Reggio’s Weblog

Clima de cambio, de Paul Krugman en Negocios de El País

Posted in Economía by reggio on 1 marzo, 2009

Las elecciones tienen sus consecuencias. El nuevo presupuesto del presidente Obama constituye una enorme ruptura, no sólo con las políticas de los últimos ocho años, sino también con las tendencias políticas de los últimos 30 años. Si es capaz de conseguir que el Congreso apruebe algo similar al plan que anunció el jueves, hará que Estados Unidos tome un rumbo completamente nuevo.

Entre otras cosas, el presupuesto supondrá un enorme alivio para los demócratas, que empezaban a sentir una cierta depresión pospartidista. Puede que el estímulo económico que el Congreso ha aprobado haya sido demasiado débil y se haya centrado demasiado en los recortes de impuestos. La negativa del Gobierno a ponerse serio con los bancos puede resultar tremendamente decepcionante. Pero los temores de que Obama sacrificase las prioridades progresistas en sus planes presupuestarios y se contentase con matar el tiempo haciendo arreglos en el sistema de impuestos han quedado ahora desterrados.

Porque este presupuesto destina 634.000 millones de dólares a reformar la sanidad durante la próxima década. Eso no es suficiente para pagar la asistencia sanitaria universal, pero es un comienzo impresionante. Y Obama prevé pagar la reforma sanitaria no sólo subiéndoles los impuestos a los más ricos, sino también deteniendo la progresiva privatización de la atención sanitaria a los jubilados, eliminando los pagos excesivos a las compañías de seguros.

En otro frente, también resulta alentador ver que el presupuesto prevé 645.000 millones de dólares en ingresos procedentes de la venta de derechos de emisiones. Tras años de negativas y retrasos por parte de sus predecesores, la Administración de Obama está dando muestras de que está dispuesta a enfrentarse al cambio climático.

Y estas nuevas prioridades quedan reflejadas en un documento cuya claridad y plausibilidad resultan casi increíbles para quienes nos hemos acostumbrado a leer los presupuestos de la era de Bush, que insultaban nuestra inteligencia en cada una de sus páginas. Éste es un plan presupuestario en el que podemos creer.

Muchos se preguntarán si Obama puede realmente conseguir la reducción del déficit que promete. ¿Realmente puede reducir los números rojos desde los 1,75 billones de dólares de este año hasta menos de un tercio de esa cantidad en 2013? Sí, sí que puede.

Ahora mismo, el déficit es enorme debido a factores pasajeros (al menos, esperemos que lo sean): una severa recesión está haciendo que disminuyan los ingresos y hay que destinar grandes cantidades tanto al estímulo fiscal como a los rescates financieros.

Pero una vez que la crisis pase, si es que pasa, el panorama presupuestario debería mejorar muchísimo. Tengan en cuenta que desde 2005 hasta 2007, es decir, durante los tres años anteriores a la crisis, el déficit federal anual registró una media de tan sólo 243.000 millones de dólares. Ahora bien, durante esos años, los ingresos estaban inflados, hasta cierto punto, por la burbuja inmobiliaria. Pero también es cierto que estábamos gastando más de 100.000 millones de dólares al año en Irak.

Así que si Obama nos saca de Irak (sin hundirnos en un lodazal afgano igual de caro) y se las arregla para idear una recuperación económica sólida -dos condiciones complicadas, sin duda- y consigue que el déficit descienda hasta 500.000 millones de euros para 2013, no debería ser difícil en absoluto.

Pero ¿no se inflará el déficit por culpa de los intereses originados por el gran aumento de la deuda durante los próximos años? No tanto como se podría pensar. Los tipos de interés de la deuda pública a largo plazo no llegan al 4%, por lo que incluso un billón de dólares de deuda adicional suponen un incremento de menos de 40.000 millones al año a los déficits futuros. Y el coste de esos intereses queda íntegramente reflejado en los documentos del presupuesto.

De modo que tenemos buenas prioridades y proyectos plausibles. ¿Qué es lo que no va a gustar de este presupuesto? Fundamentalmente, que las perspectivas a largo plazo siguen siendo preocupantes.

Según las previsiones presupuestarias de la Administración de Obama, la relación entre deuda federal y PIB, un índice muy usado para medir la situación financiera del Gobierno, subirá vertiginosamente durante los próximos años y luego se estabilizará más o menos. Pero esta estabilidad se logrará con una relación entre deuda y PIB de alrededor del 60%. Eso no sería una deuda excesivamente alta según baremos internacionales, pero sería la deuda más alta que ha tenido Estados Unidos desde los años inmediatamente posteriores a la II Guerra Mundial. Y nos dejaría con una capacidad de maniobra considerablemente reducida si se presentase otra crisis.

Además, el presupuesto de Obama sólo nos habla de los próximos 10 años. Eso es un avance respecto a los presupuestos de la era Bush, que sólo hacían previsiones para cinco años. Pero los problemas fiscales realmente graves de Estados Unidos acechan más allá de ese horizonte: antes o después, vamos a tener que luchar a brazo partido con las fuerzas que hacen que suba el gasto a largo plazo (sobre todo, el coste de la atención sanitaria, que no cesa de subir).

E incluso si la fundamental reforma de la asistencia sanitaria mantiene los gastos bajo control, yo al menos veo difícil que el Gobierno federal pueda cumplir sus obligaciones a largo plazo sin algunas subidas de impuestos a la clase media. Digan lo que digan los políticos ahora, en nuestro futuro probablemente haya un impuesto sobre el valor añadido.

Pero no culpo a Obama por dejar algunas preguntas importantes sin responder en este presupuesto. En mitad de una crisis tan grave, la cantidad de previsiones a largo plazo que puede manejar el sistema político es limitada; probablemente él ha contado con todas las que puede, por ahora. Y este presupuesto tiene muy, pero que muy buena pinta.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel en 2008.

Traducción de News Clips.

© 2009 New York Times Service

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Una década con Bernie, de Paul Krugman en Negocios de El País

Posted in Economía by reggio on 22 febrero, 2009

A estas alturas, todo el mundo conoce la triste historia de los inversores a los que engañó Bernard Madoff. Miraban sus extractos de cuenta y pensaban que eran muy ricos. Pero entonces, un día, descubrieron con horror que su supuesta riqueza era un producto de la imaginación de otra persona. Desgraciadamente, ésa es una metáfora bastante buena de lo que le ha sucedido a Estados Unidos en su conjunto durante la primera década del siglo XXI.

La semana pasada, la Reserva Federal publicaba los resultados del último Sondeo sobre Finanzas de los Consumidores, un informe trienal sobre los activos y las deudas de las familias estadounidenses. La conclusión es que básicamente no se ha creado ninguna riqueza desde el comienzo del nuevo milenio: el valor neto de la familia estadounidense media, ajustado a la inflación, es ahora menor que en 2001.

En cierta forma, esto no debería sorprendernos. Durante la mayor parte de la última década, Estados Unidos ha sido un país de personas con préstamos y gastos, no de ahorradores. La tasa de ahorro por persona ha caído desde el 9% de finales de los años ochenta hasta el 5% en los noventa y hasta sólo el 0,6% entre 2005 y 2007, y la deuda familiar ha crecido mucho más deprisa que los ingresos por persona. ¿Por qué íbamos a esperar que nuestro valor neto hubiese aumentado?

Aun así, hasta hace muy poco, los estadounidenses creían que se estaban haciendo más ricos porque recibían extractos bancarios que decían que sus casas y carteras de acciones estaban revalorizándose más deprisa de lo que aumentaban sus deudas. Y si la creencia de muchos estadounidenses de que podían contar con las plusvalías para siempre parece ingenua, vale la pena recordar la cantidad de voces influyentes -especialmente en publicaciones de derechas como The Wall Street Journal, Forbes y National Review– que fomentaban esa creencia y ridiculizaban a aquellos que se preocupaban por el escaso ahorro y el exceso de deudas.

