Reggio’s Weblog

Después de la crisis, de Manuel Castells en La Vanguardia

Posted in Economía by reggio on 21 febrero, 2009

OBSERVATORIO GLOBAL

Vivimos en una peligrosa fantasía. A saber, que esto es un mal trago, pero que en unos meses o máximo un año la crisis económica habrá pasado y todo volverá a ser como antes. Pues no. Nunca volverá a ser como antes. Técnicamente hablando, la expansión capitalista global reciente se ha debido a tres factores interrelacionados de los que ninguno funciona ahora. Primero, la demanda ha inducido dos tercios del crecimiento del PIB. Segundo, esta demanda ha sido posible por crédito fácil de instituciones financieras con escasa supervisión. Tercero, la rápida expansión de la demanda y el incremento salarial no han suscitado presiones inflacionistas porque el aumento de la productividad es resultante del cambio tecnológico y organizativo de la «nueva economía».

El potencial de innovación tecnológica aún existe, pero como se ha secado el caudal de capital riesgo ya no se traduce en proyectos emprendedores ypor tanto los incrementos de productividad pasan por eliminar empleo en lugar de resultar del aumento de eficiencia. El crédito a particulares y empresas ha caído en picado porque el sistema financiero global, en el que estamos todos aunque sigamos proclamando las bondades de nuestro propio sistema financiero, está en situación de quiebra. Sin la ayuda de los gobiernos, las bancarrotas se producirían en cadena, en España también, por la interpenetración entre nuestra banca y la banca internacional (por ejemplo, a través de Morgan Stanley, de Citigroup o de ING Barings). Por consiguiente, las ayudas públicas se quedan empantanadas en los bancos, que se protegen acumulando reservas, y sólo llegan a los inversores y consumidores con cuentagotas. Unas gotas que no bastan para crear empleo ni pagar salarios. Y por tanto, con un 20% de paro y los salarios congelados no hay forma de sostener la demanda, cae el consumo y se seca la principal fuente de crecimiento económico de la última década.

Y como el mundo se ha hecho global, lo que sumaba de un país a otro ahora resta de un país a otro. No es el fin del mundo, pero es el fin del consumo. No habrá que apretarse el cinturón, porque estaremos tan escuálidos que los cinturones que tenemos se nos caerán de grandes. Esto no es una predicción, sino pura constatación de los datos actuales. Estamos cambiando de modelo económico y por tanto social.

No es que salgamos del capitalismo, sino de la forma de capitalismo global que ha caracterizado el mundo en los últimos veinticinco años. Un modelo triunfante, de idolatría de un mercado al que se le suponía un automatismo benevolente de creación y reparto de riqueza y, de paso, garante de la libertad individual, conectando países a lo largo de su marcha triunfal en todo el planeta, obviando gobiernos y desoyendo reguladores, propulsado por una revolución tecnológica también teñida con tintes libertarios. Vanidad y todo vanidad. Ha bastado una crisis inmobiliaria vinculada a una crisis hipotecaria para que todo el castillo de naipes construido a partir de derivados financieros desintegrara el casino global en el que nos habíamos montado. Y en unos meses, los más arrogantes banqueros, corredores de bolsa y ejecutivos de multinacionales han suplicado a los gobiernos una intervención de una magnitud sin precedentes, so pena de quebrar sus empresas. Incluso han pasado por todas las humillaciones necesarias para salir del atolladero. Y esto no hace más que empezar, porque el agujero financiero es de tal calado que serán necesarias nuevas inyecciones de fondos en los próximos meses. No debería la izquierda regocijarse por esta hecatombe potencial del capitalismo financiero.

La última vez que se produjo una crisis de esta magnitud las consecuencias políticas fueron el nazismo, el fascismo y una atroz guerra mundial. La historia no se repite y todo depende de lo que hagan gobiernos, empresas y ciudadanos en los próximos meses. Pero habrá que andar con mucho cuidadito de no caer en la demagogia en la que han caído los republicanos en Estados Unidos intentando bloquear el plan de Obama so pretexto de que crea déficit. Una verdadera desvergüenza después de que la administración republicana, que heredó un país con superávit, acumulara un billón de dólares de déficit en tan sólo ocho años… Entonces, ¿qué hacer? Las medidas actuales son actuaciones de emergencia para evitar el colapso. Pero a partir de ahí habrá que ir configurando otro futuro, más estable, fundado en otro estilo de capitalismo en el que el sistema financiero ocupe un papel de apoyo y no de motor. Y en el que el cálculo del crecimiento incluya una contabilidad ecológica y social no sólo monetaria. En donde la regulación de la economía esté en manos de una administración transparente y participativa en la que los ciudadanos puedan depositar la confianza que ahora han perdido en relación con sus bancos. Esta semana el principal semanario de Estados Unidos, Newsweek,titulaba su portada con un provocador «Ahora somos todos socialistas». Tampoco es eso, porque el socialismo real fue todavía más destructor e inestable y los socialistas pragmáticos en el poder en Europa también se montaron alegremente en el desenfreno financiero y en la creencia ideológica en un mercado milagrero. Eso sí, con Estado de bienestar y redistribución de riqueza por vía fiscal.

Pero ese modelo tampoco puede funcionar, porque no se acumula suficiente capital para subvencionar un paro del 20% o más durante un periodo indefinido. Y el endeudamiento público para financiar el colchón anticrisis se hará insostenible. De hecho, la Comisión Europea ya está expedientando a España por superar ampliamente los límites permisibles de endeudamiento. De modo que sabemos de dónde salimos pero no adónde vamos. Lo único seguro es que su consumo de bienes y servicios bajará y su tiempo para vivir aumentará. A condición de que no se haya olvidado de vivir y no le atenace la angustia de cómo salir del entramado de deuda en el que perdió sus mejores años. Después de la crisis económica, la esperanza de una nueva cultura.

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Obama, Keynes y Wall Street, de Manuel Castells en La Vanguardia

Posted in Economía by reggio on 31 enero, 2009

OBSERVATORIO GLOBAL

Durante el periodo de euforia irresponsable que atravesó la economía mundial en las dos últimas décadas, para muchos Keynes se hizo tan viejo como Marx. Su receta de gasto público para estimular la economía y salir de la recesión fue considerada por la mayoría de los economistas excesivamente primitiva y peligrosamente intervencionista. La fe religiosa en la sabiduría inmanente del mercado llevó a confiar en el automatismo de oferta y demanda para ajustar producción, consumo y empleo a los ciclos económicos. Y mira por dónde que cuando intentamos salir del hoyo que cavaron desreguladores y liberalizadores nos agarramos, o mejor dicho, se agarra Obama, que es el valiente de la película, a las recetas pensadas para la gran crisis de los años 30. El templo del neoliberalismo, el FMI, recomienda a los gobiernos que aumenten el gasto público en un promedio de 2% de su producto interior bruto.

China anuncia que lo incrementará en un 8% y las otras economías asiáticas adoptan programas similares. En la UE, el gasto proyectado supera los 200.000 millones de euros. Y en EE. UU., al paquete de casi un billón de dólares de rescate financiero se une ahora el plan de estímulo de Obama por más de 800.000 millones de dólares, el mayor de la historia. El plan, por razones políticas, combina la inversión pública directa con una devolución de impuestos (un tercio de los fondos). Pero la mayoría del gasto aplica una mezcla de keynesianismo histórico y keynesianismo del siglo XXI.

Por un lado, obra pública pura y dura: carreteras, puentes, ferrocarriles, escuelas, hospitales, edificios públicos. Por otro lado, inversión en infraestructura de una economía del conocimiento y ecológica: extensión de banda ancha; conversión a la televisión digital; ciencia y tecnología ; informatización del sistema sanitario; sistema de evaluación del cambio climático; ayudas a la industria del automóvil para vehículos híbridos y eléctricos; plan de energías renovables y acondicionamiento energético. El objetivo es modernizar el país y crear puestos de trabajo de distintos niveles de cualificación. Sin embargo, la magnitud del programa, que se pondrá en marcha en febrero, no garantiza su éxito. Porque, como dijo Keynes en su momento, lo más importante para reactivar la economía no es tanto la cantidad que se gaste como las señales que el Gobierno envíe a empresas, consumidores e inversores sobre la fortaleza de la economía y su capacidad de crecimiento.

