Reggio’s Weblog

La cifra mágica de la estimación de voto, de Juan Carlos Rodríguez en El Mundo

Posted in Política by reggio on 21 febrero, 2008

TRIBUNA LIBRE

Aparentemente, las encuestas de opinión no tienen muy buena prensa en España. Según un estudio reciente del CIS, casi tres quintos de los españoles adultos desconfía de los resultados de aquéllas, y apenas una quinta parte cree que representen de verdad a toda la población española. Las encuestas políticas salen aún peor paradas, pues más de dos tercios desconfían de ellas, y un tercio piensa que las cuestiones políticas son las que se contestan con menor sinceridad, más o menos la misma proporción que menciona el tema de los hábitos sexuales. Sin embargo, igual que se siguen llevando a cabo encuestas sobre hábitos sexuales, pocas, eso sí, pues son muy complicadas, no parece haber decaído la costumbre de las encuestas políticas. Muy al contrario, parece extenderse. Para las elecciones del 9 de marzo contaremos, como poco, con estimaciones publicadas por siete periódicos, además de las encuestas a pie de urna que suelen hacer públicas las cadenas de televisión justo al acabar la jornada electoral o los barómetros semanales o quincenales de otros medios audiovisuales. Por supuesto, los partidos políticos, al menos los dos principales, pulsan privadamente las opiniones políticas de los españoles, aumentando enormemente la frecuencia de sus sondeos en tiempos de precampaña y campaña.

La competición electoral tiene algo de espectáculo atlético, de carrera de fondo que se convierte en prueba de velocidad en las semanas previas a las elecciones. Con sus encuestas, los medios aspiran a ofrecer a su público instantáneas de la carrera en cada momento, contribuyendo, quizá sin quererlo, a extender entre los votantes la sensación de que la suerte está echada o la de que hasta el último voto importa. En la fase de carrera de fondo, a los partidos les sirven los sondeos para comprobar cómo van calando en la opinión tanto sus políticas reales como las simbólicas, y para reajustarlas, especialmente las segundas, según las expectativas del electorado relevante para cada uno. En el sprint final, son el principal indicador de los efectos de la propaganda de campaña, y sus resultados, una de las razones de peso más aducidas en la conversación interna sobre la táctica conveniente en cada momento.

Tanto las encuestas de los medios como las de los partidos suelen contener cuatro tipos de preguntas de sustancia política. Primero, miden la percepción de la situación política y económica del país. Segundo, incluyen referencias a medidas políticas ya adoptadas o propuestas en la discusión pública, con su correspondiente vertiente simbólica, claro está. Tercero, contienen juicios sobre la acción del gobierno y la oposición, así como sobre los líderes de los partidos. Por último, intentan recoger el comportamiento electoral de los encuestados, esto es, el recuerdo de su voto en las últimas elecciones y su intención de voto en las próximas. Las preguntas del segundo tipo son especialmente relevantes para los partidos, no ya como medida de la popularidad de sus políticas, sino, combinadas con las de voto, como indicio de cuánto están permitiéndoles mantener su electorado y de cuánto están contribuyendo a que los votantes del adversario cambien su voto. Lo mismo puede decirse del juicio sobre la situación política o económica. Por ejemplo, puede ocurrir que entre los votantes del PSOE en el año 2004 sean menos proclives a repetir su voto los persuadidos de que la situación económica es mala o va a ir a peor. Si es así, y el efecto parece importante, el partido intentará con sus mensajes que no cunda el pesimismo, por lo que pueda pasar. Los juicios sobre la acción de los partidos también son muy importantes para éstos, como indicio del apoyo electoral con que cuentan. También lo son, para lo mismo, los juicios sobre los líderes, y no sólo, como a veces parece, de cara a la competición interna.

De todos modos, las estrellas mediáticas de las encuestas políticas son las preguntas sobre recuerdo e intención de voto, pues, como veremos, son las que más peso tienen en el cálculo de la cifra clave: la estimación de voto. Es clave para los medios de comunicación, pues, aparentemente, resumen con un solo dato el estado de la carrera. Y es clave para los líderes de los partidos, inmersos en el día a día de la campaña electoral, de acto en acto, de ciudad en ciudad, de medio en medio, pues les resume sintéticamente lo que quieren saber: qué tal va la campaña. En este sentido, vendría a ser, salvando las distancias, como el precio en un mercado, una señal nítida que, a pesar de ello, reúne mucha información dispersa, difícil de aprehender de otra manera.