Entonces la realidad se impuso y resultó que quienes se preocupaban habían estado en lo cierto todo el tiempo. El aumento del valor de los activos había sido una ilusión, pero el aumento de la deuda había sido muy real.

Así que ahora tenemos problemas; problemas más profundos, pienso yo, de lo que la mayoría de la gente cree incluso ahora. Y no me estoy refiriendo únicamente al menguante grupo de pronosticadores que siguen insistiendo en que la economía se va a recuperar cualquier día de éstos.

Porque éste es un lío que tiene unas bases muy amplias. Todo el mundo habla de los problemas de los bancos, que sin duda están en una situación aún peor que la del resto del sistema. Pero los bancos no son los únicos que tienen demasiadas deudas y demasiados pocos activos; la misma descripción es válida para el sector privado en su conjunto.

Y como señalaba en los años treinta el gran economista estadounidense Irving Fisher, las cosas que la gente y las empresas hacen cuando se dan cuenta de que tienen demasiadas deudas tienden a ser contraproducentes si todo el mundo las hace al mismo tiempo. Los intentos de vender activos y liquidar deudas hacen que la caída de los precios sea todavía más pronunciada, lo cual reduce todavía más el valor neto. Los intentos de ahorrar más se traducen en un parón de la demanda del consumidor, lo que a su vez intensifica el desplome económico.

¿Están los políticos preparados para hacer lo que haga falta para salir de este círculo vicioso? En principio, sí. Los representantes gubernamentales comprenden el problema: necesitamos «frenar lo que constituye una espiral muy perjudicial y posiblemente deflacionaria», ha dicho Lawrence Summers, asesor económico principal de Obama.

En la práctica, sin embargo, las medidas que se proponen actualmente no parecen estar a la altura del reto. El plan de estímulo fiscal, aunque sin duda será de ayuda, probablemente no hará más que mitigar los efectos económicos colaterales del fenómeno deflación-deuda. Y el tan esperado anuncio del plan de rescate de los bancos ha dejado a todo el mundo más confuso que tranquilo.

Existe la esperanza de que el rescate de los bancos termine por convertirse en algo más potente. Ha sido interesante contemplar cómo la posibilidad de una nacionalización temporal de los bancos pasaba de tener una aceptación marginal a otra mayoritaria, hasta el punto de que republicanos como el senador Lindsey Graham han admitido que podría ser necesaria. Pero, incluso si finalmente hacemos lo que sea necesario en el frente bancario, eso sólo resolvería una parte del problema.

Si quieren ver lo que realmente cuesta sacar a la economía de la trampa de la deuda, fíjense en el enorme proyecto de obras públicas, también conocido como II Guerra Mundial, que puso fin a la Gran Depresión. La guerra no sólo condujo al pleno empleo, también produjo un rápido aumento de los ingresos y una inflación considerable, todo ello sin que el sector privado solicitara prácticamente ningún crédito. Hacia 1945, la deuda del Gobierno se había disparado, pero el porcentaje de la deuda del sector privado respecto al PIB era sólo la mitad de lo que había sido en 1940. Y este bajo nivel de deuda privada contribuyó a que se dieran las condiciones propicias para la gran expansión de la posguerra.

Puesto que no hay nada parecido a eso sobre el tapete, ni parece probable que vaya a haberlo en un futuro próximo, las familias y empresas tardarán años en liquidar las deudas que tan alegremente contrajeron. Lo más probable es que el legado de nuestra época de ilusión -nuestra década con Bernie- sea una larga y dolorosa depresión.

PAUL KRUGMAN ES PROFESOR DE ECONOMÍA DE PRINCETON Y PREMIO NOBEL DE ECONOMÍA EN 2008.

© 2009 NEW YORK TIMES SERVICE

Traducción de News Clips.

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Incapacidad para reaccionar, de Paul Krugman en Negocios en El País

Posted in Economía by reggio on 15 febrero, 2009

Según todos los parámetros políticos normales, el acuerdo conseguido esta semana en el Congreso de EE UU en torno al paquete de estímulo económico ha constituido una gran victoria para el presidente Obama. Ha obtenido más o menos lo que había pedido: casi 800.000 millones de dólares para rescatar la economía, y de ellos, la mayoría asignados al gasto y no a rebajas fiscales. ¡Descorchemos el champán!

O quizá no. Éstos no son tiempos normales, de modo que los parámetros políticos normales no son válidos: la victoria de Obama da la impresión de ser más bien una derrota. La ley de estímulo parece útil, pero inadecuada, en especial si se combina con un decepcionante plan de rescate para los bancos. Y el juego político en torno al plan de estímulo ha convertido los sueños pospartidistas de Obama en tonterías.

Empecemos por la política

Se podría haber esperado que los republicanos se mostrasen al menos ligeramente escarmentados en estos primeros días del Gobierno de Obama, dada su sonora derrota en las dos últimas elecciones y la debacle económica de los pasados ocho años.

Pero ahora está claro que la devoción del partido por el vudú profundo -reforzado en parte por los grupos de presión dispuestos a presentar rivales en las primarias contra los herejes- es tan fuerte como siempre. Tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado, la inmensa mayoría de los republicanos cerró filas en torno a la idea de que la respuesta adecuada al vergonzoso fracaso de las rebajas fiscales del Gobierno de Bush son más rebajas fiscales al estilo Bush.

Y la respuesta retórica de los conservadores al plan de estímulo -que, vale la pena tenerlo en cuenta, costará considerablemente menos que los recortes de dos billones de dólares en impuestos de la Administración de Bush, o el billón gastado en Irak (y los que se gastarán)- raya en la demencia.

Es un «robo generacional», comentaba el senador John McCain pocos días después de votar a favor de unos recortes tributarios que habrían costado cuatro veces más a lo largo de la próxima década. Está «destruyendo el futuro de mi hija. Es igual que si me sentara a ver cómo una panda de delincuentes saquea mi casa», decía Arnold Kling, del Instituto Cato.

Y la acritud del debate político no da igual porque despierta dudas acerca de la capacidad del Gobierno de Obama para recaudar más dinero si, como parece probable, el plan de estímulo resulta insuficiente.

Porque si bien Obama ha conseguido más o menos lo que pidió, casi con certeza no pidió lo suficiente. Probablemente nos enfrentamos a la peor crisis desde la Gran Depresión. La Oficina Presupuestaria del Congreso, que generalmente no es dada a la hipérbole, predice que a lo largo de los próximos tres años se producirá un desfase de 2,9 billones de dólares entre lo que la economía puede producir y lo que de hecho producirá. Y 800.000 millones de dólares, aunque parezca mucho dinero, no sirve ni mucho menos para salvar ese abismo.

Oficialmente, la Administración insiste en que el plan es adecuado para las necesidades de la economía. Pero pocos economistas se muestran de acuerdo. Y en general se cree que las consideraciones políticas llevaron a un plan más débil y que contiene más reducciones de impuestos de los que debería tener; que Obama cedió por adelantado, con la esperanza de obtener un amplio apoyo de ambos partidos. Acabamos de ver lo bien que le ha funcionado.

Sin embargo, las probabilidades de que el estímulo fiscal resulte adecuado serían mayores si fueran acompañadas por un rescate financiero eficaz que descongelase los mercados crediticios y volviese a poner el dinero en movimiento. Pero el largamente esperado anuncio de los planes de la Administración de Obama en ese frente, que también se producía esta semana, aterrizaba con un vil ruido sordo.

No es que el plan esbozado por Tim Geithner, secretario del Tesoro, sea precisamente malo. Es más bien que es vago. Nos deja a todos tratando de averiguar cuáles son realmente las intenciones del Gobierno. ¿Acabarán esas alianzas entre el sector público y el privado siendo una forma encubierta de avalar a los banqueros a expensas de los ciudadanos? ¿O servirá la requerida prueba de tensión de puerta trasera para la nacionalización temporal de los bancos? (la solución preferida por un número cada vez mayor de economistas, entre los que me incluyo). Quién sabe.

