Reggio’s Weblog

Un hatajo de rufianes y la jodida mariposa, de José María Izquierdo en El País

Posted in Derechos, Economía, Política by reggio on 29 septiembre, 2008

La propuesta de dedicar las arcas de los Estados a salvar la crisis financiera provocada por una caterva de sinvergüenzas es una operación, cuando menos, hipócrita. El ‘efecto mariposa’, al final, golpea a los mismos

José K. está de muy mal humor. Ha soportado con dificultad el progresivo e imparable avance mundial de tanto y tanto dirigente político ultraliberal, feroces enemigos de la presencia del Estado en la vida económica, encarnizados defensores de que sean los mercados quienes regulen la actividad financiera. Se ciscaban en el Estado del bienestar, esa antigualla, y desmantelaban con saña la sanidad o la enseñanza pública, el último reducto de los más desfavorecidos para curar un forúnculo o poder hacer el bachillerato. Contaban, además, con la complacencia, e imprescindible colaboración para el delito, de todos y cada uno de los gurús financieros y organismos internacionales, encargados, qué risa, de prever estas situaciones o vigilar y controlar el buen funcionamiento de los mercados. Ni Alan Greenspan ni Rodrigo Rato previeron ni vigilaron nada. Es más: José K. está convencido de que son ellos los culpables de haber construido ese mundo falaz e imposible que ahora se ha derrumbado.

¿Pero de verdad se ha derrumbado para todos? No lo cree nuestro amigo. Washington y los bancos centrales, es decir, los guardianes o hacedores de aquel mundo -que José K. ya no lo sabe- se han volcado en masa para salvar a las pobrecitas, ay, entidades financieras. Qué lástima Lehman, llora José K., qué pena tan grande Merrill, cómo viviremos sin AIG, clama nuestro buen amigo. Desde su punto de vista, ve con claridad el panorama: una caterva de impúdicos políticos salva la cara a una pandilla de sinvergüenzas. Aunque todavía le ronda un oscuro pensamiento que no acaba de dominar. Y es que lleva días mosqueado con una jodida mariposa que le dice lo siguiente: unos banqueros mamarrachos de Wisconsin u Omaha jugaron a una cosa que decidieron llamar subprime, y como consecuencia de ello, Paco García Pérez, carpintero y primo segundo de la vecina de José K., se ha quedado sin su empleo en Vallecas.

Así que hoy se ha acercado a su café preferido sumido en estos sufrimientos que le tienen en un sinvivir. Tanto y tanto se ha escrito sobre la crisis que cree que ya no hace falta recordar su génesis desde las hipotecas basura y su posterior desarrollo, hasta llegar a esta divertida situación de Bush haciendo de Olof Palme, al Partido Comunista Chino dispuesto a pujar por Morgan Stanley, y los fondos soberanos de los países del Golfo, que mientras nos escaldan con el petróleo, meten más y más dinero en Wall Street. Así que José K. ataca por los laterales. Premioso y cachazudo, ha doblado los periódicos tras una atenta lectura. El suyo de siempre, que cada vez está más reaccionario, dice, y otro económico del mismo grupo -no tiene remedio- para empaparse bien de la crisis, del desastre, del cataclismo, de la debacle que nos anega. Veamos las cosas que se aprenden leyendo los periódicos, repasa cejijunto, por lo reflexivo, nuestro amigo José K: un tal Richard Fuld, presidente de Lehman Brothers, corporación centenaria en la quiebra desde hace pocos días, va a cobrar unos 16 millones de euros, casi el triple de lo que cobra Raúl en el Real Madrid (y cómo se va a comparar…). También ha leído que John Tain, primer ejecutivo de Merrill Lynch, otra gran firma que también se ha quedado sin un centavo, podría llegar a cobrar más de 10 millones de euros. Daniel Mudd, consejero delegado y presidente de la hipotecaria Fannie Mae, se lleva 8 millones, y 15 Richard Sayron, su equivalente en la también equivalente Freddie Mac.

¿Y por qué motivos, se pregunta José K., van a cobrar estos importantísimos señores esas cantidades tan sustanciosas? Los expertos periodistas le dan la respuesta. El sacrificado Fuld, coleccionista de arte, jugador de squash y de golf, se llevará esos 2.000 millones y medio de pesetillas… ¡en concepto de indemnización! Es verdad que apenas si representan unas modestísimas migajas que sumar a su frugal menú: el sueldo anual que sufría el bueno de Fuld rozaba los 30 millones de euros, más las primas en millones de opciones sobre acciones. ¿Y Tain? Ah, John dispondría de esos 10 millones de euros si llegara a perder su puesto de trabajo -¡qué barbaridad, Dios no lo quiera!- tras tener que fusionarse su compañía con Bank Of America para salvarse de la ruina. Merrill es muy generosa: en octubre despidió a su presidente, Stanley O’Neal y le indemnizó con la módica cantidad de unos 110 millones de euros. José K. descarta, porque ya se ha quedado sin ganas, de seguir con Mudd y Syron, o Martin Sullivan (AIG) y James E. Cayne (Bear Stearns).

Pero de este ejercicio recreativo nuestro amigo saca sus consecuencias. A saber: sufrimos los efectos de los actos de rapiña de una pandilla de sinvergüenzas y rufianes que han llevado a sus empresas a la ruina y han puesto en jaque a todo el sistema financiero mundial mientras se embolsaban más y más millones de dólares con ejercicios tan delictivos como multiplicar los papelillos de hipotecas imposibles -papel del Monopoly- y venderlas por todo el mundo. Es lo más parecido a un delito reconocible por todos: hacer billetes falsos e intentar pasarlos como buenos en casinos y prostíbulos. Pero Fuld y los demás eran mucho más finos que los patanes de la mafia y solo les vendían recortes de periódicos a bancos de medio mundo a precio de angulas. Era el timo de la estampita con marchamo de producto financiero para entendidos. Ya saben: no cuentes a mi madre que soy consejero delegado de un banco de Wall Street; dile que soy pianista en un burdel. Y a todo esto, ya casi grita José K., con la vena de siempre en la frente, tenemos a la jodida mariposa revoloteando a nuestro alrededor y tocando los mismísimos con su efecto, y dejando en la calle al primo segundo de su vecina.

Con todo, lo que más le indigna es con qué facilidad presidentes y secretarios del Tesoro han encontrado ahora cerca de un millón de millones en las arcas del Estado, cuando jamás hallaban unas pesetillas para mejorar las becas, para dar casa a los damnificados por el Katrina, para atender a los homeless o para cargarse de un plumazo con el insulto de socialista cualquier proyecto de universalizar la atención sanitaria. Y eso que no quiere entrar José K. en las desigualdades mundiales y la miseria en el Tercer Mundo, para el que las mismas instituciones nunca, nunca, encontraban el dinero para la ayuda. No se le mueve un pelo de la barba a José K. para mantener vivo, en estas circunstancias y porque cree en ello, su ya conocido discurso del elogio del panfleto y la reivindicación de la demagogia.

¿Y aquí? ¿Qué pasa por aquí? Aquí, dice, tenemos a un Gobierno escasamente dotado para las grandes decisiones bajo el mando de un presidente ensimismado en su optimismo panglossiano, absorto en el vuelo de la famosa mariposa -es culpa de ellos- y que no quiere ver nuestra enorme aportación indígena a la crisis en forma de racial mosca o abejorro de cuidado: la construcción. También tenemos a una oposición que duda entre la nada más absoluta de un Mariano Rajoy tan brillantemente vacío de propuestas, o la aspirante Esperanza Aguirre, enfangada hasta las cachas en ofrecer las mismas recetas ultraliberales que están llevando a la ruina al sistema que adora, FAES Dios mediante.

Todo será distinto después de esta crisis, dicen ahora los analistas. José K., claro, no se lo cree. Al menos hasta que la mariposa rebote con el efecto de devolver el empleo a Paco García Pérez, el carpintero, etcétera. Nuestro hombre es sabio. Y triste, muy triste, piensa que, desgraciadamente, el que acertaba era el presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, cuando pedía un paréntesis en la economía de mercado. O sea: sálvennos con el dinero de todos los contribuyentes, que luego volveremos los ultraliberales y defensores del mercado a lo nuestro. ¿Sería una deducción exagerada, se pregunta José K., si a lo suyo se le denomina ejercer de depredadores sin vergüenza como John, como Stanley, como Dick, como Daniel, como Richard?

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Socialismo para ricos, de Joaquín Estefanía en El País

Posted in Derechos, Economía, Política by reggio on 29 septiembre, 2008

La impaciencia por saber si sería aprobado y conocer la letra pequeña del plan de rescate financiero de la Administración Bush, ha impedido detenerse con la atención debida en la quiebra de la principal caja de ahorros de EE UU, Washington Mutual (WaMu). Esa quiebra -la mayor de una entidad financiera en la historia americana- supone otro salto cualitativo en la naturaleza de la crisis. ¿Por qué? Porque esta vez ya no se trata de una institución mayorista, como por ejemplo Lehman Brothers, sino que su caída tiene consecuencias sobre los ahorros de decenas, o acaso, centenares de miles de ciudadanos: Main Street, no Wall Street.

