Reggio’s Weblog

El payaso se despide del mundo, de Gregorio Morán en La Vanguardia

Posted in Historia, Internacional, Política by reggio on 27 septiembre, 2008

SABATINAS INTEMPESTIVAS

La intervención del presidente George Bush ante las Naciones Unidas es un acontecimiento que no puede pasar desapercibido. Ya sé que al tratarse de una Asamblea General, a la que asisten prácticamente todos los jefes de Gobierno o de Estado a echar su discurso, cada país tiende a resaltar el de su líder, que para eso tiene los medios suficientes. Con lo oído y leído hasta ahora se puede asegurar que cada cual ha dicho lo que se esperaba de él, porque esas reuniones de las Naciones Unidas están pensadas como un expositor de ideas virtuales. Si el principio de todo dirigente político pasa por tener un alto concepto de sí mismo, al menos mientras está en el poder, no es difícil sacar la conclusión de que se tiene a sí mismo por un portento. ¿Y qué mejor ocasión para asombrar al mundo que aprovechar esa oportunidad que brinda la ONU?

Pero el caso de George Bush resulta diferente por muchas razones. Bastaría citar dos evidentes y fundamentales. Es su última intervención en una asamblea general y por tanto su despedida ante el mundo. Y el mundo del que se despide no es el mismo; hay un antes y un después de George Bush. Cómo fue posible que este majadero, convicto y confeso, llegara a presidente de Estados Unidos será con toda seguridad uno de los temas estrella de los historiadores norteamericanos. Por supuesto que habrá quien le defienda hasta llegar a esa expresión, tan apropiada en el lenguaje de lo políticamente correcto: no fue tan mal presidente como se cree, tuvo sus cosas positivas. No conozco ningún líder, por más tirano e inútil que haya sido, que no tenga en su haber un puñado de historiadores o periodistas que le hayan encontrado lindezas inolvidables. Bastaría referirnos a nuestra historia. Si hubiera que buscar una figura del pasado en la que parece que todos coinciden es en aquel bribón zafio conocido como Fernando VII. Pues bien, les recuerdo a los que no están al tanto de estas cosas que hay una colección de memorias y monografías dedicadas a ensalzar la figura de aquel rey felón.

Hasta este gesto final de despedirse del mundo en las Naciones Unidas tiene mucho de sarcástico, y hasta de cómico, porque el presidente Bush actuó desde el primer momento no sólo al margen de la ONU, sino incluso poniéndole todas las dificultades y trabas, con el ánimo de hacerla explotar. ¿No se acuerdan de aquellos artículos de nuestros egregios comentaristas despreciando a la ONU por obsoleta y por no responder a las exigencias del momento, esas exigencias que representaban los tres mentirosos de la foto de marras, vísperas de la invasión de Iraq? ¿Y Bolton? ¿Ya se han olvidado de aquel individuo con bigote a quien Bush nombró su representante en la ONU y que empezó a desempeñar su función tras afirmar que lo mejor que se podía hacer con la ONU era disolverla, o al menos sacarla de Estados Unidos porque les resultaba cara y engorrosa?

Y ahora fíjense lo que son las cosas, ahí le tienen hecho un campeón de la defensa de la Carta Fundacional de la ONU, incluso teniendo el descaro de reprochar a Rusia haber violado la Carta por invadir Georgia; posiblemente la única invasión militar justificada de la historia de Rusia, que las hizo a puñados. Y lo dice él que lo ha violado todo, empezando por la razón y la vergüenza. Es una pena que los diarios españoles, al menos los que leo yo, no hayan recogido la enumeración de «revoluciones» poéticas de Bush, en su despedida del mundo: la «revolución de las rosas» en Georgia, la «revolución naranja» en Ucrania, la «revolución de los cedros» en Líbano y la «revolución de los tulipanes» en Kirguistán. Hay que tener mucho cuajo para decir cosas así y luego citar los avances democráticos en Afganistán e Iraq, y pedir que cese la violencia de Sudán en Darfur. A mí, como a muchos, nos parecen magníficas las rosas georgianas, las naranjas ucranianas, los escasos cedros que quedan en Líbano, y los tulipanes de Kirguistán, y hasta no acabamos de entender la violencia de los musulmanes sudaneses sobre los cristianos en Darfur, pero eso en boca de Bush me parece un ejercicio desmesurado de cinismo. Reprocharle al Irán de los ayatolás su poco respeto por las resoluciones de la ONU cuando Israel, apoyado por Estados Unidos, se ha pasado por el forro las innumerables resoluciones de las Naciones Unidas desde 1967, es un principio de la llamada ley del embudo.

«Ayudemos a que la democracia prevalezca», ha dicho en su despedida George Bush. Sólo contemplar sus años de presidencia, a vuelo de pájaro, sin entrar en muchos detalles, fue desde el primer momento una limitación a la democracia. Bastaría el doloso enjuague con el que consiguió la victoria en las urnas, con la complicidad de su hermano y la colaboración de los grandes medios de comunicación y esas magníficas entidades de crédito e inversión que ahora nos van a costar un ojo de la cara. Los presidentes débiles e incompetentes son siempre un gran negocio para los expertos en grandes negocios. Es un lugar común decir que los presidentes de EE. UU. no gobiernan, que sólo son los títeres de los poderes reales y de los expertos. Boberías. Por muy idiota que sea un presidente, y es difícil superar la cota de George Bush jr., siempre tiene en sus manos el poder. La última palabra y la última firma han de ser las suyas. Las teorías históricas de la conspiración, por muy reales que parezcan, exigen siempre la prueba del algodón de la verosimilitud. Y esa pátina de verosimilitud es la que otorga el gobernante.

El presidente que consideró la lucha contra el terrorismo islámico su tarea primordial se despide del mundo habiendo multiplicado, él solito primero, y con ayudas varias después, ese mismo terrorismo que decía combatir. Y ahora estamos metidos en una dinámica criminal, donde entre terroristas y antiterroristas han constituido una empresa globalizada de difícil desaparición. Y es que hay tanta gente que vive, se enriquece y hasta diseña los futuros, que es prácticamente imposible salirse de esa dinámica. Cuando se haga un balance con perspectivas del George Bush hijo en la presidencia de Estados Unidos, ¿se dirá que luchó contra el terrorismo islámico o que fue el mayor generador de terrorismo islámico del siglo XXI?

Es verdad que los momentos difíciles suelen coincidir con los estadistas más incompetentes. ¿A quién se le ocurrió invadir Afganistán en la búsqueda de un personaje, Bin Laden, que aún no han encontrado? Pero ahí estamos. Y ahí estamos nosotros, los españoles y las Naciones Unidas, en un laberinto sin sentido, donde resulta imposible imaginar nada que pueda ser peor aún de lo que está sucediendo. Me limito a lo que acaba de decir Helmut Schmidt, el veterano estadista alemán, nada sospechoso de otra cosa que no sea talento y mala leche: «No tenemos nada que hacer en un país donde nunca entendimos nada». Afganistán ayudó a quebrar el imperio británico, ayudó a quebrar la Unión Soviética y ahora ayuda a quebrar Estados Unidos. Un pueblo con mayoría de cabreros y drogatas, no nos engañemos, derrotando a los imperios de Occidente. Y por si fuera poco, la aventura de Iraq. El pozo sin fondo donde se enterrará la economía norteamericana arrastrando a todo el que pille de camino.