En general, el efecto ha sido el de ganar tiempo. Y eso no basta.

Por el momento, la respuesta del Gobierno de Obama a la crisis económica recuerda mucho a la respuesta de Japón en la década de 1990: una ampliación presupuestaria suficientemente amplia para evitar lo peor, pero no lo suficiente como para que la recuperación arranque; apoyo al sistema bancario, pero con reservas a la hora de obligar a los bancos a afrontar sus pérdidas. Todavía es pronto, pero nos estamos saliendo de la curva.

Y no sé ustedes, pero yo siento una sensación rara en el estómago, como si Estados Unidos no estuviera a la altura del mayor reto económico en 70 años. Puede que los mejores no carezcan por completo de convicción, pero parecen alarmantemente dispuestos a conformarse con medias tintas. Y los peores están, como siempre, llenos de apasionada intensidad, completamente ajenos al grotesco fracaso de su doctrina en la práctica.

Todavía hay tiempo para dar la vuelta a la situación. Pero Obama tiene que ser más fuerte y mirar más hacia el futuro. De lo contrario, el veredicto de esta crisis podría ser que no, no podemos.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel en 2008.

Traducción de News Clips.

© New York Times News Service, 2009.

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Rescates financieros para incompetentes, de Paul Krugman en Negocios de El País

Posted in Economía by reggio on 8 febrero, 2009

Pregunta: ¿qué pasa si pierdes cantidades ingentes de dinero de otras personas? Respuesta: recibes un gran regalo del Gobierno federal (pero el presidente dice cosas muy duras sobre ti antes de soltar la pasta).

¿Estoy siendo injusto? Eso espero. Pero, ahora mismo, da la impresión de que eso es lo que está pasando.

Para dejar las cosas claras diré que no me estoy refiriendo al plan de la Administración de Barack Obama de estimular el empleo y la producción mediante un gran aumento del gasto federal durante algún tiempo, que es exactamente lo que hay que hacer. De lo que estoy hablando es de los planes de la Administración para rescatar el sistema bancario, planes que están tomando la forma de un ejercicio clásico de socialismo amargo: los contribuyentes pagan la factura si las cosas salen mal, pero los accionistas y los ejecutivos reciben los beneficios si las cosas salen bien.

Cuando leo los últimos comentarios sobre política financiera de algunos altos funcionarios de la Administración de Obama, me siento como si el tiempo se hubiera detenido, como si todavía estuviésemos en 2005, Alan Greenspan aún fuese el maestro y los banqueros todavía fuesen los héroes del capitalismo.

«Tenemos un sistema financiero controlado por accionistas privados y administrado por instituciones privadas, y nos gustaría hacer todo lo posible para preservarlo», dice Timothy Geithner, el secretario del Tesoro, mientras se prepara para hacer que los contribuyentes carguen con el mochuelo de las inmensas pérdidas de ese sistema.

Mientras tanto, un artículo del Washington Post que cita fuentes gubernamentales afirma que Geithner y Lawrence Summers, el principal asesor económico del presidente Obama, «creen que los Gobiernos son malos gerentes bancarios» (a diferencia, se supone, de los genios del sector privado, que se las han arreglado para perder más de un billón de euros en unos cuantos años).

Y este prejuicio a favor del control privado, incluso cuando es el Gobierno quien está poniendo todo el dinero, parece estar pervirtiendo la respuesta de la Administración a la crisis financiera.

Ahora bien, hay que hacer algo para apuntalar el sistema financiero. El caos posterior a la quiebra de Lehman Brothers ha demostrado que permitir que las principales instituciones financieras se hundan puede ser muy perjudicial para la salud de la economía. Y hay varias instituciones importantes que están peligrosamente cerca del abismo.

De modo que los bancos necesitan más capital. En épocas normales, los bancos amplían su capital vendiendo acciones a inversores privados, quienes a cambio reciben una participación en la propiedad del banco. Por tanto, se podría pensar que si ahora los bancos no pueden o no quieren ampliar lo suficiente su capital mediante inversores privados, el Gobierno debería hacer lo que haría un inversor privado: aportar capital a cambio de una parte de la propiedad.

Pero hoy en día las acciones de los bancos valen tan poco -Citigroup y Bank of America tienen un valor de mercado combinado de sólo 40.560 millones de euros-, que la propiedad no sería parcial: inyectar el dinero de los contribuyentes necesario para que los bancos fuesen solventes los convertiría, a efectos prácticos, en empresas de propiedad pública.

Mi respuesta a esta perspectiva es: ¿y? Si los contribuyentes están corriendo con los gastos del rescate de los bancos, ¿por qué no deberían obtener la propiedad, al menos hasta que aparezcan compradores privados? Pero la Administración de Obama parece estar partiéndose la cabeza para evitar este desenlace.

Si las noticias son ciertas, el plan de rescate bancario constará de dos elementos principales: la compra por parte del Gobierno de algunos activos bancarios con problemas y garantías frente a pérdidas causadas por otros activos. Las garantías representarían un gran regalo para los accionistas de los bancos; las compras tal vez no, si el precio fuera justo, pero, según información del Financial Times, los precios probablemente estarían basados en modelos de tasación en lugar de en precios de mercado, lo que significa que el Gobierno les estaría haciendo un gran regalo también con esto. Y, a cambio de lo que probablemente sea una gigantesca subvención para los accionistas, los contribuyentes obtendrán… Bueno, nada.

¿Habrá al menos límites en la remuneración de los ejecutivos, a fin de evitar más timos como los que han enfurecido a la opinión pública? El presidente Obama ha criticado las bonificaciones de Wall Street en su último discurso semanal, pero según The Washington Post, «es probable que la Administración se abstenga de imponer restricciones más duras a las indemnizaciones de los ejecutivos de la mayoría de las empresas que reciban ayuda gubernamental» porque «los límites muy estrictos podrían disuadir a algunas de solicitar la ayuda». Esto indica que las palabras duras de Obama son sólo para aparentar.

Mientras tanto, parece que la crisis apenas ha hecho mella en la cultura del exceso de Wall Street. «Digamos que soy un banquero y que he generado 23 millones de euros. Yo debería recibir parte de ese dinero», comentaba un banquero a The New York Times. ¿Y si eres un banquero y has destruido 23.000 millones? ¡El Tío Sam acude al rescate!

Lo que aquí está en juego es algo más que la imparcialidad, aunque ésta también cuente. Salvar la economía va a ser muy caro: es probable que ese plan de estímulo económico de 800.00 millones de dólares sea sólo un anticipo, y que rescatar el sistema financiero, incluso si se hace bien, cueste cientos de miles de millones. No podemos permitirnos el lujo de despilfarrar el dinero regalándolo como si creciese en los árboles a los bancos y a sus ejecutivos sólo para mantener la ilusión de que son propiedad privada.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de Economía en 2008.

Traducción de News Clips.

© New York Times News Service, 2009.

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Metidos en un lío, de Paul Krugman en Negocios de El País

Posted in Economía by reggio on 1 febrero, 2009

Como cualquiera que preste atención a las noticias empresariales y financieras, estoy en un estado de enorme ansiedad económica. Como cualquier persona de buena voluntad, esperaba que el discurso inaugural del presidente Obama resultase tranquilizador, que indicase que la nueva Administración tiene las cosas bajo control. Pero no fue así. Terminé el martes menos confiado respecto al rumbo que va a seguir la política económica de lo que lo estaba por la mañana.

Para dejar las cosas claras diré que en el discurso no había nada malo que llamase especialmente la atención, aunque para quienes todavía esperan que Obama allane el camino hacia una atención sanitaria universal resultó decepcionante que sólo hablase del coste excesivo de la sanidad, sin mencionar ni una sola vez la precaria situación de quienes no tienen seguro médico o están escasamente cubiertos por él.

Uno también esperaba que a los redactores del discurso se les hubiese ocurrido algo más inspirador que un llamamiento a una «era de responsabilidad», lo cual, hablando en plata, es lo mismo que proclamó el ex presidente George W. Bush hace ocho años.