WaMu no es un caso más de bancos que desconfían de bancos en el interbancario, sino de ciudadanos afectados en su confianza hacia el funcionamiento del sistema financiero minorista (como el británico Northerm Rock, que hubo de ser nacionalizado). Desde el principio de la semana pasada, casi 18.000 millones de dólares fueron retirados de las oficinas de WaMu, generando una espiral de pánico. La intervención de la Administración Bush facilitando la compra de WaMu por JP Morgan Chase -evitando cualquier tipo de subasta a la que hubieran podido acceder otros bancos, porque no había tiempo para la misma- ha logrado detener por el momento ese pánico de las ventanillas.

Que la crisis financiera ha traspasado directamente, por primera vez de modo tan nítido, el ámbito de la aristocracia bancaria y ha llegado al conjunto de los ciudadanos, lo demuestran las primeras reacciones en la calle contra el plan de rescate de Bush. En las manifestaciones a las puertas de la Bolsa de Nueva York se ha calificado a esta solución de ayuda al sector financiero como «socialismo para los ricos, liberalismo para los demás», tan familiar a los neoliberales, como enseña la historia, en todas las mutaciones de idéntica índole. Los ciudadanos se encuentran inmersos en el clásico dilema del prisionero de la teoría de juegos (William Poundstone, editorial Alianza, 1992), un modelo de conflictos muy frecuente en la sociedad: cada jugador, de modo independiente, trata de aumentar al máximo su ventaja sin importarle el resultado del otro jugador, y sin embargo ambos jugadores obtendrían un resultado mejor si colaborasen; desafortunadamente para los prisioneros, cada jugador está incentivado por sus propios intereses (en este caso económicos) para defraudar al otro, incluso tras prometerle colaborar. Los ciudadanos se han encontrado en el dilema de apoyar la intervención o la barbarie. Por hacer unas comparaciones cercanas: si el rescate se elevase finalmente hasta un monto total de 700.000 millones de dólares, equivaldrá a vez y medio el coste de la guerra de Irak (sin tener en cuenta los gastos colaterales de la última, estudiados por Stiglitz); la ayuda a África, comprometida en la ONU pero no desembolsada por las potencias donantes, será tan sólo una décima parte del monto de esas ayudas al mundo de las finanzas.

Sorprende por ello el endoso de oficio de las mismas que hizo el presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, en Nueva York, alegando que se trata de una «circunstancia excepcional» y que su objetivo es «romper la dinámica de restricción de crédito». Entonces, ¿por qué se ha negado a instrumentar aquí algo similar? Ya sabemos que las particularidades son otras, pero la restricción de crédito a las empresas es real. No hay que más que hablar con los titulares de las últimas, que consideran que el estrangulamiento del crédito es la dificultad central de nuestra coyuntura.

Pendientes de conocer las tripas de los Presupuestos Generales del Estado -de los que se han avanzado las líneas maestras- se pueden reproducir los versos que en 1959 escribió Jaime Gil de Biedma a su amigo Juan Marsé (Noche triste de octubre), que parecen elaborados para hoy mismo: «Definitivamente / parece confirmarse que este invierno / que viene, será duro. / Adelantaron / las lluvias, y el Gobierno / reunido en consejo de ministros, / no se sabe si estudia a estas horas / el subsidio de paro / o el derecho al despido, / o si sencillamente, aislado en un océano, / se limita esperar que la tormenta pase / y llegue el día, el día en que, por fin/ las cosas dejen de venir mal dadas» (por la transcripción, Rodolfo Serrano, periodista y poeta).

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De Churchill a Bush, de Juan Tugores Ques en La Vanguardia

Posted in Derechos, Economía, Política by reggio on 29 septiembre, 2008

TORMENTA FINANCIERA

Una de las frases más lapidarias y precisas de Winston Churchill definió cómo debían valorar los británicos al puñado de aviadores que, contra viento y marea, mantuvieron a salvo el territorio y la libertad de sus conciudadanos ante las ofensivas aéreas nazis a principios de 1940: «Nunca tantos debieron tanto a tan pocos». Casi 70 años después, el amplísimo programa de rescate de «activos tóxicos» en EE. UU. (y lo que pueda derivarse en otras latitudes) ha invertido drásticamente el mensaje de Churchill: a la vista de los tremendos excesos y abusos, más allá del fraude y probablemente del delito, la historia hablará de que «nunca tantos pagaron tanto por tan pocos».

Ciertamente el clima de euforia contagió a muchas personas y sectores más allá de los círculos selectos de los innovadores financieros y sus agresivos ejecutivos pero la capacidad de los masters del universo para «distribuir» las consecuencias de sus abusos de confianza ha convertido en la práctica a todos, los participantes en la imprudente ambición – como suele suceder en casi todos los timos- y, lo que es peor, al conjunto de los ciudadanos honestos y modestos, en impotentes rehenes de sus actuaciones.

No se trata sólo de que la mezcla entre las pautas de Wall Street y Las Vegas haya ido demasiado lejos. No se trata sólo de haberse defraudado el papel de la confianza en la solvente canalización del ahorro hacia la inversión finalmente productiva como esencia del sistema financiero. Se trata de aspectos esenciales de los sistemas democráticos: los sistemas parlamentarios nacieron para obligar a los soberanos que querían establecer impuestos a buscar el consentimiento de los contribuyentes-ciudadanos. En buena medida se ha conseguido al menos en los países de tradición democrática. Pero ante la aparición de los nuevos poderes cuasi-absolutos hasta ahora de una minoría de señores de las finanzas (los nuevos vándalos se les denominó premonitoriamente hace unos años) los ciudadanos-contribuyentes parecen haberse convertido en resignados rehenes que pueden negociar, como máximo, cláusulas de difícil cumplimiento para tratar de recuperar una pequeña parte del rescate que deben pagar. ¿Le seguirán llamando a esto «efectos colaterales del riesgo sistémico» en las escuelas de negocios autodenominadas de excelencia?

Las primeras cuantificaciones del coste del rescate hablan de 700.000 millones de dólares. Casi un 5% del PIB de EE. UU… y un 1% del PIB mundial. ¿Se acuerdan de que cuando se planteaba la posibilidad de allegar el 0,7% del PIB de las economías avanzadas para la erradicación del hambre y la pobreza mundiales se decía que era del todo imposible?

Juan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la UB.

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Salvar a las pymes, esa es la prioridad, de Enric Juliana en La Vanguardia

Posted in Derechos, Economía, Política by reggio on 29 septiembre, 2008

LA RELACIÓN ENTRE EL GOBIERNO Y LA OPOSICIÓN

La prensa (La Vanguardia) informa de que Mariano Rajoy está dispuesto a negociar un pacto de Estado sobre los presupuestos del 2009 y sobre la delicada situación económica que atraviesa España y José Luis Rodríguez Zapatero recoge inmediatamente el guante. Inmediatamente.

Antes de que el líder del Partido Popular hubiese podido calibrar, ayer al mediodía, el eco de un movimiento que no gustará en los ámbitos más dogmáticos de la derecha (los liberales a hostias,como comienzan a ser conocidos en Madrid), desde Valencia, Zapatero ya le convocaba a tomar el café en la Moncloa. A eso se le llama tener prisa.

Urgencia la hay. Millares de pequeñas y medianas empresas se hallan en fase de estrangulamiento por la drástica reducción del crédito. La banca española no es capaz de abrir más grifos en el exterior. Se han atascado. El endeudamiento es demasiado elevado. Las familias y las empresas españolas deben al exterior un billón de euros, cifra equivalente a todo el producto interior bruto. España, de repente, está bajo sospecha.

Los grandes bancos y cajas de ahorros gozan de buena salud, pero las agencias de calificación de riesgos están a la que salta. La semana pasada bajaron la nota a cinco cajas españolas.

Hay que poner dinero en circulación para evitar la asfixia de las empresas. Es urgente. Es prioritario. Pero el recurso del Instituto de Crédito Oficial (ICO) tiene sus riesgos: si el Gobierno compra dinero con el aval del Estado, envía a los mercados una señal de desconfianza hacia el sistema bancario español.

Otro recurso sería la amnistía fiscal. Una masiva emisión de bonos del Tesoro no nominales para la captación de dinero negro. Una medida muy delicada que exige grandes consensos. La base productiva del país está en juego. Por eso Rajoy se mueve, veloz, hacia el centro, hacia la zona cálida del consenso. Y Duran Lleida, el primero en proponer el pacto de Estado, le sigue. ¿O acaso dejaría CiU a las pequeñas y medianas empresas en la estacada por el colosal embrollo del bon finançament?

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Los magnates desaparecidos, de Ron Chernow en El Mundo

Posted in Derechos, Economía, Internacional, Política by reggio on 29 septiembre, 2008

TRIBUNA LIBRE

El mundo de los grandes bancos de inversión de Wall Street ha desaparecido a una velocidad vertiginosa. Empresas legendarias, algunas con más de un siglo de antigüedad, se han fusionado y dejado de existir (Bear Stearns, Merrill Lynch), han ido a la quiebra (Lehman Brothers) o han buscado una salida como empresas matrices de bancos comerciales (Goldman Sachs, Morgan Stanley). ¿Por qué demonios ha ocurrido esto?

