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Federalismo sin federalistas, de Enric Juliana en La Vanguardia

Posted in Derechos, Política by reggio on 17 julio, 2008

¿Cómo puede estar tomando un sesgo federal la política española si en España apenas hay federalistas?

He ahí una cuestión casi metafísica. ¿Cómo puede haber federalismo sin una idealización del mismo? Efectivamente, en España hay muy poca gente que se proclame federalista. Sólo algunos profesores de ciencia política y algunos dirigentes de la izquierda –especialmente en Catalunya, aunque no exclusivamente- se proclaman abiertamente federalistas. En el último congreso del PSOE hubo un tímido pronunciamiento a favor del modelo federal, para satisfacer al PSC y evitar que los socialistas catalanes fuesen más incisivos en otros asuntos, como el sistema de financiación de las autonomías. El PSOE usa el apelativo federal en su organigrama (su máxima órgano de decisión entre congresos es el Comité Federal), pero es evidente que la palabra federal aplicada a la organización del Estado provoca bastante alergia a muchos de sus dirigentes, especialmente a los meridionales.

Hace más de un siglo, el federalismo era en España una corriente del republicanismo, una variante de la fe progresista, especialmente arraigada en Catalunya. «Aquests de la capa negra que prediquen la moral, més els hi valdria que prediquessin la llei de la Federal«, decía una cancioncita popular de evidente signo anticlerical. La «llei de la Federal» estuvo a punto de ser promulgada por la Primera República, pero esta, como es sabido, acabó como el rosario de la aurora. Rezaba así el primer artículo de la nonata Constitución Federal Española: «Componen la Nación Española los Estados de Andalucía Alta, Andalucía Baja, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña, Cuba, Extremadura, Galicia, Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia, Regiones Vascongadas. Los Estados podrán conservar las actuales provincias o modificarlas, según sus necesidades territoriales».

Don Benito Pérez Galdós, grandísimo cronista del siglo XIX, apodado «el garbancero» por sus detractores, lo vio de esta manera: «Las sesiones de las Constituyentes me atraían, y las más de las tardes las pasaba en la tribuna de la prensa, entretenido con el espectáculo de indescriptible confusión que daban los padres de la Patria. El individualismo sin freno, el flujo y reflujo de opiniones, desde las más sesudas a las más extravagantes, y la funesta espontaneidad de tantos oradores, enloquecían al espectador e imposibilitaban las funciones históricas. Días y noches transcurrieron sin que las Cortes dilucidaran en qué forma se había de nombrar Ministerio: si los ministros debían ser elegidos separadamente por el voto de cada diputado, o si era más conveniente autorizar a Figueras o a Pi para presentar la lista del nuevo Gobierno».

El primero en enloquecer fue Estanislao Figueres, presidente fundador del experimento republicano-federal. «Señores, voy a serles sincero, estoy hasta los cojones de todos nosotros» dijo un día a los miembros de su gabinete. Redactó una carta de dimisión, la dejó en el despacho, dijo que se iba a pasear al parque del Retiro y cogió un tren en la estación de Atocha. No bajó hasta llegar a París.

Unos meses más tarde, ocupando la presidencia Francesc Pi i Margall, estalló la revuelta cantonalista, uno de los episodios más delirantes de la historia española. En el pueblo de Jumilla, los cantonalistas proclamaron la soberanía de la «nación jumillana» advirtiendo que no dejarían piedra sobre piedra en Murcia, si sus vecinos de la capital no les reconocían la independencia. (Hay dudas, sin embargo, sobre la veracidad de este episodio. Algunos historiadores lo atribuyen a la intensa propaganda antirrepublicana desatada años después con la Restauración monárquica).

En Cartagena, los cantonalistas tomaron los barcos de la Armada fondeados en el puerto y resistieron durante seis meses. En Galicia querían declararse protectorado de Inglaterra. Jaén desafiaba a Granada…. Pi i Margall se vio forzado a dimitir. Le sustituyó Nicolás Salmerón, que también aguantó muy poco. El moderado Emilio Castelar, gran orador, recibió el encargo de evitar el naufragio, pero el 2 de enero de 1874, el general Pavía forzó la disolución de las Cortes, sin entrar a caballo en el Congreso como dice la leyenda. La Primera República apenas había durado once meses.

Con estos mimbres históricos, es prácticamente imposible que haya federalistas en España. En la mentalidad española, el mito de los «reinos de taifas» sigue siendo demoledor.

No, el federalismo no existe en España como variante de la «religión progresista» (Julio Caro Baroja), pero España avanza, lentamente, muy lentamente, hacia un Estado federal. El federalismo tiende a imponerse como método. Seguramente el único método posible para que no estalle el denominado Estado de las Autonomías, ideado por Adolfo Suárez y Fernando Abril Martorell durante las astucias de la Transición.

La praxis federal gana terreno, porque en España el federalismo no es una religión.

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