Y es aquí donde Obama lo tiene mal, y con él todos nosotros, porque la élite financiera de la que en último término depende el flujo de capital que hace funcionar todo el sistema, parece haber perdido el sentido de la realidad. No sólo provocaron la crisis actual jugando a aprendices de brujo con sus modelos matemáticos de derivados financieros, destruyendo así la transparencia del mercado de inversiones, sino que siguen montados en su aquelarre de avaricia, usando el dinero de los contribuyentes para mantener sus vidas de pachás. El normalmente imperturbable Obama explotó de indignación el jueves pasado al enterarse de que, al tiempo que pedían ayuda para no quebrar los bancos, con el dinero público los ejecutivos de Wall Street se habían pagado a sí mismos primas de recompensa por valor de 20.000 millones de dólares. Y de que durante el 2008 mientras las empresas financieras despedían a 100.000 trabajadores, la casi totalidad de los altos ejecutivos conservaron sus empleos, sus sueldos, sus primas y sus privilegios. Incluso hubo quien rediseñó su oficina por valor de un millón de dólares. Y Citigroup iba a recibir esta semana un avión corporativo pagando 50 millones de dólares de los fondos prestados por el Gobierno.

Obama ha dicho basta y está incluyendo controles precisos en cada paquete de ayuda para asegurar que el dinero sirve a la gente en lugar de quedarse en los bancos. Incluso se habla de control directo de Citigroup y Bank of America por parte del Gobierno para sanearlos y, de paso, cambiar a unos ejecutivos que, en un 46% según una encuesta reciente, siguen pensando que sus ganancias están por debajo de lo que se merecen. No es simplemente un tema ético, aunque tampoco estaría de más recuperar otros valores que los de la bolsa, sino económico. Porque, en continuidad con la auténtica tradición keynesiana, por mucho que se gaste, si la gente no confía en el sistema financiero, el dinero no circula. Y la inversión pública sólo sirve si arranca el motor de la inversión privada, en particular en las pymes.

Este es el punto clave de la nueva política económica, en EE. UU. y en España. Que el dinero de la reactivación llegue a las empresas productivas para que estas creen empleo. Porque si no, los límites del gasto público se alcanzan rápidamente, sobre todo en un país endeudado hasta los ojos como EE. UU. Los chinos no pueden seguir prestando a un país quebrado económica y moralmente. Yes aquí donde la bronca de Obama a Wall Street es más que una rabieta. Es una política de responsabilidad que la élite financiera y corporativa todavía no acepta. Recordemos que las recomendaciones de Keynes no fueron realmente aplicadas en los años 30. Fue la guerra la que sacó a EE. UU. de la depresión. Y el plan Marshall el que reactivó a la Europa de la posguerra.

Para crear una nueva economía sin pasar por una impensable catástrofe, Obama, y otros gobiernos, tendrá que profundizar su intervención en la economía por medios no sólo económicos, sino de principios de gestión, regulando la actividad de las empresas, empezando por las financieras, en función de criterios que combinen legítima ganancia y responsabilidad social. Algo que, excepcionalmente, enseñan las mejores escuelas de negocios de España y que va a tener una fuerte demanda por parte de ejecutivos en fase de reciclaje. Keynes, para quien el capitalismo regulado era la síntesis armoniosa de crecimiento y estabilidad, debe sonreír desde un cielo inalcanzable para Wall Street.

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Los desafíos de Obama, de Manuel Castells en La Vanguardia

Posted in Internacional, Política by reggio on 24 enero, 2009

OBSERVATORIO GLOBAL

Una brisa de esperanza alienta EE. UU. aun en medio de una crisis que se agrava por momentos, con decenas de miles de nuevos parados cada día. Los bancos hacen cola pidiendo limosna a un Gobierno endeudado hasta las orejas y a unos contribuyentes que esperan los 1.000 dólares de rebaja de impuestos prometidos por Obama como el maná de supervivencia. Pero aunque el 70% de los ciudadanos ve mal al país, el 65% confía en que Obama los sacará del agujero. Ahora bien, el presidente no se cansa de repetir que sólo lo puede hacer con el esfuerzo y movilización de la gente. De hecho, se ha reactivado la organización de base que se formó en la campaña.

En una situación de emergencia, la nueva Administración está actuando rápidamente. Es significativo que sus primeras decisiones sean de orden ético y moral mediante órdenes ejecutivas que no requieren trámite parlamentario. Por un lado, prohibición de tráfico de influencias de quienes trabajen con Obama mientras sea presidente, aunque dejen el Gobierno; regulación de actividades de todo tipo de lobbies; congelación de salarios de los altos cargos; y toda una serie de medidas para asegurar la transparencia de la administración, incluyendo la reactivación del derecho de cada ciudadano a solicitar información del Gobierno.

Por otro lado, cierre de Guantánamo y de las cárceles clandestinas de la CIA en todo el mundo, prohibición de la tortura, revisión de los procesos en curso y establecimiento de un marco jurídico para la represión del terrorismo. Este es un primer gran desafío: luchar contra los fanáticos destructores de la libertad sin sacrificar los principios sobre los que se asienta la democracia. Ese es el argumento de Obama al que se oponen sectores que siguen viendo la guerra contra el terror como justificante de cualquier violencia. Pero también aquí se nota el nuevo liderazgo: hace un año, la mayoría de ciudadanos se oponían al cierre de Guantánamo. Hoy día, una ligera mayoría apoya la decisión del presidente.

Es cierto que hay algunas disposiciones legales ambiguas y que se tardarán meses en aplicar estas decisiones porque hay temas complejos por resolver, como dónde enviar a los presos que no sean condenados, pero lo esencial es la importancia que da la Administración Obama a recuperar el lugar de EE. UU. en la comunidad internacional. Una nueva actitud a la que debieran responder con gestos países amigos, como Zapatero que se proclama obamista, aceptando guantanameros en su territorio.

El valor de estas decisiones sobre el respeto de valores fundamentales va mas allá del ámbito de la moralidad. Constituyen un paso esencial en el restablecimiento de la confianza de la gente en el Gobierno. Primero, porque eran promesas de la campaña que había que cumplir. Segundo, porque la transparencia y limpieza en la gestión son factores básicos para que los ciudadanos acepten la dura realidad que hay que atravesar manteniendo la fe en la superación de la crisis. Sobre todo porque no se trata de volver a lo de antes, sino de construir un nuevo modelo económico, social, ecológico, en el que, por ejemplo, se salvará la industria del automóvil a cambio de que se fabriquen nuevos tipos de coches adaptados a la realidad tecnológica, energética y medioambiental de nuestro tiempo.

Pero el gran desafío es el planteado por la crisis económica estructural. Aquí Obama necesita el apoyo del Congreso porque el primer paquete de medidas propuesto por Bush ha fracasado: los bancos se han quedado el dinero para ellos, la inestabilidad financiera continúa y la producción y el empleo siguen en caída libre. Obama propone inyectar de inmediato 825.000 millones de dólares en la economía. De ellos, el comité de la Cámara aprobó el miércoles unos 275.000 en recortes de impuestos, excepto para los sectores de ingresos más elevados, con el objeto de estimular el consumo. El resto es para un programa de inversiones públicas, tanto en infraestructura física (carreteras, puentes) como «informacional» (internet de banda ancha, mejora de escuelas, aumento de gastos de investigación) y energética (inversión en energías renovables con un programa para crear 5 millones de puestos de trabajo en la próxima década). Ya se han aprobado también inversiones para reorganizar el sistema de salud. Es interesante que el primer paquete ha sido para informatizar la gestión sanitaria, condición básica para poder reducir costo y extender la cobertura.

Además, como más de la mitad de los millones que Bush consiguió aún no se han gastado, Obama está desviando parte de este dinero a pagar las hipotecas de la gente, exigiendo a los bancos que destinen fondos a este fin a cambio de recibir ayuda. Aun así, el caos financiero resultante de un capitalismo salvaje es tal que se habla muy seriamente de nacionalizar algunos bancos, como Citicorp y Bank of America. El problema, muy significativo, es que no hallan en Wall Street profesionales financieros capaces de gestionar bancos con criterios distintos de conseguir el máximo de ganancias trimestrales.

El tercer gran desafío es geopolítico y también aquí Obama ha iniciado las reuniones para aplicar la nueva política. Salir de Iraq ordenadamente. Desactivar las redes de Al Qaeda en Afganistán y Pakistán, con el objetivo de matar a Bin Laden y negociar la paz con los talibanes. Llevar a israelíes y palestinos a la mesa de negociación. Luego se abordarán medidas de cooperación en otros lugares del planeta, con énfasis en el multilateralismo, tanto por convicción como por necesidad: EE. UU. no tiene los medios económicos para seguir siendo imperio.

Demasiados desafíos tal vez para un joven presidente. Pero hay un hecho significativo. Durante la inauguración en Washington, en una multitud de dos millones, no hubo ni una sola detención por altercados. Es esa unidad reencontrada de la gran mayoría en un momento decisivo lo que buscaba Obama y parece haber conseguido. Si de ahí llegase a salir un nuevo EE. UU. próspero, multicultural, abierto y dialogante, a lo mejor aún podríamos cambiar el mundo.

