Reggio’s Weblog

Estado, nación y asimetría, de Joseba Arregi en El Periódico

Posted in Política by reggio on 3 noviembre, 2007

EL ENCAJE DE LA UNIDAD Y LA PLURALIDAD

Escribir de problemas estructurales en la configuración del Estado español cuando está cayendo la que está cayendo puede parecer hasta frívolo: desde la xenofobia que se manifiesta en un vagón de tren hasta el esperpento al que se está sometiendo al Tribunal Constitucional, pasando por el desastre de la obra pública que es el AVE a Barcelona, todo lleva a pensar que no estamos ante unas elecciones generales, sino ante un enorme caos.

La inflación puede desbordarse, el paro sube, el ladrillo flaquea, la previsión de crecimiento no podrá sostenerse en el nivel previsto, el ahorro familiar desciende y ni la deuda exterior muestra señales de mejora, ni la productividad entra en senda de crecimiento, ni el sistema escolar sale del agujero comparativo.

Pero quizá por todo ello es más necesario que nunca reflexionar sobre los problemas estructurales de la configuración del Estado: una estructura sólida, asumida por todos, flexible y competitiva, independiente de los avatares de la política diaria, no cuestionada permanentemente es condición necesaria, aunque no suficiente, para enfrentarse a los problemas de la vida política y social. Si se habla de la necesidad de garantías jurídicas en cualquier país para atraer inversiones y facilitar el desarrollo económico, cuánta más razón existe para reclamar la misma estabilidad, o aún mayor, de las estructuras fundamentales del Estado.

A muchos ha molestado la manía de los nacionalismos periféricos de referirse a España como Estado español. Aun siendo comprensible, el circunloquio Estado español esconde, pese a la intención de quienes lo utilizan, una gran verdad y un gran significado. Lo importante es el Estado. Lo que no se puede poner en cuestión es el Estado. No lo pueden hacer ni los que ponen en duda que nación signifique algo: la asociación voluntaria de individuos soberanos (Sièyes).

Hablar de Estado español puede implicar subrayar el valor del Estado como entidad superior que abarca a todas sus partes, subrayar el valor del conjunto sobre el valor de cada una de sus partes. Hablar de Estado español significa diferenciar entre el Estado, o la nación política, y España como nación cultural. Y esa diferencia abre espacio para la existencia de otras lenguas y otras culturas en el interior del conjunto que es el Estado español. Pero sigue siendo Estado, sigue siendo conjunto con valor en sí mismo para esas otras lenguas, esas otras culturas que se dan en su territorio y que no son ni la lengua ni la cultura castellanas.

No se puede discutir, pues, la existencia de varias naciones etnolingüísticas y culturales en el espacio único del Estado español. En ese sentido, la diferencia entre el Estado español como nación política y España como nación cultural es garantía de libertad para todos los ciudadanos del Estado con una lengua y una cultura distintas de la española. Del mismo modo, sin embargo, es preciso afirmar que Catalunya, Euskadi y Galicia son todo menos homogéneas en el sentimiento de pertenencia nacional, en la identificación exclusiva con la nación cultural. Existe nación vasca. Es evidente. Pero ello no significa por fuerza que Euskadi sea nación en el sentido político. Ni siquiera en el etnolingüístico: muchos de sus habitantes se sienten también pertenecientes a la nación española, a la política y a la cultural. Y esa diferencia entre la afirmación de que existe nación vasca, pero que Euskadi no necesariamente es una nación política, ni siquiera una nación cultural en su conjunto, es garantía de libertad para todos sus habitantes.

Es evidente también que España, el Estado español, es asimétrico, y que la Constitución lo proclama. Solo algunas nacionalidades poseen lengua específica. Solo Navarra y los territorios históricos vascos tienen concierto económico. Solo algunas nacionalidades cuentan con un derecho civil diferente del común, independientemente de su eficacia real en la vida diaria. Y es evidente que de esas asimetrías se pueden extraer consecuencias con dimensión política: el derecho a la promoción de lo específico en el exterior, más allá de las fronteras del Estado.