La muerte de Wall Street ha sido una crisis a cámara lenta, agónica, apenas perceptible para unos protagonistas que todavía registraban enormes beneficios en los años más recientes. Por debajo del alboroto de las mesas de contratación y del toque mágico de las finanzas esotéricas bullía el dato ineludible de que estas empresas habían olvidado su razón de ser: canalizar capitales hacia las empresas norteamericanas.

El poder dinástico ejercido por los magnates de Wall Street a finales del siglo XIX y principios del XX estaba basado en la escasez de capitales. Sólo un puñado de países europeos y sus banqueros privados tenían excedentes de capital para financiar el desarrollo de ultramar. En un mundo escaso de efectivo, J. Pierpont Morgan y otros grandes de las finanzas ejercieron un poder divino sobre los ferrocarriles y los fabricantes norteamericanos porque hicieron de puente de los indispensables flujos de capitales desde Europa. Con sus sombreros de copa, sus gruesos habanos y sus modales bruscos, resultaba difícil calificar de altruistas a estos corpulentos magnates. Como a Morgan le gustaba recordar a los espíritus más sentimentales, «no estoy en Wall Street por razones de salud». No obstante, él y los de su clase prestaron a los Estados Unidos un servicio valiosísimo al garantizar a los inversores europeos que recibirían unas rentas adecuadas por sus inversiones y al asegurar un flujo ininterrumpido de capitales.

Para salvaguardar estos rendimientos, los banqueros de inversión al estilo tradicional se convirtieron en los todopoderosos jefes supremos de sus exclusivos clientes. Cuando ponían en circulación acciones de las empresas, se guardaban para ellos una buena tajada. Algunos clientes no estaban conformes con estos grilletes de oro mientras que otros estaban encantados de esta servidumbre. Como contaba ufano el dueño del ferrocarril de New Haven, cliente de Morgan, a unos periodistas, «llevo puesto el collar de Morgan, pero estoy orgulloso. Si el señor Morgan me ordenara mañana que me marchara a China o Siberia para defender sus intereses, haría las maletas y me iría». En el laberinto sin sol del Bajo Manhattan, las viejas casas de Wall Street eran templos de las finanzas en miniatura. La clase dirigente, todos ellos hombres y blancos como la leche, andaba sobrada de esnobismo e intolerancia y no se molestaba siquiera en abrir oficinas; el mensaje tácito a los peatones estaba claro: pasen de largo. De ese modo se traducía la fórmula patentada por estos bancos de servir exclusivamente a clientes solventes: naciones industrializadas, empresas de primera fila e individuos manifiestamente ricos.

En Londres, estas pequeñas sociedades eran conocidas como «casas de emisión» porque emitían acciones y bonos, pero ni comerciaban con ellas ni las colocaban. Dentro de su cultura de aversión al riesgo, J. P. Morgan y los de su camada consideraban la bolsa un lugar ligeramente vulgar que era mejor dejar en manos de los judíos y de otros grupos raciales variados que estaban al margen de la categoría superior de las casas de inversión. Semejantes prejuicios proporcionaron tiempo después a firmas predominantemente judías como Lehman Brothers y Goldman Sachs una notable ventaja competitiva. Incluso en los años 20, las firmas de más alcurnia de Wall Street se mantuvieron más o menos al margen del frenesí bolsístico.

La legislación sobre títulos financieros durante el New Deal [la nueva política económica de los Estados Unidos aplicada por Roosevelt entre 1933 y 1940], que exigía un conocimiento más exhaustivo de la contabilidad de las empresas, erosionó el poder de los caciques de Wall Street. Esta transparencia sin precedentes redujo la necesidad de muchas empresas de contar con el imprimatur de un banquero para certificar su solidez. La Ley Glass-Steagall, de 1933, que obligó a los bancos que prestaban servicios plenos a escoger entre banca de inversión y banca comercial, redujo aún más la influencia de las casas de inversión.

Tras la Segunda Guerra Mundial, cuando los mercados de capitales se recuperaron, los bancos de inversión de Wall Street siguieron siendo sociedades minúsculas con un poder desmesurado sobre la Norteamérica empresarial. Morgan Stanley exigía relaciones bancarias exclusivas con la flor y nata de las empresas norteamericanas, como AT&T, General Motors, U. S. Steel, General Electric, DuPont, IBM y Standard Oil of New Jersey. La esencia de su negocio seguía siendo la colocación tradicional de acciones y bonos. El emblema de la época eran las lápidas, aquellos anuncios rectangulares en los periódicos en los que se anunciaban ofertas de títulos con el correspondiente listado de las firmas participantes, encabezados por los mandamases de Wall Street en el tercio superior del anuncio.

La colocación de acciones alimentaba una cultura de grupo social, basada en una banca de «relaciones personales» en la que un buen swing en el golf, unas referencias de la Ivy League [las ocho universidades de mayor prestigio académico y social en los Estados Unidos], la facilidad de charlar de cosas intrascendentes alrededor de un martini y unas buenas relaciones familiares contaban más que la auténtica situación financiera. Las empresas no hacían publicidad e incluso pagaban a relaciones públicas para no salir en la prensa. Mostraban su disgusto por las adquisiciones, los movimientos accionariales y las demás actividades que tuvieran un carácter hostil porque podían amenazar su codiciado negocio como intermediarios. Por si fuera poco, imponían más reglas de etiqueta que en un baile de debutantes. Se consideraba de mal estilo fichar a un empleado de la competencia o tentar a un cliente de otra firma. A pesar de todos sus defectos, estas firmas de primera fila seguían jugando un papel crucial en la economía y sacaban a cotización acciones y bonos para que se pusieran en marcha nuevas fábricas y nuevas empresas.

El Wall Street de toda la vida empezó a morir en 1979, cuando IBM advirtió a Morgan Stanley de que quería que Salomon Brothers codirigiera una emisión de deuda por importe de mil millones de dólares. Temiéndose que su establo de clientes cautivos se alzara en rebeldía de forma parecida, los socios de Morgan insistieron en ser los únicos que colocaran la emisión. Se quedaron atónitos cuando IBM les hizo llegar como respuesta que Salomon Brothers sería el gestor principal de la emisión.

¿Cuál era la explicación de este giro inesperado? Por primera vez desde los tiempos de gloria de J. P. Morgan, los clientes empresariales tradicionales se habían vuelto más poderosos que sus banqueros. Con Europa y Japón asoladas por la Segunda Guerra Mundial, las empresas norteamericanas habían disfrutado de una supremacía incontestable en los mercados mundiales. Se habían hecho lo suficientemente grandes para financiar su expansión con los beneficios que habían obtenido y contaban con más alternativas que antes en los mercados de créditos. Muchas de ellas habían desarrollado sus propias filiales financieras con calificaciones crediticias de triple A y prácticamente no necesitaban para nada que los banqueros de Wall Street certificaran su solvencia. Firmas de intermediación como Salomon Brothers y Goldman Sachs estaban aprovechando su capacidad de cultivar relaciones con inversores institucionales poderosos, como fondos de pensiones y compañías de seguros, con lo que estaban mordiendo los beneficios de las casas de guante blanco. La colocación de capitales sufrió un deterioro y se convirtió en un negocio de escasos márgenes en cuanto los intermediarios de la bolsa enredaron a los banqueros de sangre azul en una batalla darwiniana.

La desaparición de su actividad tradicional crearía en las décadas siguientes un vacío que fue ocupado por una miríada de negocios volátiles y de mucho riesgo. El confortable mundillo de la banca de relaciones personales dejó paso al mundo brutal de la banca transaccional. La intermediación de acciones, materias primas y derivados, las adquisiciones hostiles, las compras apalancadas y la prima de corretaje por los fondos de cobertura de riesgos requerían balances siempre más detallados, lo que obligó a las casas de inversiones a transformarse en empresas enormes que cotizaban en bolsa. Aquellas firmas que en tiempos se mantenían a prudente distancia de los mercados de valores estaban ahora a merced de fuerzas que no controlaban mientras los inversores exigían cada vez beneficios más altos en medio de una competencia encarnizada, lo que llevó a los banqueros a asumir riesgos que habrían puesto los pelos de punta a sus antecesores en Wall Street.

Mientras el Wall Street de antes se mantuvo siempre fiel a sus clientes más prestigiosos, el Wall Street de ahora se había lanzado a una carrera muy poco elegante hacia lo más bajo de la escala. Las casas de inversión que en tiempos sólo trabajaban con bonos de la máxima calificación se vieron arrastradas por la fiebre de los bonos basura en los años 80. Firmas que tiempo atrás no hacían ni caso a empresas que no figuraran en la lista de las 500 más grandes de la revista Fortune acudían en tropel a Silicon Valley en los años 90, ansiosas por sacar a bolsa empresas poco fiables. Por si faltara poco, en una final reductio ad absurdum, durante la última década Wall Street se dio un auténtico atracón de títulos respaldados por hipotecas, con lo que uncía su destino al de los deudores menos solventes de los Estados Unidos. Adictos a montañas colosales de apalancamiento, los en otros tiempos árbitros de un capital escaso se habían convertido en los prestamistas menos escrupulosos.