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Fábula navideña, de Manuel Castells en La Vanguardia

Posted in Economía by reggio on 20 diciembre, 2008

OBSERVATORIO GLOBAL

La nueva Navidad iba tomando forma. Al principio fue difícil acostumbrarse a unas fiestas sin compras y a un árbol sin regalos. Pero a la fuerza ahorcan. Cuando cerraron los últimos bancos porque al gobierno se le acabó el dinero con que los mantenía las tarjetas de crédito se reciclaron como recortables de plástico para que los niños construyeran sus propios juguetes con los materiales que encontraban por ahí. Así se poblaron los hogares de artilugios inverosímiles de formas y funciones diversas según la imaginación de cada niño. También surgieron nuevos videojuegos diseñados por precoces hackers que reprogramaron antiguallas digitales rescatadas del naufragio de la economía global para extraer combinaciones insospechadas por sus antiguos diseñadores, actualmente refugiados en las laderas del monte Fuji cultivando arroz y pescando algo para hacer sushi. Algunos lamentaban la drástica decisión de dejar de pagar impuestos a instancias de un SMS que circuló por doquier haciendo ver que trabajábamos para que los bancos siguieran prestándonos nuestro propio dinero cuando y como quisieran.

Nos salió el tiro por la culata, porque cerraron bancos, cerraron empresas, medio cerró la administración, perdimos el empleo y nos dejaron de pagar. Fue duro, pero poco a poco la satisfacción del deber cumplido nos animó a aguzar el ingenio y buscarnos la vida. Hubo quien se fue al campo a cultivar tomates y patatas y a aprender alta cocina vegetariana con los productos de la tierra. Los urbanitas irredentos transformaron en huertos parques urbanos liberados de la burocracia municipal. Otros que eran mañosos repararon viejas máquinas. Algunos transformaron su hobby de carpintería en oficio de fabricantes de mesas, sillas, armarios, puertas y ventanas. Los albañiles reparaban pisos vetustos y construían espacios comunes de cocinas, lavanderías, guarderías y salas de estar, donde los vecinos se juntaban a rememorar el pasado, inventar el futuro y sentir el presente. Resultó que ocupando los innumerables pisos vacíos que había en la ciudad había sitio para todos. Y como el registro de propiedad estaba informatizado y los virus habían destruido las entrañas electrónicas de los actuarios nadie sabía a ciencia cierta qué era de quién.

Tras momentos de incertidumbre y alguna que otra escaramuza se llegó a un contrato social a la Rousseau. Pongámonos de acuerdo, piso a piso, de qué manera todos podemos tener un hogar y la comunidad de no propietarios garantizará los acuerdos. Cuando haya conflicto, arbitraje vecinal que garantice que todos tienen derecho a un techo digno, un principio constitucional que en el antiguo régimen había sido confiscado por una siniestra cofradía conocida como la inmobiliaria.

Como el sistema contable desapareció con los bancos, también el dinero acabó por desaparecer, pero la gente aprendió a cambiar tomates por obra de carpintería, ladrillos por lavadoras, bicicletas por libros y libros por historias contadas en las cálidas noches del verano eterno del invernadero atmosférico inducido por nuestros coches y motos. Eso sí, ni oír hablar de esos vehículos que habían emponzoñado el aire, matado y mutilado a millones de personas, muchas de ellas en la flor de la edad, y aislado a cada cual en un cascarón de agresividad fuente de ataques de nervios, almorranas y crisis cardiacas. A cambio, la ciudad desplegaba una variopinta panoplia de artefactos móviles. Bicicletas, triciclos y cuatriciclos de todas las dimensiones, tecnologías y colores. Sillas de ruedas para válidos, minusválidos y superválidos. Patines y patinetes con tracción humana, animal o de vela. Y para los grandes desplazamientos, vehículos movidos por energía solar y recargados por su apilamiento en postes de aparcamiento aprovechando que se pueden plegar y acoplar. Y viandantes, muchos viandantes andando en los senderos peatonales que surcan la ciudad sin peligro y sin pausa, sin semáforos que los detengan ni peligro de que te atropellen porque los ciclistas aprendieron al final a respetar para ser respetados. A veces, las distancias eran grandes, pero se hacían por etapas, nadie tenía mucha prisa, porque las tareas por hacer seguían los arreglos y proyectos que cada uno se había montado y, por consiguiente, en lugar de horarios de trabajo había mi horario (o anuario) de trabajo, tal como yo lo decidía.

Aún había un vago gobierno que se ocupaba de algunas cosas, pero nadie le hacía mucho caso porque ni tenía dinero ni poder, ya que nadie quería ser policía sin pistola o soldado sin tanques. De modo que la gente tuvo que organizarse para decidir cosas concretas y fueron aprendiendo que cooperar funciona más que competir si se tiene paciencia y buena fe. Y los de mala fe, que aún quedan, marginados en su rincón, carcomidos de rabia y teniendo mucho cuidadito de no ser violentos porque entonces la ciudadanía se siente Fuenteovejuna: todos a una. Ya no había televisión, pero la calle rebosaba de teatro, mimos, danzarines, payasos, cantores y músicos. E internet seguía funcionando con redes wi-fi conectadas y paneles solares recargando móviles de bajo consumo que se bajaban todo de la nube repositorio global de información. O sea, que entretenimiento no falta. Pero sobre todo hay tiempo, mucho tiempo, para hablar, pasear, sentir, aprender el uno del otro y recorrer el mundo a pie de gente. Caminos inmensos y luminosos…

Yahí me desperté de la pesadilla. Miré al alarmador (también llamado despertador) y salté de la cama para llegar a tiempo al atasco de las 7.45. Por fin arrebujado al volante exhalé un suspiro de alivio. Aún estoy aquí. Aún puedo llegar al trabajo y despachar decenas de expedientes para que no me despachen a mí. Aún voy a cobrar la paga extra y podré apretujarme en los almacenes a ver si consigo los regalos de mi lista. Aún podré indigestarme, emborracharme (moderadamente), aguantarme el hastío de la familia que nunca veoy embelesarme con el programa especial de Fin de Año en la tele. Habrá menos que otros años, pero habrá. Y la vida seguirá siendo bella porque seguirá siendo lo que es. Por favor, Señor, protege a nuestros bancos para que podamos tener una Feliz Navidad.

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Más allá del consumo, de Manuel Castells en La Vanguardia

Posted in Economía by reggio on 13 diciembre, 2008

OBSERVATORIO GLOBAL

La economía en que nos hemos montado está basada en dos ejes fundamentales: el consumo de bienes y servicios y las ganancias de dinero virtual en el mercado financiero. Si se consume hay demanda de productos, hay producción y hay empleo.

Y cuando el dinero que se recibe no es suficiente para consumir, se pide prestado y pagamos el préstamo a lo largo del tiempo, con la esperanza de ir mejorando. Cuanto más tiempo tardamos más interés pagamos. Con nuestro dinero las instituciones financieras compran más dinero, que venden por más dinero. Lo importante es que sigamos consumiendo y sigamos pagando los intereses y el capital que nos prestan para seguir consumiendo. Si nos prestan más de lo que podemos pagar, nos quitan lo que compramos, empezando por la casa, que es nuestro mayor patrimonio. La cuestión es que nuestra casa, además de una inversión, es nuestro espacio de vida. Pero las finanzas son lo que son y el mundo es lo que es. El problema surge cuando nos han prestado tanto que ya no podemos pagarlo con lo que nos pagan. Y aunque nos lo quiten los prestamistas, acumulan tantas propiedades que no pueden colocarlas y al perder valor lo pierden ellos además de nosotros. Como los financieros también habían pedido prestado garantizando el préstamos con el valor de lo que nos habían vendido, cuando ya no podemos pagar no sólo pierden dinero, sino el valor que lo garantizaba. Por tanto, también pierden su dinero los que lo habían invertido a través de las instituciones financieras. Como los créditos son el combustible de todo el sistema, cuando las finanzas quiebran se para la máquina.

Y lo que empezó conmigo incapaz de pagar mi hipoteca acaba con mi empresa no pudiendo obtener el crédito con que contaba para pagarme a mí. Entonces tiene que despedirme, con lo que yo no cobro y no puedo consumir. Como yo no consumo, mi compadre no produce, porque ¿a quién le va a vender su empresa? Así se generaliza la crisis. Para evitar que alcance proporciones catastróficas hay que inyectar dinero en los bancos para que sigan prestando e inyectar dinero en la economía para que podamos volver a consumir. ¿Quién lo hace? Sólo el Estado puede. Pero en realidad el dinero del Estado es el nuestro. O sea, que para que yo pueda seguir consumiendo el Estado tiene que dar parte de lo que le pago en impuestos a los bancos para que los puedan seguir prestando a mi empresa o a mí. Y si el Estado recurre a la deuda, algún día tendrá que pagarlo, de modo que los intereses también salen de mis impuestos y el capital de los impuestos de mis hijos. Aunque en teoría así se puede reiniciar la máquina, en la práctica las cosas no funcionan tan fácilmente. Y los desfases temporales y desajustes entre oferta y demanda, producción y finanza, desbaratan el sistema y se traducen en reducción del consumo y en aumento del paro.