De toda la intervención de ese gran payaso de Occidente, subido al magno estrado del Parlamento del Mundo, yo retengo un detalle memorable. Antes de empezar Bush sus palabras sobre el terrorismo y la democracia, hubo de esperar a que le concediera la palabra el presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que no era otro que Miguel d´Escoto, actual representante de Nicaragua ante la ONU. Este cura sandinista ejerció como ministro de Asuntos Exteriores de Nicaragua durante diez años, y exactamente en 1983 fue objeto de un atentado terrorista, obra de la CIA norteamericana, que estuvo a punto de costarle la vida.

Tagged with:

La crisis (1), de Manuel Castells en La Vanguardia

Posted in Economía, Política by reggio on 27 septiembre, 2008

Vivimos la crisis más profunda de la economía mundial desde 1929. Es una crisis financiera relacionada con una crisis del mercado inmobiliario.

Tiene su epicentro en EE. UU. pero se difunde mundialmente mediante la interdependencia de los mercados financieros globales. Sus raíces están en la desregulación de las instituciones financieras que fue acelerándose desde 1987. Surgió un nuevo sistema financiero que aprovechó las tecnologías de información y comunicación y la liberalización económica para innovar sus productos y generar una expansión sin precedentes de los mercados de capital. Se afanó en transformar cualquier valor, actual o potencial, en activos financieros, rentabilizando tanto el tiempo (mercados de futuros) como la incertidumbre (mercados de opciones) y procediendo a la titularización financiera (securitization)de cualquier tipo de bienes y servicios, activos y pasivos financieros y de las propias transacciones financieras.

Así, uno de los mecanismos más perniciosos en la crisis actual es la compraventa de valores a corto plazo, una práctica especulativa en la que se opera sin cobertura alguna de capital (naked short shelling).Un ejemplo de desregulación financiera son los fondos de cobertura (hedge funds)que escapan a cualquier control y administran inversiones de grandes capitales en operaciones de alto riesgo. Son sobre todo compañías de seguros y fondos de pensiones quienes invierten en estos fondos frecuentemente localizados en paraísos fiscales. Pero el cambio más profundo es la generalización de los derivados financieros, productos sintéticos que integran distintos tipos de activos de distintos orígenes y se mezclan en un producto nuevo cuya cotización depende de múltiples factores distribuidos globalmente. La complejidad de estos productos hace imposible su identificación, por lo cual desaparece la transparencia financiera, base de una contabilidad rigurosa capaz de informar a los inversores.

En algunos productos se mezclan valores sólidos con lo que en la jerga bancaria española se llaman chicharros o valores basura. En último término, el ahorro mundial (el suyo también) está en manos de gestores financieros apenas regulados que operan en la oscuridad contable mediante mecanismos cada vez más desligados de la economía y de la auditoría. Cierto que en una época de alto crecimiento de la productividad hace una década el dinamismo de los mercados financieros permitió una expansión económica global que creó empleo y demanda, incorporando a la economía mundial a grandes economías emergentes y ampliando la base del capitalismo.

Así, entre 1950 y 1980 por cada dólar generado por el crecimiento económico en la OCDE, se crearon 1,5 dólares de crédito. En el 2007 la proporción era de de 1 a 4,5. Pero el precio pagado por ese aumento de liquidez para empresas y hogares ha sido el endeudamiento masivo y la inseguridad financiera. La titularización financiera representó el 70% del aumento de los mercados de deuda entre el 2000 y el 2007.

Era un ejercicio de alto riesgo. Y se rompió por el punto más débil: la burbuja inmobiliaria.

Cuando la gente tiene algo de dinero (o lo puede conseguir fácilmente) piensa primero en comprar una casa.

Y como las financieras hacen tanto más dinero cuanto más dinero venden relajaron los controles de sus hipotecas aprovechando su libertad. Así surgieron las hipotecas basura (subprime)que se hicieron impagables para cientos de miles de familias que arriesgaron más de lo que podían. Como el mercado inmobiliario se hundió, el valor de las casas que los bancos usaban como garantía de préstamos no pudo compensar las pérdidas, poniendo en peligro las instituciones detentoras de hipotecas. En EE. UU., Fannie Mae y Freddie Mac, los bancos hipotecarios con garantía federal, no pudieron absorber la deuda con sus propios fondos y tuvieron que ser nacionalizados. Además esos activos inmobiliarios devaluados servían de garantía para los valores de fondos de inversión que vieron rebajada su cotización. Los inversores, con razón temerosos de la seguridad de su dinero, lo desviaron hacia bonos del Tesoro garantizados a plazo fijo o al oro y otros activos típicos de tiempos inciertos. Lo cual sustrajo una enorme masa de capital a los bancos de inversión que ya estaban inmersos en una vorágine de inversiones no garantizadas mediante fondos que ni ellos mismos sabían de dónde salían o dónde estaban.

Y es que el conjunto del sistema estaba basado en el principio de hacer girar la inversión cada vez más deprisa, expandiendo el mercado a base de inyectar dinero y recogiendo los frutos de esa expansión a través de la transformación inmediata de beneficios y ahorros en activos financieros. A partir del momento en que se genera incertidumbre se quiebra la base del sistema financiero. Y cuanto más alto volaba un banco más dura fue la caída, por la dimensión de su descubierto. Así han ido cayendo los cinco grandes bancos de inversión del mundo (todos estadounidenses) y aunque algunos, como Goldman Sachs, han sido rescatados por el Gobierno y los inversores, sólo sobreviven como bancos de depósito. Se acabó pues, aunque el proceso aún está en curso, la gran banca de inversión que había caracterizado la globalización financiera de nuestro tiempo. La falta de regulación permitió también a las aseguradoras, empezando por el gigante mundial AIG, especular con los fondos de sus asegurados, llegando al borde de la bancarrota cuando su capital propio sólo cubrió una pequeña parte de sus obligaciones. Si ni siquiera se puede estar seguro de los que aseguran, la desconfianza se generaliza. Por eso el Gobierno estadounidense refinanció AIG porque su caída hubiera tenido consecuencias trágicas.

Pero la tragedia sigue acechando. Porque si la incertidumbre continúa, nadie invierte y nadie presta. Y sin dinero, las empresas reducen actividad, aumenta el paro, cae la demanda y la espiral recesiva se convierte en torbellino destructor de economía y vidas. De eso hablan en Washington, mientras algunos intentan irse de rositas de lo que provocaron y otros medran con los despojos. Continuará.

Tagged with:

El penitente, de Lucía Méndez en El Mundo

Posted in Economía, Política by reggio on 27 septiembre, 2008

ASUNTOS INTERNOS

Ultimamente no pasa una semana sin que algún acontecimiento prediga el fin del mundo. Se deshiela un iceberg y ya está de camino el calentamiento global que derretirá la Tierra. Se pone en funcionamiento una máquina llamada Gran Acelerador -que casi nadie sabe para qué sirve- y los profetas ven llegar un agujero negro que nos engullirá. Los tsunamis y terremotos son el preludio de la gran hecatombe. La carestía del petróleo augura el Apocalipsis… Nada, sin embargo, comparable con la crisis de Wall Street que, según nos dicen, significa el fin del mundo capitalista. Aunque sea uno muy descreído acerca de las profecías apocalípticas, hay que reconocer que la imagen del Secretario del Tesoro de Bush arrodillándose delante de Nancy Pelosi en el salón Roosevelt de la Casa Blanca puede acercarse bastante al concepto de Juicio Final en el Valle de Josafat. Henry Paulson, el dueño de la divisa más poderosa del mundo, rogando humildemente a una mujer su intercesión ante los demócratas. «No sabía que era usted tan católico», le dijo la presidenta de la Cámara de Representantes con sentido del humor.

