Reggio’s Weblog

Decadencia, segunda parte, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Política by reggio on 2 julio, 2008

El buen amigo Salvador Cardús, a quien respeto en los desencuentros porque siempre me aportan interesantes matices, escribió que Catalunya no padece una decadencia estructural, sino una ingente sobredosis de indecisión. Y que, en cualquier caso, si el catalanismo no ha inventado nada desde hace décadas, quizás es porque no hay nada que inventar. «En realidad -aseguraba- lo único que le queda por hacer al catalanismo es decidir si ha llegado el momento de tomar una decisión. O abandona su proyecto nacional, o se atreve a llevarlo a las últimas consecuencias». Esta era su forma optimista de responder a otro artículo mío, cuya reflexión no abundaba en la alegría. No le quito razón en muchos puntos. Por ejemplo, es evidente que la indecisión sobrevuela los despachos oficiales con tal eficacia que se ha convertido en una plaga, cuyo efecto destructivo nos deja sin capacidad de reacción. El momento político es gris, triste, casi nihilista, si no fuera porque el nihilismo aportó grandes ideas a la filosofía. También participo de la convicción de que algunos de los pensadores del catalanismo han sido de una gran categoría intelectual, y asegurar que llevamos décadas sin inventar nada nuevo, no implica negar esta evidencia. Al menos, no es la intención. Finalmente, es cierto que la Mancomunitat duró poco y que, después de su estelar momento, Catalunya ha avanzado en muchos campos. Las dos décadas de pujolismo, por ejemplo, aportaron algunos de los proyectos que nos permiten una cierta solidez nacional. Y en materia de teoría política, el pujolismo construyó una idea-fuerza, fundamental para garantizar un futuro en convivencia: la idea de una nación edificada sobre orígenes diversos, y no parapetada -como otras- en etiquetas étnicas, religiosas, culturales, etcétera. Habría más, y creo que nos pondríamos pronto de acuerdo en ver la botella medio llena. Quizás, al fin y al cabo, en momentos difíciles, es lo único que nos queda…

Sin embargo, y lamentando mi discrepancia de fondo, creo que Catalunya está en una franca decadencia, y que ello se puede maquillar, pero no negar, con algunas grandezas pasadas. Que otros países como Inglaterra o Francia estén en parón estratégico me sirve poco como comparativa. Porque estos países presentan un pequeña diferencia con nosotros: tienen estado. Y Salvador Cardús coincidirá conmigo que no es lo mismo tener una crisis de fe siendo la República Francesa, que sobreviviendo como autonomía catalana. En cualquier caso, la situación actual de Catalunya me parece decadente por diversos motivos, y algunos intentaré apuntarlos, si no en profundidad dado el poco espacio, sí en titulares. Primero, pérdida del prestigio como nación moderna. Durante muchos años Catalunya fue el espejo donde se miraban todos los intelectuales, creadores, emprendedores españoles que no encontraban, en el interior español, una tierra abonada a sus deseos de modernidad y cambio. Pero hoy España se ha modernizado, goza de prestigio, tiene su papel internacional e, incluso, gana la Eurocopa de fútbol. En cierto sentido, y lamento decirlo así, el prestigio catalán se basaba, en parte, en el enorme desprestigio español. La España actual, en cambio, es moderna, emprendedora y atractiva. Por supuesto, estimado Salvador, ya sé que parte de esa modernidad se ha construido con el dinero catalán, pero ello no niega la mayor. Como si fuera una perversa balanza, allí donde España sube, Catalunya baja. Y no planteamos la cuestión en términos victimistas porque la pérdida de iniciativa catalana es culpa nuestra. Solitos nos hemos instalado en el amor por la mediocridad. Ha desaparecido completamente el concepto de «excelencia» que había motivado algunas de las grandes ideas del pasado, y ahí tenemos el ejemplo que, sin duda, debe dolerte especialmente: el sector educativo. De ser el país que exportaba pedagogía al mundo, hoy estamos por debajo de algunas autonomías españolas. Desgraciadamente, habría muchos más ejemplos. A la pérdida de prestigio, sumaría otros indicadores de decadencia: la desmotivación civil, tan aguda que los goles políticos que nos han colado los últimos años ni tan solo han elevado la crítica a categoría de problema. A lo sumo que hemos llegado, con crisis agudas en diversos sectores estratégicos, ha sido a militar en el català emprenyat. En el ámbito político, gozamos de líderes inmediatistas, cuyo tactismo define su poquísima altura estadista. Y cuando se ponen a vertebrar estrategias, parecen de cómic. Económicamente, hemos perdido sectores estratégicos, y culturalmente navegamos desde hace tiempo. Súmale, a todo ello, un hecho complicado: no sabemos qué país tenemos. ¿Conocemos la foto robot de la Catalunya actual? Tu mismo dices que el debate está entre avanzar hacia la independencia o estancarnos en lo autonómico. Bien. ¿Con qué país? ¿El que masivamente aplaudió el éxito de España? ¿El de la nueva emigración, que nunca ha oído hablar de Jaume I, y el catalán le resulta un engorro? Por falta de espacio, querido amigo, lo dejo aquí. Ojalá gozara de tu optimismo. Pero soy de la escuela del poeta Joan Oliver. ¿Recuerdas lo que decía?: «Un pesimista es un optimista informado».

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El manifiesto, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Cultura, Derechos, Educación, Política by reggio on 25 junio, 2008

Podría ser el manifiesto marxista, porque la mayoría de los que han firmado este enésimo manifiesto a favor del castellano tuvieron sus coqueteos adolescentes con el viejo comunismo. Pero los tiempos han cambiado tanto, que cuando Jordi González le preguntó en televisión a Rosa Díez si era de derechas o de izquierdas, ella navegó por los procelosos mares de la indefinición críptica. Ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario, es decir, una buena patriota. ¿Recuerdan la vieja yenka de los azucarados Enrique y Ana? «Izquierda, izquierda, derecha, derecha y…», pues nada, ¡viva España!, ese práctico comodín que acomoda a todos los salvapatrias de la historia. Y, por favor, que nadie entienda el término en su deriva fascistoide, porque no es el caso en absoluto. No dudo de la integridad democrática de los firmantes, algunos de ellos, víctimas de la intolerancia radical. Pero es evidente que tienen un discurso mesiánico, alarmista y algo perdonavidas, como si fueran una especie de reencarnación hispana del despotismo ilustrado. Dotados de un cerebro complejo para las artes, la mayoría practican, sin embargo, una mirada banal sobre la realidad, y la reducen a unos cuantos esquemas simples, que convergen en el territorio inhóspito de la alarma nacional. Por supuesto, practican un nacionalismo de estado desacomplejado, dotado de un orgullo algo decimonónico que, sin embargo, viste bien en la nueva modernidad. Son los nuevos patriotas españoles, tan viejos en sus emociones, como originales en sus formulaciones, pero todos igualmente cercanos al sentido imperial de un territorio. A diferencia de otros estados modernos, que se han configurado a partir de la suma de lenguas y culturas, a través, pues, del pacto, estos firmantes del manifiesto parecen militar en una idea jacobina de España, sólo pensable en términos de uniformidad, dominio cultural y simbolismo esencial. En definitiva, lo más parecido a un patriota vasco o catalán irredento es un patriota español irredento.Y los firmantes del manifiesto, por lo que dicen y por lo que firman, son hoy la elite de ese tronado, endémico y triste nacionalismo español.