Algunas proyecciones apuntan a un nivel de paro en España superior al 15% en el 2009 . Y a una congelación de los salarios, lo cual equivale a una pérdida de poder adquisitivo en términos reales.

La extensión del seguro de desempleo puede paliar la dureza de la crisis, pero no evitar la caída del consumo.

Y el apoyo del Estado a las instituciones financieras les permitirá sobrevivir a la crisis, pero no superar la crisis de confianza.

Además, el crédito a las empresas se da y se dará a cuentagotas, y no a las emprendedoras, sino a las que presentan menor riesgo y que, por tanto, son menos innovadoras. Puesto que la innovación es la madre de la productividad y la productividad es la madre del cordero económico, una economía sin riesgo es una economía estancada en su potencial de crecimiento, y por tanto de creación de empleo y de relanzamiento del consumo. Muchos piensan y esperan que todo esto sea un mal trago y que pronto todo volverá a ser como antes. O sea, que a volver a las andadas financieras y a vivir, o sea, consumir, que son dos días. No parece que los datos apunten en esa dirección. Y si fuera así, si los felices años del consumo que no cesa no vuelven, ¿vamos a vivir por largo tiempo en la nostalgia del paraíso perdido? O sea, ¿no sólo materialmente pobres sino psicológicamente desvariados? ¿O tal vez podemos repensar la carrera loca en que nos hemos montado sacrificando tiempo de vida y de amor, salud del cuerpo, goce del maravilloso planeta azul y disfrute de las extraordinarias creaciones culturales en las que nuestra especie supo sublimar la alegría y el dolor?

Haga usted un ejercicio personal. Calcule lo que le han costado en horas de trabajo los objetos que le rodean, empezando por su coche, y evalúe lo que realmente le gusta y realmente le sirve. Investigue cuánto más placer tiene por cada pulgada adicional de su televisor (que tendrá que tirar para tener TDT, con lo que podrá ver con más nitidez las mismas tonterías). Reflexione sobre la gastronomía realmente existente y sitúela en los límites de su aparato digestivo, estandarizando el placer obtenido por el sufrimiento de las curas de adelgazamiento o la culpabilidad por no hacerlas. Rememore sus últimas vacaciones y compare el esfuerzo económico y nervioso de llegar a una playa atestada de un país pobre con colas de turistas para visitar monumentos delabrados con el disfrute de un tiempo tranquilo en su pueblo lejos de los turistas invasores. Evalúe lo que le cuesta su consumo en dinero y tiempo. Verá como se sentirá mejor cuando ya no lo pueda hacer aunque quiera.

Y si nos acostumbramos a vivir de otra manera durante algún tiempo, a lo mejor les decimos que se dejen de estimular la economía y dediquen nuestro dinero a estimularnos la mente, que es por donde se siente la vida.

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La universidad a debate, de Manuel Castells en La Vanguardia

Posted in Educación, Política by reggio on 29 noviembre, 2008

OBSERVATORIO GLOBAL

La ocupación estudiantil de la Universitat de Barcelona y de la Universitat Autònoma de Barcelona, independientemente de la opinión sobre sus razones, tiene el enorme mérito de plantear mediáticamente el indispensable debate público sobre la universidad, la institución central de la economía y la sociedad. La universidad es esencial en la producción de conocimiento, fuente del crecimiento económico. Pero también es esencial para la equidad, porque la igualdad de oportunidades pasa por el acceso a una educación superior de calidad. Además, es el único espacio donde hay una relativa libertad de pensamiento y creación, porque desde hace siglos los poderes económicos y políticos entendieron que sin libertad se seca la fuente de innovación de la que depende el progreso. Pero los poderes ideológicos y religiosos siempre intentaron aherrojar la universidad para imponer su pensamiento único. De ahí la carga emocional que conlleva todo debate sobre la universidad. Hay que conjugar pasión con confrontación de ideas, sin límites ni a prioris, para un diálogo que genere un proyecto innovador de universidad. Diálogo que, dicho sea de paso, excluye la negociación a golpes de expediente.

Debatamos, pues. Tras tres décadas como catedrático en la universidad española y en algunas de las mejores universidades del mundo, sigo percibiendo en muchas de nuestras universidades el predominio de los intereses corporativos y personales sobre los valores de la educación y la ciencia. Eso quiero decir a los estudiantes que se oponen al proceso de Bolonia que propone un espacio europeo de educación superior. Yo también critico ese plan. Pero tiene la ventaja de romper la rutina de un sistema burocratizado y en el que cada reforma ha cambiado todo para que todo siga igual. En la raíz de esa inercia está el control del Estado sobre las universidades, a través de los planes de estudio, del funcionariado docente y del presupuesto. La uniformidad estatista dificulta la diversificación de las universidades, frena la innovación y las nivela por su nivel más bajo. Y esa es mi crítica a una posible interpretación del proceso de Bolonia. Podría intentar extender la uniformidad estatal a la uniformidad europea so pretexto de hacer compatibles los programas. Pero eso no está decidido, depende de cómo use cada país y cada universidad los márgenes de autonomía que deja Bolonia. De ahí la urgencia del debate que exigen los estudiantes y que los rectores dicen haber emprendido. Hagámoslo. Pero no sólo en la universidad, sino también en la sociedad, porque a todos concierne la universidad.

En donde estoy en desacuerdo con los documentos que los estudiantes me dieron en mi visita a la universidad ocupada es en que Bolonia supone «la privatización y la mercantilización de la universidad». Hay en el mundo universidades públicas, como mi Universidad de Berkeley, que reciben fondos de investigación y becas de empresas sin comprometer la independencia y la calidad de la enseñanza.

Las empresas saben que la autonomía universitaria es esencial para que les sirvan sus productos. Hay que conseguir incremento de la financiación pública y posibilidad de recabar financiación privada y programas con empresas que proporcionen una formación directamente útil en el mercado de trabajo. En Europa las universidades son y serán predominantemente públicas. Pero para servir a la sociedad, empezando por los estudiantes, han de ser capaces de gestión autónoma, lo cual pide fórmulas jurídicas sin las trabas de la administración pública. También necesitan autonomía financiera. Y ahí hay que romper tabúes.

Sería aconsejable aumentar el precio de las matrículas para que la parte más importante del presupuesto de las universidades dependa de la aportación de sus estudiantes y se vean obligadas a competir para atraer estudiantes ofreciendo mejor calidad y servicio. El Estado tiene que dar becas a todos los estudiantes que las necesiten. Precios públicos bajos para todos es una política regresiva, como demuestran los estudios internacionales, porque si los hijos de buena familia pagan lo mismo que los de familias modestas quiere decir que nuestros impuestos subvencionan a los más ricos. Equidad es que paguen todos más y que la mayoría reciba becas según el ingreso familiar.

Las universidades que no den buen servicio tendrán que darlo si no quieren que los estudiantes se vayan a las que funcionen mejor. Aguijoneadas por la búsqueda de recursos, dedicarán más esfuerzo a innovar en la enseñanza y a dar una formación útil que a pedirle al Estado café para todos. Ello exige renovar la gobernanza universitaria, empezando por la elección de los rectores. Las mejores universidades del mundo son las que gozan de autonomía de decisión, combinando en su gobierno la gestión académica descentralizada en manos de los profesores con la dirección estratégica y la necesaria disciplina por parte de la administración de la universidad. ¿Quién nombra entonces a los rectores? Patronatos de personalidades independientes nombrados por quienes aportan los recursos. En el caso de las universidades privadas, los donantes. En el caso de las universidades públicas, los parlamentos y gobiernos que administran nuestros impuestos. Pero, ya nombrados, patronatos, administradores y profesores gozan de autonomía para gestionar la universidad.

La elección de rectores por estudiantes y personal introduce un elemento político y demagógico que desestabiliza la institución universitaria. Pero su participación en las deliberaciones de los órganos del gobierno universitario es clave para asegurar la pluralidad y la democracia en la institución. Saber combinar el autogobierno de los profesores, la dirección de los administradores y la representación de estudiantes y trabajadores es la fórmula ganadora para una universidad capaz de adaptarse a un mundo en continuo cambio tecnológico y social. Pero si la universidad carece de capacidad económica y política para decidir su destino, los problemas se enquistan, la frustración aumenta, las empresas se alejan, los estados ordenan y los estudiantes, en justa correspondencia, ocupan los lugares en donde buscaban guía y encuentran hastío.