Pero la verdadera pega que le encuentro al discurso, en materia económica, es su convencionalismo. En respuesta a una crisis económica sin precedentes -o, más exactamente, una crisis cuyo único precedente real es la Gran Depresión-, Obama ha hecho lo que hace la gente de Washington cuando quiere parecer seria: ha hablado, de forma más o menos abstracta, sobre la necesidad de tomar decisiones difíciles y no doblegarse ante los intereses particulares.

Eso no es suficiente. De hecho, ni siquiera está bien. Así, en su discurso, Obama ha atribuido la crisis económica en parte a «nuestro fracaso colectivo a la hora de tomar decisiones difíciles y preparar al país para una nueva era», pero no tengo ni idea de a qué se refiere. Ésta es, en primer lugar, una crisis provocada por un sector financiero fuera de control. Y si no hemos sido capaces de controlar ese sector no ha sido porque los estadounidenses, «colectivamente», se hayan negado a tomar decisiones difíciles; los ciudadanos estadounidenses no tenían ni idea de lo que estaba pasando, y la mayoría de la gente que lo sabía pensaba que la liberalización era una idea estupenda.

O fíjense en esta frase de Obama: «Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando empezó esta crisis. Nuestras mentes no son menos imaginativas, ni nuestros bienes y servicios menos necesarios de lo que lo eran la semana pasada o el mes pasado o el año pasado. Nuestra capacidad sigue intacta. Pero el tiempo de resistirnos a los cambios, de proteger intereses limitados y de posponer las decisiones desagradables, ese tiempo, sin duda, ha pasado».

Es casi seguro que la primera parte de este párrafo pretendía parafrasear las palabras que escribió John Maynard Keynes cuando el mundo se hundía en la Gran Depresión, y ha sido un gran alivio, tras décadas de denuncias maquinales del Gobierno, oír a un nuevo presidente expresar respeto por Keynes. «Los recursos de la naturaleza y los inventos de los hombres», escribía Keynes, «son exactamente igual de ricos y productivos que antes. El ritmo de nuestro avance hacia la resolución de los problemas materiales de la vida no es menos rápido. Somos tan capaces como antes de proporcionar un buen nivel de vida a todo el mundo… Pero ahora nos hemos metido en un lío enorme, después de habernos equivocado gravemente a la hora de controlar una máquina delicada cuyo funcionamiento no comprendemos».

Pero hay algo que se ha perdido por el camino. Tanto Obama como Keynes afirman que no estamos haciendo uso de nuestra capacidad económica. Pero la revelación de Keynes -la de que estamos en un «lío» del que es necesario salir- ha sido sustituida de algún modo por las frases de rigor de que esto es culpa de todos nosotros y de que tenemos que ser severos con nosotros mismos.

Recuerden que Herbert Hoover no tenía problemas para tomar decisiones desagradables: tenía el valor y la firmeza necesarios para recortar drásticamente los gastos y subir los impuestos frente a la Gran Depresión. Desgraciadamente, eso sólo sirvió para empeorar las cosas.

Con todo, un discurso no es más que un discurso. No cabe duda de que los miembros del equipo económico de Obama comprenden la naturaleza extraordinaria del lío en el que estamos metidos. Así que puede que el tono del discurso del martes no indique nada sobre la futura política de la Administración de Obama.

Por otra parte, Obama es, como su predecesor ha dicho, el que decide. Y va a tener que tomar algunas decisiones importantes muy pronto. En concreto, va a tener que decidir lo audaces que van a ser sus pasos para mantener en pie el sistema financiero, cuyas perspectivas han empeorado tan drásticamente que un número sorprendente de economistas, no todos especialmente progresistas, sostienen ahora que la solución de la crisis tendrá que pasar por una nacionalización temporal de algunos bancos importantes.

De modo que ¿está Obama preparado para eso? ¿O eran los tópicos de su discurso inaugural una señal de que va a esperar a que la sabiduría convencional termine por ponerse a la altura de los acontecimientos? Si es así, su Administración se va a encontrar con que se está saliendo peligrosamente de la curva.

Y no es así como queremos ver al nuevo equipo. La crisis económica empeora y se vuelve más difícil de resolver a medida que pasan las semanas. Si no actuamos pronto de forma contundente, puede que nos veamos metidos en el lío durante mucho tiempo.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de Economía en 2008.

Traducción de News Clips.

© New York Times News Service, 2009

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Los males de España, de Paul Krugman en SinPermiso

Posted in Economía by reggio on 26 enero, 2009

“Contrariamente a lo que todo el mundo parecía decir incluso hace unas pocas semanas, ser miembro de la eurozona no inmuniza a los países contra la crisis. En el caso de España (y en el de Italia, el de Irlanda y el de Grecia) el euro puede estar perfectamente empeorando las cosas.”

Los males económicos de España no son difíciles de explicar. España era básicamente Florida, con una burbuja inmobiliaria hinchada por residentes y turistas, y ahora la burbuja ha estallado. Pero España está en peor forma que Florida por dos motivos que le sonarán a cualquiera que estuviera involucrado en el gran debate sobre si el euro era o no era una buena idea.

En primer lugar, Europa no tiene un gobierno central. España, a diferencia de Florida, no puede tirar de los cheques de la Seguridad Social y del Medicare de Washington. Así que la carga de la recesión recae entera sobre el presupuesto local, y de aquí el declive de la calificación de su deuda pública.

En segundo lugar, los Estados Unidos tienen un mercado de trabajo más o menos integrado geográficamente: los trabajadores se mueven de regiones deprimidas hacia otras con mejores perspectivas (aunque la crisis inmobiliaria ha reducido la movilidad, porque la gente ya no puede vender sus casas). Europa no lo tiene: es cierto que hay una cierta movilidad entre las élites y entre los trabajadores con menos ingresos, pero nada comparado con los niveles norteamericanos.

En ese caso, ¿qué puede hacer España? Necesita ser más competitiva, pero no puede devaluar, porque es miembro de la eurozona. Así que la única alternativa es una reducción de salarios, que es  extremadamente difícil de conseguir (y crea grandes problemas a los deudores).

Contrariamente a lo que todo el mundo parecía decir incluso hace unas pocas semanas, ser miembro de la eurozona no inmuniza a los países contra la crisis. En el caso de España (y en el de Italia, el de Irlanda y el de Grecia) el euro puede estar perfectamente empeorando las cosas.

Y al final, la tan impopular libra esterlina, hoy en caída puede que haya sido una gran idea.

Paul Krugman ganó el premio Nobel de economía de 2008

Traducción para www.sinpermiso.info: Ernest Urtasun Domènech

krugman.blogs.nytimes.com, 19 enero 2009

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Un rescate incierto, de Paul Krugman en Negocios de El País

Posted in Economía by reggio on 25 enero, 2009

La anticuada economía del vudú -la creencia en la magia de las rebajas fiscales- ha desaparecido del discurso civilizado. El culto a la economía de la oferta se ha reducido hasta tal punto que sólo lo profesan maniáticos, charlatanes y republicanos.

Pero algunos informes de prensa recientes dan a entender que muchas personas influyentes, incluidos funcionarios de la Reserva Federal, reguladores bancarios y, posiblemente, miembros del Gobierno entrante de Obama se han vuelto devotos de otro tipo de vudú: la fe en que podemos hacer que los bancos anden celebrando complejos rituales financieros.

Para explicar el problema, permítanme describir la posición de un banco hipotético que denominaré Gothamgroup, o Gotham, para abreviar.

Sobre el papel, Gotham tiene activos por valor de 2 billones de euros y unas deudas de 1,9 billones, de modo que tiene un valor neto de 100.000 millones de euros. Pero una fracción considerable de estos activos -pongamos, 400.000 millones de euros- son activos hipotecarios y otra basura tóxica. Si el banco intentase vender estos activos, no obtendría más que 200.000 millones de euros.