Veamos el manifiesto, nacido al albur de la tremenda preocupación que estos próceres de la intelectualidad sienten por la salud del idioma castellano, en presumible peligro porque algunos primitivos periféricos se obstinan en defender sus pobres lenguas. Dicen que la ignorancia se cura viajando, pero como muchos de ellos viven en los territorios susodichos, no debe tratarse de ignorancia, sino de algo menos curable, más vinculado a la ideología esencial. Personalmente, no creo que sea gente desinformada, y tampoco quiero creer que sea gente con mala intención, al estilo de algún grupúsculo extremo que odia cualquier lengua que no sea el castellano. Pero es evidente que el diagnóstico que hacen de la situación lingüística es abiertamente falso, que conocen la deteriorada situación del catalán y que saben perfectamente que las poquísimas medidas a favor de los idiomas periféricos no evitan que estos pierdan presencia y uso en todos sus territorios naturales. A estas alturas del partido, con zonas extensas del área lingüística catalana literalmente desaparecidas, con una reducción sistemática del uso oral, con la llegada masiva de centenares de miles de inmigrantes, que ninguno tiene el catalán o el vasco o el gallego como idioma materno, pero miles tienen el castellano, y con la falta de instrumentos eficaces para garantizar la supervivencia de estos idiomas, el manifiesto de los amigos de Rosa Díez parece una broma macabra. Sin embargo, la retahíla del castellano perseguido, del catalán imperial, de la dictadura idiomática e, incluso, del apartheid lingüístico, lleva tanto tiempo repitiéndose, que bien sabemos que las mentiras reiteradas, en manos de voceros importantes, acaban convirtiéndose en verdades. La realidad es inapelable: el castellano es un idioma fuerte, avalado por su propio prestigio y por los millones de personas que lo hablan, pero también por las miles de leyes que lo protegen. En las zonas donde no es el idioma original, se consolida día a día y gana áreas de influencia. En paralelo, los otros idiomas se debilitan, pierden prestigio y muy pocas son las leyes autonómicas que los protegen, y el estado juega en contra. Si esa es la realidad, perfectamente contrastable, ¿a qué viene el manifiesto?

Desde luego, su fin no es la defensa de ninguna libertad. Dicen que las lenguas no son de los países, sino de los ciudadanos. Fantástico. Quiero ver a todos estos ínclitos defendiendo el uso del farsi, el árabe, el finés, o cualquier otro idioma que hablen los nuevos españoles. También los quiero ver en fila, defendiendo el derecho de los catalanes a su idioma, en cualquier rincón del Estado. Y por supuesto, me gustaría verlos pidiendo la derogación de todas las leyes que imponen el castellano en todo el territorio. ¿O no era esa la idea? Hecho el manifiesto, hecha la trampa. Al fin y al cabo, si se parte de una realidad falsa, es coherente falsear también las intenciones. ¿Defensa de la libertad?, por tanto. No seamos ingenuos. Enésima y pesada defensa del imperio.

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La decadencia, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Derechos, Historia, Política by reggio on 18 junio, 2008

Escribí en mi primer artículo, El perro flaco, que desde Prat de la Riba no hemos vuelto a tener un gran proyecto de país, y los hechos no me invitan al optimismo. Hemos gozado de momentos de mucho griterío, etapas convulsas, e incluso hemos tenido años de feliz estulticia. Pero el catalanismo, con sus diversos matices, no ha inventado nada en el plano teórico desde 1886, cuando Valentí Almirall sentó las bases del catalanismo político. Y en el plano estratégico, desde la Mancomunitat en 1914, nadie ha presentado un proyecto global para construir una Catalunya excelsa. Todos los partidos catalanes que se engloban en el laxo epíteto del catalanismo participan de esa clonación de conceptos. Partiendo, además, de un axioma que define Catalunya como un ente abstracto, socialmente cohesionado y secularmente víctima. Desde esa concepción inicial, se han ido tejiendo partidos y propuestas que, con más o menos radicalidad, han ofrecido recetas para salvar a Catalunya de sí misma. Hace poco, un sufrido político me explicaba las maravillas de la Casa gran del catalanismo, y lo remití a las Bases de Manresa de 1892. Puestos a copiar, que copien del original. Y si uno tiene acceso a los escasos proyectos teóricos que se han presentado en la batalla de gallos del congreso de ERC -cuyo gran debate político se ha reducido a ver quién enviaba un SMS contra el comisario político Vendrell-, sólo encuentra repetición de ideas fosilizadas, más o menos esenciales.

En can PSC, y a la espera de visualizar su próximo congreso a la búlgara, las ideas se reducen al inmediatismo populista, con tintes progres de la época de la trenca y el Cambio 16. Un proyecto de país integral, que englobe lo social y lo político y que parta del país real, es una extraña quimera, que, por otro lado, nadie parece exigir. En realidad, puede que nos de miedo el abismo de la excelencia, y por ello chapoteamos felices en la charca de la mediocridad.

Que Catalunya está en decadencia, me parece una obviedad. En lo económico, los datos nos remiten a la pérdida de competitividad y a la falta de un dinamismo otrora sello del país, y hoy motivo de nostalgia. Es cierto que el Gobierno español, con su «solidaridad» harto despótica, nos ha vaciado arcas, nos ha aplazado infraestructuras básicas y no ha mantenido las existentes, con el mínimo rigor exigible. Pero también es cierto que todo ello lo ha hecho con el beneplácito de los partidos catalanistas, que han compartido con el gobierno central días de rosas y vinos. Ni el PSC, ni CiU, ni ERC están exentos de su complicidad con los múltiples estropicios que nos han llegado con el puente aéreo. Si el Gobierno español nos ha levantado la camisa en múltiples ocasiones, en todas ellas ha participado alegremente algún partido catalán. Y si en el plano económico la decadencia está avalada por los datos, en el cultural, en el social, en el político, la situación no mejora. La Catalunya que había liderado los procesos de la modernidad sólo existe, hoy por hoy, en los libros de historia. Y por mucho que el victimismo salve nuestra autoestima y asiente las bases de los discursos irredentes, la culpa catalana, en la decadencia catalana, es total. Incluso es total, a pesar de la injerencia externa. ¿Qué líderes políticos tenemos capaces de ilusionar, con un proyecto estructural, a la sociedad catalana? Los del PSC nos repiten, hasta la saciedad, las recetas que ya inventó Raimon Obiols en los años del supino aburrimiento. Y si ahora son exitosas no es porque hagan más ilusión, sino porque el panorama de los adversarios se ha tornado más gris. Los de CiU cabalgan entre reinventar el pujolismo, perpetuarlo sin que se note, o superarlo sin moverse de él. ¿Qué es la Casa gran convergente, sino pujolismo en estado puro? ¿Y qué fue el pujolismo, sino la teorización del tactismo, como forma de gobierno? Sin duda Pujol pasará a la historia como un gran político del siglo XX. Sobre todo, porque ha sido el que más ha durado en la historia reciente de Catalunya. Pero, ¿qué proyectos nuevos, que no hubiera inventado Prat de la Riba, habrá legado al país? Los de IC cuentan poco, demasiado atribulados buscando su lugar al sol, entre el verde, el violeta y el pardo, después de abandonar el rojo por falta de clientela. ¿Proyecto? Su proyecto es encontrar un proyecto. Y con estas llegamos a ERC, el partido que tendría que salvar a Catalunya de sus perversos enemigos, y elevarla a la categoría de país libre. En la retórica, no les gana ni Gerry Adams. Pero hace tantas décadas que hicieron una foto fija del país, que hace las mismas décadas que no tienen ni idea del país real, y por ello se mueven, entre la nostalgia de los viejos discursos y la simpleza de las soluciones. Y, por supuesto, se entretienen devorándose a sí mismos. La suma total da un espectro de partidos catalanistas que usan el nombre de Catalunya hasta en la sopa, pero que han renunciado a saber qué hacer con ella. Vivimos en el reino de las recetas inmediatistas, sin otra mirada lejana que la que otorga la punta del zapato. Quizás por ello miramos obsesivamente hacia Madrid: para hacernos la ilusión de que miramos lejos.