Muy desesperado tenía que estar Paulson para pasar de poderoso Secretario del Tesoro a modesto penitente y además delante de todo el mundo. Viene a ser -a escala- como si el vicepresidente Pedro Solbes -hombre que no se inmutaría ni ante la llegada del fin del mundo- se arrodillase en los pasillos del Congreso ante la portavoz del PP, Soraya Sáez de Santamaría, pidiendo árnica para sus Presupuestos.

Es dudoso que el secretario del Tesoro tenga tiempo para leer la prensa norteamericana en estos días. Pero si la leyera, se pondría aún más nervioso y tal vez tuvieran que quitarle los somníferos del armario del cuarto de baño. El columnista del Washington Post Charles Krauthammer ha escrito que la ira del pueblo norteamericano no se calmará hasta que los ejecutivos responsables de la hecatombe sean detenidos, encadenados y paseados por Manhattan camino de una prisión de alta seguridad.

Se da la circunstancia de que antes de dedicarse a la política, Henry Paulson fue presidente de Goldman Sachs, un banco de inversión al borde de la quiebra que se ha salvado, quién sabe si gracias a su antiguo ejecutivo. El nazareno de la Casa Blanca recibió 67 millones de dólares en bonos de la compañía. Se calcula que la fortuna acumulada como ejecutivo en Goldman Sachs asciende a 700 millones de dólares. Paulson tiene el perfil de la venganza que exigen muchos norteamericanos a cambio de inyectar dinero público en las ruinas de Wall Street. Lo cual no le ha impedido decir, muy suelto, que «el pueblo está indignado con las compen-saciones que reciben los ejecutivos, y con razón».

Muchas veces nos quejamos de la clase política española. Pero qué quieren que les diga. Entre Henry Paulson y Pedro Solbes, me quedo con éste último sin dudarlo. Incluso con Emilio Botín, si me apuran un poco.

© Mundinteractivos, S.A.

Tagged with:

El anonimato, de Manuel Hidalgo en El Mundo

Posted in Derechos by reggio on 27 septiembre, 2008

SABATICA SABATINA

Del gigantesco vertedero de Internet se puede decir mucho. Algo me preocupa especialmente: el potencial configurador del anonimato. A propósito de blogs, foros y chats, y antes de entrar en el contenido de lo que se dice, destaca, por su propiedad de crear actitudes -y también discursos-, el generalizado carácter anónimo de quien lo dice.

En una adecuada construcción de la personalidad -individual, cívica, moral-, siempre se ha considerado que dar la cara, atenerse a las consecuencias, asumir la relación entre los propios actos y sus efectos, no esconder la mano caso de tirar la piedra, estar en condiciones de responder de los posicionamientos y acciones personales y etcétera, eran condiciones de la respon-sabilidad, regla atenuante de las posibles asperezas de la convivencia, ingrediente del necesario coraje y sustrato ético elemental de lo que quiera que vaya a hacerse o decirse.

Internet es el reino del anonimato. Entrar, mirar, hablar y salir puede hacerse bajo la máscara, el pasamontañas y el embozo de quien no muestra su identidad y, por tanto, de quien se atrinchera en la doble cualidad de impune e inmune, cualidad exenta de calidad porque desconoce y evita asumir el yo que se expresa y las responsabilidades y resultados de esa expresión.

Por primera vez en la Historia disponemos de un instrumento que, mucho más allá de los libelos y de los anónimos, está permitiendo hablar desde uno mismo, pero desplazando a lo borroso e indiscernible la identidad de quien habla. Enturbiando, por retroalimentación, ese uno mismo.

Habla uno -con nombre y apellidos-, pero se expresa -lejos de su valor y responsabilidad- otro agazapado en él. Con frecuencia, ese otro es el cobarde que no osaría manifestarse como se manifiesta si pudiera ser identificado.

El anonimato de internet genera, desde luego, que muchas expresiones tengan la característica del anónimo, del insulto, la agresión o la amenaza sin firma identificable. Lo que por ahí aparece, desde luego, es un desolador panorama de vileza, falta de valentía, rencor, ignorancia, ociosidad, resentimiento y malestar con uno mismo y con la vida que produce escalofríos. Y, ahora sí, acabo de entrar un poco en lo que se dice.

Pero, siendo esto mucho, lo que internet está propiciando es una profunda esquizofrenia. Está configurando una disociación. Está permitiendo la proliferación masiva de individuos escindidos entre Jekyll y Hyde. Jekyll, en su actuación cotidiana, se atiene, por convicción o por la disuasión de las normas, a un comportamiento transparente -que incluye, por supuesto, cierta represión- y Hyde se permite decir/hacer cuanto quiere sin calibrar.

Lo grave no es que Hyde actúe irresponsablemente, lo grave es, y vuelvo a las primeras líneas, que Internet está permitiendo la misma creación de Hyde, de la mentalidad de Hyde. ¿Qué hace Hyde cuando, en el día a día de su vida, no tiene más remedio que comportarse como Jekyll? Comenzar a enfermar.

© Mundinteractivos, S.A.

Tagged with:

Bombero, no. Fabra, de Enrique Cerdán Tato en El País de la Comunidad Valenciana

Posted in Política by reggio on 27 septiembre, 2008

Un día Ovidi Montllor me confesó que de niño quería ser o viajante de comercio o camionero o maquinista de tren. Casi todos los niños de por entonces elegían un oficio trashumante, un oficio que los alejara de la cachiporra y del hambre y de la soledad, y los llevara a ver mundo. Pero luego resultó que el mundo de la representación de bisutería o conservas, del transporte por carretera o del ferrocarril de vapor tampoco les ofrecía un paisaje muy diferente del que dejaban atrás. Con una democracia de guiños y parches, muchos niños, de mayores, querían ser bomberos no tanto por el riesgo y el catastrofismo espectacular de algunas películas, sino por los almanaques en pelotas de las plantillas más jóvenes, que ponían a las mujeres cachondas y les manoseaban desde las cachas a los bíceps de cartulina, sin perderse un pelo, mientras cambiaban las sábanas de la fantasía, por su acaso. Bombero o corredor por relevos o futbolista, para forrarse lo suyo o cuando menos, para ligar a base de calendario con los atributos bien ventilados. Pero con la democracia ya atocinada y con remaches y remiendos en inglés los niños descubrieron que los músculos y el culo se descuelgan pronto, y se pidieron, para cuando fueran hombres, una plaza de político, pero de político provechoso, de los que saben hacer casas y mover los hilos que se deben mover y guardar los dineros donde no haya dios ni policía científica que los encuentre, políticos de esos que reciben elogios y hasta incienso de algunos de nuestros más ilustres personajes, y como tantos otros de esa variopinta fauna, se pegan los fondillos del pantalón, con cola de carpintero y fervor de procurador de las cortes franquistas, al escaño o al sillón, para ofrecerle quinquenios a la patria y a la nómina.