Los grandes bancos de inversión que en tiempos canalizaban unos capitales preciosos siguen existiendo ahora en un mundo inundado de dinero, surcado de flujos de capital procedentes de todos los continentes, con unos mercados financieros de una profundidad y una liquidez como no se habían visto nunca. Una vez que la crisis actual se haya superado, los servicios de banca de inversión volverán de nuevo a florecer en el seno de conglomerados financieros diversificados. Liberados de su excesivo apalancamiento y supervisados más estrictamente por los reguladores, es posible que los banqueros de inversión lleguen incluso a redescubrir otra vez las virtudes tradicionales de las finanzas corporativas. Pequeñas firmas especializadas seguirán prestando su asesoramiento fiable, como antaño. Sin embargo, las casas de inversión de Wall Street que hemos conocido, con su glorioso pasado a cuestas, se han ganado ahora unos anuncios tipo lápida de un estilo muy diferente.

Ron Chernow es escritor y analista de The New York Times

© Mundinteractivos, S.A.

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Carta a los Magos de un niño pobre, de Casimiro García-Abadillo en El Mundo

Posted in Derechos, Economía, Política by reggio on 29 septiembre, 2008

A FONDO

Si el Presupuesto del Estado es casi siempre una expresión de voluntarismo político limitada por la realidad, en el caso de las cuentas presentadas por Solbes estamos ante la plasmación de una ilusión, acotada tan sólo por un cierto sentido del realismo del vicepresidente.

Este Presupuesto, por decirlo de una manera gráfica, es como la carta a los Reyes Magos de un niño pobre. Se pide un juego de ordenador que simula un partido de fútbol con la esperanza de recibir al menos un balón (fabricado en España, por supuesto).

Si vemos lo que ha ocurrido este año lo entenderemos fácilmente. El Presupuesto aprobado en las Cortes para 2008 preveía unos ingresos tributarios de 203.536 millones de euros. La liquidación prevista ahora para esta partida se ha rebajado a 186.141 millones. Es decir, 17.395 menos de lo esperado (¡casi tres billones de pesetas!). Eso es, casi el doble de todas las inversiones del Estado en 2007 o tres veces el coste de la deducción de 400 euros en el IRPF.

Como diría un castizo, con esos precedentes, el Presupuesto del Gobierno tiene menos valor que un duro de madera.

Solbes ha hecho un esfuerzo por conciliar lo que le pedía el cuerpo (aplicar recortes drásticos al gasto) con lo que le pedían su partido y el presidente Zapatero: ante la crisis, más gasto social.

El problema de Solbes es que seguramente no haya contentado a nadie.

El propio vicepresidente declaró el viernes, tras el Consejo de Ministros, que éstos eran los «Presupuestos más austeros en muchos años». Tiene razón. El gasto del Estado (sin contar el dinero destinado a desempleo) crece sólo el 2% (un punto y medio menos que el PIB nominal). A eso se le llama técnicamente un Presupuesto restrictivo.

No se puede sacar pecho social cuando la partida de Educación va a crecer menos que la inflación o cuando el gasto en infraestructuras (en un momento en el que el paro está disparado) va a crecer sólo ligeramente por encima de ella.

Aunque el viernes presumió de tacañón y de haberse «peleado con casi todos los ministros» por su afición a la tijera, Solbes ha tenido que tragarse varios sapos. El principal, una subida para los funcionarios del 3,8%.

A pesar de que las cuentas del Estado contemplan una irreal previsión de ingresos por IRPF (que aumentarían en un 6,7%) y una subida encubierta de impuestos (al no deflactar la tarifa, como prometió el PSOE en su programa electoral), el déficit público será del 1,5%: 17.100 millones de euros.

Con esos números va a ser muy complicado para el Gobierno lograr los apoyos parlamentarios que necesita para su aprobación en las Cortes. Donde no hay harina, todo es mohína, como dice el refrán.

Y lo peor es que las comunidades van a reclamar el cumplimiento de unas promesas que se hicieron demasiado a la ligera. «Todas las autonomías van a mejorar su financiación, no sólo Cataluña», dijo solemnemente el presidente Zapatero ¡tan sólo hace un mes!

Las autonomías, que han gastado incluso con más alegría que el Estado en estos últimos años, se encuentran ante una situación calamitosa. Sus ingresos se han desplomado (como consecuencia fundamentalmente del parón en el mercado de la vivienda) y no van a poder reclamar más dinero al Estado, sencillamente porque el Estado no lo tiene. Por tanto, el déficit y la deuda de las comunidades se van a disparar más aún que el del Estado en 2009.

Pero vayamos a la cuestión clave, al problema esencial de estas cuentas: la credibilidad.

La trayectoria reciente de este Gobierno no puede ser más decepcionante en ese sentido. Comenzamos el año con una previsión de crecimiento para 2008 del 3,3%, y vamos a terminarlo creciendo en torno al 1,5%. Zapatero está siendo prisionero de sus propias quimeras. Primero dijo que la crisis no afectaría a España; luego que sólo supondría un ligero frenazo y, finalmente, ha tenido que recurrir al malo de Bush para explicar por qué las cosas no han salido tan bien como él esperaba.

De ahí proviene principalmente la inconsistencia de este Presupuesto ¿Por qué creerle ahora?

Mientras no se aclare el panorama financiero internacional va a ser imposible estimar con cierto grado de fiabilidad cómo van a evolucionar las variables macroeconómicas.

Nadie sabe hoy con certeza cómo van a evolucionar los tipos de interés, el tipo de cambio del euro frente al dólar o los precios del petróleo. Ni siquiera podemos prever cómo van a evolucionar los mercados financieros en los próximos meses.

Este es el escenario más inestable del último cuarto de siglo (hay quien dice que es el más incierto desde la Gran Depresión del 29).

Acordémonos de lo que ocurrió en la noche del pasado jueves. Todo el mundo daba por hecho que demócratas y republicanos se pondrían de acuerdo en el plan de salvamento avalado por Bush. ¿Qué ocurrió? Pues que ni siquiera poniéndose de rodillas Henry Paulson, el todopoderoso secretario del Tesoro norteamericano, logró enternecer a los congresistas rebeldes.

Se quiera o no, el hundimiento de Wall Street tendrá enormes consecuencias para la economía mundial, incluso si el plan, finalmente aprobado en la madrugada del domingo, sale adelante.

Hay un consenso generalizado en que los mercados financieros, tal y como los conocíamos hasta ahora, ya no serán nunca igual.

En primer lugar, porque se ha producido en todo el planeta una reacción ante el excesivo poder de los amos del universo.

Hay un renacimiento del intervencionismo estatal en la economía que ha logrado adeptos de peso como Sarkozy o Merkel. Por no hablar de la gracia que le ha hecho el batacazo de la bolsa de Nueva York a gente como Chávez, Morales o Kirchner y no digamos a Medvedev o a Ahmadineyad. De China, ni hablamos.

Un cierto modelo de capitalismo, basado en la sofisticación del apalancamiento financiero, se ha venido abajo. El sistema tendrá que reinventarse a sí mismo, pero, mientas tanto, va a producirse una caída del comercio mundial. Y eso no va ayudar a la recuperación económica, sino todo lo contrario.

Ser conscientes de la gravedad de la situación es la primera condición para tratar de solucionarla. El Gobierno insiste en pedirle a la oposición que mire para otro lado, lanzando, de nuevo, insinuaciones de falta de patriotismo.

Si Zapatero quiere, de verdad, que el PP comparta los sacrificios que supone afrontar el mayor aumento del paro y la mayor destrucción de riqueza vivida en España desde la muerte de Franco, lo que no puede es pedirle a Rajoy que permanezca en silencio, sin más; que le haga el favor de no decir la verdad.

No es la primera vez que España afronta una situación difícil. Basta con repasar la extraordinaria serie de Victoria Prego, El camino de la libertad, para darse cuenta de hasta qué punto hemos estado al borde del abismo en los últimos 30 años. Este país tiene una fortaleza extraordinaria y lo ha demostrado sobradamente. Es la hora del sacrificio. Pero también la hora de mirar por encima de los intereses partidarios. Para que Rajoy se avenga a colaborar, Zapatero tiene que dar el primer paso. Ayer, con su oferta de diálogo, comenzó a darlo.

casimiro.g.abadillo@elmundo.es

© Mundinteractivos, S.A.

La crisis y los modelos de capitalismo, de Sebastián Royo en Cinco Días

Posted in Derechos, Economía, Internacional by reggio on 29 septiembre, 2008

Pese a la tendencia de los últimos años de mirar hacia la otra orilla del Atlántico para buscar soluciones a nuestros problemas económicos y para dinamizar nuestras estructuras y políticas económicas, la crisis de los mercados financieros está poniendo en entredicho las bondades del modelo de capitalismo basado en mercados desregulados.