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¿Obama Puigcercós?, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Política by reggio on 11 junio, 2008

Oigo por la radio la comparativa con las norteamericanas de Obama y Clinton. Un entusiasta comentarista dice que las «primarias» de ERC han sido un ejercicio democrático, sólo comparable a las campañas de los yanquis para elegir candidatos a las presidenciales. Comenta la tranquilidad con que se ha desarrollado el debate, el vigor de un partido asambleario, la «fortaleza» con que ahora dirigirá a ERC el ganador… Y, llevado de su euforia matinal, remata: «Ningún partido catalán es capaz de tener la vida democrática que tiene Esquerra». Como servidora acaba de aterrizar de EE. UU. y aún sufre los estragos del jet lag, agudizo el oído para asegurarme de que lo escuchado no es fruto de la confusión atmosférica, sino el relato preciso de un comentarista político. O sea, que el congreso de ERC es como los caucus norteamericanos, y los candidatos, nada menos que los Clinton y Obama, en versión Ripoll-Reus… No sé quién es Bill Clinton, pero me imagino que debe ser Carod, haciendo de palmero de Hillary Benach. O Vendrell, haciendo lo suyo con Obama Puchi. Carretero no tiene palmero, así que debe de ser una versión pirenaica de John McCain. O sea que, si lo entiendo, y salvando algunas tontas diferencias, ERC es como el Partido Demócrata o el Republicano norteamericano, y su presidente está avalado por un proceso democrático intachable. No está mal, para saludar a Joan Puigcercós como nuevo presidente de ERC. Sin embargo, ¿es así de bonito? ¿El congreso de ERC ha revalorizado la solidez democrática del viejo partido republicano? Permítanme algunas acotaciones, no sé si para aguar el vino, o para señalar que fue directamente agua lo que sorbieron, con ingenua fruición, en el sonado congreso.

Para empezar. En los caucus es necesario llegar al 15% de los votos posibles, para poder continuar en la carrera a la nominación. Ello evita diversos abusos, desde aventuras de riesgo, hasta la posibilidad de tapados de algún candidato superior, usado para fraccionar el voto. A partir de ese momento, empiezan las «asambleas partidarias», literalmente consideradas como típicas asambleas de vecinos, que se reúnen para hablar de las virtudes de un candidato y escoger a uno de ellos. En el proceso, los candidatos se patean cada milímetro del territorio, dan decenas de debates públicos, generalmente pertrechados por periodistas de afilada lengua que les sacan los colores con cada pregunta. Los votantes conocen aspectos sustanciales del programa de los candidatos, y estos tienen que responder de todo, desde cómo plantean la sanidad de todo el país, hasta cómo protegerán los pelícanos de un lago. Por supuesto, se les conoce el tipo de familia que tienen, qué tomaban en las universidades, qué han votado hasta el momento, cuánto se han gastado en la campaña, dólar a dólar, quién les ha pagado, qué lobbies influyen en su candidatura y hasta quién les aconseja la ropa que llevan. Sometidos a un foco preciso de meses de exposición, cualquier votante demócrata o republicano sabe a quién ha votado, se ha visto obligado a reflexionar sobre ello, y ha tenido tiempo, información y criterio para poder decidir su voto. La independencia de los respectivos partidos, en cada caso, es escrupulosa, y una vez finalizado el proceso, se vuelcan todos juntos para encumbrar al candidato escogido. Esto es un proceso democrático, de un partido democrático en EE. UU.

Por supuesto, nosotros habitamos en un territorio distinto, tanto, que comparar lo que ocurre en nuestros partidos con los partidos yanquis, es como comparar a los alienígenas con las tortugas. Veamos. Para empezar, en ERC se han presentado todos, en una alegría de pan con tomate que ha hecho las delicias de los aventureros. Ninguna criba, no fuera caso que no parecieran asamblearios. Después, uno de los candidatos ha detentado, durante el proceso, el poder absoluto del partido, y las denuncias de uso ilícito del aparato han acompañado el congreso. Por supuesto, no han aceptado ningún debate, y han hecho pam i pipa al Àgora de TV3, y a cualquier otro insolente que había planteado tan estrambótica petición. Como mucho, se han paseado, por separado y en fila, por algunos medios, para poder elevar sus monólogos propagandísticos a los beatíficos micrófonos que los han acogido. Por supuesto, la mayoría de los periodistas los han tratado con guante de seda, más preocupados por no molestar a los divinos, que por ponerlos contra las cuerdas. Y finalmente, ni un solo militante de ERC puede explicar, durante dos minutos, qué proyectos solventes, en temas claves de los ciudadanos, plantea cada candidato, más allá de algunas líneas estratégicas algo efectistas y sonoras. Planteado como una pelea de gallos, personalizada y vacía, los resultados avalan la simpleza del proceso: no hay un ganador; hay una suma de pequeños ganadores, cada uno bien afincado en su reino de taifas. Lo cual, por cierto, hace prever un futuro bien complicado. Me dirán que, a pesar de todo, lo de ERC ha sido mejor que lo del resto de los partidos, que no intentan ni la pantomima. Pero eso no nos eleva a ninguna grandeza democrática. Sólo nos recuerda lo profunda que es nuestra miseria.

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Restricción: palabra maldita, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Ecología, Medio ambiente, Política by reggio on 20 abril, 2008

Habrá servido para comprobar la veracidad de algunas intuiciones? Ciertamente, todo este gran despropósito que ha sido -y es- la gestión de la crisis del agua ha permitido certificar que no era oro todo lo que relucía en la bonita retórica de la izquierda verdadera. Y que años de especialización en la cultura de oposición no habían preparado a la izquierda inteligente para gobernar con un poco de inteligencia. El fiasco de Iniciativa en el Govern es tan notorio, que sólo cabe hacer acta pública y lamentar las consecuencias. Si en los tiempos revueltos de Maragall fue ERC el partido que desequilibró y ridiculizó la imagen del tripartito, en los tiempos de la disciplina montillesca es ICV quien pone medallas al fracaso.

Los dos escándalos políticos más sonados los han protagonizado los dos consellers de Iniciativa, uno gobernando Interior y consiguiendo soliviantar los ánimos de toda la policía catalana; y el otro, con el agua a cuestas, en una veloz carrera hacia el abismo. ¿Será que, cuando la ideología dogmática choca con la pragmática del poder, deja traslucir sus muchas carencias y debilidades? ¿O será que los que confunden una ideología con una religión son incapaces de caminar por los complejos vericuetos de la realidad? En cualquier caso, el tripartito actual permite confirmar lo que sospechábamos algunos: que esa gauche caviar, divina, intelectualoide, elitista y generalmente muy sobrada, y cuya verdad absoluta han paseado por la cara de todos los sufridos terrenales, esa magnífica pijoprogresía sólo tiene gracia en los suquets de Portabella. Si décadas de ICV gobernando vivienda y medio ambiente en el Ayuntamiento de Barcelona sólo han servido para tener una ciudad que expulsa ciudadanos, vende suelo público y padece niveles de contaminación estratosféricos, parece que gobernar la Generalitat sirve para aumentar proporcionalmente su nivel de ineficacia. Puro principio de Peter.