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Tiempo de unir, de Manuel Castells en La Vanguardia

Posted in Internacional, Política by reggio on 8 noviembre, 2008

OBSERVATORIO GLOBAL

La histórica elección de Barack Obama tiene un profundo significado que va más allá de su color de piel o de su programa. Recordemos el tema central del discurso de Obama en la convención demócrata del 2004, el discurso que lanzó su carrera política: la unidad del país por encima de ideologías y partidos. Su afirmación de que no había división entre estados azules (demócratas) o estados rojos (republicanos), sino los Estados Unidos de América, caló profundamente en la conciencia de la gente. El proyecto unificador de Obama es la clave de su éxito. Intenta trascender las divisiones étnicas, de clase, de género, de edad, ideológicas y políticas sin por ello ignorarlas. Obama se formó en política con las ideas del sociólogo y activista comunitario Saul Alinsky, cuyo principio operativo era buscar la convergencia de intereses entre la gente para enfrentar los problemas comunes.

Para apreciar el carácter transformador de este proyecto hay que recordar que Estados Unidos y el mundo han vivido en la última década un periodo de extrema polarización ideológica y política, que ha transformado los conflictos, situación normal de toda sociedad, en batallas de exterminio del oponente. Esa fue la estrategia republicana para llegar al poder y sobre esa polarización se construyó la dominación de Bush, Cheney y los neoconservadores. El ataque terrorista del 11 de septiembre creó las condiciones para que esta visión de un mundo dividido entre incondicionales y enemigos se extendiera a la geopolítica mundial. Choque de civilizaciones, intolerancia moral y religiosa, unilateralismo internacional apoyado en la fuerza militar, descalificación de la oposición política como traidores a la patria, violación de los derechos humanos y desprecio de la opinión pública so pretexto de la seguridad nacional son rasgos relacionados de una misma forma de concebir la política.

Atrás quedaron las ilusiones de un mundo reconciliado que se albergaron por un tiempo tras el fin de la guerra fría, los ideales de una paz duradera, el proyecto de un destino común de la humanidad en la conservación del planeta y el respeto universal de los derechos humanos. Un viento de violencia, destrucción, cinismo y desesperanza se desató en EE. UU., so pretexto del terrorismo, y asoló el conjunto del mundo, dando alas a demagogos políticos y predicadores del viejo orden que aprovecharon la coyuntura para dar rienda suelta a los peores instintos que todos llevamos dentro cuando nos dejan. En ese contexto, en España vivimos una de las mayores metamorfosis políticas que se recuerdan, con un Aznar que, tras su reelección en el 2000, se olvidó del talante negociador y democrático que había caracterizado su primera legislatura, para poner en primer plano de su gobierno a legionarios y cruzados, jaleados desde las tribunas doctrinarias de algunos medios de comunicación. No fue casualidad, sino, como en EE. UU., una táctica política: polariza y vencerás. Y como en EE. UU., fue precisamente esa táctica lo que llevó al PP al fracaso a pesar de la buena marcha de la economía durante su gestión.

La elección de Obama parece anunciar la posibilidad de un nuevo estilo de política.

No solamente participativa, sino tolerante, respetuosa del adversario, renunciando a la descalificación y al escándalo como forma de acción. Tuvo la suerte de que enfrente tuvo uno de los políticos más limpios del panorama estadounidense, John McCain, que precisamente ganó la nominación por su predicamento entre los sectores republicanos moderados, hastiados de un Bush intransigente en la defensa de su incapacidad. McCain, por ejemplo, no usó en la campaña los vídeos del reverendo Wright, aunque sí lo hizo el Partido Republicano. Sarah Palin en cambio intentó en un principio denigrar y vituperar a Obama, pero la llamaron al orden porque en realidad su comportamiento dañó a su campaña. El discurso de concesión por parte de McCain fue un modelo de llamamiento democrático a la reconciliación, y recibió, por cierto, el abucheo de muchos seguidores. Y Obama respondió en el mismo tono. Esa regeneración de la política, esa superación de los antagonismos, no será retórica. Obama se prepara a nombrar a republicanos e independientes en su gabinete y practicar una política de mano tendida, tanto en política interna como externa.

En parte porque esa es su filosofía personal y política, pero sobre todo porque sabe que los enormes problemas con los que se enfrenta, en la economía, en la geopolítica, en la ecología, sólo pueden abordarse con un país unido y un mundo capaz de cooperar. Teniendo en cuenta el papel decisivo de EE. UU. en el mundo, ese cambio de rumbo ideológico, esa renuncia a la política de confrontación y exterminio, es tal vez el cambio más importante que representa la presidencia de Obama. No será una política débil. Que se prepare Bin Laden, porque Obama, a diferencia de Bush, no necesita su existencia para justificar una polarización que aborrece. Y por tanto lo encontrará y lo eliminará. Los distintos focos de tensión en el mundo pueden ir siendo desactivados mediante una negociación firme, buscando el compromiso. El fin del unilateralismo estadounidense debilita los intentos de unilateralismo, al que se apuntaron otros países. Y abre las vías a una cooperación internacional sin la cual la crisis actual, en la que viviremos durante años, podría convertirse en catástrofe mundial. Sería ingenuo pensar que Obama puede arreglar a corto plazo el caos en que nos encontramos.

Pero su elección crea las condiciones para poder tratar las raíces del problema. Lo que pide a su pueblo es confianza, trabajo y sacrificio. Tal vez podríamos seguirle en esa actitud en el resto del mundo. La desunión nos llevó al borde del abismo, mientras que la unión hace la fuerza. Y vamos a necesitar toda la fuerza de la humanidad para salir del atolladero en que nos metió un hatajo de políticos que la historia recordará por su incompetencia y su fanatismo. Obama ha desbrozado el camino de una nueva andadura donde nos podamos ir reencontrando sin odiarnos los unos a los otros.

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Presidente Obama, de Manuel Castells en La Vanguardia

Posted in Internacional, Política by reggio on 1 noviembre, 2008

OBSERVATORIO GLOBAL

Con los datos en la mano es casi seguro que el 4 de noviembre Barack Obama será elegido presidente de Estados Unidos. A menos que suceda una tragedia, nunca descartable en el país de John y Robert Kennedy, como recordó Hillary Clinton hacia el final de su campaña. Incluso es probable que su victoria sea por amplio margen y conduzca a un hundimiento republicano en el Congreso. A cuatro días de la elección, el promedio de los sondeos por estado sitúa a Obama con 291 votos electorales frente a 163 de McCain, con 84 indecisos. Como la presidencia se alcanza con 270, quiere decir que aunque McCain ganara en los estados donde Obama le lleva menos de cinco puntos de ventaja, como Florida, Ohio, Carolina del Norte, Misuri e Indiana, aún triunfaría Obama. El racismo encubierto puede rebajar dos o tres puntos y las triquiñuelas habituales pueden restar algo más.

Pero la ventaja de Obama es tan amplia que sólo su extrema precaución frena la euforia: no se pueden confiar sus electores, porque todavía hay que votar. Aunque cerca de un tercio del electorado ha votado ya y las primeras estimaciones son de una gran mayoría de votantes demócratas. Si se confirma la histórica elección de Obama, la deberá al amplio movimiento social que ha despertado su candidatura. Cierto es que el contexto de crisis económica y de guerras impopulares, así como la desastrosa presidencia de Bush, favorecen decisivamente un triunfo demócrata. Pero el que el demócrata sea Obama y no un miembro del establishment político, como Hillary Clinton, se debe a la movilización de base en busca de alguien nuevo, fiable y capaz de inspirar esperanza a un país hundido. De ahí la irrupción de los jóvenes en la política a niveles nunca vistos, el aumento del registro electoral de nuevos votantes y una tasa de participación electoral que se proyecta cercana al 70%, un récord.

El protagonismo ciudadano se ha plasmado en los tres millones de donantes que a 200 dólares de media proporcionaron a Obama una financiación sin precedentes, aun rechazando a los lobbies. Y en decenas de miles de voluntarios que fueron puerta a puerta y llamada a llamada por todo el país. Eso tal vez sea lo más importante de esta elección. Estados Unidos ya no será lo mismo, sea cual sea la política de Obama una vez confinado en la Casa Blanca y enfrentado a la dureza de un mundo en crisis. Obama sabe que su fuerza es esa confianza popular que le da un margen por un tiempo. Y ese fue el tema clave del anuncio electoral de 30 minutos con el que cerró su mensaje tras 21 meses de campaña.