Sin embargo, esa señal no es tan clara como parece, y buena parte de la información que recoge, más que reflejar comportamientos o intenciones de los electores, es producto de hipótesis, a veces construidas sobre la marcha. Como es sabido, la estimación de voto no se obtiene directamente de los datos de la encuesta. Bastantes encuestados, simplemente, no tienen todavía claro qué van a hacer el día de las elecciones, si votar o no, y a quién; son los famosos indecisos. Otros, sabiéndolo, ocultan su intención de voto, por razones que van desde el negarse a colaborar con la averiguación que implica una encuesta hasta el no revelar, siquiera ante un entrevistador (incluso, sin verle la cara, por teléfono), un comportamiento que en el círculo social, el próximo u otro más amplio, no está bien visto. No son pocos los que no descubren, siquiera, lo que votaron en la elección anterior, y quizá son menos, pero no menos significativos, los que alteran su recuerdo, o su respuesta, según el espíritu de los tiempos, por ejemplo, afirmando haber votado al partido ganador en las elecciones anteriores, o al que se supone vencerá en las próximas. En bastantes encuestas, a quienes no revelan su intención de voto se le pregunta por el partido por el que siente más simpatía, una información suplementaria que, de todos modos, no deja de ser un sucedáneo de la intención de voto declarada sin más.

Podemos intentar asignar una intención de voto a los encuestados que se ocultan a partir de otras preguntas, como sus juicios sobre la acción del gobierno o la oposición, o la puntuación que otorgan a unos líderes u otros. Es muy improbable que quien puntúa con un seis a Mariano Rajoy y con un tres a José Luis Rodríguez Zapatero acabe votando al segundo; también lo es que vote al PSOE quien oculta su intención de voto, pero reconoce haber votado al Partido Popular en el año 2004 y tiene un juicio negativo del Gobierno actual. Así, teniendo en cuenta estos otros indicadores, indirectos y parciales, puede completarse algo más, con modelos estadísticos o métodos artesanales, el cuadro del recuerdo y la intención de voto. No olvidemos que esta segunda asignación de intenciones añade una considerable dosis de incertidumbre a la cifra de intención de voto, pues esos indicadores no se asocian con ella al cien por cien. Además, el cuadro puede quedar bastante incompleto, pues bastantes encuestados, deliberadamente o no, ocultan sistemáticamente toda información susceptible de ser interpretada en términos políticos. Muchos son apolíticos y no suelen votar, pero no todos son así.

Al final, tras esta cocina, tenemos un número de entrevistados con recuerdo y/o intención de voto asignados con mayor o menor probabilidad. Sólo queda la última cocción. Por lo general, se divide, para cada partido, la segunda cifra por la primera, obteniéndose una ratio que después se aplica a los resultados reales de cada partido en la elección anterior, estimándose así la distribución porcentual de votos que se dará en las futuras elecciones. Observen la cantidad de incertidumbre que se arrastra hasta llegar a dicha estimación, y recuerden, además, que estamos hablando de datos extraídos de muestras representativas de la población, no de ésta misma, por lo que habrá que tener en cuenta el correspondiente margen de error, no ya el global de la encuesta, sino el aplicable al número de encuestados efectivamente tenidos en cuenta al hacer la estimación, que será mayor.

Sirvan las anteriores consideraciones para que el lector se enfrente mejor con la plétora de estimaciones de voto con la que se tiene que manejar estos días, sobre todo, para entender por qué las distancias entre los dos principales partidos varían tanto de un medio a otro: cambia, sobre todo, la cocina, y no los datos directos obtenidos en la encuesta, aunque también éstos pueden hacerlo. Sirvan también para que el lector no se deje cautivar por el dato de la estimación de voto. Si quiere tener una imagen más rica de lo que ocurre en la carrera electoral, hará bien en fijarse, también, en los otros indicadores mencionados, así como en preguntas aparentemente más inocuas que la intención de voto, como ¿qué partido le gustaría a usted que ganara? o ¿quién preferiría que fuera presidente de Gobierno? En el sondeo del CIS previo a las generales de marzo del 2000, un 34% decía que le gustaría que ganase el Partido Popular, pero sólo un 25% citaba al PSOE, y un 44% prefería a José María Aznar frente al 30% que prefería a Joaquín Almunia. Todo ello sugería una distancia mayor entre los dos partidos que la que apuntaban las estimaciones de voto, en torno a los seis puntos. Igualmente, en 2004, que un 34% prefiriera una victoria del PSOE y un 32% una del Partido Popular sugería que la supuesta ventaja del segundo no era tan amplia como la que le otorgaban las estimaciones previas a los atentados de Madrid. Entonces, la ventaja actual del PSOE quizá sea superior a la que le asigna la mayoría de los sondeos, en el entorno del empate técnico, pues, por ejemplo, sólo un 25% preferiría una victoria popular, frente al 40% que la preferiría socialista. Aun con todo su apresuramiento, el liderazgo de los partidos en campaña se fija también en la evolución de estos otros indicadores. Les va mucho en ser realistas y no dejarse atrapar, del todo, por la magia de la estimación de voto. A usted, lector, quizá tampoco le convenga.

Juan Carlos Rodríguez, es investigador de Analistas Socio-Políticos y profesor asociado de Sociología de la Universidad Complutense.

© Mundinteractivos, S.A.

Tagged with:

Deja un comentario