Pero los problemas no surgen al admitir esa dimensión política de la asimetría. Los problemas surgen cuando de la afirmación de la dimensión política de la asimetría se quieren derivar consecuencias políticas que afectan a la valoración del Estado como conjunto, y a la libertad de los ciudadanos en cada nacionalidad. Los problemas surgen cuando de la dimensión política innegable de la asimetría se quieren derivar consecuencias que ponen en duda el valor del conjunto, el del Estado por sí mismo para todas las partes, cuando de la asimetría se quiere hacer fundamento para la pretensión de un conjunto distinto al Estado español.

El federalismo es una técnica de división del poder. Además, puede ser un modelo instrumental para hacer frente a situaciones de asimetría dentro de un mismo espacio estatal. Es el caso de España. Pero algunos, los nacionalismos periféricos, sobre todo el vasco y el catalán, pretenden que la asimetría sirva para reconducir el Estado español a una confederación en la que el conjunto depende siempre de la voluntad de las partes y no llega a tener un valor propio, en sí mismo. El camino de la confederación es el del debilitamiento del conjunto en favor de las partes en el camino que lleva a que estas se establezcan como conjuntos alternativos.Y la Corona no tiene valor político fuera del parlamentarismo y la Constitución.

Es de agradecer que Artur Mas lo haya puesto de manifiesto recientemente. El suyo es un catalanismo que busca la confederación. Pero no puede arrogarse el derecho a representar todo el catalanismo: puede haber catalanismo en una perspectiva federal, con reconocimiento de la asimetría, garantizando la libertad de los diferentes en Catalunya, con valoración profunda del Estado español como conjunto y no como masa temporal a disposición de las partes.

Joseba Arregi. Presidente de la asociación ciudadana Aldaketa (Cambio para Euskadi).

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No es Irak, querida Pilar Manjón, de Pilar Rahola en El País de Cataluña