En EE UU, un Gobierno republicano que se ha postulado doméstica e internacionalmente como un gran defensor (teórico) de la desregulación, del libre mercado y de limitar la intervención del Estado en temas económicos ha tenido que dejar de lado los planteamientos ideológicos sobre el libre mercado que han estado tan en boga desde la revolución monetarista de Ronald Reagan y Margaret Thatcher al inicio de los años ochenta, y proponer un plan de acción que puede suponer la mayor intervención estatal de la historia.

Tras años en los que el rendimiento teórico de los países anglosajones en términos de crecimiento económico, desempleo y productividad era supuestamente superior al de las economías europeas (con la notable excepción de algunos de los países nórdicos), esta crisis está marcando el final de un ciclo y mostrando al desnudo muchas de las supuestas bondades del modelo anglosajón.

El avance del euro frente al dólar en los últimos meses y la creciente penetración de los productos europeos en el mercado de EE UU (el saldo comercial favorable a la UE ha aumentado desde 32.000 millones de euros en 2000 a 80.000 millones en 2007) ya avanzaban este giro. Pese a que EE UU sigue siendo, según el World Economic Forum, la economía más competitiva del mundo, países europeos como Suiza, Suecia, Dinamarca, Alemania o Finlandia la están pisando los talones.

El debate sobre los diferentes modelos de capitalismo ha sido uno de los focos de análisis en el campo de la economía política. Uno de los marcos teóricos más aceptados es el desarrollado por los profesores Peter Hall y David Soskice, que diferencia entre las economías liberales y las coordinadas en función del tipo de coordinación entre los actores económicos. En las economías liberales, como EE UU y Reino Unido, las empresas coordinan sus actividades fundamentalmente en función de contratos formales y de mercados competitivos que estructuran sus relaciones con sus empleados, instituciones financieras y educativas. Por el contrario, en las economías coordinadas, como Alemania o los países escandinavos, las empresas dependen más de interacciones estratégicas con otros actores como los sindicatos, Gobiernos, instituciones educativas y financieras con los que tienen un nivel muy institucionalizado de cooperación. Estos autores muestran que es posible resistir las presiones de convergencia hacia el modelo anglosajón, y que se puede tener éxito en un mundo global con distintos modelos.

En España estamos ante una oportunidad única de cambiar el modelo de crecimiento y aproximarnos al modelo de las economías continentales y del norte de Europa, tal y como desarrollo en mi último libro (Varieties of Capitalism in Spain: Remaking the Spanish Economy for the New Century). Las políticamente desafortunadas declaraciones del vicepresidente Solbes postulando la bondad de la crisis si sirve para limpiar el sistema, señalan una realidad inescapable: el modelo existente no es sostenible y requiere un cambio.

Es fácil y políticamente ventajoso echar la culpa de lo que está pasando en España a la crisis de EE UU, y sin duda que ha contribuido y la ha agravado. Sin embargo un análisis objetivo de la realidad no deja mucho lugar a equívocos: nuestros problemas de bajísima productividad y limitada capacidad de innovación, los altos costes laborales por unidad producida (que han aumentado en España entre 1998 y 2007 un 12% más que en la zona euro), las grandes deficiencias del sistema educativo a casi todos los niveles, la persistente inflación y la falta de competitividad, así como la gran dependencia en el sector de la construcción, son problemas autóctonos que poco tienen que ver con lo que está pasando en EE UU y que exigen respuestas a nivel doméstico. Ese será nuestro reto en los próximos años.

Si hay algo que esta crisis ha dejado claro es que se necesitan nuevas reglas de juego si queremos conseguir una utilización más equitativa y eficiente de los recursos. En Europa hay gran preocupación por la habilidad de las economías europeas por hacer frente a estos retos y mantener sus Estados de bienestar. Es importante recordar que la Europa de 27 miembros es en la actualidad no sólo el bloque de comercio más grade del mundo, sino también la mayor economía tras la ampliación al Este, y que es aún más sólida por la fortaleza del euro.

Además, los Estados de bienestar de Europa van a ser claves para neutralizar las tensiones y desequilibrios generados por la competencia global (en EE UU hay casi 45 millones de personas sin cobertura). Las sociedades de bienestar europeas promueven la flexiseguridad: la inversión en educación y formación, así como las políticas activas de empleo, y fomentan el diálogo social que es fundamental para aumentar la productividad. Estas políticas serán muy importantes para hacer frente a los retos competitivos del futuro. Es por todo ello que si Europa es capaz de unir sus fuerzas y actuar con cohesión, puede jugar un papel clave en la formulación del nuevo orden económico global. Tras años de superioridad ideológica del modelo anglosajón tenemos ante nosotros el reto, y la oportunidad, de crear un nuevo orden económico mundial que se asemeje más a Europa.

Sebastián Royo. Decano en la Universidad de Suffolk en Boston, director de su campus en Madrid, y codirector del seminario de Estudios Ibéricos de Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard

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Las cuatro sorpresas del fin de semana, de S. McCoy en El Confidencial

Posted in Derechos, Economía by reggio on 29 septiembre, 2008

Para un curioso impenitente como servidor, este fin de semana ha sido particularmente interesante. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. No me refiero a la muerte anunciada de Bradford & Bingley o a la plasta que nos han dado con el debate «la vida sigue igual» de los candidatos presidenciales de los Estados Unidos. Ni siquiera al plúmbeo deshoje de la margarita congresual Plan Sí-Plan No en aquél país  Quía. Es mucho más primario que todo eso. De menos a más. De lo anecdótico a lo relevante, que afecta al mercado de la vivienda y a la banca privada nacional.

En primer lugar, una revelación: el recorrido por los suplementos salmón de la prensa general revela el increíble deterioro del Mercados de El Mundo, con las salvedades que aquí recogemos, totalmente fuera de tema este fin de semana, que no sólo no se acerca ni de lejos a la calidad del contenido de El País sino que pierde fuelle, incluso, ante el recién estrenado Empresas de ABC donde destacan dos elementos muy interesantes. Un artículo de Alvaro Vargas Llosa, Socialismo Gringo, cuyo link no he localizado en el diario de Vocento por lo que lo traigo de fuera, que encierra una frase memorable que la reciente intervención pública en Estados Unidos, que el autor califica de garrafalmente equivocada, ha hecho aún más valiosa: “el sistema de libre mercado no es sino un referéndum constante sobre las empresa privadas, algunas de las cuales son aprobadas por el mercado y otras no”. A ver si alguno lo aprende de una vez. Y con una brillante descripción, impagable por lo sintética, de lo que ha ocurrido en los últimos años en España, aunque no se refiera específicamente a nuestra nación: “cuando en un país se pierde la conexión entre consumo y producción, ahorro y gasto, esfuerzo y recompensa, la hora de la verdad llega tarde o temprano, sea cual sea su riqueza”. ¿Qué les parece? Pedazo de todo en uno. Servidor ha escrito tanto sobre el particular que prefiere no ser más redundante de lo que ya es, que ya es decir.

Dos, la constatación. En pieza parte, un revelador cuadro del precio de los CDS o coste de cobertura por impago de la deuda senior a cinco años de las principales entidades financieras tanto españolas como extranjeras. Un documento imprescindible, que ya adelantó El Confidencial hace dos semanas, que ofrece un análisis muy interesante a los efectos del riesgo percibido por el mercado para cada institución. Se trata de datos absolutos, que es como se mide, no diferenciales respecto a un indicador de referencia como el Euribor. Tomen nota. La ordenación es propia. BBVA 1.05%, Santander 1.10%, La Caixa 3.00%, Caja Madrid 2.90% igual que el Sabadell, Popular y Bankinter que se queda en el 2.85%, CAM 4.85% y Bancaja 6.5%. ¿Despistados? No me extraña. Pongámonos en situación saliendo fuera de nuestras fronteras.. BNP estaría, según los datos de ABC, en el 0.75%. Le seguirían el HSBC con coste de 0.91%, Deutsche Bank 1.18%, el 1.33% y el 1.48% de JP Morgan y Bank of América respectivamente, los dos bancos norteamericanos rescatadores por antonomasia, Barclays estaría en el 1.65%, RBOS en 1.83% y, más o menos, alrededor del 2.30% UBS y Citigroup, que aún así quedarían lejos del 4,5% de Goldman o el 6% de Morgan Stanley. Que cada cual saque sus propias conclusiones sin olvidar que, el mercado, ineficiente como es, no deja de mantener su soberanía. Para mal o para peor.