Bombero, no, papá, de mayor quiero ser Fabra. Carlos Fabra es, además de presidente del PP y de la Diputación provincial de Castellón, un tipo mediático, que se le escapó de la agenda a Mario Puzo, y al que la justicia no consigue meterle mano, por presuntos delitos fiscales. Recientemente, la policía judicial investiga no sólo sus cuentas, sino la de sus familiares. Fabra ni se inmuta, ni se amilana, con el minucioso rastreo, aunque parece algo incómodo. «Caliente, caliente… Cuidado, no se me vayan a quemar»… Sabe el dirigente popular que a su lado tiene, como avalista, al presidente de la Generalidad Valenciana, aunque el niño que de mayor quiere ser Fabra, se imagina toda una trama más trepidante con la camorra napolitana. Cuando un niño toma como modelo a un imputado al que el señor Rajoy, aspirante a la presidencia del gobierno de España, ha calificado públicamente de ejemplar, a la profunda crisis económica que sufrimos, le acompaña una no menos sensible y profunda crisis de valores morales. Si cuantos están imputados hubieran posado para uno de esos almanaques tan celebrados de bomberos o futbolistas, en la desnudez de sus carnes y de sus enredos hubiéramos apreciado, no el vigor de un brazo ni el impulso de un cuerpo, sino el mapa de una presunta corrupción, con los paraísos donde han ido a parar los dineros de tantas trampas y especulaciones… Por eso, de mayor, quiero ser niño.

Tagged with:

Toda la basura, de Manuel Rivas en El País

Posted in Economía, Política by reggio on 27 septiembre, 2008

Ya tenemos una segunda versión de la historia del señor de la basura. En la primera, la de los hermanos Marx, Zeppo decía: «Papá, ha llegado el hombre de la basura». Y Groucho contestaba: «Dile que hoy no queremos». Era también una época de crisis y está considerada como una de las ocurrencias que más ha hecho reír en la historia humorística de Estados Unidos. Al parecer, esta crisis es distinta y el humor ha cambiado. El hombre de la basura llama a la puerta de la Casa Blanca y el principal inquilino pregunta por el precio. «Así, a ojo, 700.000 millones de dólares y un centavo», tantea el hombre de la basura. Bush responde: «¡Nos la quedamos toda!». La diferencia entre la versión marxista y la actual es que la primera era un diálogo y la presente, un monólogo. El hombre de la basura y el presidente son la misma persona. Un economista respetable, Paul Krugman, resume el proceso con sarcasmo: «Lo impensable se ha vuelto inevitable». Como con el fútbol, la diferencia entre quién sabe y no sabe de economía parece haberse reducido al tamaño de una uña. Entiendo por respetable quien haya estado haciéndose preguntas sobre el coste de la guerra y la verdadera naturaleza de estas cumbres codiciosas. Hay un nervio que une las cadenas de Guantánamo y el tintineo excitado de Wall Street: una época de estado de inmoralidad permanente. El presunto plan salvador, en las antípodas del new deal, no parece otra cosa que llevar este videojuego hasta el final. Lo deduce con precisión otro investigador respetable, Michael Hudson. ¿Qué se pretende? Socializar las pérdidas. Desplazar la carga fiscal hacia el trabajo. Y entrampar a Obama, añado. Mientras tanto, nuestros tanques del pensamiento se ensañan con el optimismo táctico de Zapatero y jalean a McCain, el doble de Bush, que no sabe ni dónde está España. ¡Viva el hombre de la basura!

Tagged with:

Administración y productividad, de José Barea en Cinco Días

Posted in Economía, Política by reggio on 27 septiembre, 2008

De la crisis en la que está inmersa la economía española sólo se saldrá si aumentamos la productividad, que haría posible incrementar nuestras exportaciones a otros países, que sustituyeran a la fuerte caída de la demanda interna que estamos padeciendo, con el doloroso efecto sobre el paro. Sin embargo nadie se ha preocupado de lo que hay que hacer para aumentar la productividad del principal agente económico de la nación: la Administración pública, que maneja casi el 40% del PIB de nuestra economía. A ello va dedicado este artículo.

La modernización de la Administración debe ir dirigida a incrementar la eficiencia en la producción de los servicios colectivos. Las dos líneas de pensamiento que hoy se debaten para conseguir dicha eficiencia, y por tanto incrementar la productividad, son: un nuevo modelo de Administración pública y la introducción de criterios de mercado en su funcionamiento.

Una nueva organización y un nuevo sistema de dirección de la producción son los pilares sobre los que hay que asentar la modernización de la Administración (El problema de la eficiencia del sector público en España, J. Barea y A. Gómez Ciria. IEE 1994). La organización que se propone se asienta en un principio básico: la separación absoluta entre los órganos encargados de la elaboración de las políticas públicas -departamentos ministeriales a nivel central, consejerías a nivel de comunidades autónomas y concejalías a nivel de ayuntamientos- y los centros encargados de producir los servicios colectivos.

El número de los órganos públicos, y por tanto de los funcionarios que los rellenan, ha ido creciendo con el tiempo. Sin ir más lejos, este año, con una fuerte crisis económica, se han aumentado de manera espectacular, tanto el número de ministerios como de secretarías de Estado, sin explicación alguna que lo justificara. La separación a que nos hemos referido es coherente con la distinción entre los dos tipos de funciones que realizan las Administraciones: la normativa de gobierno y la de gerenciar la producción.

El proceso de elaboración de las políticas públicas debería terminar con una evaluación ex ante de la política en cuestión, tanto desde el punto de vista de la eficiencia como de la equidad. En el Estado, dicha evaluación debe ser realizada conjuntamente por el órgano que tendrá a su cargo la elaboración y la Agencia de Evaluación de Políticas Públicas, y debería ser adjuntado al proyecto de ley que se remita a las Cortes. En el Congreso debería crearse un Servicio de Evaluación de Políticas Públicas que tendría a su cargo el informe sobre dichas políticas, que se entregaría tanto a los diputados como a los senadores. En el campo de la producción de servicios colectivos, la Administración debe actuar de forma gerencial, maximizando el excedente entre inputs y outputs, como lo hace un centro privado que puede producir, como en el caso de la sanidad y de la educación, el mismo servicio que el centro público.

Y si el proceso productivo de los centros privados está sujeto al Derecho privado, cuando la Administración realiza dicho proceso en sus centros (hospitales, universidades, escuelas), la regulación jurídica debe ser la misma: el Derecho privado. Sujetarla al Derecho administrativo es hacer ineficientes a los centros públicos que producen servicios colectivos.

En cuanto a la introducción de criterios de mercado en la producción de servicios públicos, se ha desarrollado un debate alrededor de las ventajas y los inconvenientes de privatización de la producción de determinados servicios, aunque la financiación continúa siendo pública. Todas las experiencias realizadas de privatización de la producción han finalizado con importante reducción de costes, manteniendo o mejorando el nivel de calidad de los servicios. La creación de mercados mixtos competitivos entre el sector público y el sector privado funciona con éxito en varios países que los han implantado.

Los centros de responsabilidad, que serían los encargados de producir los servicios colectivos, constituyen la verdadera armazón de la organización que se propone para hacer eficiente la Administración pública. No son las direcciones generales ni los organismos autónomos, sino cada hospital, cada instituto de enseñanza media, etcétera, es decir, cada centro que produce un servicio no de mercado. Estos centros de responsabilidad deberían funcionar como verdaderas empresas que producen servicios colectivos, combinando factores de la producción.

La organización como instrumento de eficiencia debe adquirir en la Administración pública un papel tan destacado como en la empresa privada. En la Administración pública, la teoría de la organización prácticamente puede considerarse inexistente. Es inconcebible que la empresa más grande del país, que produce miles de tipos diferentes de servicios, en miles y miles de centros productivos extendidos por todo el país, no se haya preocupado de su organización.