Por consiguiente, Gotham es un banco zombi: sigue funcionando, pero en realidad ya ha quebrado. Sus acciones no carecen por completo de valor (sigue teniendo una capitalización bursátil de 20.000 millones de euros), pero ese valor se basa enteramente en la esperanza de que los accionistas serán rescatados por una ayuda estatal.

¿Por qué iba el Estado a rescatar a Gotham? Porque desempeña una función primordial en el sistema financiero. Cuando se permitió que Lehman quebrase, los mercados financieros se congelaron y durante unas semanas la economía mundial se tambaleó al borde del colapso. Puesto que no queremos repetir la actuación, hay que mantener a Gotham a flote. Pero ¿cómo podemos hacerlo?

Bien, el Gobierno podría limitarse a darle a Gotham unos 200.000 millones de euros, suficiente para que vuelva a ser solvente. Pero esto, por supuesto, sería un enorme regalo a los actuales accionistas de Gotham y también invitaría a asumir riesgos excesivos en el futuro. Aun así, la posibilidad de que se produzca ese regalo es lo que ahora sostiene el precio bursátil de Gotham.

Un método mejor sería hacer lo que el Gobierno hizo con las cajas de ahorro zombies a finales de la década de 1980: se incautó de los bancos difuntos y se deshizo de los accionistas. Después transfirió sus activos morosos a una institución especial, la Resolution Trust Corporation [Corporación del Fideicomiso de Resolución], pagó suficientes deudas de los bancos como para devolverles la solvencia y vendió los bancos saneados a nuevos propietarios.

Sin embargo, los actuales rumores dan a entender que los políticos no están dispuestos a seguir ninguno de estos métodos. Por el contrario, supuestamente se inclinan por una solución intermedia: trasladar los activos tóxicos de los balances de los bancos a un banco malo o banco agregador público, parecido a la Corporación del Fideicomiso de Resolución, pero que no se incautaría primero de los bancos.

Sheila Bair, presidenta de la Corporación Federal de Seguros de Depósitos, intentó hace poco explicar cómo funcionaría: «El banco agregador compraría los activos a un valor justo». Pero ¿qué significa «valor justo»?

En mi ejemplo, Gothamgroup es insolvente porque los supuestos 400.000 millones de euros de activos tóxicos que tiene en sus libros sólo valen de hecho 200.000. La única manera de que una compra pública de esos activos tóxicos pueda devolver la solvencia a Gotham es que el Estado pague mucho más de lo que los compradores privados están dispuestos a ofrecer.

Ahora bien, los compradores privados podrían no estar dispuestos a pagar lo que los activos tóxicos valen en realidad: «La verdad es que en estos momentos no disponemos de ninguna tasación racional de algunas de estas categorías de activos», afirma Bair. Pero ¿debería la Administración pública dedicarse a declarar que sabe mejor que el mercado cuánto valen los activos? ¿Y es realmente probable que pagar un «valor justo», sea lo que sea que eso signifique, bastaría para devolverle la solvencia a Gotham?

Lo que sospecho es que los políticos -posiblemente sin ser conscientes de ello- se disponen a dar gato por liebre: una política que se parece a la limpieza de las cajas de ahorro, pero que en la práctica equivale a hacer a los accionistas de los bancos, a expensas del contribuyente, enormes regalos disfrazados de compras de activos tóxicos a un «valor justo».

¿Por qué estas contorsiones? La respuesta parece ser que Washington sigue teniendo un miedo mortal a esa palabra que empieza por N: nacionalización. La verdad es que Gothamgroup y sus instituciones hermanas ya son pupilas del Estado, completamente dependientes de la ayuda del contribuyente, pero nadie quiere reconocer ese hecho y aplicar la solución obvia: una absorción pública explícita, aunque temporal. De ahí la popularidad del nuevo vudú, que, como he dicho, afirma que unos rituales financieros complejos pueden resucitar a los bancos muertos.

Por desgracia, este retorno a la superstición puede salir caro. Espero equivocarme, pero sospecho que los contribuyentes estamos a punto de ser víctimas de otra mala pasada, y estamos a punto de que nos den otro plan de rescate financiero que no servirá para nada.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de Economía en 2008.

Traducción de News Clips.

© New York Times News Service, 2009

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Obama y Bush: ¿perdón y olvido?, de Paul Krugman en SinPermiso

Posted in Internacional, Política by reggio on 19 enero, 2009

“Obama debería reconsiderar lo que al parecer es su decisión de permitir que la administración Bush escape a las consecuencias del crimen”

El domingo pasado, le preguntaron al presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, si buscaría una investigación sobre posibles crímenes por parte de la administración Bush. «Yo no creo que nadie esté por encima de la ley», respondió, pero «necesitamos ver hacia delante en vez de mirar hacia atrás».

Lo siento, pero si no tenemos una averiguación sobre lo que ocurrió durante los años de Bush -y casi todos han asumido que las declaraciones de Obama equivalen a que no la tendremos- eso significa que quienes tienen el poder de hecho están por encima de la ley, ya que no enfrentan consecuencia alguna si abusan de su poder.

Seamos claros con respecto al tema que aquí abordamos. No solamente es la tortura y el espionaje de comunicaciones, cuyos perpetradores alegan, aunque de manera inadmisible, que ellos fueron patriotas actuando en la defensa de la seguridad de la nación.

El hecho es que los abusos de la administración Bush se extendieron desde la política ambiental hasta los derechos al voto. Además, la mayoría de los abusos involucraron el uso del poder gubernamental para recompensar a amigos políticos y castigar a enemigos políticos.

En el Departamento de Justicia, por ejemplo, nominados políticos reservaron ilegalmente
posiciones no políticas para «estadounidenses de pensamiento correcto» -es su término, no el mío- y existe firme evidencia que funcionarios utilizaron sus posiciones tanto para socavar la protección de los derechos al voto de minorías como para perseguir a políticos demócratas.

El proceso de contratación en el área de Justicia hizo eco del proceso de contratación durante la ocupación de Irak -ocupación cuyo éxito supuestamente era esencial para la seguridad nacional-, en el cual los aspirantes fueron juzgados con base en su inclinación política, su lealtad personal al presidente Bush y, con base en algunos informes, sus opiniones sobre el caso Roe vs. Roe en vez de por su capacidad para desempeñar el trabajo.

Hablando de Irak, no olvidemos la fallida reconstrucción de ese país: la administración Bush entregó miles de millones de dólares en contratos sin previa licitación a empresas que tenían conexiones políticas, los cuales después no lograron cumplir.

¿Y por qué deberían haberse molestado en hacer su trabajo? Cualquier funcionario gubernamental que intentara hacer valer la rendición de cuentas sobre Halliburton, digamos, rápidamente descubría que su carrera había sido descarrilada.

Hay mucho, mucho más. Con base en mi propio conteo, al menos seis importantes dependencias gubernamentales experimentaron importantes escándalos a lo largo de los últimos ocho años; en la mayoría de los casos, estos escándalos nunca fueron investigados de manera apropiada.

Y después estuvo el mayor escándalo de todos: ¿acaso alguien duda con seriedad que la administración Bush haya engañado deliberadamente a la nación para que invadiera Irak?

¿Por qué, entonces, no habríamos de tener una averiguación oficial sobre abusos durante los años de Bush?

Una respuesta que se oye es que ir en pos de la verdad crearía divisiones, que se exacerbaría el partidismo. Pero si el partidismo es tan terrible, ¿acaso no debería haber alguna pena por la politización de cada aspecto del gobierno por parte de la administración Bush?

De manera alternativa, nos dicen que no tenemos que atorarnos en los abusos del pasado, ya que no los vamos a repetir. Sin embargo, ninguna figura de importancia en la administración Bush, o entre los aliados políticos de la Administración, ha expresado arrepentimiento por violar la ley. ¿Qué les hace pensar a cualquiera que ellos o sus herederos políticos no lo harán todo de nuevo, si se les da la oportunidad?