En el caso del agua, los errores se han encadenado con sorprendente celeridad, y se han cometido todos, uno a uno, día a día, en una suma y sigue de tozuda persistencia. Mala gestión de la información, mala gestión del territorio, mala gestión de las propuestas, mala gestión de los acuerdos, mala gestión de las previsiones y, finalmente, pésima gestión del global de la crisis. La última rueda de prensa del conseller Baltasar, introduciendo la palabra expropiación en referencia a los regantes, para asegurar, acto seguido, que no expropiarán, pero que pueden hacerlo, pero que no lo harán, y si lo hacen, no se dirá expropiación, etcétera, es la última bomba fétida del festival de errores de esta conselleria.

Y eso, después de invitar a irse a los sufrientes militantes de ICV de las Terres de l´Ebre que están hasta el gorro de su gestión. Pero este buen conseller ¿no tiene nadie que le aconseje? No sé; un alma caritativa que lo entretenga, mientras Montilla envía a otro a las ruedas de prensa, o unas vacaciones lejanas, con excusa de algún congreso para salvar las focas del Ártico, o unos días de balneario ecosostenible. Porque no sólo ha hecho una pésima gestión de la crisis. Es que encima se empecinan en practicar el sostenella y no enmendalla sin que nadie lo pare. En este sentido, estuvo fino el president en la entrevista con Mònica Terribas: no defendió a Baltasar. Lo salvó, que es algo bien distinto… Lo cual no exculpa a Montilla -ni a sus socios de ERC- de su decisión de mantener en el cargo a alguien tan rematadamente ineficaz.

Sobre la crisis del agua, una cuestión final. ¿Por qué no se plantea la posibilidad de que haya alguna restricción temporal en la macroárea metropolitana? Si se trata de aguantar unos pocos meses, hasta que funcione la desaladora, si quizás no haga ni falta, si las restricciones podrían ser a horas intempestivas y si todo conlleva no tocar aún más los sufridos ríos de este país ni gastar una barbaridad de dinero público, ¿por qué no se plantea? ¿Se trata de puro miedo electoral? Probablemente, aunque todo es posible en esta crónica de despropósitos. Incluso es posible imaginar que a nadie se le ha ocurrido.

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«¡Capitán, mande firmes!», de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Política by reggio on 16 abril, 2008

Lo reconozco. Esa imagen de una mujer embarazadísima -es decir, derrochando hormona femenina-, pasando revista al ejército español, me ha dado una de las pocas alegrías que últimamente da la política. Los críticos dirán que es propaganda y que Zapatero es muy dado a los golpes de efecto, pero incluso así, imaginando que sólo fuera un artilugio retórico, la foto sería impagable. En este país con memoria de pez, no recordamos que hace muy poquito preocupaban los ruidos de sables, que hubo una intentona golpista y que el ejército era la reserva espiritual de otras épocas. Los tiempos han cambiado hasta el punto de que, hoy por hoy, el ejército español está lleno de jóvenes que no saben nada del franquismo, y muchos se juegan la vida en zonas en conflicto. Melo explicaba un gratamente sorprendido Xavier Sardà, cuando estuvo con el ejército español en Líbano, para su programa Dutifri:»Esta gente es magnífica. Hay que cambiar el viejo chip de Quico, el Progre».Ciertamente, del ejército que se encontró Narcís Serra – que también movió ríos de tinta- al que se encuentra Carme Chacón hay el abismo entre la cultura del golpismo y un ejército en democracia: ni son el mismo ejército, ni la misma realidad. Pero faltaba un paso más allá en el nuevo paradigma social que lentamente vamos construyendo, y ese paso lleva medias y tacones. La llegada de Chacón al Ministerio de Defensa es una noticia excelente para la igualdad, y una jugada maestra para su pedagogía. Más allá de la punta crítica que podemos sacarle al lápiz de las anécdotas, la categoría de la noticia se resume en esa foto. Una mujer que está embarazada, que tiene una vida familiar estable, que es joven, es catalana y es socialista, manda en el ejército español. Y esto, por sí solo, es una revolución. Que se lo digan a algún mando en la reserva, que ya ha elevado su sonoro cabreo a los micrófonos.

Por supuesto, algunos detalles del ritual me han parecido ridículos. Por ejemplo, esa necesidad de transformar la cara de «Catalunya optimista» de Chacón, en la de «España cabreada», que nos ha puesto pasando revista, es una sobreactuación a todas luces innecesaria. Puede que la ministra no tenga aún el tono, que no haya encontrado su propia personalidad en tan masculino ministerio, que le falte experiencia, pero sería bueno acordar la modernidad de la ministra, con una liturgia más moderna. También sobraba la justificación de su nombramiento, en el primer discurso ante las tropas, justamente porque no se trata de convertir su presencia en una pintoresca contingencia. Y puestos a señalar excedentes, esa foto de Papá ZP con las niñas ministras era especialmente antipática, con un regusto paternalista-propagandístico que podría haberse ahorrado el estimado presidente. Si su vocación, que no dudo, es la de «normalizar» la presencia de la mujer en el poder, ¿por qué perpetra este tipo de actos, donde la condición femenina se resalta por su excepcionalidad? Nueve mujeres ministras trazan el camino de la igualdad. La foto con esas mujeres, por el simple hecho de serlo, irónicamente deshace el camino trazado. Errores, pues, los ha habido, y la tentación de convertir esta gran oportunidad en una simple campaña de propaganda coexiste con la vocación política de acabar con la discriminación. Veremos cuál de las dos voluntades gana el pulso.

Para rematar la mirada femenina de Zapatero, se ha creado el Ministerio de la Igualdad. Joan Julivert, el ácido comentarista que proyecta diariamente su mirada crítica en Els matins de TV3,expresaba ayer su rechazo frontal a esta «anormalidad», y su convicción de que la lucha por la igualdad no pasa por crear ministerios que, por su naturaleza, son ellos mismos discriminatorios. Tiene razón sobre el papel. Pero no la tiene, desde mi punto de vista, sobre la realidad. Porque la realidad es una pesada carga de discriminaciones laborales, estadísticas trágicas de violencia, conciliaciones familiares fallidas y todo tipo de obstáculos para la mujer que desea emanciparse. Es evidente que el problema es transversal, afecta a todos los ministerios, y estamos fallando en su resolución. Crear una ventana ministerial única, que coordine los problemas, detecte los fallos y haga propuestas integrales parece una buena opción. Por supuesto que es anormal tener un ministerio de esta naturaleza. Tanto como continúa siendo anormal la situación de la mujer. Mi única crítica a la creación de este ministerio no afecta al objetivo que se plantea, sino al hecho territorial. ¿Qué haremos con las competencias autonómicas, todas ellas soberanas en el tema de la mujer? En este sentido, puede que la mujer gane, y Catalunya pierda, como va siendo habitual…

Tiempo al tiempo, que ya nos darán motivos para la crítica. Pero de momento, Zapatero ha demostrado un nivel de compromiso con la igualdad que resulta muy meritorio. Y ha demostrado agallas, no en vano la foto de Carme Chacón es la última que hubiera imaginado el más pelado del territorio. Sí, insegura, demasiado rígida, quizás con pánico escénico, pero, en su revista a las tropas, Carme Chacón ha protagonizado un capítulo de la historia. Aplausos, ministra.