Tercero, un verso suelto socialista. Lo encontramos en el propio Mercados de El Mundo. No sé si a ustedes les chocaría tanto como a mí pero ¡qué manera de enmendar la plana a la Ministra de la Vivienda, Beatriz Corredor, por parte del ahora diputado raso y experto conciliador, Jordi Sevilla! Tras otra de esas frases memorables, no exentas de razón (“tenemos que estudiar un plan para España que sea algo más que poner España a plan, es decir, a régimen severo de adelgazamiento”, bonita propuesta de partida que implícitamente reconoce el ajuste de la demanda interna como casi inevitable), un sorprendente refrendo sin condiciones, sólo limitado por el horizonte temporal de doce meses que él mismo fija, a las medidas que propugna el Partido Popular para reactivar la demanda de vivienda. A saber: ampliación de la deducción por compra de primera vivienda al 25% “para rentas medias y bajas”, restablecimiento de una deducción para la compra de segunda vivienda “con límites” (¿no se trataba de no hacer socialismo para ricos?) e incremento de las cuantías deducibles anualmente. Sevilla for President. Qué barbaridad. Eso sí que es ecumenismo político. Espero que después de esto Zapatero le invite a su prometido encuentro con Rajoy, si quiere escuchar algo que no sea a sí mismo y a su cohorte de aduladores/as.

Cuarto y último. Morbo irresistible. El de leer a Luis de Guindos escribiendo sobre el banco que le ha puesto de patitas en la calle, Lehman Brothers. Este fin de semana, además, con un back to the basics que casi da vergüenza recordarlo pero que él expresa de forma sencilla y adecuada, crítica abierta a la actuación de los bancos centrales: “el tipo de interés es una variable real, que en última instancia refleja el esquema de preferencias temporales de los individuos; esto es, la remuneración que demandan por renunciar al consumo presente y ahorrar para hacerlo en el futuro. Esta remuneración debe ser, por definición, positiva y, por tanto, los tipos de interés reales vigentes -una vez descontada la inflación- también. Dicho nivel es conocido como la tasa de interés natural, y si el vigente es inferior por un período largo de tiempo, como consecuencia de una política monetaria muy laxa, entonces se producen una serie de distorsiones”. A los efectos que De Guindos señala, aumento del endeudamiento, burbuja en el valor de los activos e incorrecta percepción del riesgo, se une uno adicional que está en el centro de la crisis que en la relación entre banca privada y clientela se ha producido en los últimos meses.

En esencia: es precisamente la combinación de esos tres factores el que se encuentra detrás de la muerte de la diversificación de carteras y del concepto de frontera eficiente, entendida como aquellas combinaciones de activos reales o financieros que determinan un par óptimo en términos de rentabilidad riesgo. En efecto, los parámetros a través de los cuales se obtenían los inputs para la elaboración del modelo estaban viciados. Y ahora han estallado por los aires dejando los bonitos gráficos de muchos gestores a los pies de los caballos. No sólo fallaba el intervalo temporal contemplado, en la mayoría de las ocasiones demasiado reducido, sino que se incorporaban retornos excesivos de activos alternativos, que sólo el volumen y el bajo precio del apalancamiento podían justificar, y se introducían como buenos parámetros de incertidumbre que correspondían a la mayor serie histórica de baja volatilidad de los mercados modernos. Un cúmulo de imprudencias que sirvió para construir castillos en el aire que ahora se lleva el viento, junto con los fondos de los clientes, hacia las deseadas costas de los depósitos financieros. Es verdad que vivimos tiempos extremos. Cierto. Pero no es menos palmario que, de siempre, mientras que los desequilibrios se corrigen, las burbujas estallan. Plof. Y nadie podrá decir que, de ésta, al menos por lo que a servidor corresponde, no estaban avisados. Buena semana a todos.

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Rescates para los ricos, macarrones, queso y salchichas para el resto, de Michael Hudson en Gara

Posted in Derechos, Economía, Internacional, Política by reggio on 29 septiembre, 2008

No podía ser más adecuada la metáfora: no sólo la dieta de la era de la Depresión; también el hecho de que el «queso» Kraft sea una falsificación La gente que conoce los ingredientes de las salchichas o de las ODC raramente las compra. Pero se ha ganado muchísimo dinero con ellas. Y ahora el gobierno de los Estados Unidos las bendice

El rescate de AIG, a fin de permitir que los comerciantes de derivados financieros y otros tahúres recojan los frutos de sus apuestas por computadora, es asunto de tal magnitud que precisaré de otro artículo para describirlo. Ello es que, entretanto, las cosas han evolucionado de una forma tan maravillosamente apropiada -casi poética, como metáfora-, que no puede dejarse pasar sin comentario. La Dow Jones Company anunció el pasado 18 de septiembre que, a partir del 22 de septiembre de 2008, la empresa de alimentaria Kraft Foods vendría a reemplazar a la debilitada AIG en el índice Dow de promedio de valores industriales. Esta compañía produce productos industriales como Cheez’it, Cheez Whiz y las salchichas Oscar Meyer, pero es más conocida por los macarrones y queso rallado empaquetados que Sam Kraft introdujo en plena Depresión, en el año 1937, y que llegaron a ser todo lo que podía conseguirse cuando, durante la II Guerra Mundial, estaban racionados la leche y otros productos cotidianos. Mucha gente se verá en la necesidad de aumentar su consumo de esos alimentos -junto a la hamburguesa Helper, de la misma compañía-, a medida que vaya recibiendo el impacto de la lluvia radioactiva de esta semana de transición del capitalismo industrial al capitalismo de los fondos hedge.

No podía ser más adecuada la metáfora: no sólo la dieta de la era de la Depresión; también el hecho de que el «queso» Kraft sea una falsificación. Tan reales como las garantías con que los «seguros» de AIG cubrían los impagados, Velveeta y otros «quesos» similares se fabrican con concentrado de proteína de leche (MPC, por sus siglas en inglés). De acuerdo con la definición del Agribusiness Examiner, el MPC es «una mezcla de ingredientes de vaquería secos que contiene entre un 42% y un 90% de caseína (proteína pura de vaquería) y se produce mediante un ultrafiltrado de leche desnatada que retiene cualquier cosa que tenga el tamaño de una proteína, o mayor (bacteria, célula somática), para luego secarlo y formar un polvo». «Aunque no se fabrican en los EEUU, los MPC se añaden a las tinas de queso para lograr un producto final más barato, con el consiguiente `ahorro’ para el productor».

Los productos resultantes no se consideran leche por parte de la agencia federal de alimentos y fármacos (FDA, por sus siglas en inglés). Y eso obliga a Kraft a llamar «Cheez» (y no Cheese, queso) a muchos de sus productos, obligada por las leyes de «veracidad en el etiquetado». La intención es inequívoca: muchos de los niños a los que se dirige la publicidad de Kraft pensarán que se trata de un diminutivo gracioso empleado por la compañía, confundiendo así la química con gusto de queso que vende la compañía con auténtico queso de granja. Así como buena parte de los productos de Kraft están pensados para el consumo infantil, así también tres cuartas partes de los seguros de AIG que garantizaban derivados financieros por billones de dólares de comercio realizado con computadora estaban destinados a las crédulas instituciones financieras europeas.

Confirmando el viejo apotegma de Thomas Gresham, según el cual «la moneda mala desplaza a la buena», Kraft ha terminado por hacerse con no menos del 57% del mercado estadounidense de «queso». Y lo que, en la esfera del capital financiero, ha logrado el comercio computerizado de derivados asegurado por AIG es detraer las inversiones de fondos de ahorros y de crédito bancario de la inversión tangible para desviarla hacia algo apenas expresable en palabras, y que no es ni capital tangible, ni siquiera capital financiero, sino apuestas y straddles u opciones de estrategia bursátil sobre operaciones de compraventa cruzada de valores.

Kraft también fabrica productos cárnicos empaquetados Oscar Mayer, sobre todo fráncfurts y otras salchichas, un modelo emulado en las inversiones del sector bancario con su empaquetamiento de hipotecas (las tóxicas ODC, u obligaciones de deuda colateralizada), que es el equivalente financiero de los aditivos y agregados no nutritivos. La gente que conoce los ingredientes de las salchichas o de las ODC raramente las compra. Pero se ha ganado muchísimo dinero con ellas. Y ahora el gobierno de los Estados Unidos las bendice. No hay un plan de asistencia sanitaria pública para los norteamericanos que se ven reducidos a la dieta del Kraft Cheez, pero ahora hay un plan de asistencia sanitaria financiera pública para los mercachifles que se han atragantado comerciando con derivados financieros por valor 450 mil millones de dólares impagables y supuestamente asegurados por AIG.

Moraleja: salud y rescate para los ricos, y los demás, a consumir queso, macarrones y salchichas.

© www.sinpermiso.info

Michael Hudson. Economista.(Traducción de Ricardo Timón)

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Para arreglar la economía de EEUU, no necesitamos un rescate que salve a los ricos, sino uno que los espabile, de Sam Pizzigati en SinPermiso

Posted in Derechos, Economía, Internacional, Política by reggio on 29 septiembre, 2008

«Lo que estamos presenciando,» anunciaba la semana pasada el Washington Post en su portada, «puede ser la mayor destrucción de riqueza financiera que jamás haya visto el mundo».

El actual derrumbe de Wall Street está ocasionando todo tipo de comparaciones históricas desalentadoras. Pero muy pocos analistas parecen haberse percatado de otra coincidencia histórica igualmente fascinante: esta «gran destrucción» de riqueza a la que estamos asistiendo hoy sigue a tres décadas de un proceso de concentración de riqueza sin igual, años que han visto a los más ricos de EEUU doblar la parte que se llevan de la riqueza nacional.

