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In memóriam, Benet, de Pilar Rahola en La Vanguardia

Posted in Historia, Política by reggio on 26 marzo, 2008

Lo siento, pero, como decía Salvat-Papasseït, hoy tinto mi escrito en el tintero del corazón. La distancia necesaria para razonar más allá de las emociones, se quiebra cuando el motivo de reflexión es alguien querido, cercano a las pieles interiores de la propia vida. En esos casos, lucho entre mi deseo de dejar hablar a los sentimientos y el lógico pudor de controlarlos, porque un artículo es una ventana al mundo, y el mundo no tiene por qué compartir los sentimientos de esta escribiente. Intentaré, pues, dominar el escrito y, con él, la rabia por la pérdida, el desconcierto ante la muerte, el dolor por la ausencia. Me duele la muerte de Josep Benet como si fuera una herida honda, un puñal despiadado. Y aunque sé que muchos sienten lo que yo siento, no deja de ser, el nuestro, un sentimiento íntimo, necesitado de pudor y de silencio. Controlarlo, pues, es una necesidad casi litúrgica y, quizás, una exigencia profesional. Veremos si se consigue el intento.

Ha muerto Josep Benet. Jordi Pujol, receptor ineludible de la moción de censura que le presentó Benet, ha dicho que hoy era un día de duelo, y la práctica totalidad de los líderes políticos han loado su figura y su entrega cívica. A pesar de sus muchas heterodoxias ideológicas, Benet consiguió ser un referente para todos y para muchos, un auténtico maestro. El elogio, pues, aparte de unánime, parece sentido, alejado de los parabienes educados que la muerte siempre concilia. No creo que sean elogios falsos, ni tan sólo corteses, porque Josep Benet consiguió algo raro, raro, raro, en este país de monas: consiguió que su prestigio fuera reconocido. Tanto en su faceta de historiador exigente y minucioso, como en su propio papel histórico, Benet mantuvo alto el rigor e inquebrantable la honradez. Perdonen el recuerdo personal, pero en mis tiempos de universidad inquieta e inquietante, Josep Benet me dio uno de los consejos más serios de mi vida. «¿Qué podemos hacer para ayudar a consolidar las libertades de Catalunya?», le pregunté con excesiva arrogancia, desde mi evidente pequeñez. Y Benet respondió: «Te daré tres consejos. Primero estudia, después estudia, y, finalmente, estudia». Prepararse para el país libre que llegaría, dotarlo de cuadros, alumbrar líderes, pensadores, científicos, profesionales, es decir, edificar, sobre las ruinas, un país sólido. Él creyó profundamente en esa Catalunya fénix que renacería de las cenizas y se reconstruiría con rigor y solvencia.

Creyó en ello… hasta que dejó de creer. Su carta a Josep Antoni Duran Lleida, quizás su último acto político, donde hacía público el voto para CiU, es un nítido testimonio del pesimismo que sentía por la situación del país. Para él, Catalunya está viviendo uno de los momentos más críticos desde la recuperación de la democracia. Probablemente, sus memorias permitirán ahondar en las causas de su lúcido pesimismo, y quizás conocer algunas claves para combatirlas. De momento, sabemos, por ejemplo, que consideraba «un escándalo» el concepto de memoria histórica impulsado por este gobierno de la mano de Joan Saura. Dice del Memorial de Saura, en las memorias que están a punto de salir: «Es una suerte de organismo orwelliano, totalitario, pero de estar por casa, como no hay ningún otro en los países democráticos». Activista cultural, luchador democrático, historiador de prestigio y hombre cívico en el sentido noucentista del término, Benet fue una voz comprometida con Catalunya y, a la vez, libre de sus servilismos, casi única en los tiempos que corren. Una luz, en las horas del desconcierto.

Escribí, en mi primer artículo en La Vanguardia – «El perro flaco»-, que el fracaso actual de Catalunya era, fundamentalmente, un fracaso de proyecto colectivo, embarcados en una nave a la deriva que, sin otro rumbo que sobrevivir, hace tiempo que perdió el interés por soñar horizontes lejanos. Vivimos un presente mediocre, con una sociedad civil amaestrada, servil y generalmente más preocupada por la cacerola diaria que por construir un futuro solvente. Y en política, gozamos, salvo alguna notable excepción, de líderes de bolsillo, cuyas propias limitaciones marcan los límites de los limitados proyectos que presentan. Benet era consciente de la mediocridad del momento, y del hundimiento de su larvado sueño de una Catalunya de categoría, y su voz, escasa en los últimos tiempos, resultó ser siempre una serena y necesaria voz de alarma. Más allá de la profunda pena por la persona que conocí, admiré y aprendí a querer, me parece necesario subrayar la desaparición del referente cívico, uno de los pocos que nos quedaban. No hace mucho murió Palau i Fabre y luego nos dejó Cassià Maria Just. Ahora lo hace Benet, y las tres desapariciones marcan un punto de inflexión en la caída libre catalana. En lo cultural, en lo religioso y ahora en lo político-cívico, hemos perdido tres personas que llenaban el vacío moral de nuestra sociedad, y no parece que los relevos estén prestos. De ahí que la muerte de Josep Benet produzca, en algunos de nosotros, un sentimiento de doble orfandad. La sentimental, íntima y dolorosa. Y la nacional, hiriente y rabiosa.

www.pilarrahola.com

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