En cuanto a la gestión, la fijación de objetivos constituye el punto clave de todo el proceso de planificación, programación y presupuestación. La ejecución de los presupuestos de los centros de responsabilidad, ejecutores de las políticas públicas, corresponderá a los mismos, en virtud de la autonomía de gestión que deben tener dichos centros. La delegación de facultades ha de ir acompañada de un cambio de mentalidad de los directivos de los centros de responsabilidad. El jefe debe actuar como un verdadero gerente, su preocupación se desplazará hacia los resultados de la gestión: objetivos, costes y calidad de los servicios. Su mentalidad será empresarial, distinta de la burocrática y formalista imperante hoy en la Administración pública, trasladando su preocupación del proceso al producto.

La Agencia de Evaluación de Políticas Públicas debería analizar cada año dos o tres políticas que se estén efectuando, para ver si cumplen los objetivos que justificaron su aprobación y si se realizan con eficacia, eficiencia y equidad. El informe sería público, para que los ciudadanos, que son los que las financian, conozcan cómo se aplican sus impuestos, enviándose, una vez conocido por el Gobierno, a las Cortes y al Tribunal de Cuentas. Este último debería constituir una sección para el análisis de las citadas evaluaciones de las políticas públicas; el informe que emita se enviará a todos los consejeros. Si del informe de la Agencia de Evaluación se desprende que la política pública no tiene ya razón de ser, el Gobierno debería acordar dar por finalizada la misma, evitando así los frecuentes comentarios de que si difícil es entrar en el presupuesto, más difícil aún es la expulsión del mismo.

José Barea. Catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid.

Tagged with:

La crisis no tiene freno, de S. McCoy en El Confidencial

Posted in Economía, Política by reggio on 27 septiembre, 2008

Cuidadín, cuidadín porque la cosa pinta, no fea, sino muy fea. Horripilante, diría yo. Se está produciendo un salto cualitativo de enorme trascendencia para la resolución de la crisis: la desconfianza de unos bancos con los otros se está trasladando peligrosamente a la ciudadanía. Y ésta sí que tiene capacidad de dar la puntilla al sistema financiero en su conjunto. El despotismo ilustrado (todo para el pueblo pero sin el pueblo) que había presidido la actividad bancaria hasta hace bien poco (con una pléyade de clientes sosteniendo, ante la mirada complaciente del monarca regulatorio, los sustanciosos privilegios salariales de unos pocos) puede quebrarse, si no está roto ya, fruto de una silenciosa rebelión popular. Ha quedado comprobado. Basta con un drenaje de liquidez como el que ha llevado a la quiebra a Washington Mutual en los Estados Unidos. Crónica de una muerte anunciada. O el que está provocando un fenómeno, probablemente injustificado, de desequilibrio en el balance de una institución tan consolidada como la belga Fortis a la que, aparentemente, abandonan los clientes procedentes de ABN. El problema es que, al fin y a la postre, da igual la certeza o no de la causa última que provoca estos movimientos. Como ya escribiéramos en su día en este Valor Añadido, la Teoría de la Profecía tiene fuerza suficiente como para convertir el falso rumor en verdad final por la vía de los hechos. De esa naturaleza es el monstruo que hemos creado en los últimos años. Un animal incontrolado que amenaza con socavar, miren lo que les digo, los cimientos de nuestra sociedad.

¿Cómo se ha podido llegar a una situación como ésta? Hay multitud de factores pero quizá se pueda resumir en una lacónica sentencia: se trata, en este caso, del triunfo de la experiencia sobre la esperanza. Desde el principio de la situación actual, hace ya más de un año, han abundado las voces que trataban de minimizar su dimensión y relativizar sus consecuencias. Muchas de ellas procedentes de actores que eran, algunos todavía son, arte y parte en este negociado de la economía financiera: supervisores, agencias de rating y los propios bancos de inversión. Sin embargo, la realidad es tozuda y ha terminado por imponerse. Más allá de la aprobación final o no del plan establecido por las autoridades norteamericanas, la certeza última comienza a ser que cualquier intervención es una gota en el océano de las disfunciones que la crisis actual está provocando en el sistema y que amenaza con poner el riesgo el propio balance de la Reserva Federal y, en última instancia, algo incuestionable hasta hace bien poco: la solvencia y la hegemonía de los Estados Unidos de Norteamérica. Hoy es el día en que McDonalds tiene menor coste de cobertura de impago que la deuda soberana de aquél país: 24,5 puntos básicos contra 30. Cosas de la globalización.

Obviamente, se trata de una percepción que, aunque generada a lo largo de todo este tiempo, ha necesitado de catalizadores inmediatos. Más allá de la insolvencia de WaMu, son varios los factores que han alimentado el desconcierto y la prudencia entre los inversores en los últimos siete días. Uno. El mercado de la vivienda al otro lado del Atlántico sigue cuesta abajo y sin frenos. No sólo ha aumentado el inventario de viviendas disponibles sino que se ha encarecido la financiación hasta situarse, el tipo hipotecario a 30 años, por encima del 6%. Un factor de estabilización imprescindible para la solución de la crisis continúa su deterioro y, con él, el de los activos financieros vinculados. Exacto, esos que quiere adquirir el gobierno. Dos. El interbancario sigue seco y su tipo en máximos de 10 años. No sólo eso. El mercado del papel comercial, como alternativa, agoniza: no hay volumen ni emisiones. Las inyecciones de liquidez de los bancos centrales se han vuelto en su contra. Las entidades no se prestan las unas a las otras y prefieren acudir a los resortes públicos en cantidades récord. Estos han superado su papel de prestamistas de último recurso para convertirse prácticamente la única vía de financiación de algunas entidades. No hay dinero y el poco que circula es muy caro. Y sin dinero, no hay negocio bancario. Ergo…

Tres. Clave a mi juicio para entender la incipiente fuga de capitales es el cambio de paradigma que, para la mentalidad del inversor más conservador, ha supuesto el que uno de los fondos monetarios señeros estadounidenses arrojara pérdidas como consecuencia de la quiebra de Lehman Brothers. It broke the buck, en terminología anglosajona. Un hecho histórico, sin precedentes, que provocó un éxodo masivo de dinero de este tipo de vehículos y que está detrás, a mi juicio, de que se acelerara la elaboración de un esquema de intervención por parte de las autoridades norteamericanas. De ahí la ausencia de detalles que ahora condicionan su aprobación.

Cuatro. Autores que han clavado lo que estaba por venir desde bastante antes de su inicio, y que han ido marcando con precisión las etapas por las que transcurriría la crisis, se muestran especialmente críticos con las iniciativas del Tesoro y la Reserva Federal y continúan con su mensaje catastrofista, más o menos fundado. Especial impacto tuvo el artículo de Nouriel Roubini el martes pasado en Financial Times, en el que advierte de que, en el proceso de desmantelamiento del sistema bancario en la sombra que se está produciendo de forma acelerada, los hedge funds y al capital riesgo serán las siguientes fichas del dominó en caer.

Quinto y último. Dejo para el final lo que, en mi modesta opinión, es uno de los errores políticos más relevantes de las últimas décadas, equívoco que refuerza mi idea de que en el tratamiento de esta crisis son los pirómanos los que visten con elegancia el disfraz de bomberos, que Dios nos pille confesados. Su autor, -alguno dirá, como no podía ser de otra manera-, George W. Bush. Imagínese al americano medio, relajado en casa y esperando el anunciado mensaje, se supone que tranquilizador, que no está el horno para bollos, de su presidente. Rodeado de la familia, esperanzado y con la mente puesta en el In God We Trust que preside el umbral de su casa. Podemos. Siempre hemos podido. Y de repente, el Apocalipsis. Si no se aprueban las medidas propuestas en las Cámaras, dice su máximo dirigente, la noche, el caos, el terror o, lo que es lo mismo, «toda la economía en peligro» y «el pánico financiero». ¿Qué cree usted que haría John Smith a continuación, arritmias cardíacas aparte? Pues probablemente lo que han hecho muchos estadounidenses hoy al ver que, la única alternativa cierta de salvación de sus ahorros según su presidente, quedaba en stand by: tomar el dinero de la cuenta corriente y llevarlo al calor del colchón. No sé como este ejercicio de imprudencia de tamaño familiar ha podido ser acogido con tal grado de indiferencia por la mayoría de los analistas, la verdad.