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Valle-Inclán en la conselleria, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Política by reggio on 2 abril, 2008

El hijo más insigne de la tradición quevediana de lo grotesco fue, sin duda, Valle-Inclán. No sólo elevó ese gusto por la deformación de la realidad a la categoría de arte, sino que redefinió para siempre el esperpento. Recuerdo que en mis años de filología, ese concepto me fascinó considerablemente, y durante un tiempo mis dos libros de cabecera fueron Martes de carnaval y Luces de bohemia. Con los años, la seducción por las luces de la bohemia se ha atemperado, pero el libro que Valle-Inclán dedicó al honor en el ejército, y que tituló con malvado sarcasmo -Martes, por el Dios de la guerra, y carnaval, por lo evidente-, se ha mantenido como una lectura querida, a la que acudo furtivamente, cuando los hados del tiempo lo permiten. Pero más allá de sus grandes obras literarias, Valle-Inclán legó al mundo una manera de mirarlo, una forma de distorsionar la realidad para encontrar su esencia real. Cito de memoria la definición que el mismo escritor hizo del esperpento, y lo hago de memoria para no traicionar mi propia referencia. «Un esperpento es el resultado de mirar un héroe griego, a través de un espejo cóncavo». La deformación de lo aparente, para encontrar lo substancial.

Mirado de cerca, nuestro conseller Francesc Baltasar no llega a la categoría estética de un héroe griego, aunque permítanme la osadía de considerarlo un señor interesante. Pero, en la medida que estamos ante un conseller que detenta un área de gestión importante para los ciudadanos, resulta necesario aplicar el espejo cóncavo, para no dejarse seducir por la erótica del poder.

Y el resultado de la mirada cóncava es un esperpento valleinclanesco, quizás merecedor de reconocimiento literario. Todo lo ocurrido estas últimas semanas con el conflicto del agua podría parecer, paso a paso, un conjunto de iniciativas fallidas, pero sumadas todas, el resultado es un colosal despropósito. ¿Cómo se pueden concatenar tantos errores y, a la vez, persistir en ellos con alegre empecinamiento? Y, sobre todo, ¿cómo se puede perpetrar esa incapacidad de enmienda, cuando el error dispara al corazón mismo de un grave problema social? Si no fuera porque a Cesc Baltasar le conocemos un exitoso pasado de gestión política, pensaríamos que estamos ante un aprendiz de brujo, incapaz de diferenciar las hierbas de la abuela de las pócimas venenosas. A modo de pequeño resumen, estos son algunos de los errores que, desde mi punto de vista, han moteado feamente todo el debate sobre la sequía en Catalunya.

El primer error, de previsión. Sonoro, impertinente, evidente error. Es cierto que esa falta de previsión sería también imputable a los gobiernos del pujolismo, aunque con matiz: estos paliaron parte del problema con el minitrasvase, y siempre apostaron por el agua del Ródano, para acometer las necesidades del futuro, apuesta que falló por falta de interés del Estado. Pero incluso aceptando que Pujol no hiciera todos los deberes, y que durante años hayamos vivido -y bebido- de los pantanos del franquismo, lo cierto es que cinco años de tripartito son, en este aspecto, cinco años tirados a la basura. Para colofón, la decisión, reconocida por todos, de rebajar la dimensión del problema durante meses para «no interferir en la larga precampaña electoral». Es decir, fue preferible mentir sobre la gravedad del problema, para poder vender la Catalunya optimista -que, por supuesto, no podía sufrir sed-, que no actuar con responsabilidad y no perder ni un solo día. Después de las elecciones, pasamos del «no pasa nada», a la «emergencia nacional», concepto nacido al albur de la presión que el periodista Josep Cuní hizo al conseller, en una atribulada entrevista. Así pues, al error de minimizar el problema, y dejar pasar los días sin solución aparente, sumamos el error de crear una alarma nacional con la frivolidad propia de la necesidad de un titular. Si estamos, pues, en emergencia nacional, ¿por qué el presidente Montilla aún no ha reunido a las partes y ha creado una mesa de urgencia? Ni parecía tan poco, ni parece tanto.

En este punto, sumamos el error de crear un debate infantil sobre el diccionario, y así nos vimos todos discutiendo si un trasvase era un trasvase, o era una tortilla. Después, el conseller anunció un encuentro de urgencia del president con Artur Mas, encuentro que se cargó Montilla con la rapidez de un rayo, y en un día histórico nos anunció a bombo y platillo un conjunto de encuentros para resolver el problema, que fracasaron todos. Sumado al error en mayúsculas: el de anunciar un trasvase que es competencia del Estado, sin que el Estado estuviera de acuerdo. Y más errores: ocupar fincas para hacer mediciones, a hurtadillas y mintiendo por los descosidos; no consensuar con los afectados; o pasarse la vida luchando contra los trasvases, para decir ahora que no todos son malos. En suma, ni un solo proyecto estructural serio sobre la mesa, falta rotunda de acuerdo con el único proyecto inmediatista planteado, e imposibilidad de llevarlo a cabo, porque no es competencia de la Generalitat. Se hace mejor, y nos pare la abuela. Lo dicho, pues: esto es puro Valle-Inclán, en versión ecosostenible.

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En respuesta a Tahar ben Jelloun, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Política, Religión by reggio on 1 abril, 2008

LA TORRE DE LAS HORAS

El problema de la convivencia en el mundo no es el miedo al islam, sino el miedo a la libertad

«Tras haber derrotado al fascismo, al nazismo y al estalinismo, el mundo afronta una nueva amenaza totalitaria a escala global: el islamismo». «El islamismo es una ideología reaccionaria que acaba con la igualdad, con la libertad y con el secularismo. Su triunfo sólo puede conducir a un mundo de dominación». «Nos negamos a renunciar a nuestro espíritu crítico por temor a ser acusados de islamofobia, un concepto desafortunado que confunde la crítica del islam en cuanto religión con la estigmatización de sus creyentes». Y, finalmente: «En mi país, si se pega, tortura o mata a un hombre, se llama asesinato. Cuando se mata a una mujer, se llama tradición». Ninguna de estas cuatro citas han salido de la famosa película Fitna (calvario) del diputado holandés Geet Wilders. Ni tan sólo son citas de escritores occidentales ignorantes o perversos respecto al islam. Las tres primeras citas responden al manifiesto que doce intelectuales firmaron a raíz de la polémica de las caricaturas de Mahoma, la mayoría de ellos musulmanes: Ayaan Hirsi Ali, Chahla Chafiq, Irshad Manji, Mehdi Mozaffari, Talisma Nasreen, Salman Rushdie, Ibn Warraq o Maryam Namazie. Y la cita sobre la opresión de las mujeres es uno de los muchos escritos comprometidos que la escritora de Bangladesh y premio Sajarov, Talisma Nasreen, ha hecho a modo de denuncia, y que le han valido una fetua condenándola a muerte. Si empiezo así mi respuesta crítica al artículo titulado «Miedo al islam» que Tahar ben Jelloun publicó el sábado en La Vanguardia, no es por falta de argumentos propios, sino para situar en su justo lugar las cosas. La denuncia contra el islam fundamentalista no emana del miedo patológico de Occidente hacia los musulmanes, sino de hechos, discursos y, desgraciadamente, tragedias reales que el propio islam está proyectando al mundo. Es una crítica, por tanto, que nace del compromiso con la libertad, y ese compromiso lo asumen, con alto riesgo para sus vidas, muchos intelectuales musulmanes que han dichodefinitivamente basta. A menudo sin otro apoyo que su innata valentía, abandonados a una soledad inmoral por parte de sus colegas escritores. No me vale, por tanto, el simplismo de considerar que los occidentales tenemos miedo al islam, como si fuera ello fruto de una ignorancia supina, una maldad endémica o, directamente, un prejuicio. Por supuesto, hay críticas que nacen del prejuicio, y no seré yo quien niegue la existencia de la islamofobia, como existe el racismo. Pero, estimado Tahar ben Jelloun, ¿no hay motivos para temer al islamismo? ¿Se inventa Geet Wilders las citas, las llamadas a la yihad de líderes islámicos, las imágenes de los sangrantes atentados que, en nombre del islam, se han perpetrado? No, y ese es el drama, que el material para el odio no se lo inventa un líder de extrema derecha, sino que emana del propio cuerpo social y político del mundo islámico. Por supuesto, el diputado lo utiliza perversamente, porque mezcla religión con ideología, en un tótum revolútum intrínsecamente malvado. Pero el problema es anterior incluso a sus malas intenciones. El problema del mundo, si me permite, no es Geet Wilders, sino el inequívoco acoso a la libertad que la ideología fundamentalista ejerce, con notable eficacia, en todos los lugares donde consigue influencia.