De hecho, ya vimos esta película. Durante los años de Reagan, los conspiradores del caso Irán-contra violaron la Constitución de Estados Unidos en nombre de la seguridad nacional.

Sin embargo, el primer presidente Bush indultó a los principales malhechores, y, cuando la Casa Blanca finalmente cambió de manos, el grupo dominante en política y medios de comunicación masiva le dio a Bill Clinton el mismo consejo que le está dando a Obama: deja que los escándalos latentes queden como están.

Seguro, la segunda administración Bush retomó justo donde se habían quedado los conspiradores de Irán y la contra; lo cual no causa mucha sorpresa si tenemos en cuenta que Bush de hecho contrató a algunos de esos conspiradores.

Ahora bien, es cierto que una seria investigación de los abusos en la era de Bush volvería a Washington un lugar incómodo, tanto para quienes abusaron del poder como para quienes actuaron como sus procuradores o apologistas. Y estas personas tienen muchos amigos. Sin embargo, el precio de proteger su comodidad sería alto: si cubrimos superficialmente los abusos de los ocho años pasados, garantizaríamos que ocurran de nuevo.

En el ínterin y con respecto a Obama: si bien probablemente esté en sus intereses en el corto plazo perdonar y olvidar, pasado mañana él va a jurar «preservar, proteger y defender la Constitución de Estados Unidos». Ese no es un juramento condicional que se debe honrar sólo cuando resulta conveniente.

Además, con miras a defender la Constitución, un presidente debe hacer más que obedecer él mismo la Constitución; debe llamar a rendir cuentas a quienes violen la Constitución. Así que Obama debería reconsiderar lo que al parecer es su decisión de permitir que la administración previa escape a las consecuencias del crimen. Haciendo a un lado las consecuencias, él no tiene derecho a tomar esa decisión.

Paul Krugman ganó el premio Nobel de economía de 2008

Diario de los Andes, 18 enero 2009

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Ideas para Obama, de Paul Krugman en Negocios de El País

Posted in Economía by reggio on 18 enero, 2009

La semana pasada, al presidente electo Barack Obama le pidieron que respondiese a los escépticos que afirman que su plan de estímulo no bastará para ayudar a la economía. Obama respondió que quiere oír ideas sobre «cómo gastar dinero de manera eficiente y eficaz para hacer que arranque la economía». Pues bien, entraré al trapo, aunque como explicaré en breve, la metáfora del «arranque» es parte del problema.

En primer lugar, Obama debería descartar su propuesta de dedicar 114.000 millones de euros a subvenciones fiscales a empresas, lo cual no ayudaría mucho a la economía. Lo ideal sería que desechase también el recorte propuesto de 114.000 millones de euros en impuestos sobre la renta, aunque soy consciente de que fue una promesa electoral.

El dinero no despilfarrado en recortes de impuestos inútiles podría usarse para proporcionar más ayuda a los estadounidenses con problemas: aumentar las prestaciones de desempleo, ampliar el Medicaid [asistencia médica a personas sin recursos] y más. ¿Y por qué no iniciar ya las subvenciones para seguros -probablemente a un ritmo de 75.000 millones de euros o más al año- que serán esenciales si queremos una atención sanitaria universal?

Pero lo principal es que Obama necesita ampliar su plan. Para entender por qué, echen un vistazo a un nuevo informe de su propio equipo económico.

El sábado 10 de enero, Christina Romer, futura directora del Consejo de Asesores Económicos, y Jared Bernstein, que será economista jefe del vicepresidente, publicaban cálculos sobre lo que se conseguirá con el plan económico de Obama. Su informe es razonable e intelectualmente honrado, un cambio que se agradece después de las farragosas matemáticas de los últimos ocho años. Pero también deja claro que el plan se queda muy escaso respecto a lo que la economía necesita.

De acuerdo con Romer y Bernstein, el plan de Obama alcanzará su máximo impacto en el cuarto trimestre de 2010. Proyectan que, sin el plan, la tasa de desempleo en ese trimestre sería de un desastroso 8,8%. Pero incluso con el plan, el desempleo sería del 7%, aproximadamente como en la actualidad.

En el informe se afirma que, después de 2010, los efectos del plan desaparecerán rápidamente. Sin embargo, la tarea de impulsar la plena recuperación no quedaría rematada: la tasa de desempleo se mantendría en un doloroso 6,3% en el último trimestre de 2011.

Es cierto que la previsión económica es una ciencia inexacta, en el mejor de los casos, y las cosas podrían ir mejor de lo que predice el informe. Pero también podrían ir peor. En el informe se reconoce que «algunos analistas particulares prevén que las tasas de desempleo llegarán al 11% si no se toma ninguna medida«. Y yo coincido con Lawrence Summers, otro miembro del equipo económico de Obama, que recientemente declaraba: «En esta crisis, hacer demasiado poco plantea una mayor amenaza que hacer demasiado». Por desgracia, ese principio no se refleja en el plan actual.

¿Cómo puede entonces Obama hacer más? Incluyendo en su plan mucha más inversión pública, lo cual será posible si adopta un punto de vista más a largo plazo.

El informe de Romer y Bernstein reconoce que «un dólar de gasto en infraestructuras es más eficaz para crear puestos de trabajo que un dólar de rebajas fiscales». Sin embargo, sostiene que «en un marco temporal corto, la inversión pública que puede efectuarse con eficacia tiene un límite». ¿Pero por qué tiene que ser corto el marco temporal?

Por lo que yo sé, los planificadores de Obama se han centrado en proyectos de inversión que impulsarán el empleo sobre todo a lo largo de los próximos dos años. Pero dado que es probable que el desempleo siga siendo elevado mucho más allá de esa ventana de dos años, el plan debería incluir también proyectos de inversión a más largo plazo.

Y hay que tener en cuenta que incluso un proyecto que surta su mayor efecto en, pongamos, 2011, puede proporcionar un significativo respaldo económico en años anteriores. Si Obama abandona la metáfora del «arranque», si acepta el hecho de que necesitamos un programa plurianual más que un efímero brote de actividad, puede crear muchos más puestos de trabajo mediante la inversión pública, incluso a corto plazo.

Aun así, ¿no debería Obama esperar una prueba de que hace falta un plan de miras más anchas y a más largo plazo? No. Ahora mismo la parte del plan de Obama relativa a la inversión está limitada por una escasez de proyectos listos para empezar de inmediato. Si Obama da su visto bueno ahora, podría haber en marcha mucha más inversión para finales de 2010 o 2011; pero si tarda mucho en decidirse, esa oportunidad habrá desaparecido.

Una cosa más: incluso con el plan de Obama, el informe de Romer y Bernstein predice una tasa de desempleo media del 7,3% en los próximos tres años. Es un porcentaje que da miedo, suficientemente elevado como plantear un verdadero riesgo de que la economía estadounidense quede atrapada en una trampa deflacionaria como la de Japón.

Por lo tanto, mi consejo al equipo de Obama es que se olviden de rebajar los impuestos a las empresas y, lo más importante, que afronten la amenaza de hacer demasiado poco haciendo más. Y la forma de hacer más es dejar de hablar de arranques y contemplar con más amplitud de miras las posibilidades para la inversión pública.

Paul Krugman es columnista del diario ‘The New York Times’.

Traducción de News Clips.

© New York Times News Service, 2009

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Luchar contra la depresión, de Paul Krugman en Negocios de El País

Posted in Economía by reggio on 11 enero, 2009

Si no actuamos con rapidez y audacia», declaraba el presidente electo Barack Obama en un reciente discurso semanal, «podríamos experimentar una recesión económica mucho más profunda, que podría provocar un desempleo superior al 10%». Si me preguntan a mí, diría que Obama estaba siendo muy suave.

El hecho es que las recientes cifras económicas son aterradoras, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. La fabricación, en concreto, se está desplomando por doquier. Los bancos no prestan; las empresas y los consumidores no gastan. Las cosas como son, esto se parece mucho al principio de la segunda Gran Depresión.