Termino. Estamos, por tanto, en un momento crítico de la coyuntura actual en el que puede quedar tocado el mecanismo de transferencia de fondos desde el ahorro a la inversión, ahondando en el colapso del sistema. La Teoría de la Profecía que enunciábamos al principio de este artículo exige, de cada uno de los actores protagonistas en este drama -gobierno, supervisor, entidades y clientela-, un ejercicio de transparencia, realismo y responsabilidad. Como en todos los fenómenos de cambio, y éste sin duda lo es, son muchas las voces interesadas en generar rumores infundados en su propio beneficio o que buscan dar cumplida venganza a querellas innombrables. Sean juiciosos y no atiendan a cantos de sirena que pueden hacer encallar su nave en las rocas del pánico y el comportamiento irracional. Es momento de ser maduros, tomar decisiones de forma objetiva en la defensa de los propios intereses y del bien común y no actuar, de forma precipitada y poco fundada, como voceros del miedo. La propia estabilidad del sistema es lo que está en juego. Y poniéndola en riesgo les garantizo que somos todos los que salimos perdiendo. No les quepa la menor duda.

Tagged with:

La misión global de Europa, de George Soros en Project Syndicate (2006)

Posted in Economía, Internacional, Política by reggio on 27 septiembre, 2008

Europa está en busca de su identidad. Creo que es fácil de encontrar: la Unión Europea encarna el principio de una sociedad abierta, que podría servir como fuerza para una sociedad abierta global.

Permítanme explicar a qué me refiero.

El primero en utilizar el concepto de una sociedad abierta fue el filósofo francés Henri Bergson en su libro Las dos fuentes de la moral y la religión . Una fuente, según Bergson, es tribal y conduce a una sociedad cerrada cuyos miembros sienten afinidad entre sí, pero temor u hostilidad hacia los demás. La otra fuente es universal, y lleva a una sociedad abierta guiada por los derechos humanos universales que protege y promueve la libertad del individuo.

Karl Popper modificó este esquema en su libro seminal La sociedad abierta y sus enemigos , publicado en 1944. Popper señalaba que las ideologías abstractas y universales como el comunismo y el fascismo pueden poner en peligro a una sociedad abierta. Como la pretensión de estas ideologías de poseer la verdad absoluta está destinada a ser falsa, sólo se las puede imponer a una sociedad mediante la represión y la compulsión. En cambio, una sociedad abierta acepta la incertidumbre y establece leyes e instituciones que le permiten a la gente con opiniones e intereses divergentes convivir en paz.

La UE encarna los principios de una sociedad abierta hasta un punto verdaderamente notable. Si bien sus principios guía no quedaron plasmados en una constitución, hasta esto puede ser apropiado en el caso de una sociedad abierta porque, como sostenía Popper, nuestra comprensión imperfecta no permite definiciones permanentes y eternamente válidas de los acuerdos sociales.

La UE nació mediante un proceso de ingeniería social gradual –el método que Popper consideraba apropiado para una sociedad abierta-, dirigido por una elite perspicaz y con fines determinados que reconocía que la perfección es inalcanzable. Procedió paso a paso, estableciendo objetivos limitados con cronogramas limitados y sabiendo perfectamente bien que cada paso resultaría inadecuado y exigiría un paso más.

El enfoque del paso a paso se frenó con la derrota de la Constitución Europea. La UE ha quedado en una posición insostenible, con una membresía ampliada de 27 Estados y una estructura reguladora diseñada para seis. Se erosionó la voluntad política de lograr que el proceso siguiera avanzando. Se desvaneció el recuerdo de las guerras pasadas y desapareció la amenaza planteada por la Unión Soviética. Los sentimientos nacionalistas, xenófobos y antimusulmanes están en aumento, agravados por la imposibilidad de integrar a las comunidades de inmigrantes.

Desafortunadamente, el desorden dentro de la UE es parte de una agitación global más amplia. Estados Unidos solía ser la potencia dominante y marcaba la agenda para el mundo. Pero la guerra contra el terrorismo del presidente George W. Bush socavó los principios básicos de la democracia norteamericana al expandir los poderes ejecutivos. Socavó el proceso crítico que está en el corazón de una sociedad abierta al considerar antipatriota cualquier crítica de las políticas de la administración, permitiendo así a Bush ordenar la invasión de Irak.

Peor aún, la guerra contra el terrorismo fue contraproducente. Aumentó la amenaza terrorista al crear víctimas inocentes y, a la vez, derivó en una caída precipitada del poder y la influencia norteamericanos. En consecuencia, Estados Unidos ya no está en posición de marcar la agenda del mundo.

La UE definitivamente no puede ocupar el lugar de Estados Unidos como líder del mundo. Pero sí puede marcar el ejemplo, tanto dentro de sus fronteras como más allá. La perspectiva de ser miembro de la UE ha sido la herramienta más poderosa para convertir a los países candidatos en sociedades abiertas. Si bien la mayoría de sus ciudadanos no lo perciben así, la UE funciona como un ejemplo inspirador. Todo lo que se necesita ahora es que el pueblo de Europa se sienta inspirado por la idea de la UE como el prototipo de una sociedad abierta global.

Lo que esto significa en principio se puede definir de manera concisa: la UE necesita una política exterior común. Esta es la única parte de la constitución europea que debe rescatarse con premura.

Mientras tanto, no debería permitirse que la falta de una reforma institucional sirva como excusa para la inacción.

La UE ya cuenta con amplios recursos como para tener impacto en la escena mundial:

* la mitad de la asistencia mundial para el desarrollo en el exterior;
* el mayor mercado único en el mundo;
* 45.000 diplomáticos;
* casi 100.000 guardianes de la paz que trabajan en todos los continentes;
* y la perspectiva de utilizar el comercio, la ayuda y la membresía como catalizadores para alentar a los Estados vecinos a convertirse en sociedades abiertas.

Cuando Europa haya adoptado una política común –como respecto de Irán-, habrá logrado persuadir a otros, entre ellos Estados Unidos, de cambiar sus posturas de larga data. Pero con demasiada frecuencia la UE no está a la altura de su potencial.

Por ejemplo, Europa hizo pocos progresos a la hora de formular una política energética común. Como resultado, cada vez depende más de Rusia, país que no dudó en explotar su posición de negociación. De la misma manera, la UE no logró brindarle el apoyo adecuado a Georgia, o imponer sanciones apropiadas a Uzbekistán por la masacre de Andiján el año pasado. Por otra parte, la Política Europea de Vecindad nunca cobró impulso, mientras que el trato que la UE le dio a Turquía está empujando a un aliado importante en la dirección equivocada.

También se están gestando problemas en algunos de los países miembro recientemente admitidos, como Hungría y Polonia, donde la UE podría ejercer un papel más activo en cuanto a la promoción de la estabilidad política.