¿Sería posible que estos dos fenómenos estuviesen, de alguna forma, relacionados? Y si es así, un rescate financiero de Wall Street que ignore que la distribución de ingresos en América se concentra en las clases altas ¿puede realmente restaurar la seguridad económica del estadounidense medio?

Esta semana, por los corredores del Congreso, los activistas más progresistas van a trabajar para ampliar el debate sobre el rescate que el descomunal colapso de Wall Street ha convertido en una urgencia. Van a presionar a los legisladores para que vayan a por los de arriba. Cuentan con que van a encontrarse con una audiencia mucho más receptiva de lo que se podían haber imaginado hace sólo unas semanas.

La asombrosa rapidez y la magnitud del derrumbe de Wall Street ha dejado a muchos observadores convencidos de que las siempre crecientes remuneraciones de la plana mayor de EEUU se han convertido en una contribución importante de todo aquello que nos afecta económicamente.

Incluso los economistas de tendencia conservadora se lamentan de las consecuencias de lo que ha sido una retribución demasiado generosa para quienes están en la cima de la industria financiera. Como escribía la semana pasada el economista Robert Samuelson, enormes «recompensas inmediatas» para la crema de Wall Street, «les cegó ante los peligros a largo plazo» inherentes a los tremendos riesgos que estaban corriendo – con el dinero de otros.

Pero décadas de concentración de riqueza han tenido consecuencias que se adentran más y más en las raíces de la actual crisis de Wall Street. Dicha concentración sirvió para espolear en EEUU la burbuja inmobiliaria que acaba de estallar. En las zonas próximas al metro a lo largo de todos los EEUU, los precios de las casas crecieron mucho más rápido en aquellas áreas donde los ingresos y la riqueza se habían acumulado más intensamente.

Las burbujas de activos como la oleada especulativa del mercado inmobiliario aparecen de forma natural en sociedades extremadamente desiguales. La desigualdad siempre ha desatado dinámicas que hacen de la especulación algo inevitable. Allí donde la riqueza se escurre hacia los de arriba, el ciudadano medio tiene menos que gastar. Los ricos, en cambio, tienen menos razones para depositar su riqueza en inversiones  productivas de la economía «real», sencillamente porqué las personas normales no pueden permitirse comprar lo que sea que esa inversión vaya a producir.

Pero los grandes y ricos magnates tienen que hacer algo con sus dólares. Después de todo, no les quedaría otra alternativa que consumirlo personalmente. Así pues, ¿qué ocurre con los dólares que los ricos no pueden gastarse y no pueden invertir productivamente? Pues los ricos los meten en actividades especulativas.

Claro que la concentración de riqueza en la parte alta de la distribución de la renta no sólo proporciona a los ricos aún más riqueza. Obtienen también más poder, más peso e influencia en la esfera política. Durante las últimas décadas, los ricos estadounidenses han traducido ese poder en bombardeos electorales y presiones a las instituciones que han desvirtuado la regulación gubernamental a favor de los consumidores o de los propietarios de una vivienda.

Los emisores de hipotecas estadounidenses, liberados del control regulador, pudieron equivocadamente ofrecen préstamos subprime (de baja calidad, N. del T.) a altos tipos de interés a millones de familias estadounidenses. Esas familias, por su parte, poco más podían hacer que firmar en la línea de puntos. En unos EEUU profundamente desiguales, con los trabajadores llevándose a casa una históricamente pequeña parte de la renta nacional, muy pocas familias estaban en condiciones de cumplir los requisitos para una hipoteca normal.

En resumen, fue la desigualdad la que cocinó el actual desmorone de Wall Street. Cualquier intento serio de acabar con esta situación – y prevenir otras similares – debe reconocer el papel jugado por la desigualdad.

Los analistas progresistas y los activistas han empezado a acribillar el Capitol Hill con este mensaje. Están poniendo sobre la mesa una amplia gama de propuestas diseñadas para hacer de cualquier paquete de rescate legislativo un trampolín para lograr un EEUU más igualitario.

Para empezar, indica el director de Essential Action Robert Weissman, los estadounidenses necesitan estar alerta ante llamadas demasiado genéricas a llevar a cabo «reformas» e insistir en propuestas concretas que, por ejemplo, vayan a «imponer restricciones a las remuneraciones máximas de altos cargos y ejecutivos».

¿Qué forma pueden tomar dichas restricciones? El economista progresista Dean Baker, codirector del Center for Economic and Policy Research en Washington, D.C., pide «un límite absoluto de 2 millones de dólares como remuneración total para cualquier ejecutivo de cualquier empresa», cifra después de impuestos.

«Restringir las remuneraciones en Wall Street será increíblemente importante para revertir el modelo de generación de desigualdades que se ha desarrollado durante las últimas tres décadas», comenta Baker, quién destaca que «los arreglos para remuneraciones exorbitantes en Wall Street» han «distorsionado la estructura de pagos de toda la economía».

El Institute for Policy Studies, un think tank de activistas también de Washington, propone requerir a las empresas que deseen beneficiarse del rescate que no paguen a sus altos ejecutivos más de 25 veces lo que estén recibiendo sus trabajadores peor pagados. «Las acciones del Gobierno deberían dar prioridad para proteger a la gente de a pie y a la economía productiva real», señala Chuck Collins, director del Program on Inequality and the Common Good del Instituto, «y no premiar aún más a los super ricos y a los sectores especulativos de la economía».

En definitiva, añade Collins, los legisladores deberían poner en marcha un recargo a los impuestos pagados por las rentas más altas de América. «Los 50.000 hogares con ingresos anuales por encima de los 5 millones de dólares», señala, «son los mayores beneficiarios de los 25 años de desregulación de Wall Street».

¿Quiénes van a ser los mayores beneficiarios de la economía durante los próximos 25 años? Las decisiones sobre el rescate financiero que el Congreso va a tomar esta semana van a jugar un papel clave para conocer la respuesta.

Sam Pizzigati es investigador del Institute for Policy Studies en la John Hopkins University, Baltimore, EEUU.

Traducción para www.sinpermiso.info: Xavier Fontcuberta i Estrada

Toomuchonline.org , 22 de septiembre de 2008

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McCain, Obama, Wall Street, de Juan Gelman en Página 12

Posted in Derechos, Economía, Internacional, Política by reggio on 29 septiembre, 2008

Mientras W. Bush ejerce el muy socialista intervencionismo de Estado para salvar a los gigantes de las finanzas estadounidenses, no sólo Wall Street tiembla: quizá también el republicano McCain y el demócrata Obama, candidatos a la presidencia de EE.UU. ¿Quién y cómo les seguirá aportando fondos precisamente ahora, a poco más de tres semanas de las elecciones? No es una pregunta ociosa. Por ejemplo y entre otras cosas: el responsable de la campaña presidencial del republicano cobra 15.000 dólares por mes como presunto asesor de la firma Freddie Mac, una de las que originaron el caos.

Gran parte de los bancos y los despachos de Wall Street al borde de la quiebra, que el presidente estadounidense propone socorrer, ha financiado con abundancia las precampañas de ambos. Una investigación del Centro de Políticas Responsables (CFRP, por sus siglas en inglés), prestigiosa institución independiente que escudriña la influencia del dinero en las elecciones y las políticas norteamericanas, revela que los bancos comerciales y de inversión, las compañías de seguros, las inmobiliarias, grandes firmas de abogados y círculos financieros vienen sosteniendo tanto al republicano como al demócrata con no pequeñas sumas. Esto no es nuevo en el país del Norte: se estima que los dos partidos han recibido de esas fuentes más de 1600 millones de dólares desde 1997.

Los sectores inmobiliario y financiero, entre otros, le arrimaron –hasta ahora– al menos 30 millones de dólares a McCain. El CFRP no pudo determinar con exactitud el monto de lo que Obama recibió porque el equipo de su campaña se negó a responder las preguntas del Centro, pero éste pudo determinar que le acercaron más de 13 millones, a los que se sumaron 9,5 millones procedentes de la banca inversora, despachos de abogados y otros (www.opensecrets.org, 19-9-08). Desinteresadamente, por supuesto.

Los dos candidatos claman ahora contra Wall Street por la crisis –que sacude a EE.UU. en medio de una guerra que dura ya 5 años y del constante aumento de los precios en el mercado interno– y reclaman medidas regulatorias para ordenar las maravillas del libre mercado. Cabe dudar de su sinceridad. La banca inversora donó 9,9 millones de dólares a Obama y 6,9 millones a McCain; los bancos comerciales, 2,1 millones y 1,9 millones respectivamente. Algo es algo. Lehman Brothers, Goldman Sachs y otras compañías que contemplan el abismo son las que más han contribuido a la campaña de Obama. Merrill Lynch, Goldman Sachs y Citigroup, a la de McCain (phoenix.biz journals.com, 16-9-08).