¿Actuaremos con suficiente «rapidez y audacia» para evitar que eso ocurra? Pronto lo averiguaremos. Se suponía que no deberíamos hallarnos en esta situación. Durante muchos años la mayoría de los economistas creían que sería fácil evitar otra gran depresión. En 2003, Robert Lucas, de la Universidad de Chicago, en su discurso presidencial ante la Asociación Económica Estadounidense, declaraba que «el problema principal para prevenir la depresión se ha resuelto, a todos los efectos prácticos, y lleva de hecho muchas décadas resuelto».

Milton Friedman, en especial, convenció a muchos economistas de que la Reserva Federal pudo haber frenado en seco la Gran Depresión simplemente proporcionando a los bancos más liquidez, lo cual habría impedido una drástica caída de la oferta monetaria. Es bien sabido que Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, se disculpó ante Friedman en nombre de su institución: «Tiene usted razón. Fue culpa nuestra. Lo sentimos mucho. Pero gracias a usted, no volveremos a hacerlo».

Resulta, sin embargo, que prevenir las depresiones no es tan fácil al fin y al cabo. Dirigida por Bernanke, la Reserva Federal está proporcionando liquidez igual que si fuera un equipo de bomberos tratando de apagar un fuego de gran magnitud, y la oferta monetaria ha crecido con rapidez. Pero el crédito sigue escaseando, y la economía continúa en caída libre.

La afirmación de Friedman de que la política monetaria podría haber evitado la Gran Depresión fue un intento de refutar el análisis de John Maynard Keynes, quien sostenía que, en situaciones de depresión, la política monetaria es ineficaz y que hace falta una política presupuestaria -gasto deficitario a gran escala por parte del Estado- para luchar contra el desempleo. El fracaso de la política monetaria en esta crisis demuestra que Keynes lo entendió a la primera. Y el pensamiento keynesiano está detrás de los planes de Obama para rescatar la economía.

Pero estos planes podrían resultar difíciles de vender. Los informes de prensa dicen que los demócratas esperan aprobar un plan con amplio apoyo de los dos partidos. Les deseo buena suerte.

Lo cierto es que la toma de posiciones políticas ya ha empezado, y los líderes republicanos están poniendo obstáculos a las leyes encaminadas a estimular la economía al tiempo que pretenden ser los adalides de una deliberación prudente en el Congreso, lo cual no deja de tener su gracia, teniendo en cuenta el comportamiento de su partido en los últimos ocho años.

Más en general, después de declarar durante décadas que el Estado es el problema, no la solución, por no mencionar las críticas a la economía keynesiana y al New Deal, casi ningún republicano va a reconocer la necesidad de aplicar a la crisis económica una solución de gasto a lo grande, al estilo Roosevelt.

Sin embargo, el mayor problema al que probablemente se enfrentará el plan de Obama es la exigencia de muchos políticos de que se demuestre que las ventajas del gasto público propuesto justifican sus costes, demostración que nunca se exige a propuestas de recortes tributarios.

Es un problema que Keynes conocía bien: regalar dinero, señalaba, tiende a recibirse con menos objeciones que los planes de inversión pública, «que, al no ser completamente despilfarradores, tienden a juzgarse de acuerdo con principios estrictamente ‘empresariales». Lo que se pierde en dichos debates es el principal argumento a favor del estímulo económico, o sea, que en las actuales condiciones un aumento drástico del gasto público proporcionaría empleo a estadounidenses que de otro modo estarían en paro, y dinero que de otro modo se mantendría ocioso, y pondría a ambos a trabajar para producir algo útil.

Todo esto me hace temer por las perspectivas del plan de Obama. Estoy seguro de que el Congreso aprobará un plan de estímulo, pero me preocupa que el plan pueda retrasarse y/o rebajarse. Y Obama tiene razón: realmente necesitamos medidas rápidas y audaces.

Ésta es mi hipótesis de pesadilla: el Congreso tarda meses en ratificar un plan de estímulo, y la legislación que acaba aprobándose es demasiado cauta. Como consecuencia de ello, la economía se hunde durante la mayor parte de 2009, y cuando el plan empieza por fin a surtir efecto, lo hace sólo con fuerza suficiente para frenar la caída, no para detenerla. Mientras tanto, la deflación se instala, y empresas y consumidores empiezan a basar sus planes de gasto en la perspectiva de una economía permanentemente deprimida; y bien, uno puede ver en qué desemboca esto.

Por lo tanto, ésta es nuestra hora de la verdad. ¿Haremos realmente lo necesario para evitar la segunda Gran Depresión?

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y Premio Nobel de Economía de 2008.

Traducción de News Clips.

© 2008 New York Times News Service.

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Una vida sin burbujas, de Paul Krugman en Negocios de El País

Posted in Economía by reggio on 28 diciembre, 2008

Haga lo que haga el nuevo Gobierno, nos esperan varios meses o incluso un año de desbarajuste económico. Después las cosas deberían mejorar, a medida que empiece a coger impulso el plan de estímulo económico del presidente Obama (vale, me indican que el término políticamente correcto que se utiliza ahora es «plan de recuperación económica»). A finales del año próximo la economía debería empezar a estabilizarse y soy bastante optimista acerca de 2010.

¿Pero qué ocurrirá después? Ahora mismo todo el mundo habla de algo así como dos años de estímulos a la economía, que tiene sentido como horizonte de previsión. No obstante, demasiados de los comentarios sobre economía que he estado leyendo parecen dar por sentado que eso es en realidad todo lo que necesitamos, que una vez que el arrebato de gasto deficitario dé un vuelco a la economía todo volverá a ser como de costumbre.

Sin embargo, las cosas no deben volver de hecho a ser como eran antes de la crisis actual, y espero que la gente de Obama se percate de ello. La prosperidad de hace unos años, tal y como estaban las cosas -los beneficios eran estupendos, los salarios no tanto-, dependía de una burbuja inmobiliaria de enormes dimensiones que a su vez sustituía a una burbuja bursátil anterior. Y puesto que la burbuja inmobiliaria no va a volver, el gasto que sostenía la economía en los años anteriores a la crisis tampoco va a volver.

Para ser más concretos: el drástico desplome de la vivienda que estamos experimentando en la actualidad llegará a su fin antes o después, pero el descomunal boom inmobiliario de la era de Bush no se repetirá. Los consumidores recuperarán parte de la confianza tarde o temprano, pero no gastarán como hicieron entre 2005 y 2007, cuando mucha gente utilizaba su casa como cajero automático y la tasa de ahorro cayó prácticamente a cero.

Por tanto, ¿qué sustentará la economía si ni los cautelosos consumidores ni los humillados promotores inmobiliarios serán capaces de hacerlo?

Hace unos meses, un titular del periódico satírico The Onion, agudo como siempre, ofrecía una posible respuesta: «País asfixiado por la recesión busca nueva burbuja en la que invertir». Podría surgir algo nuevo que animara el consumo privado, tal vez generando un boom en la inversión empresarial.

Pero para rellenar el hueco dejado por el retroceso del consumo y la vivienda, este boom tendría que ser gigantesco y elevar la inversión empresarial hasta niveles del PIB sin precedentes en nuestra historia. Ahora bien, aunque esto es una posibilidad, no parece ser algo con lo que se pueda contar.

Un camino más convincente hacia una recuperación sostenida sería un recorte drástico del déficit de la balanza comercial de Estados Unidos, que se disparó al mismo tiempo que se hinchaba la burbuja inmobiliaria. Vendiendo más a otros países y consumiendo más productos nacionales, podríamos alcanzar el pleno empleo sin necesidad de un boom del consumo o del gasto en inversión.