Perdone, pero mientras en Europa unos dibujantes hacen unas caricaturas críticas con Mahoma -en línea con la tradición libertaria contra las religiones que marcaron todo el siglo XX-, o aparecen iniciativas como la de Geet Wilders, rechazadas por todos, en decenas de países islámicos se inculca el odio a los judíos, se desprecia a las mujeres, se demoniza la Carta de los Derechos Humanos e incluso se financia a grupos terroristas que mezclan a Dios con la muerte. Me temo que el problema de la convivencia en el mundo no es el miedo al islam, sino el miedo a la libertad que, en nombre del islam, inculca la ideología fundamentalista. Y ese miedo mata.

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In memóriam, Benet, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Historia, Política by reggio on 26 marzo, 2008

Lo siento, pero, como decía Salvat-Papasseït, hoy tinto mi escrito en el tintero del corazón. La distancia necesaria para razonar más allá de las emociones, se quiebra cuando el motivo de reflexión es alguien querido, cercano a las pieles interiores de la propia vida. En esos casos, lucho entre mi deseo de dejar hablar a los sentimientos y el lógico pudor de controlarlos, porque un artículo es una ventana al mundo, y el mundo no tiene por qué compartir los sentimientos de esta escribiente. Intentaré, pues, dominar el escrito y, con él, la rabia por la pérdida, el desconcierto ante la muerte, el dolor por la ausencia. Me duele la muerte de Josep Benet como si fuera una herida honda, un puñal despiadado. Y aunque sé que muchos sienten lo que yo siento, no deja de ser, el nuestro, un sentimiento íntimo, necesitado de pudor y de silencio. Controlarlo, pues, es una necesidad casi litúrgica y, quizás, una exigencia profesional. Veremos si se consigue el intento.

Ha muerto Josep Benet. Jordi Pujol, receptor ineludible de la moción de censura que le presentó Benet, ha dicho que hoy era un día de duelo, y la práctica totalidad de los líderes políticos han loado su figura y su entrega cívica. A pesar de sus muchas heterodoxias ideológicas, Benet consiguió ser un referente para todos y para muchos, un auténtico maestro. El elogio, pues, aparte de unánime, parece sentido, alejado de los parabienes educados que la muerte siempre concilia. No creo que sean elogios falsos, ni tan sólo corteses, porque Josep Benet consiguió algo raro, raro, raro, en este país de monas: consiguió que su prestigio fuera reconocido. Tanto en su faceta de historiador exigente y minucioso, como en su propio papel histórico, Benet mantuvo alto el rigor e inquebrantable la honradez. Perdonen el recuerdo personal, pero en mis tiempos de universidad inquieta e inquietante, Josep Benet me dio uno de los consejos más serios de mi vida. «¿Qué podemos hacer para ayudar a consolidar las libertades de Catalunya?», le pregunté con excesiva arrogancia, desde mi evidente pequeñez. Y Benet respondió: «Te daré tres consejos. Primero estudia, después estudia, y, finalmente, estudia». Prepararse para el país libre que llegaría, dotarlo de cuadros, alumbrar líderes, pensadores, científicos, profesionales, es decir, edificar, sobre las ruinas, un país sólido. Él creyó profundamente en esa Catalunya fénix que renacería de las cenizas y se reconstruiría con rigor y solvencia.

Creyó en ello… hasta que dejó de creer. Su carta a Josep Antoni Duran Lleida, quizás su último acto político, donde hacía público el voto para CiU, es un nítido testimonio del pesimismo que sentía por la situación del país. Para él, Catalunya está viviendo uno de los momentos más críticos desde la recuperación de la democracia. Probablemente, sus memorias permitirán ahondar en las causas de su lúcido pesimismo, y quizás conocer algunas claves para combatirlas. De momento, sabemos, por ejemplo, que consideraba «un escándalo» el concepto de memoria histórica impulsado por este gobierno de la mano de Joan Saura. Dice del Memorial de Saura, en las memorias que están a punto de salir: «Es una suerte de organismo orwelliano, totalitario, pero de estar por casa, como no hay ningún otro en los países democráticos». Activista cultural, luchador democrático, historiador de prestigio y hombre cívico en el sentido noucentista del término, Benet fue una voz comprometida con Catalunya y, a la vez, libre de sus servilismos, casi única en los tiempos que corren. Una luz, en las horas del desconcierto.

Escribí, en mi primer artículo en La Vanguardia – «El perro flaco»-, que el fracaso actual de Catalunya era, fundamentalmente, un fracaso de proyecto colectivo, embarcados en una nave a la deriva que, sin otro rumbo que sobrevivir, hace tiempo que perdió el interés por soñar horizontes lejanos. Vivimos un presente mediocre, con una sociedad civil amaestrada, servil y generalmente más preocupada por la cacerola diaria que por construir un futuro solvente. Y en política, gozamos, salvo alguna notable excepción, de líderes de bolsillo, cuyas propias limitaciones marcan los límites de los limitados proyectos que presentan. Benet era consciente de la mediocridad del momento, y del hundimiento de su larvado sueño de una Catalunya de categoría, y su voz, escasa en los últimos tiempos, resultó ser siempre una serena y necesaria voz de alarma. Más allá de la profunda pena por la persona que conocí, admiré y aprendí a querer, me parece necesario subrayar la desaparición del referente cívico, uno de los pocos que nos quedaban. No hace mucho murió Palau i Fabre y luego nos dejó Cassià Maria Just. Ahora lo hace Benet, y las tres desapariciones marcan un punto de inflexión en la caída libre catalana. En lo cultural, en lo religioso y ahora en lo político-cívico, hemos perdido tres personas que llenaban el vacío moral de nuestra sociedad, y no parece que los relevos estén prestos. De ahí que la muerte de Josep Benet produzca, en algunos de nosotros, un sentimiento de doble orfandad. La sentimental, íntima y dolorosa. Y la nacional, hiriente y rabiosa.