Regular el mercado parece una misión imposible. Las elites empresariales estadounidenses –y no sólo– han logrado que la desregulación impere y el capital especulativo domine. Demócratas y republicanos comparten responsabilidades políticas en la materia: en 1999, el Congreso derogó la ley Glass-Steagall, de 1933, que separaba la banca comercial de la banca de inversión y de algún modo protegía a los depositantes de la especulación y de las inversiones de riesgo. Fue el resultado de un trabajo de cabildeo que duró dos décadas. La revocación de esa ley fue aprobada de manera aplastante: 90 contra 8 en el Senado, 343 contra 86 en la Cámara de Representantes. De los 45 senadores demócratas, 38 votaron a favor; de los 207 representantes del mismo partido, sólo 69 en contra. Es confusa la línea divisoria entre los unos y los otros. Si realmente existe.

El Congreso demócrata/republicano aprueba con pocas modificaciones, si alguna, las continuas demandas presupuestarias de la Casa Blanca, que insiste en su misión de “democratizar al mundo” empezando por Irak y Afganistán. El Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, y la catedrática Linda Bilmes han calculado en febrero de este año que el costo directo de esas guerras –sin tomar en cuenta la atención de salud de los veteranos–- decuplican el de la primera Guerra del Golfo, triplican casi el de la guerra de Vietnam y duplican el de la Primera Guerra Mundial (www.timesonline.co.uk, 23-2-08). El gasto por cada efectivo en la Segunda Guerra Mundial fue inferior a 100.000 dólares de 2007. En Irak es superior a los 400.000 y la factura total sería de 3000 millones de millones a fines de este año. Es imposible imaginar los kilómetros de altura que tendría esa cantidad apilada en billetes de 100 dólares.

El “sueño americano” de convertir a EE.UU. en gendarme del mundo, so capa de la llamada “guerra antiterrorista”, tiene pies de barro. La pregunta es qué curso tomarán las cosas en EE.UU. ¿La Casa Blanca insistirá con la estrategia de la fuga hacia adelante y abrirá otros frentes de guerra, en Irán tal vez? Irak y Afganistán no lo aconsejan. Claro que, decía Alejandro Dumas, un consejo sólo sirve para no tomarlo en cuenta.

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Nuevo orden geopolítico mundial: fin del Acto Primero, de Immanuel Wallerstein en La Jornada

Posted in Derechos, Economía, Internacional, Política by reggio on 29 septiembre, 2008

Sería un error subestimar la importancia del acuerdo que el 9 de septiembre tomaron Nicolas Sarkozy de Francia, en su capacidad de actual presidente de la Unión Europea (UE), y Dimitri Medvedev, presidente de Rusia. Es un acuerdo que marca el fin definitivo del Acto Primero del nuevo orden geopolítico mundial.

¿Qué se decidió? Los rusos accedieron a retirar todas sus tropas de lo que se conocen como “áreas centrales de Georgia”, o “Georgia, propiamente”, es decir, las partes de Georgia que los rusos reconocen como Georgia. Estas tropas están siendo remplazadas por 200 monitores de la UE, y es algo que se emprende con base en las garantías ofrecidas por la UE de que no habrá ningún uso de fuerza contra Osetia del Sur y Abjazia.

El asunto del reconocimiento ruso a la independencia de Osetia del Sur y Abjazia se ha dejado abierto por completo. Sarkozy y el ministro de Relaciones Exteriores de la UE, Javier Solana, “esperan” que en el futuro Rusia permita que los monitores de la UE entren en estas áreas. El ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, dijo que no hacen tal promesa y que “todo arreglo de supervisión futura requerirá de la ratificación de los gobiernos de Osetia del Sur y Abjazia”. Lavrov dijo que las tropas rusas se mantendrían en ambas áreas “en el futuro previsible”. Y aunque el secretario del Consejo de Seguridad Nacional de Georgia, Alexander Lomaia, aplaudió las claras fechas límites para la retirada rusa de la Georgia “propiamente dicha”, anotó que era “mala noticia que [el acuerdo] no se refiriera a la integridad territorial [de Georgia]”.

Este acuerdo fue alcanzado por Europa y Rusia, y Estados Unidos no jugó ningún papel diplomático en lo absoluto. Medvedev acusó a Estados Unidos de haber dado su bendición a la acción original georgiana de invadir Osetia del Sur. Dijo que, por el contrario, los europeos son “nuestros socios naturales, nuestros socios clave”.

El presidente de Georgia recibió mucho aliento de John McCain, y el vicepresidente Cheney voló ahí para decir que Estados Unidos daría mil millones de dólares en asistencia para la reconstrucción de Georgia. Pero el secretario de Defensa, Robert Gates, al explicar por qué esta ayuda no incluía asistencia militar y por qué no habría sanciones económicas contra Rusia, dijo: “si actuamos muy precipitadamente, podemos ser nosotros quienes quedemos aislados”.

Así que, ¿cuál es el fondo del asunto? Rusia consiguió en Georgia más o menos lo que quiso. Su reconocimiento “irrevocable” de Osetia del Sur y Abjazia es algo que tal vez pueda canjear en el futuro por un viraje básico en las relaciones de Georgia con Rusia. Si no, no. El hecho es que Europa cree que necesita reconciliarse con Rusia y ha descartado reanudar lo que los chinos llaman “la guerra civil europea”.

Estados Unidos se percata de que no tiene cartas reales con qué jugar. Entre tanto, en Medio Oriente sus aliados más cercanos lo rechazan públicamente. En Irak, el primer ministro Maliki se ha vuelto un negociador muy rudo en torno a la continuada presencia de las tropas estadunidenses, y no es imposible que, si Estados Unidos no hace más concesiones importantes, los acuerdos actuales que terminan el 31 de diciembre simplemente se agoten.

En Afganistán, el presidente Karzai está tan exasperado con las misiones de bombardeo de las tropas especiales estadunidenses que ha exigido “una revisión de la presencia de tropas estadunidenses y de la OTAN en el país”, en lo que CBS News llama un “discurso de palabras ásperas”. La provocación inmediata fue un ataque aéreo en Azizabad que el ejército estadunidense alega que dejó pocas bajas y que estaba dirigido contra los talibanes. Los afganos insisten en que no había talibanes ahí y que un gran número de civiles fue asesinado. Cuando los funcionarios de Naciones Unidas y otros dieron credibilidad a la versión afgana, el general estadunidense de mayor rango en Afganistán, David McKiernan, se retractó de la posición estadunidense e hizo un llamado a que se emprendiera una investigación estadunidense de alto nivel, a cargo de un general venido de Estados Unidos.

Y en Pakistán, el presidente Bush autorizó la persecución álgida de los talibanes de Afganistán a Pakistán, contraviniendo la advertencia del Consejo Nacional de Inteligencia de que esto conllevaría “un alto riesgo de desestabilizar más al gobierno y al ejército paquistaníes”. La incursión consiguió lo que el New York Times llama “una declaración inusualmente fuerte” del jefe del ejército paquistaní, el general Asfaq Kayani, quien dijo que sus fuerzas defenderían la soberanía paquistaní “a toda costa”. Dado que el gobierno estadunidense ha considerado al general Kayani como su fuerte simpatizante en Pakistán, esto no es exactamente lo que Estados Unidos quería escuchar.

Así que, ignorado en Georgia, y atacado por sus aliados más cercanos en Irak, Afganistán y Pakistán, Estados Unidos se encuentra algo descontento por cómo entra en las realidades del mundo posterior a la guerra fría, en el cual tiene que jugar con reglas nuevas que le resultan muy poco de su agrado.

Entre tanto, como nota al margen, irónica y no carente de importancia, el 10 de septiembre se celebró en Ginebra un importante desarrollo de la física de partículas, cuando el laboratorio de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (conocido como CERN, por sus siglas en francés) logró un avance científico importantísimo después de 14 años de trabajo y un gasto de 8 mil millones de dólares. Fue un momento tan importante en la ciencia mundial que sus contrapartes estadunidenses en el Fermilab de Batavia, Illinois, abrieron botellas de champaña a las 4:38 de la mañana para celebrar. Sin embargo, Pier Oddone, el director del Fermilab, admitió que era un “momento agridulce”. Hasta 1993, Estados Unidos era la autoridad en la física de partículas. Ese año, el Congreso estadunidense, inundado de confianza en sí mismo por haber “ganado” la guerra fría, consideraba que resultaba muy costoso construir el tipo de supercolisionador necesario para este avance de la física de partículas –ahora que geopolíticamente era ya algo innecesario. Los europeos tomaron una decisión muy diferente y Estados Unidos se halla ahora en un segundo lugar aquí también.

Llamo a esto el fin del Acto Primero porque ha sellado la realidad de una arena geopolítica verdaderamente multilateral. Por supuesto, hay otros actos por venir. Y cualquier amante del teatro sabe que el Acto Primero meramente establece quiénes son los actores. Es en el Acto Segundo donde vemos lo que ocurre realmente. Y luego ocurre el Acto Tercero con el desenlace.

© Immanuel Wallerstein

Traducción: Ramón Vera Herrera.

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