Pero probablemente pasará mucho tiempo antes de que el déficit comercial descienda lo bastante como para compensar el estallido de la burbuja inmobiliaria. Para empezar, tras varios años de bonanza, el crecimiento de las exportaciones se ha estancado, en parte por culpa de los inversores extranjeros que, llevados por el nerviosismo, han acudido rápidamente a refugiarse en valores que aún consideran seguros, elevando la cotización del dólar frente a otras divisas y haciendo que la producción estadounidense sea mucho menos competitiva en relación con los costes.

Además, aunque el dólar cayera de nuevo, ¿de dónde surgirá la capacidad para aumentar repentinamente las exportaciones y la producción de artículos capaces de competir con las importaciones? A pesar del incremento en el comercio de servicios, la mayoría del comercio internacional sigue siendo de bienes, sobre todo bienes manufacturados; además, el sector manufacturero estadounidense, tras años de olvido en favor de los sectores inmobiliario y financiero, tiene mucho que hacer para ponerse al día.

En cualquier caso, el resto del mundo puede que no esté listo para lidiar con un déficit comercial estadounidense drásticamente menor. Como señalaba recientemente mi colega Tom Friedman, gran parte de la economía china en concreto está concebida en torno a las exportaciones a EE UU, y sufrirá mucho si tiene que amoldarse a otras ocupaciones.

En pocas palabras, alcanzar el punto en que nuestra economía prospere sin ayudas fiscales puede ser un proceso largo y difícil, y como he comentado anteriormente, espero que el equipo de Obama se percate de ello.

En estos momentos, con la economía en caída libre y con todo el mundo atemorizado ante la Gran Depresión versión 2.0, quienes se oponen a una intervención federal de calado están pasando apuros para recabar apoyos. John Boehner, el líder republicano en la Cámara de Representantes, se ha visto obligado a utilizar su página web para buscar «economistas estadounidenses acreditados» dispuestos a añadir su nombre a una lista de «escépticos respecto a utilizar el gasto como estímulo».

Pero una vez que la economía remonte sensiblemente, la nueva Administración se verá bastante presionada para echarse a un lado y quitarle las muletas a la economía. Y si el Gobierno cede a esa presión demasiado pronto, la consecuencia podría ser una repetición del error que Franklin Delano Roosevelt cometió en 1937, el año en que rebajó drásticamente el gasto, subió los impuestos y contribuyó a hundir a EE UU en una grave recesión.

La cuestión es que puede que lleve mucho más tiempo del que la gente se piensa el que la economía estadounidense esté lista para vivir sin burbujas. Y hasta entonces, la economía va a necesitar mucha ayuda del Gobierno. –

(c) New York Times News Service, 2008.

Paul Krugman es columnista del diario The New York Times.

Traducción de News Clips.

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La insensible guerra europea, de Paul Krugman en Negocios en El País

Posted in Economía by reggio on 21 diciembre, 2008

Esta es la situación: la economía se enfrenta a la peor depresión que ha sufrido en décadas. La respuesta habitual a una crisis económica, recortar los tipos de interés, no está funcionando. Las ayudas gubernamentales a gran escala parecen la única forma de parar la caída en picado de la economía. Pero hay un problema: los políticos conservadores, aferrándose a una ideología pasada de moda, y puede que apostando [equivocadamente] por que sus electores están relativamente mejor situados para capear el temporal, están impidiendo que se tomen medidas.

No, no estoy hablando de Bob Corker, el senador de Nissan (perdón, de Tennessee) y sus amigos republicanos, que torpedearon el intento de la semana pasada de ganar tiempo para el sector del automóvil estadounidense. [¿Por qué se ha bloqueado el plan? Un mensaje de correo electrónico a entre los republicanos del Senado afirmaba que negar al sector automovilístico un préstamo era una oportunidad para que los republicanos «lanzasen un primer ataque contra el sindicalismo organizado»]. A quien me estoy refiriendo es a Angela Merkel, la canciller alemana, y a su equipo económico, que se han convertido en el principal obstáculo para un muy necesario plan europeo de rescate económico.

En Estados Unidos no se le está prestando mucha atención al caos económico europeo porque, comprensiblemente, estamos centrados en nuestros propios problemas. Pero se puede decir que la otra superpotencia económica mundial (Estados Unidos y la Unión Europea tienen aproximadamente el mismo PIB) está en los mismos apuros que nosotros.

Los problemas más graves se dan en la periferia europea, donde numerosas economías más pequeñas están experimentando crisis que recuerdan mucho a las pasadas crisis de Latinoamérica y Asia: Letonia es la nueva Argentina; Ucrania es la nueva Indonesia. Pero el dolor ha llegado a las grandes economías de Europa occidental: Reino Unido, Francia, Italia y la mayor de todas, Alemania.

Como en EE UU, la política monetaria de rebajas de los tipos de interés en un intento de reanimar la economía está llegando rápidamente a su límite. Esto deja una única vía para prevenir el peor desplome desde la Gran Depresión: un uso agresivo de la política fiscal consistente en aumentar el gasto o recortar los impuestos para impulsar la demanda. Ahora mismo todo el mundo ve la necesidad de un gran estímulo fiscal paneuropeo.

Mejor dicho, todo el mundo excepto los alemanes. Merkel se ha convertido en Frau Nein: si tiene que haber un rescate de la economía europea, no quiere tomar parte en él y ha dicho en una reunión de su partido que «no vamos a participar en esta carrera sin sentido por los billones».

La semana pasada, Peer Steinbrueck, el ministro de Economía de Merkel, fue todavía más lejos. No contento con negarse a desarrollar un plan serio de estímulo económico para su propio país denunció los planes de otros países europeos. Concretamente, el ministro acusó al Reino Unido de embarcarse en un «keynesianismo craso».

Los dirigentes alemanes parecen creer que su propia economía está en buena forma y no necesita grandes ayudas. Están, casi con toda seguridad, equivocados respecto a eso. Sin embargo, lo verdaderamente malo no es la valoración errónea de su propia situación, sino la forma en que la oposición de Alemania está impidiendo una acción común europea ante la crisis económica.

Para entender mejor el problema, piensen en lo que pasaría si, por ejemplo, Nueva Jersey intentase impulsar su economía mediante rebajas de impuestos u obras públicas sin que este esfuerzo estatal formase parte de un programa nacional. Evidentemente, gran parte del estímulo se «fugaría» hacia los Estados vecinos, de forma que Nueva Jersey terminaría cargando con toda la deuda, mientras que otros Estados se quedarían con muchos de los puestos de trabajo, si no con todos.

Los países europeos están en una situación muy parecida. Cualquier gobierno que actúe de forma unilateral se enfrenta a una posibilidad considerable de contraer una enorme deuda sin crear demasiados puestos de trabajos en el país en cuestión.

Sin embargo, para la economía europea en su conjunto esa clase de fuga supone un problema mucho menor: dos terceras partes de las importaciones de un miembro medio de la Unión Europea proceden de otros países europeos, por lo que el continente en su conjunto no es más dependiente de la importación que Estados Unidos. Esto significa que una iniciativa coordinada para estimular la economía, en la que cada país cuente con que sus vecinos harán un esfuerzo similar al suyo, le proporcionaría al euro un impulso mucho mayor que unos esfuerzos individuales y descoordinados.

Pero no es posible tener un esfuerzo europeo coordinado si la economía más grande de Europa no sólo se niega a participar, sino que además menosprecia los intentos de sus vecinos por frenar la crisis.

El gran nein de Alemania no durará eternamente. La semana pasada, el Ifo, un instituto de investigación muy respetado, advertía de que Alemania se enfrentará pronto a su peor crisis económica desde los años cuarenta. En el caso de que esto suceda, seguramente Merkel y sus ministros reconsiderarán su postura.

Pero en Europa, como en Estados Unidos, el problema es el tiempo. En todo el mundo las economías se hunden con rapidez mientras esperamos que alguien, cualquiera, proponga una respuesta política eficaz. ¿Cuántos destrozos más habrá antes de que esa respuesta llegue al fin?

Paul Krugman es columnista del diario The New York Times.

Traducción de News Clips.

(c) New York Times News Service, 2008.

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