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El harakiri de ERC, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Política by reggio on 12 marzo, 2008

Le di ocho o diez años. Recuerdo perfectamente la extraña conversación que marcaría, a la vez, nuestra despedida personal. Él aún no lo sabía, pero yo era consciente de tener mi último diálogo con Carod-Rovira como compañeros de partido. Le dije: «Ahora irá a por ti. La próxima cabeza que Puigcercós servirá en el plato será la tuya». No lo relato como mérito visionario, sino por la utilidad que tiene para entender los acontecimientos actuales. Nada de lo que ocurre en ERC es nuevo, ni sorprendente, como si fuera una especie de maldición atávica, como si la vocación saturnina estuviera en el ADN del viejo partido. Cada diez años, más o menos, ERC ejerce de Saturno y devora a sus hijos, y lo hace con la misma convicción y sonoridad con la que proclama la República Catalana. De crisis en crisis, si algo define históricamente a Esquerra es su gusto por mostrar públicamente las tripas, y muy especialmente las sangrantes batallas de poder que en ellas se dirimen. ERC es un partido con tendencias suicidas y con una incontrolable vocación exhibicionista. Es decir, no sólo se hace el harakiri cada cierto tiempo, sino que necesita luz y taquígrafos en su proceso autodestructivo. Algunos dirán que es su vocación asamblearia, grandeza pero también debilidad del partido. Otros, que hay estrategias confrontadas. Todos tendrán razón, y sin embargo, si me permiten la osadía, todos se equivocarán de diagnóstico. Porque ERC no llora por la herida asamblearia, ni ha tenido, a lo largo de la historia, ninguna crisis ideológica seria. Su mal es más profundo y más terrenal: imán de todos los visionarios del nacionalismo, algunos con vocación mesiánica, también concentra la dosis de ambición de poder más descontrolada del arco parlamentario. Es cierto que en todos los partidos hay luchas por el poder, pero en ninguno hay un descarnamiento tan público y una vocación tan genuina por convertir la autodestrucción en una seña identitaria.

Pero, como todas las crisis son la misma y, a la vez, todas son distintas, intentaré dar algunos elementos de reflexión para entender la crisis actual, cuya dimensión y voracidad prometen serios descalabros. Ayer, día de la dimisión de Puigcercós del Govern -total, tampoco era necesario dimitir, porque nadie le conoce ni un solo proyecto en todo su mandato-, Carod-Rovira se plantó en Can Cuní y al hombre se le entendió todo lo que dijo. No sabía nada de la dimisión de Puigcercós, la lucha interna no era ideológica, estaba harto de la adolescencia permanente de ERC, creía que había que recuperar a Carretero y al resto de los disidentes y no quería dirigir un partido con vocación de oposición. Los dardos que Carod envió a Puigcercós fueron directos y, desde mi perspectiva, certeros. Es cierto que Carod-Rovira ha protagonizado algunos de los errores más evidentes de los gobiernos de ERC, desde Perpiñán hasta Tierra Santa, pasando por los Juegos Olímpicos de Madrid. Pero también lo es que, a diferencia de su colega y contrincante, Carod actúa políticamente, asume retos y, por lógica, comete errores. Puigcercós, en cambio, nunca ha actuado políticamente, y ha usado todos sus cargos para organizar y consolidar su poder interno. Diría que mientras Carod es un político que milita en un partido, Puigcercós es un militante que vampiriza la política para poder dominar a su partido. Este método, que lleva usando desde que Àngel Colom lo convirtió en secretario general de las juventudes, le ha dado notables beneficios.

¿Qué le ocurre a ERC? ¿Está repitiendo, con tozudo empecinamiento, los errores de la última crisis, la que comportó la escisión de unos cuantos centenares de militantes, varios diputados y concejales y dos de sus cabezas más visibles? Probablemente en muchos aspectos, y no por falta de aprendizaje histórico, sino porque los activos de la crisis mantienen su estructura de poder intacta. No olvidemos algo sustancial. Gracias al proceso de disolución de Terra Lliure, que consiguieron Colom y Carod, y que fue un hito histórico para Catalunya, ERC engrosó sus filas con muchos militantes que venían de la cultura antisistema. Estos sectores, con alguna excepción notable, se organizaron como un partido dentro del partido, ejercieron su dominio de forma implacable bajo la tutela de Xavier Vendrell y dieron a Joan Puigcercós un poder específico, más allá del poder natural de los líderes de ERC. Ese mismo ejército ha actuado como un solo hombre cada vez que se ha abierto una lucha interna. Carod no se enfrenta sólo a un líder. Se enfrenta a un partido dentro de su propio partido. Si añadimos a esa guerra de poder los errores políticos cometidos, la imagen domesticada con los socialistas, que ha cansado a muchos de sus votantes, las corrientes internas críticas y la tendencia natural a la autodestrucción, ciertamente es un momento delicado, la lógica llevaría a pensar que no es bueno pescar cuando las aguas están tan revueltas, y que sería inteligente remar juntos en una misma dirección. Pero también está en el ADN de ERC: los que quieren el poder nunca atacan cuando el mar está en calma, sino en plena tormenta. Puigcercós lo sabe bien. Es un pescador avezado.

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Miseria y grandeza de un debate, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Política by reggio on 27 febrero, 2008

Confieso que me gustó. Quizás porque llegué al debate sin demasiadas expectativas, convencida de la poca naturalidad de una confrontación que, previamente, había sido trapicheada, masticada y deglutida, por el aprendiz de inquisidor que todo asesor de campaña lleva en sus entrañas. Sin embargo, a pesar de las cortapisas, las reuniones maratonianas para decidir la temperatura de la sala y el papel de váter, y a pesar de la sobreactuación del evento, disfruté del choque dialéctico de dos líderes que fueron mucho más correosos de lo que era previsible. Hubo momentos de brillantez dialéctica, y tanto en los envites, como en las réplicas, los dos sacaron a relucir una saludable mala leche. No comparto la crítica de algunos colegas, indignados por el tono agresivo de Rajoy o Zapatero, tanto monta, en función de los momentos. Esto no era una exhibición de juegos florales, ni un concurso de belleza. Esto era el primer gran debate entre dos tipos que quieren gobernar un país. Salvaguardada la buena educación, ¿nos caerán los anillos por un poco de incisivo en la yugular? Ni creo que Rajoy fuera un bulldog al estilo del guerrismo, ni creo que Zapatero gastara la retranca de los Acebes más desatados, pero los dos se permitieron algunos trazos gruesos, y fue en esos momentos de dura confrontación cuando ambos parecieron más presidentes.Ya sé. Hay muchos motivos para denostar el debate. Que no estaban todos los candidatos, y especialmente no estaba Catalunya. Por cierto, la afirmación de Zapatero de que no ha leído nunca el pacto del Tinell es una sonora bofetada a los firmantes de tal pacto. Un desprecio en bonito prime time. Pero siendo cierto, también lo es que los dos posibles presidentes tenían que verse las caras, que ello era informativamente relevante y, socialmente, saludable. Si Catalunya tiene poco peso en ese esquema político, es problema de la política, pero no del periodismo. Profesionalmente hablando, y a las pruebas de una audiencia histórica me remito, este debate era exigible, deseable y esperado. También es cierto que tuvieron mirada de retrovisor, y que el pasado chapoteó en el presente, pero no olvidemos que estamos en la primera parte de la confrontación. Si ese mismo balance lo hiciéramos en el segundo debate, sería una crítica certera. Pero los dos candidatos saben que tienen segundo asalto, y parece una estrategia inteligente dejar, para ese segundo tiempo, los proyectos de futuro. ¿Quién quemaría una buena propuesta, antes de hora? Además, tampoco entiendo este rasgado de vestiduras de algunos analistas. Al fin y al cabo, el pasado reciente de la vida política, ¿no marca a fuego su futuro? Creo que estuvieron mucho mejor de lo pensable, que los dos crecieron como líderes, que se mostraron seguros en las explicaciones y directos en los ataques, y en la suma, nos ofrecieron un espectáculo político muy notable. La idea, machaconamente repetida por los partidos, de que hubo un claro vencedor, no tiene otra credibilidad que la propia de la propaganda. Personalmente, creo que el empate es un resultado justo, y si no fuera anatema, y no me cayeran encima todos los jinetes del Apocalipsis, me atrevería a decir que Rajoy dominó en más ocasiones. En cualquier caso, la partida acabó en unas buenas tablas.