De más está decir que una política exterior común no debería ser antinorteamericana. Una postura de este tipo sería contraproducente, porque reforzaría la división de la comunidad internacional que inició la administración Bush. Pero la UE puede marcar un ejemplo de cooperación internacional que Estados Unidos, bajo un liderazgo diferente –cosa que probablemente suceda- terminaría emulando.
Secure rightsSecure rights Send link Send link Secure rightsPrinter friendly version

George Soros es financista y filántropo; presidente del Soros Fund Management y del Instituto para Sociedades Abiertas.

Copyright: Project Syndicate, 2006.

www.project-syndicate.org

Traducción de Claudia Martínez

Tagged with:

Hacia una Unidad Monetaria Sudamericana, de Oscar Ugarteche y Aurora Vázquez en Gara

Posted in Economía, Política by reggio on 27 septiembre, 2008

La creación de una unidad monetaria permite crear estabilidad económica entre los socios, favoreciendo el comercio intrarregional, al mismo tiempo que crea oportunidades y ventajas para un posterior desarrollo y crecimiento económico

El anuncio de Brasil y Argentina de que iniciarían su comercio binacional en moneda nacional ha sido la primera noticia latinoamericana orientada en el sentido de la integración financiera regional. La noticia dada el 5 de septiembre desde Brasilia enfatiza que se harán los pagos en moneda nacional entre ambos países a partir del 3 de octubre, pero no dice cómo se harán con los países más pequeños del MERCOSUR.

Este primer paso podría ampliarse con la utilización de una unidad de cuentas de referencia estable que no sea el dólar. En las últimas ocho semanas desde julio del 2008 a septiembre el tipo de cambio dólar-euro ha pasado por una apreciación del dólar de 1.60 por euro a 1.40 por euro, sin que exista ninguna razón macroeconómica para explicar dicho movimiento. La inestabilidad de la moneda de dicho país es un reflejo de la inestabilidad de su economía y la incertidumbre sobre su crecimiento futuro.

Ante un contexto poco alentador en el que se habla de crisis financiera, energética, alimentaría y ecológica, se abre una brecha que permite el paso a nuevas estructuras que no sólo tienen impacto en la economía sino también en la política, en la sociedad y el medio ambiente, aunque ésta aún es muy pequeña, ya se han empezado a dar los primeros pasos y así es como Argentina y Brasil, cuya decisión es tener un intercambio comercial bilateral con sus monedas.

Recientemente en Buenos Aires se discutió la unidad monetaria sudamericana, una canasta de monedas análoga al ECU europeo que tiene como mérito mayor ser estable ante las variaciones del dólar y del euro. A diferencia de la unión monetaria planteada por Brasil a partir del real hace tres años, la unidad monetaria es una canasta de monedas que le deja libertad de acción a los bancos centrales para el manejo de sus políticas cambiaria y monetaria dentro de ciertas bandas y con coordinación macroeconómica.

El comercio intra latinoamericano crece a tasas nunca vistas y es comercio de manufacturas. En la medida en que van ganando mayoría en el comercio total, como en el caso argentino, tener una unidad de referencia regional es conveniente y económica. Ahorra los costos de transacción de pasar por una tercera moneda y además desconecta la relación entre las monedas que comercian de una tercera moneda intermediaria cuyo valor es ser una referencia de precios.

La creación de una unidad monetaria, como ya vimos, permite crear estabilidad económica entre los socios, favoreciendo el comercio intrarregional, al mismo tiempo que crea oportunidades y ventajas para un posterior desarrollo y crecimiento económico. Lo más importante es que permite pensar en la región como un ente autónomo listo para enfrentar los retos de la globalización financiera en otros términos, con unidad de criterios ante la incertidumbre.

Oscar Ugarteche y Aurora Vázquez. Investigadores de la UNAM, México DF.

© Alai-amlatina

Lo impensable aconteció, de Boaventura de Sousa Santos en Página 12

Posted in Economía, Política by reggio on 27 septiembre, 2008

La palabra no aparece en los medios de comunicación norteamericanos, pero de eso se trata: nacionalización. Ante las cesaciones de pagos ocurridas, anunciadas o inminentes de los principales bancos de inversión, de las dos mayores sociedades hipotecarias del país y la mayor aseguradora del mundo, el gobierno federal de los Estados Unidos decidió asumir el control directo de una parte importante del sistema financiero. La medida no es inédita, pues el gobierno intervino en otros momentos de crisis profunda: en 1792 (bajo el mandato del primer presidente del país), en 1907 (en este caso, el papel central en la resolución de la crisis le cupo al gran banco de entonces, el J. P. Morgan, hoy Morgan Stanley, también en riesgo), en 1929 (la gran depresión que duró hasta la Segunda Guerra Mundial: en 1933, mil norteamericanos por día perdían sus casas en manos de los bancos) y en 1985 (la crisis de las compañías de ahorro).

Lo que es nuevo en la intervención actual es su magnitud y el hecho de ocurrir después de 30 años de evangelización neoliberal conducida con mano de hierro a nivel global por los Estados Unidos y por las instituciones financieras que controla, el FMI y el Banco Mundial: mercados libres y, en tanto que libres, eficientes; privatizaciones; desregulación; el Estado fuera de la economía porque es inherentemente corrupto e ineficiente; eliminación de restricciones a la acumulación de riqueza y la correspondiente producción de miseria social. Fue con esas recetas que se “resolvieron” las crisis financieras de América latina y de Asia y que se impusieron ajustes estructurales en decenas de países. Fue también con esas recetas que millones de personas fueron lanzadas al desempleo, perdieron sus tierras o sus derechos laborales y tuvieron que emigrar.

A la luz de esto, lo impensable aconteció: el Estado dejó de ser el problema para volver a ser la solución; cada país tiene derecho a privilegiar lo que entiende por su interés nacional, en contra de los dictámenes de la globalización; el mercado no es, por sí mismo, racional y eficiente, sólo sabe racionalizar su irracionalidad e ineficiencia mientras éstas no alcancen el nivel de autodestrucción; el capital tiene siempre al Estado a su disposición, ora por vía de la regulación, ora por vía de la desregulación. Esta no es la crisis final del capitalismo y, aunque lo fuese, la izquierda quizá no sabría qué hacer, tan generalizada fue su conversión al evangelio neoliberal.

Muchas cosas seguirán como antes: el espíritu individualista, egoísta y antisocial que anima al capitalismo; el hecho de que los costos de las crisis siempre sean pagados por quienes nada han contribuido a ellos, es decir, la inmensa mayoría de los ciudadanos, ya que es con su dinero que el Estado interviene y son esos ciudadanos quienes pierden empleos, viviendas y pensiones.

Pero muchas más cosas cambiarán. Primero, la declinación de los Estados Unidos como potencia mundial alcanza un nuevo nivel. Este país acaba de ser víctima de las mismas armas de destrucción financiera masiva con que agredió a tantas naciones en las últimas décadas y la decisión “soberana” de defenderse fue finalmente inducida por la presión de sus acreedores extranjeros (sobre todo, los chinos), que amenazaban con una fuga que sería devastadora para el actual american way of life.