Posted in Política by reggio on 3 noviembre, 2007

Una cierta incomodidad. O, para ser más sincera, un cosquilleo en el ombligo de la conciencia, como si fuera una incorrección escribir este artículo. Como si una estuviera segura de lo que quiere expresar, pero deseara un notición de última hora para tener una excusa y cambiar de tema. Pero los hados del periodismo no me son favorables, en esta mañana de puente que aún arrastra ruidos gruesos de la baja política. Los días después de la sentencia del 11-M prometen continuar su ascensión a los infiernos, y soy consciente del oxímoron que acabo de escribir. Al fin y al cabo, la subida de tono debe aspirar a elevarse hasta los cielos electorales, pero sólo resuena en los avernos de la política tabernaria. No, lo siento. No creo que ni uno solo de los protagonistas políticos del 11-M esté, hoy por hoy, a la altura ética de las circunstancias, en un tanto monta, monta tanto José Blanco y Eduardo Zaplana, Alfredo Pérez Rubalcaba y Ángel Acebes. Se trata de decirla gorda, de mantener la estridencia verbal más allá de la sentencia, negados al silencio político que sería, finalmente, deseable. Llevamos cuatro años, tan pesados, de mentiras, conspiraciones y manipulaciones, que la paciencia ya no es una virtud bíblica, sino un pecado democrático. Basta. Basta de usar a ETA y a Irak, basta de tirarse una tragedia a la cabeza del adversario, con el único fin de ganar algunos votos. Es cierto que el PP ha sido el coartífice de una mentira histórica, y que tantos años de persistencia en la mentira han creado una situación delirante, donde un partido conservador ayudaba a desacreditar cuerpos policiales, ponía en duda pruebas judiciales y, al final del camino, se mostraba más obsesionado por su trasero político que por los asesinos de decenas de víctimas. Es cierto que no ha hecho autocrítica. Y es cierto que algunos de sus líderes padecen ahora ataques severos de amnesia. Pero no se puede hacer una crítica severa al PP si no se parte de una autocrítica, también severa, de la izquierda, que masivamente jugó a la confusión entre atentado y guerra de Irak, que insinuó responsabilidades políticas de José María Aznar, y que aún juega a ello sin exceso de escrúpulos. El repita conmigo «no fue ETA» de Pérez Rubalcaba, contraatacado con el «no fue Irak», de Zaplana, resumen lo esperpéntico del enfrentamiento. Lo esperpéntico y lo infantil…No. No fue ETA. Pero tampoco fue un presidente que, legítimamente tomó decisiones en política exterior y cuyas responsabilidades sólo atañen al terreno de la política. Criticable y criticado, pero no culpable de 191 muertos. Primero, porque el fundamentalismo islámico tiene a España en su centro de interés desde los tiempos de las soflamas de Hasan Al Banna y el resto de teóricos del yihadismo, cuya obsesión con Al-Andalus los llevó a hablar de la reconquista española como el primer objetivo de todo buen musulmán. Desde los años treinta, cuando empezó el movimiento, hasta la eclosión actual, toda la retórica de la guerra santa habla de España como objetivo, y algunos de los atentados previos a la guerra de Irak, como el atentado del restaurante España en Casablanca, son de una claridad meridiana. ¿Hemos olvidado que en el primer vídeo de Bin Laden, justo después del 11-S, habló de Palestina y de Al-Andalus como las primeras tierras que cabía liberar? Intentar vincular el atentado -cuyas raíces teóricas son mucho más lejanas, cuya preparación, según todos los indicios, es muy anterior a la guerra de Irak, y cuyos primeros coletazos mortales fueron bien precisos- a la política exterior de Aznar es errar y, sobre todo, mentir. A Aznar se le puede culpar de no haber escuchado las evidentes amenazas -«cuando el enemigo dice que quiere matarte, hazle caso», dice el Talmud-, de no tener las suficientes dotaciones presupuestarias para perseguir policialmente a los terroristas islámicos, de falta de previsión, pero no tiene ninguna culpa, ni tan sólo moral, de la mayor matanza que ha perpetrado el yihadismo en Europa. Sin embargo, y a pesar de la información ingente al respecto, cierto entorno de izquierdas continúa insinuando esta perversión. El PP tiene razón cuando se duele de ello. Como el PSOE tiene razón cuando critica severamente la teoría de la conspiración pepera. Pero ninguno de los dos tiene razón en continuar el juego de las ambigüedades, las mentiras solapadas y, finalmente, el uso retórico de un atentado con fines electorales. Lo siento, pero creo que no se salva nadie.

Ni siquiera se salva Pilar Manjón. Es cierto que Pilar ha sufrido ataques indecentes por parte de determinados periodistas cavernarios, y también es cierto que ha mantenido una dignidad extraordinaria en momentos muy críticos. Además, es la voz pública de decenas de víctimas, y ello la reviste de un respeto necesario. Cuando Pilar ha exigido, pedido, hablado en nombre de esas víctimas, e incluso ha cuadrado a los parlamentarios en propia sede, ha sido la voz de millones de nosotros, y así lo hemos agradecido. Pero hay momentos, desgraciadamente, en que Pilar parece confundir los papeles y, hablando desde su alta categoría moral, acaba bajando a la pura y dura arena política. Muchas han sido las veces en que parecía más una líder de izquierdas que la voz de los familiares, y en ese punto ha dejado de representarnos a muchos. El tema de Irak es el ejemplo más desagradable. Pilar ha llegado a decir que recurriría contra la sentencia si no se reconocía la guerra de Irak como causa del atentado. Esto, aparte de un error de bulto, es una rotunda confusión de su papel como víctima. Habrá que ver cómo elabora, a partir de ahora, su papel público. Pero, en el traspaso entre el antes y el después de la sentencia, no acaba de afinar el verbo. Parece que también ella confunda su ideología con su tragedia. Y mal vamos si todos queremos sacarle partido ideológico a una matanza siniestra.

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