Más difícil me resulta aprobar a los protagonistas periodísticos del evento. Primero, porque no sé cómo puntuar un cronómetro, ya que fue un cronómetro el que moderó el debate. De ahí que tuvieran más importancia los árbitros de basket que controlaban el reloj -hacia el cual se iba, nerviosamente, el ojo izquierdo de Rajoy-, que el señor Campo Vidal. Y de ese dolor cuelgan todos los males de un debate político que, ni en la gestación, ni en el proceso, ni en el resultado, respetó la credibilidad periodística. Lamento que una Academia de Televisión -que tendría que tutelar el prestigio de los profesionales-, se prestara a un formato donde dichos profesionales ni pinchaban, ni cortaban nada. Lamento que el presidente de dicha academia no se inhibiera del protagonismo, como sería lógico de quien ha estado negociando con los partidos. Lamento que se aceptara la idea de los bloques temáticos, convirtiendo al periodista en patético convidado de piedra. Lamento que la clase periodística asista, encantada, a esta especie de dictadura de los partidos que intentan moldear el periodismo político, y que se comportan como niños mimados cuando se les exige el bien público de la información. Lamento que la Academia haya aprovechado el Pisuerga para hacerse publicidad, sin haber conseguido aún hacerse un hueco en la profesión. Seriamente, ¿sabe alguien qué es esta academia, aparte de saber que la dirigen unos muy progres, muy simpáticos, y todos felices miembros de la pomada?

Finalmente, lamento que se considere normal ningunear a la profesión periodística, cuando se trata de preservar los intereses del poder político. Y por lamentar, lamento lo feo que era el plató. ¿Tanto seso devanado para tanto horror estético? En fin, lo dicho. Lo mejor fueron esos dos tipos que quieren ser presidentes y que, por un día, estuvieron mejor que sus propias caricaturas.

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Carta incómoda a Boris Izaguirre, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Medios, Política by reggio on 13 febrero, 2008

Estimado Boris. Sobra decir lo mucho que te respeto. Creo que eres un pensador sutil, un comunicador brillante y uno de los histriónicos más divertidos del teatro de la vida. Muchas son las ideas compartidas, ideas luchadas, algunas finalmente conseguidas… Con los años y la confianza (que siempre da asco), me atrevo a decir algo de ti en voz alta: a pesar de los excesos del espectáculo, eres un tipo de una gran elegancia. Nunca te oí perpetrar ningún ataque soez, y tu vehemencia en los argumentos siempre fue amiga de las buenas formas. Por esto mismo, por la estima que te tengo, por la complicidad que te reconozco, por tanto, permíteme esta carta incómoda, nacida de una cierta perplejidad. La verdad, no me gustó nada lo del otro día. Esa foto couché con todos los progres del artisteo, donde no faltaba ninguno de los previsibles, y sumaba alguno de los incomprensibles (¿a qué disciplina artística se dedica el doctor Montes?), me pareció un forzado ejercicio de exhibicionismo elitista, un algo desmelenado y un mucho impertinente. Por supuesto, estoy a favor de los lobbies de presión, y no tengo ningún apuro porque un grupo de amigos de toda la vida se reúnan y digan ¡viva Zapata!, o ¡viva Zapatero!Si, además, quieren convertir un bello poema de Mario Benedetti en una insufrible canción dominguera, allá cada cual con su sentido del ridículo. Puestos a pedir, hubiera preferido el estilo rompedor del vídeo de Obama, que es de palabras mayores, pero lo vuestro quedó en paños menores y enseñó algunas vergüenzas. No sé. Un poco cutre, querido. Con todo, todo habría quedado en los límites de lo elegante. Pero en esas, llegó José Luis Cuerda y habló de la «turba mentirosa», los llamó imbéciles, clamó al cielo contra la «teocracia humillante y estúpida» y de milagro no chilló «a las barricadas». El tipo se quedó a gusto, como si hubiera evacuado después de una larga temporada de estreñimiento, y el resto de acompañantes hicisteis bueno el principio del buen figurante. Reír, aplaudir, callar. Ji, ji, ja, ja. Ya hemos hecho el progre. Ya hemos insultado un poco a los peperos, hemos puesto cara de elite artística enrollada, riquísimos todos pero del pueblo, y le hemos dicho al mundanal ruido que somos de ZP hasta la muerte. Bien. ¿Y?

Si me permites, querido Boris, intentaré razonar algunos de los motivos de mi perpleja disidencia. Primero, el numerito me pareció más propio de la transición política que de una democracia estable. Todo rezumaba una estética muy antigua, con Víctor Manuel, Ana Belén, Serrat y el resto de sospechosos habituales de estas contiendas, todos muy divinos, todos queridos por todos nosotros, y todos más antiguos que las maracas de Machín. Por supuesto, soy una loca de las canciones de Sabina, y Serrat me emociona hasta los tuétanos, pero su trabajo artístico, perenne e intenso, no es precisamente lo más moderno del panorama. Por decirlo de forma precisa, se reunieron los de siempre y dijeron más de lo mismo. La capillita conocida, con el discurso conocido. Además, y quizás es lo que me resulta más molesto, lejos de una plataforma de apoyo a un candidato, el grupo se estructuró como una plataforma a la contra, como si el cielo estuviera a punto de caernos sobre la cabeza, como si llegara la marabunta, y los concienciados artistas tuvieran que dar su paso adelante. A vueltas con la mentalidad de la transición…

Querido Boris. El PP no me gusta nada de nada. Casi tan nada como a ti, pero estoy en contra de crear estos discursos demonizadores, que excluyen a millones de votantes de la cordura y el sentido común, que desprecian a los otros, que se elevan como si tuvieran la verdad universal y que respiran un cierto tufillo de despotismo ilustrado. Las palabras de Cuerda son propias de un pequeño déspota, y lo siento, porque me gusta Cuerda. Pero ¿es necesario despreciar hasta ese nivel a los votantes de otro partido para ganar la razón? ¿Qué pensamiento libre, crítico, razonable, existe detrás de una pendejada como esa? Yo no veo más que consigna, propaganda y servil compostura. Nada me suena a crítico. Ergo, nada me suena a libre. Por supuesto, los ataques posteriores de Rajoy, hablando de estómagos agradecidos y cánones varios, eran pura demagogia, pero ¿qué os esperabais? ¡Si se lo pusisteis a tiro! Uno no puede subir a las altas tribunas de su fama, vociferar contra millones de votantes, y esperar que no le caigan chuzos. Estratégicamente, creo que es un error de bulto. Pero, además, democráticamente es una inmoralidad. Tenemos que empezar a entender que la democracia juega a muchas cartas, que todas son lícitas y que si gana la que no nos gusta, tenemos que volver a ganarnos la razón. La razón, que no el desprecio.

En fin, querido. Perdona el atrevimiento. Pero te vi ahí en medio, al ladito del bellezón de Judith Mascó – otra peculiar disciplina artística, la suya-, con cara de chico bueno, y pensé que Sarkozy y Ségolène me daban mucha envidia. Mientras ellos juegan a seducir a grandes intelectuales y se pelean por un Glucksmann, aquí sacamos a gritar a José Luis Cuerda. No, si quedar, queda bien. Pero ¿es lo mismo?

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