¿Pero qué puede hacer Obama? El nuevo presidente es moderadamente progresista, pero sobre todo pragmático dentro de una ética, realista y desconfiado de ideologías. Su programa tiene una línea maestra: reparar una economía y una sociedad en grave crisis. Empezando por estabilizar la economía, mediante una consolidación de la ayuda al sistema financiero pero bajo supervisión estrecha que incremente la regulación y recupere el dinero de los contribuyentes. Siguiendo por un aumento de la inversión pública en programas que a la vez creen empleo y desarrollen nuevas industrias, en particular en energías renovables.

Y para disponer de los recursos necesarios sin aumentar la enorme deuda que hereda de Bush, acelerar lo más posible una retirada ordenada de Iraq, ahorrando así los 10.000 millones de dólares mensuales que cuesta esa guerra que, en conjunto, ha representado más dinero que el paquete de rescate financiero. También aumentará los impuestos a las grandes empresas y al 5% de la población con mayores ingresos.

Y centrará la acción del gobierno en tres áreas prioritarias: acabar con el escándalo de un sistema de salud que cuesta tres veces más que el europeo y mantiene a 50 millones sin seguro; invertir en educación, mediante becas a estudiantes y ayudas a las escuelas, y desarrollar una política de medio ambiente que inicie la transición a un nuevo sistema productivo, combinando innovación, conservación y apertura de nuevos mercados para tecnologías verdes.

En política internacional, trasladará algunas tropas de Iraq a Afganistán para forzar a los talibanes a una negociación que los integre en un gobierno de unión y se concentrará en la caza y captura de Bin Laden sin aceptar las cortapisas de los sectores pakistaníes que lo protegen. Y con su gusto por lo metódico intentará desactivar los focos de conflicto mediante la negociación y la implicación de otros países, empezando por Europa, en una estrategia multilateral: Irán, Cuba, Venezuela, Palestina y Rusia están ya en su agenda. En parte por convicción, pero sobre todo porque sabe que Estados Unidos tiene que abandonar la presencia militar que no sea indispensable para liberar dinero y energía hacia la reparación en profundidad de un país al borde de la catástrofe económica y con enormes problemas sociales.

En cierto modo, es el fin del imperio estadounidense si por imperio entendemos la dominación unilateral apoyada en la supremacía militar. En cambio, Obama quiere volver a ganar el respeto del mundo defendiendo los valores morales y democráticos sobre los que se construyó Estados Unidos y que las políticas de Bush han transformado en burla macabra para justificar guerras ilegales, tortura y nepotismo. La presidencia Obama es el fin de la ideología neoconservadora y de su política implícita de dominación del mundo. Será una presidencia conciliadora, hacia dentro y hacia fuera, porque sabe que necesita de un país unido y de un mundo unido para abordar los enormes problemas con los que se enfrenta. Si suena demasiado bonito, al menos eso es lo que dice, y por eso millones de personas se han entusiasmado con él. Todo puede pasar en política, pero si tan sólo una parte de esa energía positiva se traduce en la práctica tal vez esta elección represente a la vez el fin del imperio y el renacer de Estados Unidos, con lo que esto significa para todos.

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La crisis (y 3), de Manuel Castells en La Vanguardia

Posted in Economía, Política by reggio on 18 octubre, 2008

OBSERVATORIO GLOBAL

La intervención de los gobiernos europeos en el sistema financiero ha ido más lejos que el plan de rescate en Estados Unidos. En lugar de absorber activos devaluados, han capitalizado los bancos. En algunos casos como el español garantizando una línea de crédito, y en otros, como el británico, procediendo a su nacionalización parcial. Estados Unidos también ha optado finalmente por financiar a los grandes bancos para que sigan prestando y se evite la parálisis económica. Los mercados han reaccionado positivamente, pero no están estabilizados ni mucho menos, pues la economía productiva está acusando la contracción de la demanda, el paro aumenta y las acciones de empresas inmobiliarias, tecnológicas o del automóvil siguen cayendo.

Parte de los activos que compran los gobiernos han perdido valor y la nacionalización total o parcial de un banco significa enjugar las pérdidas con el dinero de los contribuyentes, que es limitado. Por tanto, se recurre a emitir bonos, incrementando la deuda a niveles probablemente insostenibles. La esperanza, siguiendo el ejemplo sueco de 1990, es revalorizar los activos financieros y con su venta futura recuperar parte del dinero. La cuestión que se plantea es la transparencia de la operación. Nadie sabe quién tiene qué dada la interpenetración de inversiones en el mercado global. Y tambien falta transparencia en la intervención de los gobiernos con nuestro dinero. En EE. UU. tuvieron que crear un comité de seguimiento para lograr el acuerdo del Congreso. En Europa, hay una pasividad asombrosa de la ciudadanía, que deja hacer sin entender qué pasa.

Cuando alguien pregunta se le amenaza con males mayores si no se salvan los bancos. Porque en último término, ¿por qué tendríamos que seguir confiando en aquellas instituciones financieras que no han cumplido su función de asegurar nuestros ahorros y proporcionar capital a las empresas porque dieron prioridad a sus propias ganancias? Si hay que nacionalizar bancos, ¿por qué no hacerlos funcionar de forma distinta en lugar de reflotarlos para que vuelvan a las andadas?

Este es el problema de fondo. El tipo de capitalismo en el que vivíamos desde hacía tres décadas, construido en torno a un mercado financiero global desregulado, ha entrado en crisis irreversible Y la construcción de un sistema que lo sustituya es incierta porque no se había pensado en serio, pese a las advertencias de expertos como George Soros o Warren Buffet, que calificó los nuevos instrumentos de titularización de «armas financieras de destrucción masiva». Todos concuerdan en dos cosas: las medidas actuales son paños calientes mientras se reforma en profundidad el sistema financiero, y es necesaria una regulación global de las prácticas financieras. Fácil de decir, muy difícil de hacer. Porque los flujos financieros son globales, operan electrónicamente y no reconocen fronteras. Y no hay autoridad financiera internacional con competencia para regular, ni el FMI.

No hay jurisdicción sobre los paraísos fiscales, los bancos centrales se limitan a su país y la contabilidad se ha hecho tan opaca que nadie sabe identificar el origen y destino de algunos de los flujos más importantes. Tomemos el caso de los seguros sobre créditos impagados -credit default swaps (CDS)-, la mayor innovación financiera de la última década. Para escapar a la obligación de tener reservas suficientes para los préstamos que hacían, las instituciones financieras crearon un seguro para cubrir los impagados. La idea genial fue titularizar los seguros mismos pagando intereses sobre dichos seguros. Los préstamos se clasificaron en función de su nivel de riesgo y se vendieron trozos de seguros a otras instituciones financieras, remunerando según riesgo.

Así los bancos pudieron prestar por un montante muy superior a su cobertura y el riesgo de los impagados se distribuyó entre los compradores de los CDS. Cuando algún préstamo fallaba, los poseedores de los CDS correspondientes pagaban en función de su cuota y todos contentos. Así se hicieron préstamos cada vez más arriesgados en todos los confines del planeta y con garantías colaterales de todo tipo, incluidas hipotecas o trozos de hipotecas, que también se aseguraban creando nuevos mercados. De 1995 al 2008 el mercado de CDS aumentó de 10.000 millones de dólares a 62 billones. El asegurador de última instancia en EE. UU. era AIG, la aseguradora mayor del mundo, que tenía 440.000 millones en CDS. Por eso fue rápidamente intervenida por el Gobierno, pues de quebrar se habrían difundido quiebras en cadena por instituciones financieras de todo el mundo. Pues bien, si ese mecanismo se suprime, como ya parece decidido en EE. UU., los bancos tendrán que adecuar sus préstamos a sus reservas y por tanto se reducirá extraordinariamente el volumen de préstamos. Este es el quid de la cuestión.

La expansión del capitalismo global se ha basado en mecanismos de multiplicación de capital virtual como este. Obligar al rigor financiero quiere decir que sin dinero fácil ni las empresas pueden invertir ni la gente puede comprar como antes.

Los chinos y los árabes tampoco, porque sus inversiones financieras están en el mismo saco y porque sus exportaciones dependen del consumo occidental. Así que lo que se plantea es un cambio de modelo de vida: menos consumo (porque no habrá crédito para comprar), más trabajo y más productividad (para generar más capital y más salario dentro de la empresa), más control del mercado por el Estado y limitar la circulación global de capital porque los intercambios financieros tendrán que ajustarse a las prácticas reguladoras de cada país. No hay marcha atrás en la globalización, pero emerge una globalización segmentada por regiones mundiales y con sistemas de control en sus intercambios. Como es un cambio estructural se hará entre contradicciones y conflictos, cada uno yendo a la suya, en un clima de ansiedad, de denuncia de los aprendices de brujo de las finanzas y condena de los ideólogos fundamentalistas del mercado. Entramos en una nueva época en la que habrá que invertir en la vida más que en la bolsa.

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La crisis (2), de Manuel Castells en La Vanguardia

Posted in Economía, Política by reggio on 4 octubre, 2008

OBSERVATORIO GLOBAL

Es cierto que nuestro sistema financiero está saneado y regulado en la medida de lo posible, como se repite en medios oficiales con la intencion de no sembrar incertidumbre que pudiera desestabilizar las instituciones de depósito y provocar una crisis derivada de la psicología colectiva de crisis. Por otro lado, como los mercados financieros son globales e interdependientes, no puede evitarse el contagio de un país por la presencia en sus bancos de «activos tóxicos», es decir, títulos financieros sin respaldo real y que son pasivo más que activo en las cuentas de las entidades financieras.

Si los gobiernos han tenido que intervenir en Alemania para salvar a Hypo, el mayor banco hipotecario del país, en el Benelux para rescatar a la gigantesca Fortis, en Francia para nacionalizar Dexia mientras se preparan para reflotar la legendaria Caisse d´Epargne, en Inglaterra para evitar la quiebra de bancos hipotecarios como el Bradford & Bingley, en Italia para proteger a Unicredit, con la Comisión Europea presta para intervenir en el conjunto del sistema bancario de la Unión, ¿por qué no aquí? Sobre todo teniendo en cuenta que la protección de los depósitos de los ahorradores españoles es la más baja de Europa (se sitúa en el mínimo establecido por la Unión Europea, 20.000 euros por titular de cuenta y entidad, en contraste con 70.000 en Francia, 63.000 en el Reino Unido o 175.000 en Estados Unidos -en la propuesta actual, que incrementó los 60.000 euros que había anteriormente-. En realidad, los argumentos tranquilizadores son sólidos.

El fondo español de garantías de depósitos es el mejor provisto de Europa, la vigilancia del Banco de España ha obligado a los bancos a mantener una liquidez razonable desde hace tiempo y los precedentes históricos tales como Banesto o Banca Catalana muestran la capacidad de la intervención preventiva del Estado antes de que los depósitos corran peligro. Al menos en ausencia de una crisis generalizada con reacciones en cadena de quiebras no absorbidas por el Estado en Estados Unidos y en Europa. Por eso es tan importante la aprobación por el Congreso estadounidense del plan de rescate (una vez reformado para que no sea un festín de banqueros a costa del contribuyente) para calmar a los mercados y frenar la caída de los valores bursátiles. Pero si una quiebra de parte del sistema financiero semejante a la que ha ocurrido en Estados Unidos es poco probable, las consecuencias de la crisis para la economía española son graves y profundas. Porque si los bancos no tienen grandes problemas de solvencia, sí tienen problemas de liquidez. Y es que nuestro sistema financiero depende del crédito exterior para financiar a las familias y empresas, sobre todo pymes. En la medida en que en el mercado global se ha ido cerrando el grifo del crédito fácil, nuestras entidades financieras han tenido que reducir sus préstamos en el último año.

De ahí la restricción de la actividad hipotecaria (caída anual del 47%) y por consiguiente la crisis inmobiliaria que está en el origen del estancamiento económico. Un altísimo nivel de paro y los elevados tipos de interés se traducen en un aumento de la morosidad que presiona a las entidades financieras, agravando sus dificultades de tesorería.

Es decir: el sistema está saneado y regulado, pero es cada vez menos capaz de proporcionar capital a la economía. Sin capital no hay inversión, no hay empleo y no hay crecimiento de la demanda.

La recesión en que ya estamos metidos supone la quiebra de un modelo de crecimiento que hace tiempo califiqué de inestable. Un modelo caracterizado por un alto crecimiento económico con bajo o nulo crecimiento de la productividad (exceptuando algunos sectores dinámicos como las finanzas o las telecomunicaciones). La economía española de la última década ha crecido a partir de tres factores básicos interrelacionados: el crecimiento del empleo, alimentado por la inmigración; el crecimiento del sector inmobiliario y de la construcción, y el crecimiento del turismo.

La inmigración ha sido un factor clave no sólo por proporcionar mano de obra abundante y barata, sino también porque un inmigrante, al instalarse en el país, crea una importante demanda. El empleo creció sustancialmente en sectores de servicios y de construcción de baja productividad y escasa cualificación. De modo que cuando se para el financiamiento del sector inmobiliario y se reduce empleo en un contexto de estancamiento del turismo como consecuencia del bajo crecimiento del entorno europeo, apenas quedan resortes para reactivar la economía española, salvo la inversión pública.

Más aún cuando los sectores manufactureros tradicionales (sobre todo el automóvil) acentúan su crisis, tanto por caída de la demanda derivada en parte del precio de la gasolina y en parte de la restricción del crédito, como por factores estructurales que hacen cada vez más difícil el mantenimiento en España de cadenas de montaje en serie. Sin un sistema de innovación eficaz, sin una suficiente capacidad instalada de desarrollo tecnológico y de servicios avanzados de procesamiento de información y con un bajo nivel de educación en la fuerza de trabajo, el antiguo modelo de crecimiento español ha entrado en crisis probablemente irreversible al secarse las fuentes de crédito fácil con tipos de interés real negativos y por tanto la economía de la demanda en que nos habíamos montado. Así, no corre peligro nuestro sistema financiero, que se ha replegado en orden. Lo que está agotándose es la bonanza de que disfrutábamos vendiendo nuestra calidad de vida, poniéndole cemento encima, importando trabajadores y montándonos en la lógica del endéudate y vive que son dos días. La economía, aun en recesión, tal vez pueda resistir el choque. Pero la sociedad puede digerir mal el duro despertar a la regla fundamental de la economía: sin productividad y competitividad no se crea ni riqueza ni empleo. Se acabó la fiesta. Tendremos que trabajar como chinos y además para los chinos, que son los únicos que pueden invertir. Continuará.

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La crisis (1), de Manuel Castells en La Vanguardia

Posted in Economía, Política by reggio on 27 septiembre, 2008

Vivimos la crisis más profunda de la economía mundial desde 1929. Es una crisis financiera relacionada con una crisis del mercado inmobiliario.

Tiene su epicentro en EE. UU. pero se difunde mundialmente mediante la interdependencia de los mercados financieros globales. Sus raíces están en la desregulación de las instituciones financieras que fue acelerándose desde 1987. Surgió un nuevo sistema financiero que aprovechó las tecnologías de información y comunicación y la liberalización económica para innovar sus productos y generar una expansión sin precedentes de los mercados de capital. Se afanó en transformar cualquier valor, actual o potencial, en activos financieros, rentabilizando tanto el tiempo (mercados de futuros) como la incertidumbre (mercados de opciones) y procediendo a la titularización financiera (securitization)de cualquier tipo de bienes y servicios, activos y pasivos financieros y de las propias transacciones financieras.

Así, uno de los mecanismos más perniciosos en la crisis actual es la compraventa de valores a corto plazo, una práctica especulativa en la que se opera sin cobertura alguna de capital (naked short shelling).Un ejemplo de desregulación financiera son los fondos de cobertura (hedge funds)que escapan a cualquier control y administran inversiones de grandes capitales en operaciones de alto riesgo. Son sobre todo compañías de seguros y fondos de pensiones quienes invierten en estos fondos frecuentemente localizados en paraísos fiscales. Pero el cambio más profundo es la generalización de los derivados financieros, productos sintéticos que integran distintos tipos de activos de distintos orígenes y se mezclan en un producto nuevo cuya cotización depende de múltiples factores distribuidos globalmente. La complejidad de estos productos hace imposible su identificación, por lo cual desaparece la transparencia financiera, base de una contabilidad rigurosa capaz de informar a los inversores.

En algunos productos se mezclan valores sólidos con lo que en la jerga bancaria española se llaman chicharros o valores basura. En último término, el ahorro mundial (el suyo también) está en manos de gestores financieros apenas regulados que operan en la oscuridad contable mediante mecanismos cada vez más desligados de la economía y de la auditoría. Cierto que en una época de alto crecimiento de la productividad hace una década el dinamismo de los mercados financieros permitió una expansión económica global que creó empleo y demanda, incorporando a la economía mundial a grandes economías emergentes y ampliando la base del capitalismo.

Así, entre 1950 y 1980 por cada dólar generado por el crecimiento económico en la OCDE, se crearon 1,5 dólares de crédito. En el 2007 la proporción era de de 1 a 4,5. Pero el precio pagado por ese aumento de liquidez para empresas y hogares ha sido el endeudamiento masivo y la inseguridad financiera. La titularización financiera representó el 70% del aumento de los mercados de deuda entre el 2000 y el 2007.

Era un ejercicio de alto riesgo. Y se rompió por el punto más débil: la burbuja inmobiliaria.