Segundo, el FMI y el Banco Mundial dejaron de tener autoridad alguna para imponer sus recetas, pues siempre usaron como guía una economía que ahora se revela como un fantasma. La hipocresía del doble estándar (ciertos criterios válidos para los países del Norte global y otros criterios válidos para los países del Sur) quedó expuesta con chocante crudeza. De aquí en adelante, la primacía de los intereses nacionales podrá dictar no sólo medidas de protección y regulación específicas, sino también tasas de interés subsidiadas para apoyar a las industrias en peligro (como las que el Congreso estadounidense acaba de aprobar para el sector automotriz). No estamos ante una desglobalización, pero sí estamos frente a una nueva globalización posneoliberal, internamente mucho más diversificada. Emergen nuevos regionalismos, ya presentes en Africa y Asia pero importantes sobre todo en América latina, como el ahora consolidado con la creación de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y del Banco del Sur. Por su parte, la Unión Europea, el regionalismo más avanzado, tendrá que cambiar el curso neoliberal de su actual comisión, so pena de tener el mismo destino que los Estados Unidos.

Tercero, las políticas de privatización de la seguridad social quedaron desacreditadas: es éticamente monstruoso que sea posible acumular fabulosas ganancias con el dinero de millones de humildes trabajadores y abandonarlos a su suerte cuando la especulación sale mal.

Cuarto, el Estado que regresa como solución es el mismo Estado que fue moral e institucionalmente destruido por el neoliberalismo, que hizo todo lo posible para que su profecía se cumpliese y lo transformó en un antro de corrupción. Esto significa que, si el Estado no es profundamente reformado y democratizado en breve, será, ahora sí, un problema sin solución.

Quinto, los cambios en la globalización hegemónica van a provocar cambios en la globalización de los movimientos sociales y esto se va a reflejar en el Foro Social Mundial: la nueva centralidad de las luchas nacionales y regionales; las relaciones con los Estados y los partidos progresistas; las luchas por la refundación democrática del Estado; las contradicciones entre clases nacionales y transnacionales y las políticas de alianzas.

Boaventura de Sousa Santos. Doctor en Sociología del Derecho; profesor de la Universidad de Coimbra (Portugal) y de la Universidad de Wisconsin (EE.UU.).

Traducción: Javier Lorca.

© 2000-2008 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados.

El Estado en el centro de la tormenta, de Raúl Zibechi en La Jornada

Posted in Economía, Política by reggio on 27 septiembre, 2008

Las diversas crisis en curso tienen la enorme virtud de develar situaciones que, en el transcurso de la cotidianeidad, aparecen opacadas y resultan invisibles. Entre ellas, muestran el papel real de los estados-nación más allá de los discursos, tanto sus límites como herramientas para los cambios, así como el papel insustituible que juegan para las elites globales.

El colosal salvataje bancario que pretende imponer el gobierno de George W. Bush recuerda los análisis de Fernand Braudel, actualizados por Immanuel Wallerstein y Giovanni Arrighi para comprender los rumbos del capitalismo en su fase terminal. Para ellos, el capitalismo no podría haber triunfado ni puede permanecer sobre la Tierra sin colonizar y utilizar los estados, como herramientas centrales en el proceso de acumulación de capital. La utilización masiva de fondos públicos para auxiliar al sistema financiero convierte en polvareda ideológica la cacareada capacidad de los mercados de autorregularse. Y evidencia los discursos mentirosos sobre el papel marginal del Estado en la economía neoliberal, y, sobre todo, la grosera utilización de los estados en la realización de ganancias y en fortalecer el papel de las elites.

La negativa de Bush a beneficiar a los pequeños deudores mientras acude en auxilio del casino financiero, enseña las más excluyentes opciones de un Estado clasista. Sin embargo, el hecho incontestable de que el Estado sea pieza clave en el funcionamiento “normal” del sistema capitalista, más cuando la guerra se ha convertido en su forma habitual de funcionar, no quiere decir que sea un instrumento apto para la liberación de los pueblos. El drama boliviano señala precisamente esos límites.

De poco valió que Evo Morales alcanzara un increíble 67 por ciento en el referendo revocatorio de agosto. Si Bolivia no fuera un Estado colonial, la legitimidad del gobierno sería un hecho que nadie en su sano juicio podría contestar. Sin embargo, las elites económicas se resisten a perder el control de “su” Estado, que jugó papel destacado a la hora de permitirles acumular millones de hectáreas, base de su fortuna y poder, a raíz de la reforma agraria posrevolución de 1952, que debería haber beneficiado a los campesinos pobres de Santa Cruz. Ese Estado les facilitó una acumulación tal de riquezas que hubiera hecho empalidecer a Adam Smith cuando acuñó el concepto “acumulación primitiva” para dar cuenta del proceso de creación de un capital primigenio, previo a la puesta en marcha del proceso de acumulación por extracción de plusvalor.

La crisis de septiembre mostró la desesperación de las elites bolivianas ante la posibilidad de perder el Estado como punto de apoyo en su pugna por mantener su poder. La demanda autonomista no es más que un proceso de construcción de un poder estatal para proteger sus riquezas. Como no podía ser de otro modo, las burocracias civil y militar juegan a favor de los poderosos, a impedir cambios, a perpetuar los privilegios. Por eso las fuerzas armadas no obedecen a Evo cuando les ordena establecer el estado de sitio en Santa Cruz. Es necesario destacar la cautela del gobierno a la hora de lanzar a las tropas contra los autonomistas. Las fuerzas armadas no pueden ni deben ser las que diriman las luchas de clases. Flaco favor le haría un gobierno que se reclama popular si se prestara a hacerlo.

Ese lugar no pueden sino ocuparlo pueblos organizados en movimientos. El dato nuevo y esperanzador es el nuevo activismo de base, como analizó Raquel Gutiérrez Aguilar. El cerco a Potosí, en agosto, y el reciente cerco a Santa Cruz por 20 mil indígenas marcan un punto de inflexión más trascedente que las decisiones del gobierno de La Paz para contrarrestar la rebelión autonomista. Son esas bases, las mismas que protagonizaron la guerra del agua en 2000, las guerras del gas en 2003 y 2005, las únicas que pueden modificar la relación de fuerzas y poner en retirada a las elites cruceñas. En ellas anida una capacidad y determinación destinadas a desbordar, si fuera necesario, al gobierno que sienten como propio. Esos sectores han comprendido que el Estado puede hacer ciertas cosas, decretos y leyes a favor de los pueblos, pero entendieron en dos años y medio que los cambios que apuntan hacia un mundo nuevo sólo pueden venir de abajo.

Parece necesario destacar que no estamos ante un debate ideológico. Es la experiencia la que empuja a los pueblos que viven en Bolivia a tomar en sus manos su propio destino, en vez de dejarlo en los administradores del Estado, que por mejores intenciones que tengan están utilizando una herramienta creada para conservar el estado de cosas, no para demolerlo. Con los movimientos en la calle, corresponderá al gobierno decidir si los apoya de modo incondicional o si, como en estos dos años y medio, los pretende utilizar para obtener concesiones de las elites. De eso se trata la crisis de septiembre: los pueblos nos dicen que su movilización es el factor a tener en cuenta de ahora en más. Y no sólo por parte de las elites reaccionarias; también por el gobierno que, en adelante, tendrá que vérselas con el Ya basta! lanzado, en los hechos, por los indígenas.

Quienes desconfiamos de los estados como instrumentos para construir un mundo nuevo, podemos aprender de estas crisis en curso. Sería repetir viejos errores centrarnos en un debate teórico alejado de lo que realmente está sucediendo ante nuestros ojos. La experiencia nos está diciendo que los movimientos pueden tomar dos caminos para cambiar el mundo: convertirse en burocracias estatales o seguir siendo movimientos. El primero es el trillado camino de más de un siglo; el otro no ofrece garantías, pero se puede asegurar, por lo menos, que es el camino más seguro para que el futuro no se nos escape de las manos.

Tagged with: