existentes, la más convincente es la de Geoffrey Lloyd y Nathan Sivin: los conocimientos en China estaban en manos de una burocracia feudal (el mandarinato) cuya misión era controlar y administrar ese gigantesco país. Los burócratas decidían a través de un complejo y durísimo sistema de exámenes no sólo quién era apto para acceder a los conocimientos, sino qué tipo de conocimientos eran aceptables. Es decir, el Estado decidía qué se debía estudiar y cómo se debía estudiar. La monopolización de los conocimientos y la educación por parte del funcionariado hizo que desapareciera el pensamiento libre e independiente y el escepticismo sistemático que se requiere para que surjan las ideas y la innovación. Los «sabios» chinos eran poco dados a buscar nuevos conceptos por miedo a irritar al establishment doctrinal.

Digo que la teoría de Lloyd y Sivin es la más convincente porque se ve confirmada por otros episodios históricos. En el siglo IX, Bagdad estaba intelectualmente a la cabeza del mundo mediterráneo. Fue en el seno del islam donde se tradujeron los grandes clásicos griegos y romanos, se originaron los hospitales, se realizaron grandes progresos en filosofía, astronomía o matemáticas (la palabra álgebra proviene del árabe al jabar).Sin embargo, ese liderazgo desapareció en apenas dos siglos debido a la inflexibilidad de las autoridades fundamentalistas. Los astrónomos islámicos ya habían observado que los planetas no describían círculos sino elipses alrededor del sol (algo que Kepler redescubrió en el siglo XVII), pero nunca tuvieron la libertad para pensar que esas órbitas elípticas respondían a una leyes de la gravedad y a un heliocentrismo contrario a la versión oficial del islam.

Retrasando todavía más el reloj, otro fundamentalismo, el cristiano, contribuyó a poner fin al pensamiento clásico grecorromano. Durante su época dorada, la Grecia de Tales de Mileto, Ptolomeo, Pitágoras y Aristóteles era una pura olimpiada de sabiduría, donde la inteligencia, la agudeza, la creatividad y el pensamiento eran premiados como si de competiciones deportivas se tratara. De hecho, en la Grecia clásica no había mucha distinción entre educación deportiva e intelectual. Toda esa libertad de la que gozaron los pensadores clásicos dejó paso a la «verdad absoluta» dictada por el dios medieval cristiano, una «verdad» defendida con la espada desde el poder militar. Eso frenó el progreso científico durante siglos, hasta que Tomás de Aquino reintrodujo a un Aristóteles que se había conservado gracias al islam.

Les explico todo esto porque parece que estamos asistiendo, en directo, a una nueva pérdida de liderazgo intelectual: el de Europa. Las grandes universidades de Alemania, Francia, Inglaterra, Suiza o Italia, que eran las mejores del planeta hace sólo 50 años, han dejado de liderar el mundo intelectual. ¿Por qué? Pues por la misma razón que chinos, islámicos o grecorromanos perdieron su hegemonía: el control monopolístico por parte del Estado.

La gravedad de la situación universitaria europea está llevando a nuestros líderes a introducir reformas como la del plan de Bolonia. El problema es que el tan criticado plan parece un intento burdo de crear un espacio de mayor movilidad para nuestros estudiantes y licenciados. Aunque esto de la movilidad está bien, no soluciona el problema principal. Es más, lo empeora, porque al buscar más coordinación, se evita la competencia entre universidades por la obtención de fondos, estudiantes y profesores. Esa falta de competencia hace que las universidades no tengan incentivos para mejorar la oferta educativa o para generar más ideas que los demás. Y el progreso de las ideas es muy difícil sin un escepticismo generalizado que no se puede dar si los pensadores son funcionarios del Estado con miedo a perder la financiación cuando se enfrentan al poder y no tienen alternativa a la que acudir.

No. El plan de Bolonia no ha causado el declive universitario europeo, pero sí representa una oportunidad perdida para enmendar la situación y sí demuestra que nuestros líderes políticos todavía no han identificado el problema real. Marco Polo no vio que su admirada China estaba ya en decadencia por culpa del monopolio público del conocimiento. Siete siglos después se está repitiendo la historia y Europa perderá definitivamente el liderazgo intelectual que ha ejercido desde el Renacimiento si no introduce profundas reformas que conlleven más competencia entre universidades, un menor control estatal de la educación y la ciencia y, sobre todo, menos burócratas de la intelectualidad y funcionarios doctrinales.

XAVIER SALA I MARTÍN, Columbia University, UPF y Fundació Umbele.

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Crisis (5): eliminar el IVA, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia

Posted in Economía by reggio on 17 diciembre, 2008

Una de las consecuencias trágicas de la presente crisis financiera es que se ha tirado por la borda todo lo que los economistas han (¡hemos!) estudiado y predicado durante décadas. Parece que ahora vale todo: cualquier político que desee aumentar el gasto, sólo tiene que explicar que la crisis actual se parece a la del 1929, pronunciar la frase mágica «como dijo Keynes» y ¡zas!, ya tiene carta blanca para dilapidar dinero.

¡Sí! Ya sé que los libros de macroeconomía dicen que, durante las recesiones económicas, el déficit fiscal debe aumentar. Y también sé que se asocia esa expansión fiscal a los postulados keynesianos (aunque, en realidad, todos los macroeconomistas, incluso los clásicos, promulgan la contraciclicalidad del déficit público). Lo que los textos no dicen, sin embargo, es que una crisis abre la puerta al dispendio ilimitado e indiscriminado por parte de la clase política. Y es que hay dos maneras de incrementar el déficit: una, aumentar el gasto público y dos, reducir impuestos para que quien amplíe el gasto sea el ciudadano.

¿Cuál de las dos opciones es preferible para luchar contra la crisis? Hay quien dice que la mejor política será la que tenga un mayor «multiplicador» y ejerza un impacto mayor sobre el PIB. Es decir, si aumentar el gasto en 10.000 millones genera un aumento del PIB de 20 y, en cambio, reducir los impuestos en 10 genera un aumento del PIB de 10, entonces dicen que el aumento del gasto es mejor que la rebaja de impuestos. Aunque este razonamiento es común, es incorrecto porque si lo que queremos es generar un aumento del PIB de 20, no hay nada que impida al Gobierno reducir impuestos en 40 para conseguirlo.

Para evaluar qué política fiscal es mejor, hay que analizar dos aspectos clave. Por un lado, la eficiencia: incluso en épocas de crisis, los contribuyentes debemos asegurarnos de nuestro dinero no es derrochado. En este sentido, cuando se le da al Gobierno la posibilidad de gastar, en seguida surgen ministros, diputados, presidentes de comunidad, alcaldes, y todo tipo de malgastadores patológicos que van a encontrar las maneras más pintorescas de despilfarrar nuestro dinero y que van a tomar decisiones, no con criterios de eficiencia económica, sino con criterios políticos y electoralistas (para no ser acusados, por ejemplo, de hacer poco o nada). Eso hace que acaben adquiriendo cosas que no interesan a la gente sino a ellos mismos. Por el contrario, cuando se rebajan los impuestos son los propios ciudadanos los que deciden adónde va a parar el dinero porque ellos son los que lo van a gastar. Según el primer criterio, pues, el recorte impositivo es superior al aumento del gasto público.

El segundo criterio que tener en cuenta es la inmediatez: ¿qué política tendrá un efecto más rápido sobre la economía? La inmediatez es importante porque las recesiones tienen una duración corta y una política fiscal anticrisis que surta efecto después de la crisis es inútil. En este sentido, el aumento del gasto público en infraestructuras (como los 33.000 millones de inversión en transportes y medio ambiente propuesto por el Gobierno español) requiere concursos públicos, adjudicación de obras, escrituras de contratos, negociación de comisiones (legales y de las otras), etcétera. Un proceso largo que fácilmente puede retrasar el gasto en años. Y puede que entonces sea demasiado tarde… a no ser que el Gobierno lleve a cabo precisamente ese plan anticrisis porque piensa que la recesión en España durará… pues eso, ¡años!

Algo parecido pasa con la reducción del IRPF: cuando los ciudadanos se den cuenta de que el Gobierno les va a quitar menos dinero (y probablemente eso no pase hasta junio, cuando hagan la declaración), la crisis ya puede haber terminado.

En cambio, una reducción del IVA no tiene el mismo problema: si mañana a las diez de la mañana se eliminara el IVA, a las diez y un minuto la gente vería que lo que antes le costaba 100 ahora le cuesta 90, por lo que los 10 restantes podrían ser utilizados para comprar otras cosas. Del mismo modo, las empresas que tienen que guardar dinero para pagar el IVA, de repente tendrían recursos para gastar. Una eliminación del IVA, pues, sería una transfusión directa e instantánea de dinero a las venas de la economía. La pregunta es: ¿cómo sabemos que los ciudadanos gastarían los euros resultantes de la rebaja impositiva en lugar de ahorrarlos? Pues la verdad es que no lo sabemos. Por esto mi propuesta de política fiscal sería la eliminación del IVA, pero no la eliminación permanente, sino temporal.

Es decir, se debería anunciar la desaparición del IVA durante el 2009 (o hasta que se acabe la crisis) y su reaparición en el futuro. De ese modo, los precios serán más bajos si y sólo si se gasta en los próximos meses.

Eso induciría a los ciudadanos a gastar ahora, que es cuando se necesita. Resumiendo, tanto el argumento de la eficiencia como el de la inmediatez sugieren que la mejor política fiscal para luchar contra la crisis es la reducción o eliminación temporal del IVA.

El problema práctico que comporta eso es que la Unión Europea obliga a sus miembros a mantener un IVA mínimo del 15%, por lo que la decisión se tiene que tomar en Bruselas. Pero bueno, quizá ha llegado el momento de que todos los mandarines europeos demuestren que no sólo son chupópteros del dinero ajeno que viven en el cementerio de elefantes políticos y tomen, por fin, una decisión útil y valiente que puede contribuir a amortiguar la crisis: eliminar temporalmente el IVA.

XAVIER SALA I MARTÍN, Columbia University, UPF y Fundació Umbele (www.sala-i-martin.com)

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Crisis (4): más tranquilos, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia

Posted in Economía by reggio on 7 diciembre, 2008

Dentro de cuatro días se celebrará en Bruselas el Consejo Europeo, última gran reunión antes de que a Sarkozy se le agote la presidencia. Aunque en principio no tocaba, parece que la agenda se reorganiza para tratar la crisis económica. Es una nueva oportunidad, pues, para que Sarkozy, Zapatero y compañía intenten refundar el capitalismo. Y es que, a pesar de que al salir de la cumbre del G-20 en Washington el presidente francés proclamó eufórico el comienzo del siglo XXI, la verdad es que esa reunión resultó ser una enorme bofetada para los refundadores.

Los líderes reunidos en Washington entendieron que la gravedad de la situación económica mundial no admitía uno de esos comunicados frívolos que emiten normalmente y esta vez produjeron un documento con algo de sustancia. El problema para Sarkozy y Zapatero es que, más que refundar el capitalismo, el papel reafirma su confianza en la economía de libre mercado, en la globalización y en la apertura de fronteras al movimiento de mercancías y capitales. También proclama que el sistema financiero debe ser regulado (como, de hecho, ya lo es), aunque considera que la regulación no debe impedir el dinamismo y la innovación tan necesarios para el crecimiento.

El escrito explica que las causas de la crisis fueron tres: los errores de las entidades financieras en sus políticas de gestión de riesgo, la complejidad y opacidad de los nuevos instrumentos financieros y la mala gestión de políticos, reguladores y supervisores, incapaces de seguir el ritmo de la innovación. En la declaración final se rechaza ese proteccionismo que tanto contribuyó a que la crisis financiera de 1929 se convirtiera en una gran depresión económica y se adopta el compromiso de no subir los aranceles en 12 meses.

A partir de ahí, el documento hace toda una serie de propuestas vagas: mayor coordinación internacional de política fiscal (aunque no concreta si será en forma de reducción de impuestos o aumento del gasto público, o a qué se va a dedicar dicho gasto); el rescate del sistema financiero (pero no dice si se hará con compras de bonos tóxicos o compras de acciones de bancos); mayor transparencia, más estricta supervisión y mejor -no mayor- regulación (aunque no menciona explícitamente cuál). Se propone la reforma del Banco Mundial y el FMI para dar más cabida a los países emergentes…, aunque no queda claro a costa de quién esos países van a adquirir más poder. Veo muy contentos a españoles, franceses y europeos varios, pero tengo la impresión de que la nueva arquitectura financiera internacional va a reflejar el hecho de que el centro económico del mundo ya no está en el Atlántico (a medio camino entre EE. UU. y Europa) sino en el Pacífico (entre EE. UU. y Asia).

Finalmente, la participación de España: el presidente Zapatero acudió a Washington sacando pecho y ondeando la bandera de la regulación española como ejemplo. El orgulloso presidente olvidó mencionar que, si bien la regulación evitó que la banca comprara bonos tóxicos subprime norteamericanos, no impidió que se compraran bonos tóxicos inmobiliarios de la Costa del Sol: se estima que la deuda de las promotoras con la banca española asciende a 300.000 millones de euros (recuerden que eso es más de la mitad de todo el plan de rescate norteamericano). El sector debe pagar unos intereses de 20.000 millones de euros anuales y eso es un gran problema para la banca española, porque, en la actualidad, las inmobiliarias tienen unos ingresos cercanos a… digamos… ¿cero? Es posible que en los próximos meses el presidente Zapatero se tenga que comer ese autobombo.

Además de la chulería, el discurso de Zapatero contenía aquel análisis primitivo que tanto gusta a su parroquia socialista. Ya saben, aquello de que «la crisis la ha causado la derecha y la solucionará la izquierda», y propuso limitar los salarios de los altos ejecutivos, por aquello de la injusticia y las desigualdades sociales. Kumbaya my Lord. Lógicamente, todo el mundo se pegó un hartón de reír. porque no hace falta haber superado el jardín de infancia para entender que la crisis financiera no se puede analizar bajo el anacrónico prisma de izquierdas y derechas. Y alguien debería explicarle al señor presidente que cuando los expertos hablan de cambiar el sistema de remuneración no lo hacen porque los ejecutivos cobran «demasiado», sino porque crea incentivos perversos. Si un ejecutivo fuera al casino con dinero de los accionistas y, en caso de ganar, él se quedara la mitad y, en caso de perder, pagaran los accionistas, los ejecutivos se pasarían el día en el casino. Pues una cosa parecida pasa con el sistema de remuneración de verdad: cuando las cosas van bien, los ejecutivos cobran grandes bonos, y cuando van mal, pagan los accionistas. Noten que el problema no es que la compensación sea demasiado alta, sino que está planteada de manera que incentiva a tomar decisiones excesivamente arriesgadas (como ir al casino), cosa que ha contribuido a crear la crisis financiera. ¿Qué quedó del discurso de Zapatero en el documento final? Pues la verdad es que… ¡nada! El documento no mencionaba el tamaño de la remuneración, sino la necesidad de alinear los incentivos. Como tenía que ser.

La próxima parada en el camino de la refundación tendrá lugar en Bruselas la próxima semana. Ya veremos qué pasa. De momento, los resultados de la cumbre del G-20 hicieron que los que creemos en el sistema de mercado como la única vía para progresar pudiéramos respirar… un poco más tranquilos.

XAVIER SALA I MARTÍN, Columbia University, UPF y Fundació Umbele.

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Crisis (3): neointervencionismo, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia

Posted in Economía by reggio on 17 noviembre, 2008

Parece que se ven luces al final del túnel de la crisis. Lamentablemente, se trata de los faros de un camión que viene de cara. Un camión conducido por Sarkozy y un grupo de políticos neointervencionistas, con Rodríguez Zapatero de polizonte, que dicen querer refundar el capitalismo.

Dejando de lado el hecho de que el capitalismo ni lo fundan ni lo refundan los políticos sino los millones de ciudadanos que tomamos decisiones libres diariamente (esa es la gran diferencia con respecto a aquellos sistemas económicos fracasados que fueron creados desde el Estado), los neointervencionistas operan bajo dos premisas falsas: la primera es que la crisis financiera ha sido causada por la falta de regulación. En el artículo «Crisis (1): qué ha pasado» (La Vanguardia,13 de octubre), expliqué que las causas deben ser buscadas en la política monetaria de bajos tipos de interés de Greenspan en el 2001, en la intromisión del Congreso norteamericano que indujo a entidades semipúblicas como Freddie Mac y Fannie Mae a asegurar créditos a familias subprime y a una regulación financiera, basada en la convención de Basilea, que permitía a los bancos crear entidades paralelas, los conduits,con balances separados (cosa que permitió a los bancos multiplicar los créditos concedidos de manera ilimitada) y que obligaba a los bancos a sacarse los créditos de encima cuando el valor de sus garantías bajaba, cosa que provocó la espiral negativa de ventas y caídas en bolsa. La crisis, pues, no fue causada por falta de regulación. La regulación existía y existe, pero no sólo no ha evitado la crisis sino que además ha contribuido a generarla y agravarla.

La pregunta clave es: ¿por qué ha fallado la regulación existente? La respuesta es que los políticos que escriben las reglas son incapaces de prever por dónde vienen las crisis. Es muy fácil criticar al entrenador el lunes por la mañana. Y es muy fácil ahora reescribir las normas de Basilea, obligar a que las contabilidades de los bancos y los conduits se hagan de manera conjunta, forzar a que la valoración de capital no se haga a valor de mercado para no obligar a vender cuando la cotización baja. El problema es que todo eso llegará demasiado tarde para solucionar la crisis del presente… y no resolverá las del futuro. Porque las próximas crisis ni van estar causadas por familias subprime,ni van a tener que ver con conduits o credit default swaps.¿Por dónde van a venir? Pues no lo sé. Nadie lo sabe. ¡Ese es el problema!

La segunda premisa es que los neointervencionistas piensan que se puede evaluar la bondad de un sistema económico analizando sólo las crisis e ignorando sus aspectos positivos. El sistema económico que se quiere reformar ha dado lugar al crecimiento económico mundial más espectacular de la historia. Desde Estados Unidos hasta China, pasando por India, América Latina e incluso África, ese progreso económico sin precedentes ha permitido reducir las tasas de pobreza como nunca antes había sucedido en toda la historia de la humanidad.

Si no se tiene en cuenta la parte positiva, corremos el riesgo de que los neointervencionistas refunden el capitalismo para evitar crisis pasadas, que no lo consigan y que, en el proceso, se carguen algunos los motores del progreso. Y es que la razón principal que explica el fuerte crecimiento de los últimos años es la innovación llevada a cabo por miles de pequeños emprendedores cuyas ideas debían parecer locuras antes de hacerse realidad: desde Microsoft hasta Intel, pasando por Google,Starbucks, docenas de empresas de telefonía móvil o YouTube, las ideas de todos esos emprendedores debían parecer tan excéntricas que ningún banco tradicional hubiera querido financiarlas. Gracias a Dios, además de bancos tradicionales, el sistema había creado instrumentos que permitían financiar empresas de alto riesgo, y eso posibilitó el progreso tecnológico.

Un microcosmos que refleja las ventajas y los inconvenientes de la regulación lo tenemos en España, cuyo sistema financiero ha sido alabado por su rigidez reguladora. Sí. Es cierto que el Banco de España impidió a los bancos comprar activos tóxicos, cosa que evitó el contagio procedente de Estados Unidos. Pero también es cierto que no previó que la crisis en España llegaría por otro lado y permitió que los bancos se expusieran exageradamente al sector inmobiliario…, y ahora eso lo van a pagar. Es más, la extrema prudencia impuesta al sistema financiero contribuyó a que la tasa de innovación en España fuera preocupantemente baja al no poder asumir los riesgos necesarios para financiar nuevas y arriesgadas tecnologías. Dicho de otro modo: si Sergey Brinn y Larry Page hubieran sido españoles, Google nunca hubiera sido una realidad porque ningún banco español hubiera financiado una idea tan aventurada. España ha podido disfrutar de progreso tecnológico única y exclusivamente porque ese progreso tuvo lugar en el extranjero. Si no fuera por ello, España estaría anclada en 1970. Y, si como algunos proponen ahora, todo el mundo tuviera el sistema financiero español, quizá hubiéramos evitado la crisis de las subprime,pero el mundo entero estaría anclado en 1970. Y eso hubiera sido muy malo.

La crisis financiera será pasajera, pero sus secuelas pueden ser catastróficas y permanentes si dejamos que la batalla intelectual sea ganada por los políticos que conducen ese camión que nos viene de cara y que aprovecharán la ocasión para imponernos sus fobias antiliberales sin tener en cuenta los peligros del neointervencionismo.

XAVIER SALA I MARTÍN, Columbia University, UPF i Fundació Umbele.

www.sala-i-martin.com

para ver: Crisis (2): 1929

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Universal + igual = mediocre, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia

Posted in Economía, Política by reggio on 10 noviembre, 2008

Qué tienen en común los nativos de Uganda, un decano de Harvard y la Fundació Jaume Bofill? Veamos: en 1982, tras un brote de ébola en Uganda, la OMS envió centenares de médicos. A las pocas semanas, los nativos constataron que en los pueblos donde había más doctores, había más gente que moría. Dedujeron que los doctores traían la enfermedad y… los asesinaron.

En 1988 un decano de Harvard observó que los estudiantes que habían ido a clases particulares de SAT (exámenes de entrada parecidos a la selectividad) tenían peores notas que los que no lo habían hecho. Concluyó que las clases privadas eran perjudiciales y recomendó que no se utilizaran.

En el 2008, la Fundació Jaume Bofill ha publicado un estudio que estima que las escuelas que agrupan a los niños por niveles (es decir, que enseñan a ritmos distintos a los estudiantes que mejor siguen las clases y a los que les cuesta más) obtienen peores notas medias que las que ponen a todos los niños en una misma clase. El informe recomienda que el Gobierno impida la separación.

Estos tres ejemplos tienen una cosa en común: cometen el error estadístico elemental de confundir correlación y causalidad. Los doctores en Uganda no fueron repartidos al azar, sino que se asignaron más doctores a los pueblos donde había más problemas. No eran los doctores los que causaban la infección, era la infección la que causaba la aparición de doctores. Los estudiantes de Harvard no utilizaban las clases particulares de forma aleatoria: los que tenían más dificultades tendían a utilizarlas más, por lo que sus inferiores notas no indicaban que las clases particulares fueran perjudiciales, sino que ellos tenían mayores dificultades.

Y las escuelas que deciden agrupar por niveles lo hacen porque tienen más problemas de adaptación, integración y educación de una parte de los estudiantes. No es que la agrupación cause peores resultados, sino que los peores resultados causan la agrupación. Es más, los centros que no agrupan por niveles tienden a rebajar el listón para que los niños menos avanzados puedan seguir, y con ese listón inferior los estudiantes con más talento sacan mejores notas, cosa que hace subir el promedio en las escuelas que no separan. Pero esas notas superiores no deben ser confundidas con un mejor resultado, sino con una menor exigencia.

Todos estos fallos hacen que el estudio de la Bofill sea fatalmente defectuoso y no aporte ninguna evidencia seria sobre si la agrupación por niveles no funciona. Para saber si funciona, el estudio debería tomar escuelas escogidas al azar que agrupasen a los estudiantes por niveles y, tras impartir las mismas clases con los mismos contenidos y exigencia, comparar todas sus notas con los de las escuelas que no agrupan. La clave es que la selección sea al azar (porque si se deja a los directores que elijan, lo que va a pasar es que las escuelas con más problemas van a decidir agrupar y eso va a sesgar los resultados) y que el nivel de exigencia sea idéntico.

Otra clave es que se analicen todas las notas y no sólo las notas medias. La no separación puede beneficiar a los estudiantes mediocres…, pero perjudica a los que tienen más capacidad o más ganas de trabajar al impedirles desarrollar todo su potencial. Si a uno sólo le preocupan los estudiantes «malos» (como parece ser el caso de la Bofill), entonces uno aplaude su progreso e ignora el perjuicio causado a los demás. Pero ignorar a los mejores estudiantes es injusto, y lo irónico es que esa injusticia se comete con los estudiantes buenos y a la vez pobres, ya que los ricos pueden pagarse escuelas privadas que agrupen por niveles. Es curioso: una vez más, la izquierda que dice defender a los pobres acaba creando un sistema que perjudica a… ¡los pobres!

Y no sólo la prohibición de agrupar por niveles es injusta, sino que puede tener consecuencias negativas sobre la competitividad general de la economía y el progreso a largo plazo. Hace tiempo que nuestros líderes políticos nos dicen que, para ser competitivos, se debe innovar e investigar. Eso está bien, pero ¿quién creen los señores ministros que va a ser el estudiante que, al final del ciclo educativo, va a innovar o investigar: el estudiante medio o el de más talento de la clase? Respuesta obvia. Pues si a ese estudiante más avanzado se le impide desarrollar todo su ingenio intelectual porque se le obliga a seguir el ritmo de los más lentos, ¿qué calidad investigadora e innovadora y qué competitividad piensan los ministros que vamos a tener? Si mañana queremos científicos de primer nivel mundial, hoy debemos permitir que los chavales de más talento y con más ganas de estudiar tengan acceso a conocimientos más avanzados y a clases que reten las fronteras de su intelecto. ¿No ponemos a nuestros mejores deportistas en centros de alto rendimiento? ¿Pues por qué no hacemos lo mismo con nuestros mejores estudiantes? ¿O es que, para los señores ministros, la ciencia y la innovación no son tan importantes como las medallas olímpicas?

El problema de fondo es que los políticos progresistas persiguen (y nos obligan a todos a perseguir) dos objetivos contradictorios: igualdad y universalidad en la educación. Eso es un problema porque la única manera de conseguir que todos los niños tengan educación secundaria y que todos sean iguales es impedir que los buenos sobresalgan, obligándolos a converger en la mediocridad. Puesto en términos matemáticos que todos los estudiantes y todos los ministros, buenos y malos, pueden entender: en cuestiones de sistema educativo, universal + igual = mediocre.

XAVIER SALA I MARTÍN, Columbia University, Fundació Umbele y UPF.

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Crisis (2): 1929, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia

Posted in Economía by reggio on 17 octubre, 2008

La crisis financiera global ha sembrado el pánico sobre el estado de la economía global. Muchos analistas comparan la situación con la gran depresión de 1929. Se nos recuerdan episodios de inversores lanzándose por las ventanas en Wall Street y colas de norteamericanos hambrientos mendigando por las calles de Nueva York. Incluso mi colega de Columbia, Joe Stiglitz, ha dicho que la caída de Wall Street es al capitalismo lo que la caída del muro de Berlín fue al comunismo. Las palabras de Stiglitz son una gran contribución intelectual al debate, porque demuestran de una vez por todas que la obtención del premio Nobel no vacuna al galardonado contra la capacidad de decir tonterías.

A ver, seamos serios: ni esta crisis financiera representa el final del capitalismo ni estamos ante una nueva gran depresión. La situación actual se parece a la del 29 en dos aspectos esenciales. El primero es que las bolsas han caído. Sí. ¿Y qué? Mucha gente ha perdido dinero y eso es triste. Pero de ahí a que se avecine una gran depresión media un abismo. Estadísticamente, los movimientos a corto plazo de las bolsas no reflejan el estado real de la economía, especialmente durante episodios como los actuales, en que los inversores de bolsa han entrado en un estado de histeria que les impide ver las cosas con claridad.

Dicho esto, existen seis grandes diferencias entre la crisis de 1929 y la actual. Primera: en 1929 los depósitos bancarios no estaban asegurados.

Cuando empezó la crisis, todas las familias corrieron a buscar sus ahorros a sus bancos. Estos, lógicamente, no tenían el dinero porque lo habían prestado (ese es, precisamente, su negocio), por lo que devolvieron lo que pudieron y cuando se quedaron sin recursos cerraron las puertas. Millones de americanos perdieron sus ahorros. Nada de eso va a ocurrir en el 2008 porque los depósitos están asegurados, precisamente, gracias a la lección de 1929.

Segunda: en 1929 el sistema monetario se basaba en el patrón oro, que impedía que la Reserva Federal (FED) aumentara la liquidez del sistema si no aumentaban previamente sus reservas de ese metal. Como el oro en manos de la Fed no aumentó, esta no pudo imprimir el dinero que desaparecía por culpa de las quiebras bancarias. En el 2008, los bancos centrales de todo el mundo están imprimiendo dinero para dotar al sistema financiero de liquidez.

Tercera: en 1929 había deflación y los precios y salarios bajaban continuamente. Eso hizo que las deudas familiares fueran inasumibles: si uno tiene una deuda de 100 y un salario de 300, uno puede pagar.

Pero si el salario baja a 100 y la deuda sigue siendo la misma, uno acaba por no poder pagar. Eso agravó los problemas financieros de los bancos. En el 2008 no sólo no hay deflación sino que hay inflación.

Cuarta: la renta per cápita de EE. UU. en 1929 era de unos 6.000 dólares (en precios actuales). Hoy supera los 36.000 dólares. Una caída de la renta de un 25% cuando ganas 6.000 plantea problemas serios de hambrunas. La misma caída cuando ganas 36.000 es un problema, pero no genera desastres humanitarios.

Quinta: la reacción de Estados Unidos ante la crisis del 1929 fue la de culpar a los extranjeros y promover las compras de productos americanos poniendo aranceles a las importaciones (la tristemente célebre Smooth-Hawley tariff). Naturalmente, la reacción de los extranjeros fue poner aranceles a los productos americanos, lo que desencadenó una guerra comercial que perjudicó a todos. En la actualidad, a pesar de que queda algún globófobo trasnochado (y peludo), no existen economistas documentados que propongan el proteccionismo como la salida a la crisis.

Y sexta, y más importante: existe un dato en el que casi nadie se fija pero que es clave: la tasa de retorno de las inversiones del sector no financiero. En el año 1929, esa tasa era de 0,5%. Es decir, en 1929, si uno invertía un dólar fuera del sector bancario, uno obtenía un retorno casi nulo. En el 2008, el retorno de la inversión en sectores no financieros es del… ¡10%! Para que se hagan una idea, la tasa de retorno media de los últimos 50 años ha sido del 7%. Este dato es muy, pero que muy importante, porque si bien el crecimiento económico de un país no viene precedido de aumentos de la bolsa, sí viene precedido de… ¡elevadas tasas de retorno en el sector no financiero! Para entendernos: mientras Wall Street ha hecho sus locuras financieras, Silicon Valley ha seguido innovando y eso, a la larga, es lo que determina el crecimiento de la economía. Eso quiere decir que, cuando los financieros recuperen la cordura, el capitalismo no sólo no desaparecerá sino que la economía americana saldrá disparada hacia una nueva senda de crecimiento.

¡Ah! Casi me olvidaba. Les decía que había dos factores que hacían que la crisis del 1929 y la actual fueran parecidas. Una ya se la he comentado: las bolsas se desplomaron. La segunda: los gobiernos no se enteran de nada. Uno se queda atónito cuando el Gobierno aprueba un plan de 700.000 millones para comprar los activos tóxicos de los bancos y una semana después decide que el dinero se utilizará para comprar acciones. Y uno se queda todavía más petrificado cuando ve que la explicación que dan de este cambio es que… ¡la bolsa ha reaccionado negativamente! Que los periodistas confundan la bolsa con la economía tiene un pase. Pero que el Gobierno utilice la bolsa para decidir su política económica es una locura que demuestra que anda totalmente perdido. Tan perdido como el de 1929.

XAVIER SALA I MARTÍN, Columbia University, Fundació Umbele y UPF.

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Crisis (1): qué ha pasado, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia

Posted in Economía by reggio on 13 octubre, 2008

La tormenta perfecta sigue su curso inexorable y todos nos preguntamos cuál es la solución. Antes de hablar de remedios, es importante saber qué ha pasado porque, sin un diagnóstico correcto, no hay soluciones acertadas.

Todo empezó en el 2001, cuando Alan Greenspan quiso evitar el colapso de la bolsa tras el fiasco de las puntocom reduciendo los tipos de interés del 6,5% al 2,5% en menos de un año. Con esos tipos tan bajos, los bancos, que viven de prestar dinero a cambio de un interés, buscaron rentabilidad en familias con pocos ingresos y con una alta probabilidad de no poder devolver la hipoteca, familias llamadas subprime. Al tener un riesgo superior, esas familias pagaban un interés más alto, aunque los bancos pensaron que el peligro quedaba mitigado por el hecho de que el precio de sus viviendas estaba subiendo: si algún día tienen problemas, pensaron, las familias podrán vender la casa a un precio superior al de la hipoteca, lo que les permitirá devolver el dinero.

Pero los márgenes que podían cobrar eran tan pequeños que, para obtener rentabilidad, tenían que multiplicar el volumen. El problema es que el número de hipotecas que podían dar estaba limitado por la regulación de Basilea que impide que los créditos concedidos por un banco sobrepasen una determinada proporción de su capital. Curiosamente, lo que sí permite esa regulación es que los bancos creen unos fondos de inversión paralelos (llamados conduits) que compren sus créditos. Y así lo hicieron: los conduits pedían prestado, compraban las hipotecas a los bancos y estos recuperaban el dinero. Al haber desaparecido el crédito de sus balances (y al permitir la regulación de Basilea que la contabilidad del banco y el conduit se hiciera separadamente), los bancos podían volver a prestar el mismo dinero, ampliando de esta manera el negocio.

Los conduits, a su vez, cogían las hipotecas, las reempaquetaban (en lenguaje sofisticado, titularizaban) de maneras tan complejas que conseguían ratings de AAA que indicaban un riesgo mínimo y las vendían a bancos de inversión. Para facilitar la operación, incluso obtenían seguros con nombres pomposos como credit default swaps. Los bancos de inversión, a su vez, utilizaban esos activos como garantía para pedir créditos adicionales y apalancar más operaciones financieras, creando así una enorme bola de nieve de activos que, por muy sofisticados que fueran, tenían como garantía última las hipotecas de las familias subprime.

Y todo eso iba muy bien mientras el precio de la vivienda subía. Pero llegó un día en que dejó de subir. Las familias que habían pedido prestados 100.000 dólares vieron que su casa sólo valía 60.000 y tuvieron que tomar una decisión: devolver una casa de 60.000 o devolver una hipoteca de 100.000. No hay que ser muy listo para ver que, si la regulación permite escoger, muchos devolverán la casa y no pagarán la hipoteca. Y resulta que la regulación permitía escoger y, por lo tanto, decidieron no pagar: la morosidad se disparó y todos los activos garantizados por esas hipotecas empezaron a perder su valor y a ser catalogados de tóxicos. El problema es que habían sido retitularizados tantas veces que nadie sabía ni cuántos activos tóxicos había ni quién los tenía. Eso creó una desconfianza entre bancos que hizo que dejaran de prestarse dinero unos a otros. Los tipos de interés interbancarios (como el Euribor) se dispararon y, con ellos, los pagos mensuales de millones de familias que dejaron de poder pagar sus hipotecas. La morosidad aumentó, no ya entre las familias subprime, sino entre todas las familias del mundo. Las aseguradoras tuvieron que desembolsar lo asegurado… pero no tenían dinero suficiente, por lo que fueron las primeras en quebrar. Sus nombres: Bear Stearns, Freddie Mac, Fannie Mae y AIG. ¿Les suenan?

Y aquí volvió a aparecer la regulación de Basilea: los bancos de inversión como Merril Lynch o Lehman Brothers habían utilizado esos bonos que ahora eran tóxicos como garantía financiera y la regulación decía que, cuando el valor de esas garantías bajara, los bancos estaban obligados a deshacerse de otros activos y utilizar el dinero para reponer la garantía perdida. El problema es que eso pasaba justo en el momento en el que nadie quería comprar esos activos a precios razonables. Pero como estaban obligados a vender, vendieron. Eso sí… ¡a precio de saldo! Eso aumentó sus pérdidas, lo que redujo la cotización de sus activos, lo que les obligó a vender más, lo que aumentó sus pérdidas… y así sucesivamente en una espiral negativa de pérdidas y caídas de cotización que los llevó a la quiebra. El pánico financiero estaba servido.

Lo que nos lleva al momento actual: la desconfianza, el pánico y la descapitalización de los bancos están haciendo que no sólo dejen de prestar a otros bancos, sino que dejen de prestar a empresas no financieras de todo el mundo. Inversiones en el sector hospitalario en Alemania o el de la alimentación en Colombia no se llevan a cabo por falta de financiación. La actividad económica cae, los puestos de trabajo desaparecen y lo que empezó como un problema hipotecario en EE. UU. se está contagiando a la economía real del mundo entero. La ciudadanía pide a sus gobiernos que actúen. Las erráticas políticas públicas que proponen, sin embargo, demuestran que no saben qué hacer, lo cual suscita más desconfianza y agrava la situación. De eso hablaremos en un próximo artículo. De momento, esto es lo que ha pasado.

XAVIER SALA I MARTÍN, Columbia University, Fundació Umbele y UPF.

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Dinero y felicidad, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia

Posted in Economía, Política by reggio on 17 septiembre, 2008

Dice la leyenda popular que el dinero no compra la felicidad. Y son muchos los que creen que la leyenda está validada por la evidencia científica desde que, en 1974, Richard Easterlin estudió la relación para diferentes países y llegó a la conclusión de que, a partir de un cierto nivel de renta per cápita (unos 15.000 dólares anuales en valor de hoy), más dinero no aportaba más felicidad. Ese resultado se llamó la paradoja de Easterlin.

El descubrimiento de esa paradoja tuvo consecuencias importantes. Por ejemplo, hizo que los psicólogos desarrollaran teorías económicas que utilizaban el concepto de renta relativa: yo soy más feliz, no si mi renta sube en valor absoluto, sino si sube en relación con la de mis vecinos. Ya se sabe que el peor día en la vida de uno es aquel en que… ¡el vecino se compra un BMW!

La paradoja también hizo que la ONU creara el índice de desarrollo humano que incluye salud, mortalidad infantil o educación entre otras cosas para medir el progreso de las naciones, en sustitución del PIB o la renta per cápita que utilizan los economistas serios. Ese índice es peculiar porque es sabido que los países ricos tienen mejor salud, más educación y una mortalidad infantil menor, precisamente porque todo eso cuesta dinero. Otra consecuencia de la paradoja es que el movimiento ecologista pasó a no tener ningún rubor a la hora de proponer el cese del crecimiento económico para preservar, entre otras cosas cruciales, el caribú canadiense, el buitre leonado y la temperatura global del planeta.

En mi opinión, las conclusiones de Easterlin siempre fueron mal interpretadas. Porque una cosa es demostrar que una relación estadística no existe y otra muy distinta es no poder demostrar que existe. Y Easterlin no probó que no había relación entre renta y felicidad a partir de 15.000 dólares, sino que nunca pudo demostrar que existía. Entre otras cosas, el problema es que su estudio no incluía casi ningún país pobre.

Afortunadamente, Gallup acaba de llevar a cabo una macroencuesta en 130 países, incluidos muchos países subdesarrollados, donde, además de instar a los entrevistados a evaluar su felicidad poniendo un número entre 1 y 10, se les pregunta sobre diferentes aspectos relacionados con su bienestar, como cuántas veces han reído, sonreído, se han sentido tristes o deprimidos durante las últimas 24 horas, o si se sienten libres, amados o respetados. Los nuevos datos han sido analizados por Justn Wolfers y Betsey Stevenson de la Universidad de Pensilvania y su estudio arroja resultados interesantes:

Primero, la gente de los países ricos dice ser más feliz que la de los países pobres. La correlación, de un 80%, es muy importante. Parece que la visión idílica de la pobreza que a veces hacemos desde nuestra prosperidad es un espejismo que los pobres no comparten.

Segundo, la relación entre felicidad y prosperidad no sólo no se detiene, sino que se acentúa a partir de los 15.000 dólares. Como cualquier mileurista español podría haberle explicado al profesor Easterlin, a las personas que cobran cerca de 10.000 euros anuales también (repito, también) les produce felicidad un aumento de salario.

Tercero, dentro de cada país, la gente rica es más feliz que la pobre.

Cuarto, la felicidad de casi todos los países aumenta con el paso del tiempo. Hay excepciones como Bélgica, cuya felicidad ha decrecido (eso de tener tanto gobierno europeo parece que no les sienta bien a los belgas) y Japón, donde la felicidad se estancó en 1990 a raíz de la profunda crisis económica que todavía no ha superado.

Quinto, en los países ricos hay más gente que dice haber reído o sonreído en las últimas 24 horas y hay menos gente que dice haber experimentado dolor, depresión, aburrimiento o enfado.

Conclusión: la paradoja de Easterlin no existe. Y eso no debería ser una sorpresa: cualquier analista razonable debería haber concluido que, cuando 6.000 millones de personas trabajan duramente para mejorar su situación económica y un sabio les dice que son todos tontos porque su esfuerzo no les va a reportar más felicidad, tarde o temprano se demuestra que los tontos no son los ciudadanos.

Dicho esto, el estudio resalta algunos aspectos curiosos. Por ejemplo, la felicidad de las mujeres ha decaído desde 1970. Parece que el importante progreso social de la mujer en ámbitos como la educación, el trabajo, el control de la reproducción o la creciente participación masculina en las tareas del hogar y la educación de los hijos, no se ha plasmado en una mayor felicidad femenina. Es más, la creciente insatisfacción se da tanto en trabajadoras como en amas de casa, tanto en casadas como en solteras y separadas, tanto en altos niveles de educación como en bajos y tanto en jóvenes como en mayores.

Otro resultado destacable es que la gente de izquierdas es más infeliz que la de derechas, aunque la explicación parece no tener nada que ver con la política: los de derechas son más religiosos y tienden a estar casados en mayor proporción y resulta que, a igualdad de ingresos, la gente religiosa y casada tiende a ser más feliz.

Y finalmente, la renta no está correlacionada con el amor. Parece que el dinero compra casi todo lo que genera felicidad, desde comida a educación pasando por salud, libertad, cultura, viajes, sexo o matrimonio, pero no puede comprar el amor. Vistos los resultados del estudio, sin embargo, el amor sólo debe representar una pequeña parte del bienestar. Si no, no existiría esa relación tan fuerte entre dinero y felicidad.

XAVIER SALA I MARTÍN, Columbia Univertsity, Fundació Umbele y UPF.

http://www.columbia.edu/~xs23/catala/articles/esp/articlesesp.htm

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Obama es el más atractivo, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia

Posted in Internacional, Política by reggio on 13 septiembre, 2008

Barack Obama, el primer candidato afroamericano a la presidencia de Estados Unidos, posee un extraordinario atractivo personal que le convierte en el favorito de todas las encuestas (sobre todo las que se hacen en Europa). Ataviado siempre con un traje oscuro, una camisa blanca, una corbata roja o azul y un pin de la bandera norteamericana en la solapa… ¿Qué? ¿Un pin con la bandera norteamericana? ¡Pero si hace unos meses Obama decía que eso de los pins era un abuso que los republicanos hacían de la bandera con objetivos partidistas y se negaba a ponerse el que le regalaron el 11 de septiembre! ¿Cómo es que ha decidido volver a ponérselo?

Curioso, ¿no creen? De hecho, igual de curioso que toda una serie de transformaciones que el carismático candidato ha ido experimentando últimamente: hace sólo tres meses Obama era una especie de mesías de izquierdas adorado por toda la progresía del mundo (sobre todo la europea) y ahora parece que el mesías está abandonando a sus fieles y abraza posiciones más de centro liberal.

Cuando era de izquierdas hace tres meses, Obama se oponía vehementemente al tratado de libre comercio que EE. UU. tiene con Canadá y México (los progres piensan que la globalización perjudica a los trabajadores de los países ricos porque se llevan los puestos de trabajo a los países pobres, por lo que todo político de izquierdas debe oponerse al libre comercio). Ahora que es moderado, dice que el tratado comercial de países norteamericanos se debe cumplir y que el comercio es beneficioso para la sociedad.

Cuando era de izquierdas hace tres meses, Obama se oponía a la ley FISA (ley de espionaje e inteligencia en el extranjero) que pretendía perdonar a las compañías de telecomunicaciones que espiaron a ciudadanos estadounidenses después del 11 de septiembre. Ahora que es moderado, votará a favor de la ley.

Cuando era de izquierdas hace tres meses, Obama se comprometió a no utilizar fondos privados para financiar su campaña electoral (ya se sabe que la progresía no tolera la financiación privada de campañas electorales). Ahora que es moderado (e inmensamente rico, gracias a las donaciones privadas, dicho sea de paso), ha renegado de su promesa.

Cuando era de izquierdas hace tres meses, dijo que, a diferencia de Bush, él se reuniría con todos los presidentes del mundo (incluido el iraní Ahmadineyad, o los hermanos Castro) «sin condiciones previas». Ahora que es moderado, apunta que toda reunión internacional requiere una «preparación».

Cuando era de izquierdas hace tres meses, Obama decía que los impuestos sobre la renta debían subir para financiar, entre otras cosas, una seguridad social universal. Ahora que es moderado, propone recortes impositivos «para las clases medias».

Cuando era de izquierdas hace tres meses, declaró que la ley que prohibía portar armas en Washington DC era plenamente constitucional. Ahora que es moderado y que el Tribunal Constitucional ha rechazado esa ley, ha declarado que la corte suprema tiene razón.

Cuando era de izquierdas hace tres meses, Obama dijo que nunca podría repudiar a su pastor, el reverendo Jeremias Wright, por más discursos racistas que pronunciara desde su púlpito. Ahora que es moderado, lo ha repudiado sin ninguna contemplación.

¡Ah! Y no nos olvidemos de lo mejor: cuando era de izquierdas hace tres meses, Obama prometió que Estados Unidos saldría de Iraq «16 meses después de su llegada a la presidencia». Ahora que es moderado, dice que sólo se irán cuando «Iraq esté estabilizado y haya seguridad en todo el país».

En sólo tres meses, el candidato Barack Obama ha experimentado un cambio copernicano. ¿A qué se debe semejante mutación? Pues una de dos: o bien ha recibido la visita iluminadora de algún arcángel que le ha hecho ver la luz… o su estrategia para alcanzar la Casa Blanca pasa por moderar sus posiciones progresistas radicales. Yo, que no soy muy dado a creer en visitas celestiales, más bien me inclino a pensar que esa cínica y alarmante falta de principios corresponde a una estrategia claramente estudiada.

Por un lado, Obama sabe que para ganar las primarias, un candidato demócrata tiene que hacer ver que es muy de izquierdas porque en las primarias sólo votan los militantes más radicales. Para ganar las elecciones generales, sin embargo, el mismo candidato tiene que moverse hacia el centro porque los votos de la izquierda los tiene ya asegurados. Es decir, los votantes radicales que le auparon hacia la candidatura creyendo que se iría de Iraq enseguida, nunca votarán a McCain por más que Obama los traicione y diga ahora que se quedará en Iraq el tiempo que haga falta; conclusión: a traicionarlos. Al no poder perder votos por la izquierda, la estrategia óptima es ir lo más a la derecha posible para poder arañar los votos de los republicanos más moderados.

Por otro lado, fíjense que los «principios» del nuevo y moderado Obama se acercan mucho a los que defiende Mc-Cain. Eso no es una casualidad: Obama piensa que, si no hay diferencias ideológicas sustanciales entre los dos candidatos, los ciudadanos acabarán valorando factores personales superficiales como la simpatía, la estética o el carisma. Y claro, todo el mundo sabe que, teniendo lo mejor de Tiger Woods, Denzel Washington, Michael Jordan y Martin Luther King, en los aspectos superficiales, Obama es el más atractivo.

XAVIER SALA I MARTÍN, Columbia University, Fundació Umbele y UPF.

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