Cuando la gente tiene algo de dinero (o lo puede conseguir fácilmente) piensa primero en comprar una casa.

Y como las financieras hacen tanto más dinero cuanto más dinero venden relajaron los controles de sus hipotecas aprovechando su libertad. Así surgieron las hipotecas basura (subprime)que se hicieron impagables para cientos de miles de familias que arriesgaron más de lo que podían. Como el mercado inmobiliario se hundió, el valor de las casas que los bancos usaban como garantía de préstamos no pudo compensar las pérdidas, poniendo en peligro las instituciones detentoras de hipotecas. En EE. UU., Fannie Mae y Freddie Mac, los bancos hipotecarios con garantía federal, no pudieron absorber la deuda con sus propios fondos y tuvieron que ser nacionalizados. Además esos activos inmobiliarios devaluados servían de garantía para los valores de fondos de inversión que vieron rebajada su cotización. Los inversores, con razón temerosos de la seguridad de su dinero, lo desviaron hacia bonos del Tesoro garantizados a plazo fijo o al oro y otros activos típicos de tiempos inciertos. Lo cual sustrajo una enorme masa de capital a los bancos de inversión que ya estaban inmersos en una vorágine de inversiones no garantizadas mediante fondos que ni ellos mismos sabían de dónde salían o dónde estaban.

Y es que el conjunto del sistema estaba basado en el principio de hacer girar la inversión cada vez más deprisa, expandiendo el mercado a base de inyectar dinero y recogiendo los frutos de esa expansión a través de la transformación inmediata de beneficios y ahorros en activos financieros. A partir del momento en que se genera incertidumbre se quiebra la base del sistema financiero. Y cuanto más alto volaba un banco más dura fue la caída, por la dimensión de su descubierto. Así han ido cayendo los cinco grandes bancos de inversión del mundo (todos estadounidenses) y aunque algunos, como Goldman Sachs, han sido rescatados por el Gobierno y los inversores, sólo sobreviven como bancos de depósito. Se acabó pues, aunque el proceso aún está en curso, la gran banca de inversión que había caracterizado la globalización financiera de nuestro tiempo. La falta de regulación permitió también a las aseguradoras, empezando por el gigante mundial AIG, especular con los fondos de sus asegurados, llegando al borde de la bancarrota cuando su capital propio sólo cubrió una pequeña parte de sus obligaciones. Si ni siquiera se puede estar seguro de los que aseguran, la desconfianza se generaliza. Por eso el Gobierno estadounidense refinanció AIG porque su caída hubiera tenido consecuencias trágicas.

Pero la tragedia sigue acechando. Porque si la incertidumbre continúa, nadie invierte y nadie presta. Y sin dinero, las empresas reducen actividad, aumenta el paro, cae la demanda y la espiral recesiva se convierte en torbellino destructor de economía y vidas. De eso hablan en Washington, mientras algunos intentan irse de rositas de lo que provocaron y otros medran con los despojos. Continuará.

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Geopolítica del independentismo, de Manuel Castells en La Vanguardia

Posted in Internacional, Política by reggio on 6 septiembre, 2008

OBSERVATORIO GLOBAL

La tensión internacional suscitada por el reconocimiento de Rusia a la independencia de Osetia del Sur y Abjasia muestra la importancia creciente del independentismo en la geopolítica mundial. Según quién, cómo y cuándo, los países poderosos y esa difusa «comunidad internacional» apoyan la autodeterminación de pueblos oprimidos o condenan las amenazas a la integridad territorial de un país. Porque osetios y abjasios se alzaron en armas contra Georgia en el momento de la desintegración de la URSS al tiempo que los chechenos se rebelaban contra Rusia. EE. UU. y sus aliados musulmanes (entre ellos Bin Laden) apoyaron la insurrección chechena mientras aceptaban la represión de Georgia contra las regiones separatistas – que en realidad no tenían otra conexión histórica con Georgia que la de Stalin regalando territorio a sus paisanos georgianos, lo mismo que haría años después Jruschov, ucraniano, otorgando la rusa Crimea a Ucrania en una noche de borrachera.

Cuando se trata de separar a Kosovo de Serbia se invoca el derecho de autodeterminación y se protege militarmente la independencia. Pero cuando China reprime la autonomía del Tíbet nadie se atreve a enfrentarse con China, más allá de protestas retóricas, porque quien no compra de China espera vender algo a China. Así que las posiciones sobre el derecho de autodeterminación son cinismo táctico. Pero el uso del independentismo latente que existe en todo el planeta va más lejos: es un instrumento esencial de la geopolítica en un mundo globalizado e interdependiente donde se tambalean los cimientos de los estados nación formados a lo largo de la historia.

Y es que los estados nación, todos, son una construcción histórica producto de luchas de poder, donde los triunfadores crean las instituciones y el discurso y los perdedores compaginan la resignación del subordinado con un discurso de resistencia que oscila entre el victimismo y el sueño de renacimiento nacional. Estados nación fuertes, como Francia, Alemania, EE. UU. o Brasil, lograron integrar culturas e intereses con la imposición y la asimilación cultural (escuela) en un largo proceso histórico. Otros, como Gran Bretaña, combinaron un centralismo duro en lo esencial (finanzas) con flexibilidad en lo secundario (parlamentos regionales, selecciones deportivas). Otros, como España, impusieron a sangre y fuego la dominación del centro sin molestarse en integrar a los que siguieron siendo diferentes, hasta que la democracia y el Estado de las autonomías abrieron el juego, suavizando pero no eliminando, las contradicciones. Otros, como Suiza, descentralizaron poder a los cantones para diluir los conflictos a nivel federal. En Canadá, amenazado de desintegración, se tomaron en serio la democracia y ofrecieron a Quebec la posibilidad de referendos de autodeterminación que los independentistas perdieron hasta llegar a un compromiso de coexistencia.

Es decir, las tensiones autonomistas e independentistas son la regla más que la excepción en el mapa mundial. Sobre todo en estados nación creados por la colonización, cuyas fronteras fueron definidas por la espada dominante sobre un mapa incierto mediante tratados europeos (de Tordesillas a Berlín) donde se decidía el destino de culturas y etnias profundamente distintas.

La imperfecta integración de muchos estados es un volcán que se activa cuando surgen crisis económicas y explotan agravios culturales. Mientras todo va más o menos bien, nadie arriesga por un proyecto incierto. Pero cuando se mueve el piso la gente se agita y los pescadores en río revuelto lanzan sus anzuelos. Así se gestó la guerra de los Balcanes en los noventa, cuando Alemania decidió restablecer su influencia en Europa del Este y determinó autodeterminar a Eslovenia, desencadenando un efecto dominó que hizo estallar a Yugoslavia y liberó las fuerzas destructivas de naciones, culturas y religiones que habían coexistido mal que bien durante casi medio siglo.

Nadie en este mundo queda por encima de toda sospecha. Y si no que se lo pregunten a los tranquilos belgas y a su rey, que está en serio peligro de quedarse en paro real, a menos que Flandes y Valonia lo compartan como monarca. Algunos observadores creen que Bélgica sobrevive porque nadie sabe qué hacer con Bruselas, ciudad francófona en territorio flamenco. Aunque ya hay alguna propuesta para hacer de Bruselas un distrito federal europeo, capital de un Estado supranacional llamado Unión Europea.

El debilitamiento del Estado nación, por su incapacidad de controlar los flujos globales de capital, producción, gestión, tecnología y comunicación, coincide con una crisis de integración cultural en sociedades cada vez más multiétnicas y multiculturales. Los estados nación reaccionan organizándose en redes supranacionales y descentralizando la gestión hacia los ámbitos regionales y locales. Pero esta doble traslación del Estado más arriba y más abajo del Estado nación perpetúa la existencia de su aparato pero lo vacía de contenido. Si el Banco Central Europeo decide las medidas para gestionar la crisis económica, ¿de qué nos sirve la Hacienda española, por no hablar de la catalana a la que ni siquiera le dejan recabar impuestos, convirtiéndola en hacienda deshacendada? Y si EE. UU. se conchaba con Georgia, Polonia y los bálticos para meternos en otra guerra fría (nunca mejor dicho, porque vamos a pasar frío como se nos corte el gas ruso), ¿de qué nos sirve una política exterior europea que vive sin vivir en ella?

O sea, hay poderes fácticos globales (económicos, militares, tecnológicos, comunicativos) que construyen la geopolítica mundial apoyando procesos de autodeterminación contra estados cada vez menos legítimos y armándolos para que repriman esos movimientos a cambio de rendir pleitesía a quienes les permiten sobrevivir. Así que la única autodeterminación real es la que se construye en las mentes de las personas a partir de su experiencia personal y colectiva, pasada y presente. Lo demás es cuestión de tiempo.

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